![Las ruinas de Dresde, la](https://www.infobae.com/resizer/v2/725PBQOGKVEBRB3JQHOUNLQGQI.jpg?auth=326c43421e22a2f5940bcf93357e7812a5f314ff2afbc5ba0d5a8779239ac077&smart=true&width=350&height=263&quality=85)
La primera alarma aérea sonó a las nueve y cuarto de la noche del martes 13 de febrero de 1945, hace ochenta años. Era martes de carnaval y en la bellísima ciudad de Dresde, en la Alemania que estaba a punto de ser derrotada por los aliados, las sirenas no alertaron demasiado a sus habitantes. Sí, fueron a los escasos refugios, sí buscaron cobijo y amparo en los sótanos de sus casas, sí temieron un poco, pero no imaginaron lo que se avecinaba.
Era imposible saber con anticipación que los aliados habían decidido borrar casi del mapa a aquella ciudad fantástica, que era parte de la historia alemana y del mundo: un tesoro medieval, un centro histórico con edificios del renacimiento y del barroco: un patrimonio cultural de aquella Europa que se desangraba en el quinto año de una guerra mundial que lo amenazaba todo.
Los vecinos de Dresde, la ciudad era la séptima del país con 642.143 habitantes, se refugiaron también en un moderado optimismo en aquella noche clara de invierno. Pensaron, tal vez con algo de temeridad, que esa cédula de identidad cultural de su ciudad, conocida además como la “Florencia del Elba” porque se alzaba a sus orillas, era un salvoconducto contra los ataques aéreos y las grandes batallas.
La ciudad había sufrido ya algunos bombardeos. En especial desde finales del verano de 1944: el 24 de agosto fue bombardeada por primera vez. Los proyectiles aliados cayeron sobre una refinería petrolera de la empresa Rhenania Ossag y sobre la industria Dresde Gittersee vinculada a la explotación del uranio. Entonces habían muerto doscientas cuarenta y una personas. Dos semanas después, el 7 de octubre, treinta bombarderos estadounidenses habían lanzado ochenta toneladas de bombas explosivas en la estación ferroviaria Friedrichstadt y en la fábrica de armas Lehmann, luego de fracasar el bombardeo de la planta de licuefacción de carbón en Brüx, que hoy es la ciudad de Most y pertenece a la República Checa. El ataque había provocado la muerte de trescientos doce hombres. El 16 de enero de 1945, de nuevo la fuerza aérea de Estados Unidos, esta vez eran ciento treinta y tres aviones, había lanzado a lo largo de todo el día doscientas ochenta toneladas de bombas explosivas y cuarenta y una toneladas de bombas incendiarias, de nuevo sobre la estación de trenes y sobre las zonas de Dresde-Lötbau y Leutewitz. Y ahora esto: un nuevo ataque y en la noche temprana.
![Los incendios que se desataron](https://www.infobae.com/resizer/v2/KTTJSJ32N5HDZBT3XHTTDWZFQU.jpg?auth=7793f6969485cb12f67f828bd2531cbf1b4c254c5efdcee3660351d76dc24925&smart=true&width=350&height=350&quality=85)
La primera oleada de bombarderos confundió a todos: los estallidos no parecían destructivos, más bien iluminaban el cielo y el suelo de la ciudad: eran bengalas de magnesio que caían, lentas, en paracaídas. El desastre llegó después. Cuatro horas antes de que sonara la primera alarma aérea en Dresde, a las cinco y veinte de la tarde, una flota de aviones Avro Lancaster había despegado de su base en Inglaterra para encarar un viaje de mil cien kilómetros hasta Dresde. La misión era localizar la ciudad e iluminarla con el lanzamiento de sus “árboles de Navidad”, que así llamaba la jerga guerrera alemana a las bengalas de magnesio. Los Avro Lancaster eran conocidos como “Pathfinder”. Poco después de los Avro, despegaron de la misma base una escuadrilla de De Havilland “Mosquitos”, un avión para todo cielo y misión al que los británicos llamaban “la maravilla de madera”. Los “Mosquitos” tenían la misión de identificar desde el aire los objetivos y marcarlos con bombas indicadoras que, al caer, emitían una poderosa luz roja a la que tenían que apuntar los artilleros de los bombarderos.
La tercera oleada de aviones partió del Reino Unido poco después de los De Havilland: eran doscientos cincuenta y cuatro Lancaster que conformaban la flota “Plate Rack”. Llevaban quinientas toneladas de explosivos y trescientas setenta y cinco de material incendiario, incluidas las famosas bombas “blockbuster”, capaces de destruir una manzana entera de edificios. El blanco principal se fijó en el estadio Heinz-Steyer Stadion, en Ostragehege, al noroeste del centro de Dresde. Los aliados habían planificado también que una segunda oleada de bombarderos cayera sobre Dresde tres horas después del primero de los ataques, para aniquilar así a los equipos de rescate y de bomberos que iban a combatir los estragos del primer bombardeo.
Los bombarderos británicos entraron al espacio aéreo francés cerca del río Somme, escenario de una sangrienta batalla en la Primera Guerra, y se adentraron en Alemania por el norte de la ciudad de Colonia. Una parte de la Plate Rack se separó del escuadrón para dirigirse a bombardear Böhlen, una ciudad que sería atacada junto con Magdeburgo, Bonn, Misburg y Núremberg en lo que fue planeado como una maniobra de distracción hacia los alemanes. El resto de la flota, excepto algunas naves que habían sufrido desperfectos y regresaban a Inglaterra, siguió su ruta hacia Dresde.
A las diez y tres minutos de la noche, los “árboles de Navidad” de los “Pathfinder” británicos iluminaron el centro de la ciudad y dos minutos más tarde, una decena de “Mosquitos” arrojó sus marcadores rojos sobre el estadio. Era un exceso de precisión. Los aliados habían ya decidido dejar caer sus bombas sobre Alemania con la técnica llamada “bombardeo alfombra”: consiste en dejar caer las cargas explosivas dos minutos antes de llegar al objetivo y cesar el bombardeo dos minutos después de haberlo sobrevolado.
![Los que no murieron calcinados,](https://www.infobae.com/resizer/v2/DCPQHIFO4FA2BG6GO5NUUOJLOY.jpg?auth=cac76f06abd152ebda9158ed6a0f26d69d82be857294971e123918c9971b4a56&smart=true&width=350&height=233&quality=85)
La primera bomba sobre Dresde cayó a las diez y catorce minutos de la noche. Ocho minutos después, todos los aviones habían lanzado todos sus explosivos al sudoeste del estadio y en un abanico que abarcaba la gran curva del río Elba, al oeste de la ciudad, la zona industrial de Ostragehege y la estación de trenes. Las bombas “blockbuster” habían destruido gran parte de la ciudad vieja, habían volado tejados, puertas y ventanas de las casas y originado una corriente de aire gigantesca que alimentó el fuego de las bombas incendiarias. En menos de veinte minutos, la ciudad vieja, Altsdat, estaba en ruinas.
A la una y cinco de la mañana del 14 de febrero, volvieron a sonar las alarmas en Dresde. Eran alarmas precarias, accionadas a mano porque la ciudad ya no tenía energía eléctrica, ni agua. Dieciocho minutos después, a la una y veintitrés, quinientos aviones británicos Lancaster lanzaron sus bombas sobre la ciudad que ardía. Hasta la una y cincuenta y cuatro cayeron sobre Dresde un total de mil quinientas toneladas de explosivos y bombas incendiarias: los artilleros estaban guiados ahora por el enorme incendio que había dejado el primero de los ataques. Muchas de esas bombas cayeron sobre los campos vecinos al río, donde la gente había ido a buscar refugio a cielo abierto.
Como estaba planeado por los aliados, la segunda oleada de ataques impidió que quienes combatían el incendio original siguieran con su trabajo. Los dos incendios se unieron en uno solo en lo que los testigos describieron como “una tormenta de fuego huracanada” que lo destruyó todo. Las altas temperaturas fundieron metales y derritieron vidrios. Un remolino enorme, creado por el consumo de oxígeno, arrastró hacia su interior lo que encontró a su paso, objetos y seres humanos. Los que no murieron calcinados, murieron asfixiados en sus refugios por los gases de la combustión, o por la carencia de oxígeno.
Al mediodía del 14 de febrero, con la ciudad devastada y miles de cadáveres en las calles, las fortalezas volantes de la Primera División del VIII Comando de Bombarderos de la Fuerza Aérea del Ejército (la Fuerza Aérea de Estados Unidos fue creada en 1947), volvieron a atacar a Dresde. Eran trescientos dieciséis B-17, escoltados por varios cientos de aviones caza, que lanzaron mil ochocientas bombas explosivas y ciento treinta y seis mil ochocientas incendiarias. De nuevo, los objetivos eran algunas industrias de armamento y la estación Friedrichstadt, que parecía intocable. El mal tiempo y el defectuoso funcionamiento de algunos radares, hicieron que varias de las bombas cayeran sobre zonas vecinas a la ciudad. El ataque duró catorce minutos.
![El nazismo publicó un panfleto](https://www.infobae.com/resizer/v2/DUPVXCHXGJD2ZKDRPKJ27W3VXY.jpg?auth=799d0f21fac50589858005f6733cfb434796e83f93258ebcdc5900bf22195bd1&smart=true&width=350&height=233&quality=85)
Al día siguiente, a las diez y cuarto de la mañana del 15 de febrero, cayó la Frauenkirche, la iglesia luterana de Nuestra Señora, que había ardido la noche anterior: recién sería reconstruida en 2005. Entre las once cincuenta y uno y las doce y diez del mediodía, otros doscientos once B-17 estadounidenses lanzaron cuatrocientos sesenta toneladas de bombas sobre Dresden y las ciudades de Meissen, al norte, y Pirna, al sur.
Lo que quedó de Dresde era desolación. El escritor Max Hastings cita el testimonio de Víctor Klemperer, un estudioso judío que tenía entonces sesenta y tres años y era uno de los pocos miembros de la comunidad judía que vivía aún en Dresde. Klemperer estaba espantado por lo que vio: “Caminábamos despacio. Los edificios sobre nuestras cabezas no eran más que esqueletos carbonizados. Cerca del río por donde circulaba o descansaba en el suelo mucha gente, sobresalía de la tierra removida un número incontable de los estuches rectangulares vacíos de las bombas incendiarias (…) De vez en cuando, tropezábamos con cadáveres dispersos por el suelo, transformados en poco más que un bulto de ropa. En una ocasión vimos en el suelo un brazo: la mano pálida y hermosa, semejaba una figura de cera de las que se veían en las vidrieras. Oleadas cada vez más numerosas pasaban por entre estos islotes, apartándose de los cadáveres y los vehículos destrozados: avanzaban en un sentido u otro del Elba, en agitada y silenciosa procesión”.
Cuando llegó a su fin el gigantesco raid aéreo, uno de los más largos de la historia sobre un mismo objetivo, en Dresde habían muerto una cantidad nunca cifrada con exactitud de entre veinticinco mil y treinta y cinco mil personas. La propaganda nazi, con Joseph Goebbels a la cabeza, calculó de inmediato, sin cifras oficiales ni evidencia alguna, que la cantidad de muertos era de doscientas mil personas, con la intención de acusar a los aliados de violar las convenciones de Ginebra y permitir así que Alemania hiciera lo mismo en el frente occidental, que se derrumbaba. El 25 de febrero, diez días después del último ataque aéreo sobre Dresde, el nazismo publicó un panfleto con las fotos de dos chicos calcinados y con el título: “Dresde – Masacre de refugiados”. Allí se aseguraba que los muertos eran doscientos mil.
Recién en 1993 fueron descubiertos en el Archivo Municipal de la ciudad unos documentos pertenecientes a la oficina que centralizaba la información sobre los cementerios locales. Las cifras, que revelan que se enterraron a 21.271 víctimas, se acercan al primero de los informes oficiales, elaborado el 2 de marzo de 1945 por el alto mando de la policía regional, que establecía 18.375 muertos, 2.212 heridos graves y 13.718 heridos leves. El informe aseguraba que el cincuenta por ciento de los cuerpos podían ser identificados y que el número total de muertos podía elevarse a veinticinco mil.
![Tras la caída del Tercer](https://www.infobae.com/resizer/v2/5JFMWM6O2NGIDPO7S4MSPCZ62A.jpg?auth=84b7407f4e7bc84af2bfc3270b44f49a81255255e9b16a79d748c2a46038874b&smart=true&width=350&height=233&quality=85)
Otro informe oficial descubierto en 1966 y fechado también el 2 de marzo, especificaba que, hasta ese día, se habían recuperado 20.204 cadáveres, incluyendo los 6.865 cuerpos que habían sido incinerados en la plaza del Altmark, la legendaria plaza del mercado de Dresde; pero no incluía los muertos hallados en los sótanos de sus casas o en los refugios subterráneos: la falta de mano de obra para enterrarlos había obligado a que los incineraran con lanzallamas en el sitio en el que habían muerto. El informe calculaba que la cantidad de muertos podía llegar entonces a veinticinco mil. Los documentos revelaban también que la propaganda nazi había agregado directamente un cero a todas las cifras oficiales.
En 2005, el ayuntamiento de Dresde decidió encargar a una comisión independiente, la ciudad cumplía ochocientos años, que determinara de la manera más fiable posible la cantidad de muertos en los bombardeos de febrero de 1945. Los primeros resultados se conocieron en 2008. La comisión estableció por primera vez la cantidad de habitantes que tenía Dresde cuando los ataques. Las cifras oficiales se habían visto aumentadas por el tránsito de tropas desde y hacia el frente, y por una enorme cantidad de refugiados que llegaban desde el Este, empujados por los rusos. Lo que ayudó mucho a la comisión para determinar, o aproximarse de la manera más fiable posible, la cantidad de habitantes de Dresde, fueron los documentos hallados en la que había sido la Oficina Municipal de Racionamiento. También se hicieron públicos los resultados de las excavaciones arqueológicas hechas en 1993, en la plaza del Mercado, la Altmark, que fue el centro de la gran tormenta de fuego cuando los bombardeos. Hallaron los restos de catorce personas, once de ellas víctimas de las bombas. La comisión desechó la posibilidad de que hubiese habido víctimas que se volatilizaran sin rastros, como sucedió en Hiroshima y Nagasaki cuando el estallido de las dos primeras bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos en agosto de 1945.
La comisión presentó en 2010 los resultados finales de su investigación. Afirmó que los muertos por los bombardeos de Dresde fueron entre dieciocho mil y veinticinco mil, aunque nuevos documentos elevaron luego esa suma a veintidós mil setecientas víctimas.
Si el bombardeo aliado a Dresde fue o no un crimen de guerra, es un debate abierto y sin acuerdo todavía. Sucede cuando se trata a los hechos del pasado con los parámetros morales de hoy. ¿Era Dresde un objetivo estratégico o militar, como aseguraron los aliados? ¿Quisieron Inglaterra y Estados Unidos dar un escarmiento a la Alemania nazi y a su empecinada resistencia? ¿Se trató de una represalia desproporcionada por los atroces crímenes que los nazis habían cometido en la Europa ocupada? ¿Fue en verdad un crimen de guerra?
![Churchill recién llegaba, la noche](https://www.infobae.com/resizer/v2/WE72EBSKTFHVDPYOTCORWYH3VY.jpg?auth=54ccdef65e6aed148b43b89e4f56b5127d1ea4e1422c7daf0486c3a47cef68de&smart=true&width=350&height=197&quality=85)
En 1945, Dresde era el tercer nudo ferroviario más importante del Reich. Era una ciudad que casi no había sido tocada por la guerra y sus vías tenían especial importancia militar. El ferrocarril unía también las principales industrias de la ciudad con el puerto de Alberthafen, uno de los más grandes de Alemania. Muchos de los trenes que llevaban a los deportados a los campos de exterminio y a las tropas al frente de batalla, pasaban por Dresde.
La Cámara de Industria y Comercio de Dresde publicó en 1941 un folleto en el que definía a la ciudad como “una de las principales zonas industriales del Reich”. Un informe oficial del alto mando del ejército alemán, citado por el historiador británico Frederick Taylor, enumera hasta ciento veintisiete fábricas y talleres de tamaño mediano a grande que abastecían de material al ejército alemán. Estados Unidos, a través de su Fuerza Aérea del Ejército, había detectado ciento diez fábricas y empresas que eran “un objetivo militar legítimo”. Entre cincuenta y setenta mil obreros trabajaban en la industria militar de la zona, en especial en los talleres aeronáuticos Dresde-Klotzsche.
Los documentos estatales de Dresde referidos a las fábricas de equipamiento militar, que usaban mano de obra esclava proveniente de los campos de concentración nazis, revelan que gran parte de la actividad industrial y económica de la ciudad se había reorientado: mencionan a cuarenta y cuatro entidades financieras, veintinueve fábricas de maquinaria pesada, trece empresas electrónicas, doce plantas de alimentos y seis dedicadas a la mecánica de precisión y a la óptica, habían reorientado su producción hacia el campo bélico. Taylor afirma que, entre 1939 y 1944, casi la totalidad de la actividad industrial de Dresde había virado hacia la armamentística.
Entre esas plantas y empresas figuraban: la industria química de Niedersedlitz incluyendo la Chemische Fabrik Goye & Co., que producía gas venenoso; la armería Lehmann, la industria óptica, especialmente la Zeiss-Ikon en el centro de la ciudad, la acería Kelle & Hildebrandt, la fábrica de transformadores y aparatos de rayos X Koch & Sterzel AG. Quienes afirman hoy que la destrucción de Dresde fue un crimen de guerra, una bandera de los grupos neonazis de Alemania, afirman que ninguna de esas industrias se vio afectada de lleno por las bombas y que, en cambio, la tormenta de explosivos y fuego terminó con un patrimonio cultural vital para Europa.
!["Soy de la opinión de](https://www.infobae.com/resizer/v2/GB6AUYFOBRFGFEZOUW3ATQPR6I.jpg?auth=3c95e0403664eb503f291187864826a5c4f3c9f2fc0c9f7eabf4d43fc14eecc8&smart=true&width=350&height=467&quality=85)
La destrucción de Dresde (entre paréntesis, Antonio Vivaldi escribió un espléndido Concierto para la Orquesta de Dresde, en sol menor, catálogo RV 577) no cayó del todo bien en Inglaterra, la nación que había decidido y llevado adelante el bombardeo. Max Hastings sostiene que a esa altura de la guerra, los ataques a las ciudades alamanes ya eran casi irrelevantes: la derrota alemana era un hecho. El bombardeo originó que, por primera vez, la población de los países aliados cuestionara las acciones militares destinadas a derrotar a los nazis. En Londres, cierta indignación con epicentro en grupos intelectuales y artísticos, creció luego de que la agencia de noticias Associated Press asegurara que los aliados habían pretendido aterrorizar a los alemanes.
El comentario fue desmentido por el comodoro del Aire Colin McKay Grierson, subdirector del Estado Mayor del Cuartel General Supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada. Grierson dijo que el objetivo había sido dañar las comunicaciones, evitar el transporte de municiones y frenar en lo posible todo movimiento desde y hacia Dresde. Y agregó también que el raid había ayudado a “destruir lo que queda de la moral alemana”. La AP insistió entonces con un artículo en el que aseguró que los aliados habían usado la táctica del “terror bombings”, que en términos bélicos recibía el piadoso nombre de “bombardeos estratégicos”. El 6 de marzo, Richard Stokes, un parlamentario laborista que había sido soldado británico, que se había opuesto a la Segunda Guerra con cierta simpatía hacia los argumentos usados por los alemanes para declararla, y ahora era un detractor de los bombardeos estratégicos, llevó su queja a la Cámara de los Comunes. La presión legislativa, las quejas hacia el poderío militar británico y, en especial, hacia el poderío militar de Estados Unidos, hicieron que el primer ministro Winston Churchill tomara distancia de los “terror bombings” y de la estrategia bélica del Reino Unido hacia Alemania en los últimos días de la guerra.
Churchill esquivó a Dresde. Cuando la noche del martes 13 de febrero el primero de los bombardeos británicos arrojó sus bombas sobre Dresde, el primer ministro llegaba recién de Yalta, donde había trazado el perfil del mundo de posguerra junto al presidente de Estados Unidos, Franklin Roosevelt, y al líder soviético José Stalin. Las minuciosas y ricas memorias de la Segunda Guerra que Churchill escribió años después, eluden casi referirse al bombardeo de Dresde: para esos días, todo fue Yalta para Churchill. Sin embargo, el 28 de marzo, un mes y medio después del ataque, envió un telegrama al general Hastings Ismay, que era su mano derecha en la guerra. Churchill lo había elegido ni bien asumió como primer ministro, en 1940, y lo convirtió en el enlace entre él y el Comité de Jefes de Estado Mayor de las fuerzas armadas. El telegrama de Churchill a Ismay llegaba, por extensión, a los más altos jefes de estado mayor de Gran Bretaña.
“Pienso que ha llegado el momento –decía Churchill– de replantearse la cuestión de bombardear las ciudades alemanas con el mero propósito de propagar el terror o bajo otros pretextos. De lo contrario, al final sólo controlaremos un país completamente arrasado (…) La destrucción de Dresde pone seriamente en entredicho la conducta de los Aliados en lo referente a bombardeos. Soy de la opinión de que los objetivos militares deben ser, de ahora en adelante, estudiados de forma más estricta atendiendo a nuestros propios intereses, no a los del enemigo. El Secretario de Exteriores me ha hablado de este tema y percibo la necesidad de una concentración más precisa en objetivos militares, tales como combustible y comunicaciones en la retaguardia de la zona donde se esté combatiendo, en lugar de meros actos de terror y de destrucción gratuita, por impresionantes que éstos puedan parecer”.
!["Para mí, personalmente, todas las](https://www.infobae.com/resizer/v2/YOHFP7BS5ZEB5BBYZRAZCDL2DA.jpg?auth=cdb9bd93236e31c7cac3ade67584afc1b712e6f40a4c116b352a366c09c513ba&smart=true&width=350&height=197&quality=85)
Churchill ponía el ojo en que la destrucción de zonas residenciales era contraria a los intereses de la Gran Bretaña de posguerra. Pero tenía un doloroso grano en su retaguardia. Era Arthur Harris, mariscal de la Real Fuerza Aérea, responsable de cada bomba lanzada por cada avión británico. Había planificado, autorizado y supervisado el ataque a Dresde con el que hacía honor a sus dos apodos de guerra: para afuera, la RAF llamaba a Harris “Bomber”, el bombardero. Para la interna de la fuerza, aquella a la que tantos debían tanto a tan pocos, Harris era “The Butcher”, el carnicero. El mariscal tuvo a bien enviar un escrito al ministerio británico del Aire que si bien no era una respuesta a la piadosa reflexión de Churchill sobre las futuras acciones de guerra, era muy fácil deducir que sí era una respuesta, al menos era una explicación del ataque a Dresde.
El texto de “el carnicero” Harris decía: “Los ataques sobre ciudades, como cualquier otro acto de guerra, son intolerables a no ser que tengan justificación estratégica. Pero son estratégicamente justificables en tanto y en cuanto ayudan a acortar la guerra y salvar vidas de soldados aliados (…) Para mí, personalmente, todas las ciudades alemanas que quedan no valen lo que los huesos de un solo granadero británico (…) Dresde era una aglomeración de fábricas de munición, un centro administrativo intacto y un nudo de comunicaciones básico para el transporte hacia el Este. Ahora ya no es nada de eso”.
En el reparto de Europa que fue diseñado en Yalta, Dresde quedó en la zona de ocupación soviética y se integró a la RDA (República Democrática Alemana, que era la Alemania comunista). Una división de tanques rusos tuvo asiento permanente en aquellos escombros. La reconstrucción llevó mucho tiempo, en especial en las áreas históricas de la ciudad vieja, la Altstadt; también llevó mucho tiempo, y a pedido de los pobladores, salvar de la demolición los sectores no muy afectados de la ciudad nueva (Neustadt). Lo que se edificó tuvo el dudoso gusto de la arquitectura socialista soviética. Grandes edificios de hormigón y numerosos barrios de viviendas prefabricadas: era lo que había. Según su tradición, Dresde fue bajo el comunismo el mayor centro industrial de Alemania oriental y un núcleo importante de centros de investigación técnica y científica.
La reunificación de Alemania luego de la caída del Muro de Berlín en 1989, hizo que Dresde recuperara su condición de capital del estado de Sajonia, se integrara a la República Federal de Alemania y a la Unión Europea. En esos años, varios edificios antiguos, históricos y enclenques fueron derribados y otros fueron reconstruidos. De entre sus escombros, Dresde recuperó su condición de capital mundial, una de ellas, de la cultura y el arte: alberga a sesenta museos, treinta y cinco teatros y una famosa Escuela de Bellas Artes; exhibe a menudo sus valiosas colecciones pictóricas y sostiene a varias famosas orquestas. Muchas de las partituras que Antonio Vivaldi escribió para Dresde, se perdieron en el fuego y las cenizas del bombardeo de 1945. Quedó lo que quedó: cuando suena una nota, las bombas callan. Eso dice Dresde, después de tanto espanto.
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