De Versalles a la guillotina: las cinco horas en las que Luis XVI se preparó para que lo matara la Revolución Francesa

Su cabeza fue exhibida ante 80.000 personas al grito de “¡Viva la República!”. Meses después, sería ejecutada su esposa, María Antonieta. Fueron los tiempos más radicales en contra de la monarquía

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Luis XVI se enteró de
Luis XVI se enteró de su ejecución en la guillotina apenas un día antes de que ocurriera. Pidió una postergación de tres día para "prepararse para morir" pero se la negaron

El 21 de enero de 1793, Luis XVI se despertó a las cinco de la mañana. Faltaban 5 horas y 22 minutos para que la guillotina de la Plaza de la Revolución le separara la cabeza del cuerpo.

El día de su ejecución, el destronado rey de Francia amaneció encarcelado en la prisión del Temple. Estaba allí desde el 10 de agosto de 1792, cuando la Revolución Francesa que había empezado en 1789 estaba en plena insurrección y avanzó en el derrocamiento no sólo de Luis XVI sino, en su figura, de la monarquía absoluta que llevaba siglos ejerciendo el poder.

El Antiguo Régimen ya no representaba a una enorme mayoría de la población francesa, desde la burguesía creciente, cada vez más anticlerical, hasta los sans culotte, trabajadores de clase baja que se convertirían en actores centrales de la Revolución. En ese contexto de derrumbe, la personalidad de Luis XVI no ayudaba: se había convertido en una especie de marioneta del grupo de cortesanos más frívolo de su entorno, y los asuntos de Estado se postergaban continuamente. Ese fue el escenario en el que las autoridades revolucionarias debatieron qué hacer con el destino de Luis XVI y también con su reina consorte, la célebre María Antonieta.

El 13 de noviembre de 1792, en una de las tantas sesiones de la Asamblea Revolucionaria, el diputado Morrison resumía las acusaciones contra el monarca: “Ha traicionado a la patria; se ha hecho culpable de la perfidia más horrible; ha perjurado diversas veces; había formado el proyecto de someternos bajo el yugo del despotismo; ha levantado contra nosotros una parte de Europa (...) ha hecho pasar el dinero de Francia a los enemigos que se habían armado y colgado contra ella; ha hecho degollar a millares de ciudadanos, quienes no habían cometido otro crimen, desde su punto de vista, que querer la libertad y a su patria”.

Europa unida para salvar al rey

La Revolución Francesa no sólo impactó en el territorio de ese país. La preocupación de otros monarcas por ese movimiento antimonárquico que crecía sin parar no tardó en aparecer: temían un efecto contagio en sus naciones. Por eso las coronas de Austria y Prusia enviaron a sus milicias para que avanzaran sobre las fronteras francesas y se acercaban a París mientras hacían llegar su amenaza de ponerle fin a la insurrección. Pero, en plena radicalización revolucionaria, esos acercamientos que eran un intento de ayuda por parte de otros monarcas fue una carta que la Asamblea jugó a su favor.

Luis XVI nació en el
Luis XVI nació en el Palacio de Versalles. Los revolucionarios lo acusaban de rodearse de los cortesanos más frívolos de su entorno

El 20 de noviembre de 1792, el ministro del Interior de la Revolución reveló documentos del rey que se habían encontrado en un armario escondido en las Tullerías. Los papeles servían para probar que Luis XVI había sostenido pagos a través del presupuesto estatal a una considerable cantidad de partidarios de la monarquía que habían huido al extranjero y que estaban unidos para intentar recuperar el poder a través de ejércitos de otras naciones. El camino hacia la guillotina se allanaba.

El juicio que selló la suerte de Luis XVI

Costó que los revolucionarios de la Asamblea se pusieran de acuerdo sobre cuál debía ser el destino del monarca. Los girondinos, partidarios de cierta moderación, eran reticentes a juzgar al rey. No porque lo creyeran inocente, sino porque temían que la Revolución se radicalizara aún más y los más feroces acumularan todavía más poder.

Esos “feroces” eran los jacobinos, cuyo máximo exponente era Maximilien Robespierre, el ícono de lo más sangriento y controvertido de la Revolución Francesa. Ellos eran los que pregonaban que el rey debía ser juzgado por ser “enemigo del pueblo francés por haber roto el contrato social”. “El tribunal que debe juzgar a Luis es el pueblo”, decían los jacobinos en la Asamblea.

Finalmente, se decidió votar cuál sería el destino del monarca derrocado. 366 diputados votaron por la muerte inmediata; 26 también votaron la pena de muerte, pero con un pedido de prórroga de la ejecución -período en el que Luis XVI podría apelar el proceso-. A la vez, 344 funcionarios de la revolución votaron alguna opción entre sostener la detención, alargarla hasta cadena perpetua, o una muerte condicional sujeta a próximas votaciones y al comportamiento del monarca caído.

“Señor rey, vamos a matarlo”

Fue Dominique-Joseph Garat, el ministro de Justicia de la Revolución, junto al diputado Charles François Lebrun, quien le informó a Luis XVI que la Asamblea había decidido ejecutarlo. Ambos funcionarios fueron en persona a la prisión del Temple el 20 de enero, el día anterior a que se cumpliera la pena, y le comunicaron la decisión, irreversible.

María Antonieta había nacido en
María Antonieta había nacido en Austria y a los 14 años se casó con el entonces futuro rey de Francia

El rey, contaría después Garat, escuchó con serenidad y mantuvo esa templanza al hacer las tres peticiones que expresó enseguida a los enviados de la Asamblea. La primera, que la ejecución se retrasara tres días para “prepararse para morir”. La segunda, que lo dejaran ver a su familia sin testigos. Y la tercera, que pudiera confesarlo Henry Essex Edgeworth de Firmont, un cura que se había negado a jurar la legislación que la Revolución le había impuesto a la Iglesia. Edgeworth había sido confesor de Madame Elisabeth, la hermana de Luis XVI.

Los revolucionarios le dijeron que sí al cura confesor y al encuentro familiar, y que no a la postergación de su ejecución. Pero, a última hora de ese domingo y después de una primera conversación con el sacerdote, el monarca decidió renunciar a esa última entrevista con María Antonieta. Consideró que sería una despedida demasiado dolorosa. A cambio de esa renuncia, intentó un pedido: cortarse él mismo el pelo de la nuca. Le dijeron que no.

Las cinco horas previas al cadalso

El 21 de enero de 1793, hace exactamente 232 años, Luis XVI se despertó a las 5 de la mañana. Su valet, Jean-Baptiste Cléry, lo ayudó a vestirse. Se puso un chaleco blanco, pantalones de seda grises y medias de ese mismo color.

Edgeworth, el cura con el que él había pedido reunirse, escuchó su última confesión. Luis XVI asistió a una última misa, preparada especialmente para él, y recibió la comunión. A las 7 de la mañana dio sus últimas instrucciones al sacerdote: que su anillo con el sello real fuera entregado a su padre, y que el anillo de bodas lo recibiera María Antonieta.

En un patio de la prisión del Temple, un carruaje pintado de verde esperaba para llevar al condenado a la Plaza de la Revolución, que hoy es la Place de la Concorde, en el corazón de París. Edgeworth acompañó al rey al carruaje y, sentados frente a dos militares revolucionarios, esperaron juntos a que se hicieran las 9 de la mañana, hora de partir hacia el centro de la ciudad. Y hacia la muerte.

Lo que hoy es la
Lo que hoy es la Place de la Concorde era la Plaza de la Revolución a fines del siglo XVIII. Allí se ejecutó al monarca. REUTERS/Benoit Tessier/File Photo

El carruaje tardó algo una hora en llegar a su destino. A lo largo de todo el camino, un grupo de tambores acompañó el viaje final del monarca con un objetivo estratégico: que el ruido de esa percusión tapara cualquier muestra de apoyo hacia el rey. En la Plaza esperaban unas 80.000 personas, entre soldados de la Revolución, funcionarios de la Asamblea y sans culottes.

En el trayecto, había incluso algunos pocos partidarios de la monarquía que habían pergeñado un plan que permitiría a Luis XVI escapar de la pena capital. Pero aunque el barón de Batz había conseguido el “sí” de unos 300 “realistas”, se presentaron unos pocos para llevar adelante la fuga, ya que los revolucionarios habían detectado la conspiración y los habían amenazado.

A las 10 de la mañana el carruaje llegó a la plaza y se dirigió a la zona en la que se había instalado el cadalso. Alrededor, había miles de personas armadas con ballestas y picos. Y con toda su rabia dirigida al Antiguo Régimen.

Rumbo a la muerte

Luis XVI bajó del carruaje con la misma serenidad con la que había escuchado que lo iban a ejecutar. Se negó a que le ataran las manos, pero cuando su verdugo lo llamó “señor” y le ofreció renunciar al uso de una soga y reemplazarla por el pañuelo que el monarca llevaba consigo, finalmente aceptó. Le cortaron el pelo que no le habían dejado cortarse solo y le retiraron el cuello de la camisa. Lo siguiente fue hacerlo subir al cadalso.

El rey caminó con serenidad y firmeza, e intentó hablarle a la multitud, pero los tambores volvieron a enmudecer sus palabras. De un empujón, lo tumbaron sobre la plancha de madera de la guillotina, ese instrumento mortal que el doctor Guillotin, diputado de la Revolución, había propuesto para castigar a los disidentes y para hacerlo de una manera que lograra amedrentar a cualquiera que quisiera seguir ese camino.

Charles Henri Sanson fue el
Charles Henri Sanson fue el verdugo del rey (Ilustración Wikipedia)

Eran cuatro los encargados de la ejecución. Dos se ocuparon directamente de la guillotina, uno permaneció en la escalera custodiando que nada interrumpiera el proceso -y que el monarca no intentara interrumpirlo-, y el cuarto esperó en el carro que trasladaría el cadáver del rey al cementerio de la Iglesia de la Magdalena.

El verdugo principal cerró el cepo que aseguraría que la cabeza de Luis XVI quedara fija para el corte. Justo antes de que lo ejecutaran, según contaría después su confesor, el rey dijo: “Muero inocente de todos los crímenes atribuidos a mi cargo; perdono a los que han ocasionado y muerte; y rezo a Dios para que la sangre que van a derramar nunca caiga sobre Francia”. La cuchilla cayó a las 10:22 y el corte no fue en el cuello, sino a la altura de la mandíbula. El verdugo agarró la cabeza del rey, la exhibió a la plaza y gritó “¡Viva la República!”. Sonaron disparos de la artillería, y con ese estruendo la familia real se enteró de que Luis XVI estaba muerto. La Revolución antimonárquica había llegado a su clímax.

Luis XVI y María Antonieta, dos reyes sin tumba

El cuerpo del rey fue trasladado a la Iglesia de la Magdalena apenas después de que la guillotina lo degollara. La ley revolucionaria prohibía que sus restos fueran enterrados junto a los de su padre. Dos sacerdotes fieles a la Revolución celebraron un breve servicio religioso al momento del entierro en esa iglesia que sería demolida apenas seis años después. Lo tiraron a un pozo con cal y tierra, y colocaron su cabeza sobre sus pies. Cerca suyo, unos meses después, enterrarían a María Antonieta.

En 1815, en medio de una restauración monárquica, el Estado llevó a cabo la búsqueda de los restos de ambos monarcas para exhumarlos y enterrarlos en la Basílica de Saint-Denis. El rey XVIII había previsto allí un monumento funerario para honrar a ambos, pero aunque el monumento está allí, no lograron identificar los cuerpos porque allí habían sido enterradas cientos de personas ejecutadas por la Revolución.

Hoy el lugar en el que fueron enterrados los cuerpos se llama plaza Luis XVI. Así fue bautizada en 1826 por el rey Carlos X. El altar de la iglesia se conserva en el punto exacto en el que fueron enterrados Luis XVI y María Antonieta. Es un recordatorio de los tiempos convulsos que cambiaron la historia de Occidente para siempre.

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