Fue apropiada por el represor que mató a sus padres y vivió 25 años con otra identidad: Victoria Montenegro, historia de una aparición

La diputada del Frente de Todos recuerda cómo fue crecer como hija del matrimonio Tetzlaff y el difícil proceso en el camino hacia la verdad

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Victoria Montenegro preside la Comisión
Victoria Montenegro preside la Comisión de Derechos Humanos en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires

¿Qué hace una niña de cinco años buceando sin parar, recorriendo durante horas, los ojos abiertos como dos platos sumergidos, la pileta de un cuartel militar? ¿Qué hace saliendo del agua después de cada vuelta, corriendo mientras chorrea, a mirarse en el espejo del baño? ¿Qué hace la niña en cada intento obcecado de abrirlos más y más grandes, hasta sus límite, buscando que el agua aclorada le impregne el iris, lo cambie? ¿Qué hace cuando el reflejo todas las veces le devuelve el mismo color de ojos oscuros, las venas hinchadas y sanguinolientas por los químicos que mantienen el agua pura?

Quizás así se pareciera a ellos. Quizás así se pareciera a él. Al hombre que es su mundo entero: su papá. Que no es.

***

Esta historia podría empezar cuando Victoria Montenegro apareció dentro de ella misma. Cuando recuperó su verdadera identidad más allá de la confirmación del lazo de sangre, más allá de lo que decía el Banco Nacional de Datos genéticos. La identidad completa. Esa que le habían arrebatado a pocos días de nacer. Pero antes de volver a ser Victoria, por 25 años, fue María Sol. María Sol Tetzlaff.

***

Hubo una niña de piel castaña, ojos castaños, pelo castaño y apellido rubio, de ojos diáfanos. Como los de su padre, como los de su abuelo. Hubo una niña que veraneaba en un cuartel del Ejército en Villa Martelli, primero, en Campo de Mayo, y por varios años, después. Ahí vivía, prácticamente, su papá y era la única manera de pasar tiempo con él.

Un papá al que idolatraba y ponía a la altura de dios y de San Martín —”porque para mí era Dios, Patria y hogar, entonces estaba Dios, San Martín, que tenía un caballo blanco, y mi papá que era muy parecido a San Martín y a dios”—. Con el que llegaba al cuartel, desde su departamento del barrio de Lugano, muy temprano a la madrugada, antes del amanecer, con frío aunque fuera verano. El que la cubría con una manta de lana pesada para que durmiera un poco más antes de que a las siete el soldado golpeara la puerta: “Permiso mi coronel, el desayuno de la nena”. Y ella se encontrara con una taza blanca de porcelana con café con leche y medialunas. Desayunaran juntos y empezara la diversión.

Hubo una niña que pasaba sus días jugando a atender el teléfono en el “Centro fijo” de Campo de Mayo, el área central, a cargo de su padre, a la cual llegaban todas las llamadas telefónicas que había que derivar a las distintas divisiones de ese cuartel del Ejército.

—Siempre fui muy rápida para aprender, entonces me quedaba ahí —de hecho había dos señoras que trabajaban y cuando iba yo se iban todo el día— porque todo el tiempo quería atender el teléfono, porque era una nena: “Centro fijo, buenos días”, “Hola, Centro fijo” —Victoria se pone una mano como auricular imaginario, imposta la voz y, con el recuerdo en el cuerpo, vuelve a ser por un segundo esa nena jugando a atender el teléfono en el trabajo de su papá—. Me acuerdo que aprendí a derivar las llamadas. Las únicas difíciles eran las de Caballería porque tenía un tablero distinto que estaba a la izquierda y vos tenías que unir con cables de acuerdo al área con la que quisieran hablar. Pero lo manejaba y me encantaba.

Victoria Montenegro nació el 31
Victoria Montenegro nació el 31 de enero de 1976. Es hija de Hilda Ramona Argentina Torres y Roque Orlando Montenegro, ambos militaban en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). El 13 de febrero del 76 el Ejército irrumpió en su casa, ellos murieron en el enfrentamiento y Victoria fue apropiada por el represor Herman Tetzlaff, a cargo del operativo

Y en verano nadaba horas en la pileta del cuartel, sola, al cuidado de un soldado que le ponía su padre hasta que él llegaba a nadar con ella.

—Y ese era otro momento del día, porque yo lo adoraba. A él le gustaba mucho nadar, entonces se tiraba del trampolín y nadaba, nadaba, nadaba, y yo me quedaba esperándolo porque cuando él salía para mí tenía los ojos más claros todavía.

Una niña instruida con ideas y valores castrenses. Entrenada para reconocer situaciones de peligro. Acostumbrada a vivir rodeada de armas; a llevarlas, incluso, en su falda cuando viajaba al cuartel sola con su papá.

—Quizás el recuerdo más fuerte, el primero que tengo de mi infancia, yo tendría tres, cuatro años, es el caminito del ingreso a Martelli, la arboleda. Mi apropiador estaba en Campo de Mayo y en Martelli. Tengo ese recuerdo de las garitas de seguridad para ingresar al cuartel y una niña que amaba profundamente a quien para ella era su papá. Tengo el recuerdo de ir a la madrugada, cuando íbamos solos yo iba sentada al lado de Herman y tenía siempre un attaché con armas arriba de las piernas. Herman me enseñó a identificar lugares donde podrían emboscarnos entonces inmediatamente había un reflejo de agacharme y abrir el attaché para que mi papá tuviera acceso. Pero era un reflejo; para mí, que era chiquita, era como un juego.

—¿Qué es lo que te contaban de lo que sucedía? ¿Cuál te decía Herman que era su trabajo?

—Él no hablaba mucho. Había una guerra, eso sí estaba clarísimo. Había una guerra, papá era un soldado. Y había malos. Nosotros éramos los buenos y los malos estaban siempre ahí. Y había un librito que se llamaba Y el próximo será usted, muy chiquito, que yo me sabía de memoria, donde indicaban todas las medidas de precaución que tenías que tener en tu casa, con las luces, los horarios de entrada y salida, estar atentos a un vehículo “aunque hubiera un elemento femenino con un niño en brazos”, porque supuestamente las subversivas usaban a sus propios hijos pero también bebé falsos entonces si uno veía a una mujer con un bebé bajaba la guardia y podía ser un elemento subversivo. Lo tenía clarísimo. Entre esas recomendaciones estaba evitar los lugares donde uno podía ser emboscado: la oscuridad, que no hubiera ruta de salida, cosas que ya estaban incorporadas en la vida que habitaba.

Una niña que cuando se quedaba despierta hasta tarde, pese a que era feliz en su vida, al dar la medianoche sentía un hormigueo nervioso en la panza que no podía explicar, “ese que te agarra cuando jugás a las escondidas y te están por encontrar”. Una sensación que desataba siempre la misma pregunta: “Mamá: ¿a qué hora nací?”.

Victoria creció con el nombre
Victoria creció con el nombre de María Sol Tetzlaff, creyéndose hija de María del Carmen Eduarte y el coronel Herman Tetzlaff, a quien adoraba

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De pantalón fucsia y camisa blanca, sentada en su despacho de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, desde donde brega por leyes que amplíen derechos —sencilla, verborrágica—, Victoria Montenegro hilvana recuerdos que le brotan con la liviandad y los colores de las burbujas iluminadas por el sol. Habla sin pausa, los habita. Se ríe.

Su despacho es simple, casi despojado: un escritorio con sillas, una mesa redonda con sillas al lado, sobre el escritorio una foto de ella con Cristina. Antes de la puerta de su oficina, una antesala más amplia con puestos de trabajo donde su equipo conversa sobre —naturalmente— leyes. Que entró una nueva, que qué hace falta para que salga. Que cuántos votos necesitamos. Que cuándo se votaría. Del otro lado de esa puerta, la de la entrada, un cartel en defensa de la universidad pública que tienen pegados algunos legisladores.

Dos puertas adentro Victoria sigue contando la vida de María Sol, su alter ego en el engaño. No lo hace con resentimiento ni con rencor ni con autocompasión, sino con una enorme empatía por esa otra que era ella misma pero no. Con ternura por la inocencia de esa niña que buscaba parecerse a alguien de su familia; que amaba tanto a su padre que creía lo más inverosímil: que ella, con sus rasgos norteños, su piel castaña, sus ojos y su pelo oscuro, a quien de hecho cariñosamente Herman Tetzlaff, su apropiador, apodaba “negra”, se parecía en realidad a su abuelo Erwin, el padre de Herman que no había conocido. Victoria tiene el don de mirar a María Sol y comprender que fue una víctima.

—Cuando entraba en crisis porque decía: “Bueno, pero, ¿a quién me parezco? Porque no tengo ni los ojos ni la piel de nadie, ni los rasgos de nadie”, mi apropiador me decía: “Vos sos muy parecida a tu abuelo Erwin Tetzlaf”. Mi abuela Luisa, la mamá de Herman, se separó cuando él y mi tía eran chiquitos, pero siempre vivió enamorada del papá de sus hijos y tenía una foto que guardaba como un tesoro. Hasta en la foto en blanco y negro, que ella me mostró algunas veces, se le notaban los ojos turquesas de tan ario que era —recuerda Victoria y ríe—. Pero mi mamá también me decía: “Vos sos igual a tu abuelo Erwin que era alemán del norte, de los moros”, entonces yo pensaba: “Moro, morocha”. “Bueno, está bien”, le decía, y me abrazaba a eso.

Pero del todo no se convencía. Porque volvía y volvía a preguntar, ante la mirada congelada de miedo de María del Carmen, Mary, su apropiadora: “Mamá: ¿a qué hora nací?”.

La respuesta siempre era un relato épico.

—María Sol había nacido el 28 de mayo del 76. Me iba a llamar María Soledad porque mi mamá era María del Carmen, mi hermana María Fernanda y yo me iba a llamar María como ellas y Soledad porque me había quedado sola. A Mary le pareció muy triste entonces me pusieron María Sol. Y en realidad iba a nacer el 29 de mayo, que es el Día del Ejército Argentino, pero me hacen nacer el 28. Entonces era: “Mamá, ¿a qué hora nací?”. “Vos naciste el 28 de mayo en el marco del desfile del Día del Ejército. Estábamos en el desfile, en San Isidro, papá era el jefe. Pasa papá —vos imaginate ser chiquitita y que te digan ‘pasa papá en el desfile’— con la bandera argentina y cuando tu papá pasa rompo bolsa. Papá baja —alguna vez bajaba del tanque, otra del caballo—, me envuelve” y casi nací en el medio de la bandera argentina en un sanatorio de San Isidro, porque María Sol nace en una clínica de San Isidro, de urgencia.

La verdadera historia había sido mucho menos película épica. Mucho más película de terror.

Hilda Victoria Montenegro había nacido el 31 de enero de 1976, en el Hospital Israelita de Buenos Aires. Abrazada por su madre, salteña, Hilda Ramona Argentina (“Chicha”) Torres, y su padre, salteño, Roque Orlando (“Toti”) Montenegro, militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). El 13 de febrero, cuando tenía apenas 13 días, mientras el Gobierno de María Estela Martínez de Perón aún adornaba el país, un operativo del Ejército a cargo del coronel Herman Tetzlaff irrumpió en la casa donde vivían, en la Provincia de Buenos Aires, secuestró y asesinó a sus padres y se la llevó.

Victoria desapareció. Poco después nació María Sol Tetzlaff.

—[Mary, mi apropiadora] siempre me respondía lo mismo. A veces el caballo era más grande, el tanque era más grande, el batallón atrás era más largo, pero papá siempre estaba al frente. Y obvio, había una cuestión épica que era hermosa, pero que no me llenaba porque yo siempre volvía a preguntar lo mismo. Hasta los 9 años, más o menos, que me resigné a esa venida al mundo.

***

Victoria Montenegro y Estela de
Victoria Montenegro y Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. (Foto: Télam)

María Sol creció creyéndose hija del coronel Herman Antonio Tetzlaff, del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército, y su esposa, María del Carmen Eduarte. Con una hermana diez años mayor, Fernanda, a quien también habían adoptado ilegalmente pero que no era hija de desaparecidos. Y criada amorosamente por una empleada doméstica, Lina, a quien Tetzlaff también le había dado un bebé apropiado que recuperaría su identidad: Horacio Pietragalla Corti.

Creció con sensaciones que no podía explicar, “olores que me remontaban a recuerdos que no podía encontrar, pero que estaban ahí, me llevaban a momentos que me generaban una sensación extraña pero que no tenían lugar en la vida de María Sol”. Con preguntas a las que encontraba respuestas que no la llenaban, como su llegada al mundo o a qué integrante de la familia se parecía, pero sin dudas de que era hija biológica del matrimonio Tetzlaff.

—Siempre es muy difícil de explicar. Había un vacío que Herman llenaba con mucha ideología. Me sentaba y me daba un encuadre de su trabajo, de la guerra, de los valores, de la familia. Había tanta formación ideológica que parecía que lo llenaba todo, todo lo otro era secundario.

Todo lo otro.

Una noche, cuando era pequeña, Victoria —que era María Sol— lo despertó con gritos y sacudidas porque una pesadilla la había asustado y él agarró un arma y le apuntó. “Como reflejo. Ahí supe que nunca más, tuviera la pesadilla que tuviera, tenía que ir a despertarlo”. Cuando volvían a su departamento en el barrio de Lugano y subían en el ascensor, él tenía un juego con ella que consistía en agarrarla “un segundo” del cuello —”tenía una mano enorme”— apretarle la garganta y movérsela para que después las palabras salieran cortadas. Cuando era adolescente y vio por primera vez a su novio, Guti, un pibe del barrio, el marido de Victoria hasta el día de hoy, casi lo mata.

En los ojos de María Sol Herman era “un papá gigante, un papá de 2 metros, 150 kilos”. Cuando ella se puso de novia con Gustavo tenía 15 años y él 21.

—Él [Herman] nos ve juntos. Estaba también mi cuñado y un grupo de amigos, ahí cerquita. Herman justo bajó, nos vio, agarró a Guti del cuello, en ese momento mi marido pesaba con toda la furia 60 kilos. Lo entró al edificio, lo puso contra la pared —yo le decía: “Por favor, soltalo, papá”—, lo levantó a su altura y esa vez me impresionó mucho porque lo tenía agarrado y con el dedo gordo apenas lo apretaba, así, muy despacio —Victoria abre su mano y hace un movimiento muy leve con su dedo pulgar mostrando la sutileza y precisión con la que su apropiador presionaba el cuello de Gustavo—. Guti estaba morado morado. En un momento las piernas empezaron a moverse como si tuviera una convulsión, no podía respirar. Y yo veía como él muy despacito aflojaba el dedo gordo —una mano gigante—, apenas, y respiraba. Y de vuelta muy despacito lo apretaba. Apenitas lo tocaba. Yo dije: “Lo mata”. Lo levantó y lo tiró. Lo hizo volar hasta la reja, serían cuatro metros por lo menos. En el medio de todo eso salí corriendo a buscar al hermano. ¡Se habían ido todos! ¡Lo habían dejado solo! —se ríe—. Cuando se fue Guti, como pudo, yo me puse a llorar y Herman me dijo: “¿Vos lo querés?”, le dije: “Sí”. “Bueno, si lo querés déjalo porque va a aparecer flotando en el Riachuelo”. Porque no le gustaba para mí.

Pero esa vez Victoria no obedeció. Ella y Gustavo siguieron viéndose a escondidas, intercambiando cartas en forma clandestina a través de Lina, la empleada que la cuidaba y criaba amorosamente, porque Mary, su apropiadora, había tenido una ACV cuando ella tenía 13 años y estaba en silla de ruedas. Lina era cómplice de ese amor que duró en secreto poco más de un mes hasta que Herman volvió a verlos juntos.

—Yo había salido antes de gimnasia y Guti tenía un ramo de flores en la mano, cuando vio a Herman se puso blanco. Yo dije: “Ya está, lo mata”. Y Guti dijo: “Buenas tardes, señor”. Mi papá era cuatro veces el cuerpo de mi marido. Nos miró de reojo: “Buenas tardes”. Y a partir de ese momento se resignó y nos pudimos poner de novios. Pero una cosa era estar de novios y otra decirle que estaba embarazada, con 15 años.

Cuando lo vio por primera vez, Victoria, que entonces era María Sol, supo que iba a ser el padre de sus hijos. Ella tenía 13, Gustavo 19. Era vecino de Lugano. Él era un chico joven que salía a bailar “y volvía todos los días con una distinta”. Ella, una preadolescente, hija de un coronel, que lo espiaba con los binoculares de su padre y lloraba al verlo con otras como si la estuviera engañando. Él, todavía, no la había visto. Dos años después esperaban su primer hijo.

Gustavo tenía miedo. “En esa época teníamos el FAL y la 45 en la cómoda, un bolsito verde lleno de armas, la pistola en la mesa de luz, eso era siempre, desde que tengo uso de razón”. Pero cuando le contó al que creía su padre que estaba embarazada y decidida a tener el bebé, Herman le preguntó: “¿Pero vos te querés casar? Porque si vos no te querés casar yo me hago cargo del bebé”. Victoria, que entonces era María Sol, se quería casar. Dos semanas después ella y Gustavo se convirtieron en marido y mujer.

—Y a partir de ahí, yo creo que todo lo bueno que tiene mi marido como papá, con todas las contradicciones que eso tiene, lo aprendió de Herman.

***

Cuando Victoria supo que había
Cuando Victoria supo que había una denuncia contra Tetzlaff que la tenía en el centro no dudó: le dijo que ella se quedaba con él. En 1991, por sugerencia de su abogado, dio una muestra de su sangre para el Banco Nacional de Datos Genéticos que las Abuelas de Plaza de Mayo ya habían logrado poner a funcionar

Cuando Victoria, que entonces era María Sol, le contó a Herman que estaba embarazada y se casó, “explotó la causa”. Era 1991, ella tenía 15 años pero estaba advertida. Seis años antes, a sus 9, había habido aviso.

—Hubo un momento en el que fui con Herman a un juzgado, en San Martín. Me senté con él, me acuerdo que el juez insistía mucho en que “la nena se fuera adelante con el secretario” y Herman le dijo que no hay nada que no pueda hablar delante de su hija, que él conoce muy bien los bueyes que ara. Ahí el juez sacó una carpeta y le dijo que las viejas estaban jorobando. Que se quede tranquilo, “mi coronel”. Lo tengo todo, hasta las plantas, hasta el jardín, el sillón, el escritorio. El sillón estaba a la derecha del juez y a la izquierda de mi papá apropiador, y la carpeta era rosa. Pasan los años pasan los años. Él siempre tenía muchos vínculos en la Justicia, eso sí lo sabía, hasta que sí estalla la causa en el 91.

Cuando el juez Roberto Marquevich tomó el caso Herman entendió que iba a pasar. Lo venía masticando en días de mal humor y temperamento irascible. Sentó a su mujer y a su hija menor y les dijo “que hay una causa que la tiene un montonero, que hay un banco mentiroso que maneja la Internacional Comunista y que cada tanto hacen aparecer supuestamente a un hijo de la subversión que está con gente de la Fuerza”.

—Y ahí, que yo estaba en modo adolescente, inmediatamente me volví a ordenar. Me acuerdo que le dije que no importaba lo que pasara, yo me quedaba con él. Que él me dijera qué tenía que hacer nada más. Y empezó un momento distinto.

***

Victoria, que todavía era María Sol, no creía en nada de lo relacionado con la denuncia que la tenía en el centro. “Estaba convencida de que todo era mentira: el banco era mentira, las Abuelas eran mentira, los desaparecidos estaban todos en Europa”. Lo único que le importaba era salvar al que creía su papá.

Por entonces las Abuelas de Plaza de Mayo habían iniciado una acción que acusaba a Tetzlaff, que había participado en más de 1000 operativos de secuestro y desaparición, de la apropiación de Victoria y Horacio. El Banco Nacional de Datos Genéticos ya estaba en funcionamiento y un abogado le recomendó a Victoria, que todavía era María Sol, que fuera a sacarse sangre. Ella tenía 16 años, ya era mamá de Gonzalo, su primer hijo, que era un bebé.

—El abogado nos plantea: hay una denuncia, no iba a pasar nada, no había ninguna posibilidad de que mi papá fuera preso, entonces nos sugiere que lo mejor, para evitar obstaculizar a la Justicia, era sacarnos sangre. Fui con Gonci, nos sacamos sangre. Para mí ahí quedaba todo.

En 1997, Abuelas de Plaza de Mayo inició una causa penal convencidas de que el robo de bebés durante el terrorismo de Estado había sido parte de un plan sistemático. Este juicio, que terminaría en 2012, sentó un precedente internacional, fue uno de los más importantes en materia de derechos humanos.

Antes de todo eso, cuando apenas comenzaba, Tetzlaff tenía los nervios de punta. Le habían vuelto el mal humor y la irritabilidad. Victoria, que entoces era María Sol, no entendía qué le pasaba.

—Y una vez estaba con mi hermana y le digo: “Papá está imposible”. Y me dice: “Bueno pero tenés que entenderlo, papá va a ir preso”. “No, papá no puede, estás diciendo una pavada”. “No, gorda —mi hermana hasta el día de hoy me dice gorda—, papá va a ir preso, vos tenés que saberlo”. Yo me percibía alemana, por lo tanto soy la negación hecha persona.

Victoria no lo olvida: el 2 de diciembre, por la tarde, un día antes de que el matrimonio Tetzlaff celebrara un nuevo aniversario de casados, la brigada de San Isidro golpeó la puerta de su casa.

—Me acuerdo del perro que ladraba y, de repente, no te puedo decir lo que fue eso. Entró la policía, se lo llevaba. Se estaban llevando a mi papá. Me acuerdo que él me deja el arma para que la guarde, para que la cuide. Ese día y el día que aparezco fueron de los más tremendos.

Victoria, que aún era María Sol, hacía fuerza para no derrumbarse. Se culpaba. Como una imagen en cámara lenta, cuadro a cuadro, se veía a ella misma, una y otra vez, ofreciendo su brazo, dando su sangre en el Banco Nacional de Datos Genéticos: “Yo lo entregué”, pensaba.

Al día siguiente fue hecha una furia al juzgado de Marquevich, a pelearse “con todo lo que se movía”. No imaginaba que ese día iba a partir su vida en dos.

—Ahí me notificaron que en el análisis que habían hecho habían encontrado que en un 99,9% no era hija del matrimonio Tetzlaff. Me lo dice el secretario del juez. Yo era muy difícil, hoy lo tengo que asumir. Me acuerdo que solo quería romperlo todo. Me acuerdo que me dan una carpeta, un expediente, yo lo tiro en la mesa y le digo: “Me quedo con mi 0,01%”.

Victoria, que acababa de asomar dentro de María Sol aunque María Sol todavía no podía verla, negaba. María Sol rugía argumentos que tenía internalizados: “que ustedes saben muy bien que ese Banco [de datos genéticos] no es real, que está financiado internacionalmente y nosotros no nos vamos a quedar así, vamos a pedir una contraprueba”. Exigió ver a Herman antes de que lo trasladaran al penal de Caseros. Cuando lo vio esposado la sangre hirviente cedió y ella se desarmó.

—Me puse a llorar solo unos segundos porque él me miró y me dijo: “No llores. No hay que mostrar debilidad frente al enemigo”, entonces me tragué tanto la angustia que me acuerdo que me dolía la garganta, pero sabía que me habían preparado desde muy chiquita para ese momento y tenía que demostrarle a mi papá que iba a estar a la altura. Me acuerdo que me pidió que le comprara un ramo de flores a mi mamá por el aniversario, que cuidara a la familia, a los nenes —yo ya tenía dos, a Gonci y a Sebas— “que hay que estar fuerte”. Me dijo que me iba a llamar un amigo de él, que estuviera atenta. Y antes de que se lo llevaran, le digo: “Papá, vos quedate tranquilo, voy a pedir la contraprueba”. Y él me mira y me dice: “No, negra”.

***

Victoria supo que no era
Victoria supo que no era hija del matrimonio Tetzlaff en 1997. Tres años después, en el 2000, se confirmó que era hija de Hilda Ramona Torres y Roque Orlando Montenegro, desaparecidos en la última dictadura militar. Le llevaría varios años más procesar la verdad y abrazar su nueva identidad

A partir de ese momento, no paró. Todavía no se había detenido a pensar en el significado de las palabras de Herman, el rechazo a pedir una contraprueba del análisis de sangre. En ese momento lo único que implicaba para ella era que debía buscar otra estrategia para liberarlo, su vida empezó a girar en torno a cómo sacarlo de la cárcel. Removió su mundo entero, se peleó con cada persona que se cruzó en su camino, recibió la llamada que esperaba, la del fiscal Romero Victorica, amigo de Tetzlaff, quien le puso un bufete de abogados a disposición y, tres meses después, antes de Pascuas, Herman quedó en libertad.

A fines de 1999 Victoria recibió una nueva citación del juez Marquevich para volver a extraerse sangre para el Banco de Datos Genéticos porque faltaba compararla con otros cinco grupos y la muestra que tenían no les alcanzaba. Se negó.

—No me acuerdo qué argumenté, te lo juro por mi nieto, pero sé que fui muy firme y la cámara le prohibió al juez Marquevich, el 31 de diciembre, volver a sacarme sangre. Me acuerdo que Herman me esperaba en una parrilla, cerca de los tribunales, y yo le llevé el fallo. Se lo entregué como algo que tenía que hacer, demostrándole que habíamos podido frenarlos, y fue la primera vez que sentí una profunda contradicción e inmediatamente me dije a mí misma: nunca vas a saber nada. Por primera vez sentí que me traicionaba, pero me duró dos segundos porque había un sentido del deber y yo había hecho lo que tenía que hacer. En el año 2000 el Banco Nacional de Datos Genéticos incorporó un mecanismo nuevo y con la poquita sangre que quedaba aparecí.

Victoria, que sabía que ya no era María Sol pero no quería aceptarlo, fue citada nuevamente. Ni el juez ni sus secretarias, porque se había peleado con todos, fue una señora de nombre Rosario la que le contó que habían encontrado el grupo biológico con el que tenía coincidencia. Ella tenía 25 años. Le temblaban tanto las manos que el café que le habían servido comenzaba a derramarse. Con las pruebas delante suyo se negaba a creer. Hasta que pregunta: “¿A qué hora se supone que nací?”.

—Y me dice, “mirá, no está tu partida de nacimiento pero tu familia dice que naciste a la madrugada”. Y vos sabés que para mí esa confirmación que ella me daba de mi fecha de nacimiento era la verdad. Yo era eso. Cuando salí le dije a mi marido: “Se confirmó, soy hija de la subversión”. Sentí que toda mi sangre estaba sucia. Fue tremendo porque yo lloraba y decía: “Papá combatió a la subversión, combatió esta suciedad y mi sangre está sucia, mi papá no me va a querer más”. Mi papá era mi mundo y sobre ese mundo venía todo lo otro. Mi único temor era “mi papá no me va a querer más”.

Cuando regresó a su casa, bajo una llovizna helada de agosto que la cortaba por dentro, fue al departamento de sus apropiadores, pegado a aquel en el que vivía con su marido y sus dos hijos. Herman domía la siesta, lo despertó y le contó que habían encontrado su grupo genético. Tetzlaff suspiró y le respondió: “Gracias a Dios, negra”, le dijo el nombre falso que utilizaba su abuela materna y lanzó: “Esa hija de puta, la busqué un montón”. Le contó todo el operativo en el que asesinó a sus padres y se la llevó.

—Me dice que él estuvo a cargo del operativo, que la orden era, como siempre, abatir al enemigo, que hubo un enfrentamiento y que abatió al enemigo. Yo intentaba procesar de a poco, decía: “Bueno, papá lo sabía y a pesar de eso me quiere, listo, ordenemos esto”. Yo le dije: “Vos sos como un ángel que tuvo la capacidad de criar al hijo del enemigo como propio”.

Después de matar a sus padres, Tetzlaff había dejado a Victoria en la Comisaría de San Martín, donde la buscó poco tiempo después.

—Mary me contó a los dos días que pasaron a una oficinita donde éramos un montón de bebés, estábamos en las cunas, nos cuidaban unas monjas de una congregación de Morón. Y que la monja le ofreció un varón rubio de ojos azules, más a tono con la pareja, y ahí me dijo: “Para que estés orgullosa, tu papá dijo: ‘La negrita es mi hija’ y decidió quedarse con vos. Dice que salieron, que me sacaron toda la ropa que tenía: “No queríamos que tuvieras nada que te recordara a tu pasado. Te bautizamos en Campo de Mayo y te hicimos persona”.

***

Cuando logró asumirse como Victoria
Cuando logró asumirse como Victoria se reencontró con su familia biológica y se convirtió en una activista acérrima de los derechos humanos. Es legisladora por la Ciudad de Buenos Aires desde 2017, lugar desde donde brega por la protección y la ampliación de los derechos y lucha por la Verdad, la Memoria y la Justicia

El palacio de la Legislatura porteña, uno de los edificios más grandes de la Ciudad de Buenos Aires, es despampanante. Un monumento nacional ubicado en el casco histórico. Con su fachada imponente, escaleras, columnas y arañas de caireles que iluminan sus salones con una belleza descomunal. Allí, la diputada del Frente de Todos, Victoria Montenegro, preside la Comisión de Derechos Humanos.

“En 1984 supimos de la existencia de Victoria cuando una tía suya acercó su caso a Abuelas de Plaza de Mayo. Por entonces era una niña con la identidad falseada por un represor de la dictadura y su esposa. Pasaron dieciséis años de impunidad hasta que pudimos confirmar, a través de la prueba genética, que la joven apropiada era la hija de Hilda y Roque”, escribe la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela Barnes de Carlotto, en el prólogo del libro Hasta ser Victoria (editorial Marea, 2020), en el que Victoria vuelca el testimonio de su vida.

“La joven Victoria, ya madre, —continúa Estela— comenzó a conocer la historia de sus padres, sus orígenes y su lucha, y fue asumiendo y recreando esa identidad de la que habían tratado de despojarla. (...) Con valentía e inteligencia, sostenida por el amor de sus seres queridos, pudo dimensionar el daño que el terrorismo de Estado le había infligido a ella y a su familia. (...) Victoria transformó su dolor en militancia. La esperanza de un país más justo, más igualitario y más inclusivo la impulsó a involucrarse y dedicarse de lleno a la política, siempre junto a los humildes y los desposeídos. Así también se comprometió con la búsqueda de sus hermanas y hermanos de la vida y fue integrándose a la gran familia de Abuelas”.

Le costó muchos años, mucha ayuda, aceptar su identidad. Despedir a María Sol para darle lugar a Victoria.

Es como salir de un laberinto donde vos misma ponés las trampas. ¿Cómo te purificás de tanta locura y tanto odio naturalizado? De una formación ideológica que va en contra de tu propia existencia. Después, la verdad, pero una verdad que tenés que empezar a procesar. No hubo un operativo esa noche, hubo tormento. Ese lugar donde vos corrías y jugabas en la pileta era a metros de donde estaban torturando a la gente mientras vos, a la que también estaban torturando, estabas ahí. Entonces, ¿cómo hacés para depurar y entender que esa es tu vida aunque no la hayas habitado y aceptar tu origen totalmente distinto? —se pregunta Victoria.

Sin pausa, habla. Se habla. Purga.

—No, no hubo un desfile militar ni te parieron envuelta en la bandera de Argentina, naciste en la clandestinidad de tu vieja mientras tu abuela estaba presa, mientras tu tía desaparecía, mientras tu tío desaparecía, mientras tu verdadera familia se desangraba por todos lados. Entonces cómo te encontrás con esa chiquitita de 18 años, [su madre, Chicha], que era una mujer que estaba dispuesta a dar la vida. Cómo unís esas dos vidas tan distintas. Y ahí es necesario, al menos para mí fue necesario, asumir la contradicción. No, no es que de repente me dieron esto y yo siempre fui Victoria. Claro que no. De hecho mentiría si dijera que no quedó nada de María Sol.

Cuando María Sol pudo interiorizar a Victoria, no hubo vuelta atrás.

Quizás una niña que amó con locura no puede sacarse el amor del cuerpo. La niña que nadaba con los ojos muy abiertos bajo el agua para ver si de este modo lograba que su color se aclarase y así pudiera parecerse al hombre de su vida lleva miles de proyectos de leyes para ampliar derechos, miles de luchas para defenderlos. Desde que Victoria es Victoria hace todo por ser diferente a ellos. A él.

* Si tenés dudas sobre tu identidad y creés que podés ser hijo o hija de personas desaparecidas comunicate al 0800-222-CONADI (266234) o por correo electrónico a: conadi@jus.gov.ar.

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El “Animal”, su apodo como estrella de la lucha libre, sorprendió en las redes sociales por su delgadez y estilismo. El actor que encarna a Drax en las películas de Marvel, bajó más de 33 kilos en menos de un año y medio y muestra una nueva faceta de su vida, que incluye rutinas de belleza. El recuerdo de su preadolescencia, cuando se dedicaba a robar en las calles y su adicción a las mujeres cuando era luchador profesional. El ejemplo de vida de su madre y su inmenso amor por los perros

La transformación de Dave Bautista:

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El actor estadounidense nació el 18 de enero de 1955. Protagonizó filmes inolvidables y en los últimos tiempos la serie Yellowstone lo devolvió al centro de la escena

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El autor de éxitos como “Un velero llamado libertad” no tenía en sus planes subirse a los escenarios, pero tuvo que hacerlo a instancias de un productor y pasó cinco décadas llevando su música por todo el mundo

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