Luciano Re Cecconi tiene motivos para estar contento la tarde del martes 18 de enero de 1977. El médico de la Lazio, Renato Ziaco, le acaba de informar que la lesión de la rodilla izquierda que lo ha tenido alejado varias fechas del campo de juego ya es cosa del pasado y que podrá jugar el próximo domingo. Por eso no le molestan ni el frío ni la lluvia mientras camina por las calles de Roma con su compañero de equipo Pietro Ghedin, y un amigo en común, el perfumista Giorgio Fraticcioli. Son las 8 de la noche cuando llegan a la via Francesco Saverio Nitti, donde tiene una joyería otro amigo, Bruno Tabocchini. Como la lluvia arrecia, Re Cecconi y sus amigos caminan pegados a las paredes, con los cuellos de los sacos levantados. Casi no se les ven las caras, pero la melena rubia de Re Cecconi es inconfundible, no por nada los hinchas de la Lazio y los periodistas deportivos lo llaman L’Angelo Biondo (El ángel rubio).
Luciano es el primero en entrar a la joyería, con el pelo rubio mojado y las solapas del saco todavía levantadas. Tal vez porque está contento de volver a jugar, decide hacerle una broma al joyero que está de espaldas.
-¡Arriba las manos, esto es un asalto! – le dice.
Cuando Tabocchini se da vuelta tiene una Walther 7,65 empuñada en la mano derecha con la que dispara un solo balazo que impacta en el pecho del futbolista. Re Cecconi cae y sus amigos se inclinan sobre él para socorrerlo. No han escuchado la frase que le dijo al joyero, pero ahora lo escuchan decir en voz muy baja: “Era una broma…”.
La bala le había entrado por el esternón, resbalado por la espina dorsal y lacerado la aorta. Murió media hora después. L’Angelo Biondo tenía 28 años y dejaba una mujer embarazada de una niña y un hijo de dos años.
Juicio relámpago
Para 1977, Roma se había convertido en una ciudad violenta, donde actuaban tanto las izquierdistas Brigadas Rojas como múltiples grupos de ultraderecha. La violencia política no era la única, porque también actúan pandillas dedicadas al robo o simplemente a provocar el caos y atemorizar al resto de los romanos.
“Nadie está seguro en Roma. Las caras pintadas de los indios metropolitanos gritan todo su malestar mientras retumba la música martilleante de su inquietud. Ruidosos, pero a fin de cuentas no demasiado peligrosos. Se trata de unos jóvenes que se sienten marginados por el sistema y, como mucho, pueden obligar a un líder sindical a huir de un mitin, como le pasó a Luciano Lama en el Piazzale della Minerva. Mucho más miedo dan los disparos que resuenan en la calle, acompañando la lucha por el monopolio del tráfico de droga y el creciente número de atracos a bancos y joyerías”, describe el periodista Andrea De Pauli, en la revista Panenka.
Por eso, el relato que hizo el joyero Bruno Tabocchini primero ante la policía y después en la instrucción judicial resultó creíble. El hombre aseguró que no reconoció a Luciano Re Cecconi y que al escuchar su fatídica broma no dudó ni por un momento que era un verdadero asalta. Contó que lo habían robado meses atrás y que por eso se había comprado la Walther 7,65, para defenderse. En sus declaraciones, el futbolista Ghedin y el perfumista Fraticcioli dijeron que no habían escuchado a Cecconi decirle al joyero nada de un asalto, pero habían entrado al local después que su amigo y el ruido de la lluvia bien podía haber tapado sus palabras.
El fiscal pidió una pena de tres años para Tabocchini por exceso culposo de legítima defensa, pero en un proceso judicial que solo duró 18 días, el Tribunal del caso absolvió al joyero al considerar que había ejercido una “legítima defensa real” al disparar contra el futbolista.
El caso quedó cerrado, pero no las dudas –que persisten hasta hoy– sobre otras posibles razones para la muerte de Luciano Re Cecconi, porque hubo conexiones y líneas de investigación que no se consideraron, sobre todo las que mezclaban fútbol con política y partían por la mitad al plantel de primera división de la Lazio.
Camarillas enfrentadas
Nacido en Nerviano, Lombardía, el 1 de diciembre de 1948, Luciano Re Cecconi llegó como mediocampista a la Lazio en 1972, de la mano del director técnico Tommasso Maestrelli, que ya lo había dirigido en un equipo de la segunda división del fútbol italiano, la Foggia. En su primera temporada en el club se ganó la titularidad y se convirtió en uno de los líderes dentro de la cancha. Fue una campaña histórica, porque el equipo romano quedó tercero, a sólo dos puntos de la Juventus campeona. Nunca había llegado tan alto en la tabla de posiciones. Cecconi mostró todo su talento y su personalidad en cada partido, tanto que fue convocado a jugar para la selección italiana sub 23.
El momento de mayor gloria llegó en la temporada 73-74, cuando la Lazio se consagró campeón por primera vez. Cecconi fue una pieza fundamental de ese equipo que deslumbraba a sus hinchas y apabullaba a sus rivales, por lo que a fin de ese año fue convocado a jugar en la selección mayor que debía disputar el Mundial de Fútbol de Alemania.
Pero si los jugadores de aquella legendaria Lazio campeona se mostraban armónicos, eficaces y muy unidos dentro del campo de juego, fuera de la cancha el plantel estaba partido en dos, con camarillas enfrentadas cuyos integrantes no se hablaban y más de una vez terminaron a los golpes después de los entrenamientos.
La mayoría de los jugadores no ocultaba sus posiciones políticas de ultraderecha y una fuerte simpatía por el fascismo. “Aquel grupo indeseable, pero triunfal, estableció la ecuación que identifica al Lazio con el fascismo. Decenas de miles de seguidores laziales de todas las coloraciones políticas querrían romper la ecuación a martillazos, pero es inútil porque existe en ella una verdad matemática: la ultraderecha domina la grada”, relata Enric González, en una de sus columnas del diario español El País.
Pero ni siquiera eso unía a los jugadores. Durante la semana cada camarilla tenía su propio vestuario y no era extraño ver llegar a los entrenamientos a algunos de ellos portando algún arma. “Circulan armas también en el caótico vestuario de la Lazio. Sergio Petrelli posee un fusil de carga manual que cuando dispara parece una bazuca e incluso el segundo arquero, Avelino Moriggi, un tipo más moderado, se presenta un día con un Colt con cañón largo, envuelto en un trapo repleto de grasa. Por suerte, a nadie se le ocurre utilizarlas en los frecuentes enfrentamientos entre las dos facciones que dividen de forma nítida la plantilla”, cuenta el periodista De Pauli.
Una de las camarillas estaba liderada por el delantero estrella “Long John” Chinaglia y Pino Wilson. La otra se encolumna detrás de Luigi Martini y Luciano Re Cecconi, a quienes en la intimidad del equipo se los llama “Los Gemelos”. Los partidos oficiales eran simples treguas de 90 minutos donde todos tiraban para el mismo lado y abandonaban sus rencores para ganarles a los rivales, pero apenas sonaba el pitazo final del árbitro, el enfrentamiento se renovaba. A aquel equipo se lo llamó “La Lazio de las pistolas”.
Esos odios y el indiscutible liderazgo de L’Ángelo Biondo dentro de una de esas facciones violentamente enfrentadas fue una línea de investigación que la justicia italiana no quiso seguir al indagar sobre la muerte de Cecconi. Nadie trató de averiguar qué vínculo tenía el joyero Tabocchini con los jugadores de la Lazio y si en esas relaciones podía encontrarse algún motivo que lo llevara a disparar su arma.
Dudas que persisten
No fueron pocos los que en su momento dudaron sobre las razones que llevaron a Tabocchini a apretar el gatillo contra L’Ángelo Biondo. Con el correr de los años, esas dudas nunca llegaron a despejarse. El hijo de Cecconi, Stefano, que tenía dos años cuando murió Luciano, escribió un libro titulado Él era mi padre, donde además de honrar la memoria y la carrera del malogrado mediocampista de la Lazio, asegura que era un hombre incapaz de hacer una broma como la que, se supone, le provocó la muerte.
Otro que también cuestiona la versión oficial –y judicial– del caso es el periodista italiano Maurizio Martucci, autor del libro No bromeo – Re Cecconi, 1977, la realidad pisoteada. Allí reconoce que la muerte del jugador fue resultado de un error desgraciado, pero rechaza también la existencia de la supuesta broma fatal, por lo que el joyero Tabocchini no debió ser absuelto sino enviado a la cárcel.
Martucci, además, cuestiona que no se haya investigado más a fondo el caso y señala dos razones para la negligente actuación de la justicia. Una de ellas es política y está relacionada con posibles presiones de grupos fascistas –algunos de ellos muy fuertes en la Lazio– para que no se los vinculara con el joyero ni con el asesinato de Cecconi. La otra apunta a gestiones del entonces muy poderoso gremio de los joyeros sobre el gobierno italiano para que no se condenara a su colega Tabocchini, porque eso podía convertirse en un precedente que les impidiera defenderse de la ola de asaltos que venían sufriendo en sus locales.
Lo único cierto es que, pese a las dudas, la justicia italiana nunca reabrió el caso y que en 1983, cuando se realizó un documental sobre la muerte de Luciano Re Cecconi, Bruno Tabochini, apoyado por el gremio de los joyeros italianos, logró que un juez secuestrara la película, que nunca llegó a estrenarse.