Las mil caras de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky: de combatiente en la Guerra Civil Española a inspector de cárceles en Cuba

Nacido en Barcelona el 7 de febrero de 1973, Jaime Ramón Mercader dejó de lado las comodidades que le ofrecía su acaudalado padre para seguir la militancia comunista de su madre, que lo incorporó al servicio secreto soviético y lo convenció para que matara al líder revolucionario exiliado en México

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Ramón Mercader, que se hizo
Ramón Mercader, que se hizo llamar Jacques Mornard y Frank Jackson y fue el asesino de León Trotsky, aparece pensativo en el tejado de una comisaría de policía en Ciudad de México, el 27 de agosto de 1940 (AP)

“Los hechos de este relato son completamente imaginarios. Además, cualquier coincidencia con la realidad no sólo sería fortuita, sino verdaderamente escandalosa”, escribió el español Jorge Semprún en la advertencia inicial de su novela La segunda muerte de Ramón Mercader. El libro del ex ministro de Cultura español, un comunista desencantado, es ficción pura, una atrapante historia de espías en plena Guerra Fría, pero en su trasfondo se puede leer la visión del escritor sobre lo que considera el fracaso del sistema soviético. El Ramón Mercader de Semprún es también un personaje inventado, pero su nombre no fue elegido al azar, sino que es la invitación a una posible lectura de la novela. Porque Ramón Mercader, el de carne y hueso, fue un personaje casi imposible de descifrar que cometió uno de los crímenes políticos más impactantes del siglo XX: el asesinato de León Trotsky en su exilio mexicano. Por eso la advertencia inicial de Semprún, porque la vida de del verdadero Ramón Mercader puede leerse como una novela que, al coincidir con la realidad, desata un escándalo.

Jaime Ramón Mercader del Río nació en Barcelona el 7 de febrero de 1913 en el seno de una familia de la alta burguesía catalana tan acaudalada como disfuncional y a lo largo de su vida fue combatiente de las fuerzas republicanas durante la Guerra Civil Española, militante comunista, agente del servicio de seguridad soviético NKVD -antecesor de la KGB-, espía traicionado y luego reconocido como héroe de la Unión Soviética para terminar sus días como inspector de cárceles en la Cuba de Fidel Castro.

A Caridad y a su
A Caridad y a su segundo hijo, Ramón, les encomendaron una misión ordenada personalmente por el líder de la Unión Soviética, José Stalin: acabar con la vida de su acérrimo enemigo, León Trotsky, exiliado en México

La marca de Caridad

Es imposible abordar los recorridos del asesino de Trotsky durante su vida si se deja de lado la influencia determinante que tuvo sobre él su madre. Ramón fue el segundo hijo del matrimonio del empresario textil Pablo Mercader Marina y la cubano-española Caridad del Río Hernández. Su padre, Ramón del Río, un hombre acaudalado, era propietario de un castillo en San Miguel de los Aros, en Cantabria, pero al nacer Caridad estaba en Santiago de Cuba como gobernador de la isla, que todavía estaba bajo el dominio español. La familia regresó poco después a Europa, donde Caridad estudió en los colegios del Sagrado Corazón de Jesús de Barcelona, París y Brighton, por lo que hablaba catalán, castellano, francés e inglés con fluidez. Cuando se instaló con la familia en Barcelona tenía 18 años y era una joven atractiva y culta lista para convertirse en una dama de sociedad luego del conveniente e inevitable matrimonio para el que la habían preparado. Un artículo social la describió como “una hermosa adolescente de rostro redondo y facciones agradables con una mirada dulce, de unos ojos verdes que son el rasgo más distintivo de su fisonomía”.

A fines de 1910 se casó con Pablo Mercader y la boda casamiento fue una de las noticias sociales del año, porque unía a dos familias acaudaladas y a dos jóvenes que brillaban en los salones y se movían con soltura en los compromisos de su clase. Las revistas publicaban fotos de la pareja en fiestas y también en actividades al aire libre, como la equitación. Caridad se jactaba de ser la primera mujer de España en montar un caballo a horcajadas. Entre 1911 y 1923, la pareja tuvo cinco hijos: Jorge, Ramón, Montserrat, Pablo y Luis.

Parecían la perfecta familia de la alta sociedad, pero detrás de esa imagen se escondía otra realidad. A la luz del día, la pareja y sus hijos iban a misa, pero por las noches Pablo llevaba a Caridad a los prostíbulos más exclusivos de la ciudad para cumplir con sus obsesiones sexuales. Una de ellas era espiar a través de una mirilla cuando los clientes se acostaban con las prostitutas. Caridad se hartó de esa doble moral y a los 31 años inició una relación amorosa clandestina con el aviador francés Louis Delrio -de quien se sospecha que fue el verdadero padre de su quinto hijo- y, se unió al grupo anarquista que su amante integraba. Con ellos, una noche atacó con bombas incendiarias la fábrica textil de la familia de su marido. Alarmados por la “extraña conducta” de Caridad, sus hermanos y su esposo tomaron una decisión drástica. Una noche le pusieron un chaleco de fuerza y la internaron en el psiquiátrico Nuevo Belén de Sant Gervasi, donde fue sometida a interminables sesiones de duchas de agua fría y electroshock para “curarla de sus locuras”. Con semejantes tratamientos, pudo haber enloquecido de verdad sin no la hubiese rescatado un comando anarquista que tomó el psiquiátrico y se la llevó.

Liberada, Caridad se separó de Pablo, rompió con su familia de origen, tomó a sus cinco hijos y se fue a vivir a la ciudad francesa de Landas con Delrio, con quien convivió hasta 1928. En París comenzó a militar en el Partido Socialista Francés y entró en contacto con la inteligencia soviética a través de Leonid Eitintong, cuyo nombre en clave era “Kotov”, un hombre del servicio de operaciones especiales de la NKDV. Para principios de 1930, cumplía misiones como correo de la III Internacional Comunista. Regresó a Barcelona en 1935 y se unió al Partido Comunista de Cataluña y participó también en la fundación del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), donde se encargó de la prensa. En eso estaba en julio de 1936, cuando franco se sublevó contra el gobierno de la República Española.

Convertida en una consumada militante, participó en la formación de las primeras milicias catalanas que se dirigieron hacia el frente de Aragón dirigidas por Enrique Pérez Farrás y Buenaventura Durruti, quienes la pusieron al mando de una de ellas, que pronto fue conocida como “la columna de Caridad Mercader”. En ella estaban sus dos hijos mayores, Jorge y Ramón, la novia de Ramón, Lena Imbert, y África de las Heras, quien años más tarde sería la organizadora de una red de espías de la Unión Soviética en Latinoamérica.

Ramón Mercader recibe tratamiento en
Ramón Mercader recibe tratamiento en el Hospital Cruz Verde de México, el 23 de agosto de 1940. Mercader, tras cometer el atentado, fue golpeado con las culatas de sus armas por los guardaespaldas de Trotski (AP)

Ramón, el comunista

Cuando Caridad volvió a Barcelona, Ramón llevaba ya cuatro años en España. Había vuelto en 1931, al cumplir 18 años. Allí se unió al Partido Comunista de Cataluña (PCC), la minúscula rama catalana del Partido Comunista Español, al tiempo que hacía el servicio militar. Al terminar quiso hacer carrera en el ejército, pero fue rechazado por su militancia en el comunismo. Según su hermano Luis, por entonces era “un hombre muy inteligente, enérgico y decidido. Esbelto, alto y muy simpático; vestía siempre con elegancia. Hacía gimnasia y doblaba una moneda de cobre de diez céntimos con tres dedos”. También tenía fama de mujeriego.

En junio de 1935 Ramón fue detenido en Barcelona junto con otros diecisiete militantes comunistas, cuando participaba en la reunión de una célula que, camuflada de una peña literaria, se reunía en el Barrio Chino. Estuvo preso en una cárcel de Valencia hasta que fue liberado en febrero de 1936, después de la victoria electoral del Frente Popular. Hay una foto de esos días que lo muestra a la cabeza de una manifestación comunista, celebrando la victoria.

Cuando se inició la rebelión de Franco se alistó en las tropas republicanas y terminó combatiendo en la columna que capitaneaba su madre. Los dos fueron heridos casi al mismo tiempo e internados en un hospital de Lerida. Ni Ramón ni Caridad volverían al frente porque ella lo convenció de unirse a los servicios secretos soviéticos. “(En abril de 1937) me enteré de que mi madre estaba relacionada con los soviéticos. Después comprendí que mi hermano Ramón también estaba relacionado con ellos”, contó su hermano Luis.

Hay un diálogo que muestra la influencia que ejercía Caridad sobre su hijo. Ocurrió después de que Ramón recibiera entrenamiento como espía, cuando se reencontraron en un lugar de Europa que Luis -quien relató la conversación- nunca reveló.

-Terminada la guerra quiero quedarme a vivir en España – le dijo Ramón a su madre.

-Tu no eliges. Ninguno de nosotros elige. Sólo hacemos lo que decide el partido – le respondió Caridad.

-Me niego – insistió el hijo.

-Métete esto en la cabeza de una puta vez. No piensas, solo obedeces. No actúas por tu cuenta, sólo ejecutas. No decides, solo cumples. Mi voz es la del camarada Stalin, y Stalin piensa por todos nosotros.

Ramón Mercader en el patio
Ramón Mercader en el patio de su celda en la prisión donde ha pasado diez años, la mitad de su condena. Ciudad de México, 16 de julio de 1950. El misterioso prisionero no había posado voluntariamente para una fotografía desde que fue sentenciado. Pagaba por una celda privada a través de su abogado y no mostraba signos de querer abandonar la prisión (AP)

La metamorfosis

A fines de 1939, Ramón recibió el encargo que lo hizo tristemente célebre: asesinar a León Trotsky, exiliado en México. La NKVD tenía dos planes elaborados para hacerlo. Uno a cargo de un grupo armado de comunistas mexicanos y soviéticos; el otro -una suerte de plan B- la acción de un infiltrado en el entorno del acérrimo enemigo de Stalin.

El primer atentado fracasó. El 24 de mayo de 1940 un comando al mando del pintor y comunista mexicano David Alfaro Siqueiros cortó la luz y las líneas telefónicas del refugio de Trotsky y entró a mano armada en el refugio del fundador de la Cuarta Internacional en Coyoacán. Los hombres se dirigieron al dormitorio de Trotsky y su mujer, Natalia, desde las ventanas dispararon con ametralladoras Thompson, lanzaron bombas molotov y dejaron un paquete de dinamita que no explotó. Huyeron del lugar sin saber que sus blancos habían sobrevivido.

“Hasta ese momento parecía evidente que no sería necesaria la intervención de Ramón Mercader. Estaba planeada una operación que se creía era imposible que fracasara: un atentado dirigido por Siqueiros al frente de un comando armado hasta las cejas. Y eso sucedió: asaltaron la casa de Trotsky y la dejaron como un colador. Pero a nadie se le ocurrió comprobar si le habían dado a Trotsky o no. Cuando fracasa ese atentado, el director de la operación, Leonid Eitingon, gran amigo de Caridad y de Ramón, tiene que dar cuentas a Stalin. Ante la desesperación de Eitingon, Ramón dice: ‘No te preocupes, lo hago yo’. Esa decisión no es de Caridad ni de Stalin. En el último momento, la decisión de intervenir es del propio Ramón Mercader”, relata el biógrafo de Caridad, Gregorio Luri.

Para entonces, Ramón Mercader había sido objeto de una metamorfosis ideada por los servicios secretos soviéticos para que asumiera otra personalidad y pudiera introducirse en el círculo íntimo de Trotsky. La transformación había empezado en París, donde se convirtió, con documentos falsos, en Jacques Mornard, nacido en Bélgica, hijo de un diplomático, educado por los jesuitas, y también un consumado seductor. Vestía con sombreros y trajes caros, tenía un departamento y un lujosos, fumaba habanos cubanos. Todo eso bajo la supervisión de su madre, que al separarse de él le dijo: “Ramón Mercader murió. Y cuidado: de esto no se sale”.

En México consiguió infiltrarse en el círculo de Trotsky seduciendo a una de sus secretarias, Sylvia Ageloff. Mercader ya no es el belga Mornard sino el norteamericano Frank Jackson, un rico exportador.

Un policía mexicano sostiene el
Un policía mexicano sostiene el pico de alpinista usado por Ramón Mercader para herir mortalmente a Trotsky. Mercader, también conocido como Jacques Mornard y Frank Jackson, era considerado un “amigo de la familia” por Trostky (AP)

El asesinato de Trosky

El líder revolucionario y Marina, su mujer, comienzan a recibir a Jackson-Mercader en su casa, siempre acompañado por Sylvia. Suelen tomar el té en el jardín, donde conversan sobre diferentes temas políticos. Uno de esos días, el infiltrado le dice a Trotsky que está escribiendo un artículo y le pide que lo lea para darle su opinión.

El asesino ya ha elegido su arma mortal, un pico de alpinista con el que destrozará la cabeza de su víctima. Dos días antes del día elegido para cometer el crimen Jackson-Mercader le lleva a Trotsky el borrador de su artículo y éste le dice que lo acompañe a su escritorio donde va a leerlo. Mientras Trotsky lee y corrige, Ramón camina a su alrededor, midiendo la distancia para el golpe, y de a ratos se sienta en el borde del escritorio. Esa actitud sorprende al líder exiliado. “Qué extraño, Natalia. Ese hombre caminó a mis espaldas y se sentó, confianzudo, en un lugar inadecuado. Eso no es digno de un hombre bien educado. Pero volverá. Le he dicho que su artículo es confuso, y que lo rehaga a máquina, porque no entiendo muy bien su letra”, le dice después a su mujer.

Jackson-Mercader vuelve a la casa de Trotsky el 20 de agosto, con el artículo terminado. Viste saco, chaleco y un impermeable debajo del cual esconde el pico de alpinista. Van nuevamente al escritorio y cuando el líder exiliado se sienta a leer el texto, el asesino descarga el pico sobre su cabeza, una y otra vez. Trotsky no muere de inmediato y alcanza a gritar, lo que alerta a los guardias de la casa y reducen a Mercader antes de que pueda sacar su pistola. León Trotsky agonizará hasta el día siguiente, 21 de agosto.

Caridad y su jefe en la inteligencia soviética, Leonid Eitingon, que esperaban afuera en un auto, vieron que las cosas no habían salido como las habían programado cuando sintieron un gran revuelo alrededor de la casa. Por eso, abandonaron a Ramón, escaparon del lugar y poco después salieron clandestinamente de México.

Ramón Mercader en un avión
Ramón Mercader en un avión de las líneas aéreas cubanas en México, el 8 de mayo de 1960. En el lado izquierdo de la foto le acompañan el agregado de la embajada de Checoslovaquia en México, Olldrich Novicki y el abogado de Mercader, Eduardo Cisneros. Mercader había sido liberado tres meses antes de prisión, tras cumplir 20 años de sentencia (AP)

Fiel hasta el final

Detenido y entregado a la policía, Ramón Mercader resistió a los interrogatorios en los que no faltaron las torturas. “Me llamo Jacques Mornard, nací en Bélgica, soy comerciante… Me llamo Jacques Mornard…”, repite una y otra vez. Ha vuelto a su anterior identidad, pero nunca revelará la verdadera para evitar que lo relacionen con la Unión Soviética. Nunca supo que, si lograba escapar, sus propios camaradas lo harían desaparecer para no dejar cabos sueltos.

Mercader fue condenado a 20 años de cárcel. A fines de 1943, los servicios secretos soviéticos pusieron en marcha un plan para que huyera durante una de sus salidas de la cárcel para declarar en el juzgado. Un comando sometería a los custodios del traslado y se lo llevarían en un auto hasta una casa segura hasta el momento en que pudieran sacarlo del país. El plan fracasó, tanto por problemas entre los agentes soviéticos con los mexicanos que debían darles apoyo como por la inesperada aparición en escena de Caridad Mercader, que comenzó a hacer gestiones ante el gobierno mexicano para que liberaran a su hijo. Lo único que logró fue que reforzaran la custodia en sus traslados.

Recién en 1953, la justicia de México descubrió que Jacques Mornard era Ramón Mercader. Ya con ese nombre, fue liberado el 6 de mayo de 1960, al cumplir completa la condena. Repatriado a la Unión Soviética, se radicó en Moscú, donde se incorporó a la KGB con el grado de coronel. También fue distinguido como “Héroe de la Unión Soviética” en una ceremonia secreta. Pasó sus últimos años viviendo entre Moscú y La Habana, donde trabajó como inspector de cárceles.

El asesino de Trotsky murió de cáncer en la capital cubana en 1978. Por esos días corrió el rumor de que la enfermedad había sido provocada por un reloj, regalo del KGB, contaminado de polonio radioactivo para eliminar la posibilidad de que revelara información secreta. Sus restos fueron trasladados a Moscú, donde fueron enterrados en el cementeriode Kúntsevo, reservado a Héroes de la Unión Soviética, bajo el nombre falso de Ramón Ivánovich López.

No se sabe si Ramón Mercader llegó a leer la novela de publicada en 1969 donde un espía de ficción lleva su nombre. Cuando conoció la noticia de su muerte, Jorge Semprún, el autor de La segunda muerte de Ramón Mercader, resumió en pocas palabras la vida del hombre de carne y hueso cuya identidad había tomado para el personaje: “Una parábola admirable de una vida militante, ¿no es cierto? Desde las batallas de la Guerra Civil Española, pasando por la inspección de las celdas de aislamiento en las cárceles de Fidel Castro, hasta los apestosos secretos del aparato de seguridad ruso: toda una vida de lealtad”, describió con evidente ironía.

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