
Que en una batalla un soldado muera como consecuencia de un balazo en la cabeza no es noticia, salvo para los partes de guerra y los deudos de la desgraciada víctima; que sobreviva a pesar de haber recibido esa bala en la testa tampoco lo es, aunque sí puede calificarse de un hecho afortunado. En cambio, que reciba ese balazo, se recupere de la herida y, como consecuencia, viva los cuarenta años restantes de su vida sin poder dormir un solo minuto no es solo un caso curioso sino un verdadero notición. Claro, siempre y cuando se pueda comprobar su veracidad, porque fake news hay ahora y hubo siempre. Verdadero o falso, ese parece ser el caso del soldado húngaro Paul Kern, herido en la cabeza por una bala rusa en 1915, durante la Primera Guerra Mundial, e insomne permanente hasta el día de su muerte en 1955.
No existen – o no se han encontrado – informes médicos sobre las causas de ese no-sueño eterno, pero sí se conocen los nombres de algunos de los doctores que lo estudiaron, entre ellos el prestigioso profesor Ernst Frey, especializado en enfermedades mentales y nerviosas en la Universidad de Eötvös Loránd, Hungría, que siguió su caso durante varios años pero nunca pudo encontrar la causa del fenómeno. Si algo se sabe de la historia de Kern es por artículos periodísticos, porque hubo medios que empezaron a interesarse en él y en su rara patología cuando llevaba ya quince años sin dormir. La supuesta historia de su insomnio fue contada por The Adelaide Chronicle en 1930, por The Cumberland Evening Times ese mismo año, por The Singapore Free Press and Mercantile Advertiser y The Register News-Pictorial en 1931, y por L’Express du midi en 1937, entre muchos otros diarios. Que esos artículos sean fuentes confiables o no es otra cuestión.
Una herida de guerra
Se sabe que Paul Kern nació el 8 de enero de 1884 en Budapest, en tiempos del imperio austro-húngaro. Tenía 30 años en 1914, cuando estalló la Primera Guerra Mundial luego del asesinato del archiduque Franz Ferdinand en Sarajevo. Hombre de sentimientos patrióticos, Paul se alistó como soldado raso para defender la patria, aunque pronto su desempeño en el frente de batalla hizo que lo ascendieran a cabo y lo destinaran a un pelotón de vanguardia, es decir, de los que hacían punta cuando se trataba de tomar las trincheras enemigas. En apenas un año recibió la medalla al Mérito en sus categorías de bronce, plata y oro, además de la cruz de hierro alemana de segunda clase.
Su pelotón encabezaba un ataque al pueblo de Chlebovice, en la región de Moravia, cuando el 24 de junio de 1915 recibió la bala disparada por un soldado ruso que lo haría famoso. Se dice que quedó tendido en el suelo durante varias horas, inconsciente, hasta que sus compañeros lo rescataron en la retirada. Fue a parar al hospital de Lembreg, donde los médicos militares no dieron dos centavos por su vida. La bala había quedado alojada en el lóbulo frontal y lo había destrozado casi por completo. Un cirujano extrajo el proyectil y no pudo hacer mucho más: Kern estaba en coma y fue depositado en una cama a la espera de su muerte.

Sin embargo, contra todos los pronósticos, en lugar de morirse, el soldado húngaro despertó del coma una semana después. Lo examinaron a conciencia y de inmediato se dieron cuenta que no tenía daños neurológicos, porque hablaba normalmente, recordaba el incidente, hacía abstracciones, no presentaba problemas motrices y podía leer y hacer cálculos matemáticos. Era un milagro y parecía que Kern podría llevar una vida normal.
Pero con el correr de los días, los médicos que lo atendían descubrieron que su paciente milagroso tenía un problema – seguramente efecto de la herida – que no habían previsto porque no figuraba en ningún manual: Paul Kern no podía dormir. No era que se despertara a cada rato o que sufriera de insomnio por las noches: no dormía ni siquiera un segundo. El caso era tan raro que lo pusieron en observación permanente y comprobaron asombrados que decía la verdad: el tipo no dormía y eso tampoco parecía molestarle. Lo tuvieron diez días en observación, esperando que muriera por el aumento de la presión sanguínea que inevitablemente le provocaría la falta de sueño. Creyeron que el paciente iba camino a un infarto seguro, pero eso no ocurrió.
Un caso de estudio
Lo dieron de baja y lo mandaron de vuelta a Budapest con un informe médico bajo el brazo donde se describía su extraño trastorno. Kern seguía sin poder dormir: de día trabajaba como empleado de correos y por las noches recorría los bares de Budapest, donde pronto descubrió que no dormir también podía darle beneficios, porque los parroquianos lo invitaban a beber para escuchar su historia, que fue corriendo de boca en boca. Ahí se dio cuenta de que el alcohol tampoco le causaba sueño.
El caso también corrió de boca en boca entre los médicos clínicos, los neurólogos y los psiquiatras de la ciudad. Los médicos del ejército que seguían la evolución de Kern lo dejaron en manos de uno de los más prestigiosos neurólogos de la época, el profesor Ernst Frey, de la Universidad de Eötvös Loránd. Corrían los primeros meses de 1930 y Paul Kern llevaba ya casi 15 años sin dormir. Fue por entonces que el caso trascendió las fronteras y salió publicado en diarios de otros países. En su edición del 12 de enero de ese año, The Adelaide Chronicle puso en su portada una nota titulada “Médicos desconcertados – El hombre que nunca duerme”, donde contaba la historia de Kern y los intentos del doctor Frey por descubrir la causa de su incapacidad para dormir.
El neurólogo pudo encontrar otros síntomas de la patología del hombre que nunca dormía. Descubrió que el cerebro de Kern tenía que estar en continua actividad porque en caso contrario el hombre se irritaba, tampoco podía quedarse quieto más de una hora, y había desarrollado una alta sensibilidad a la luz y a los ruidos. Comprobó también que Kern tenía una altísima tolerancia al alcohol, al punto de ser incapaz de emborracharse, aunque quisiera. En cambio, nunca llegó a descubrir la causa orgánica por la que Paul Kern no podía dormir.
Héroe de guerra y protagonista de un caso médico extraordinario, después de años de trabajar en el correo y trajinar las noches de Budapest, Paul Kern recibió una pensión completa por incapacidad. Vivió sin dormir – y sin sentir cansancio ni otros trastornos por la falta de sueño – hasta los 71 años. El 16 de febrero de 1955 un infarto de miocardio le hizo cerrar los ojos por primera vez en casi cuatro décadas. Y se durmió para siempre.
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