Un mapa pardo con líneas que se encorvan, se tuercen y entrecruzan, que da la sensación de tierra rasgada. Reseca. Las grietas que dejan las raíces arrancadas de cuajo. O quizás aquella tierra áspera que regada puede suavizarse, volverse tierna. Puede ofrecer un rincón para transplantar y expandir. Un terruño para nuevos brotes. En él, algunos puntos marcados, sitios geográficos italianísimos —Piazza Navona, Vaticano— y otros culturales argentinísimos —asado, tango—.
—Ustedes me piden que hable un poco de lo que fue para nosotros, los exiliados argentinos, el tiempo de la dictadura —dice el director de cine argentino Fernando Birri, fallecido en 2017, en Roma, abriendo la película—. Entonces prefiero subir a los altillos de la memoria y recuperar, de aquellos años, toda la parte hermosa, toda la parte luminosa. Lu-mi-no-sa.
El eco de sus palabras se funde con una melodía tana inconfundible que envuelve al que mira y oye y lo mece por paisajes romanos: el Coliseo, la fuente de Piazza Navona, la Basílica de San Pedro, una galería con arcos, un mercado callejero, un vendedor ambulante con chucherías para turistas. La música, los colores, la arquitectura, predicen un viaje de la argentinidad a la italianidad.
Con apoyo del INCAA —entre otros organismos—, los directores Omar Neri y Mónica Simoncini presentaron Resistenza. Historias del exilio argentino en Roma. Un documental que narra las experiencias de hombres y mujeres que llegaron a Italia escapándose del terrosimo de Estado de la última dictadura militar.
Las voces del exilio
—Entramos ahí adentro [al consulado de Italia en Argentina] y dijimos: “Nos declaramos refugiados políticos porque nos están buscando, nos quieren matar”. El embajador, no sé quién estaba ahí, dijo: “No. Se van inmediatamente porque llamo a la policía”. En cambio estaba Calamai; y Calamai dijo: “No, cómo llamo a la policía, estos son ciudadanos italianos, se tienen que quedar acá”. Y dice: “Esta noche se quedan acá, en el consulado” —recuerda Claudio Camarda.
—Nos dijo: “No vengan más acá, vayan directamente al consulado y pregunten por Enrico Calamai. Y vos te llamás Carlo Rossi”. (...) Calamai nos consiguió todo —cuenta Hernán Varela.
—Nos puso el pasaporte en la mano, en definitiva, de un día para el otro, para poder salir del país con un documento.
—¿O sea que ustedes también fueron salvados por Calamai? —preguntan los directores.
—Sí. Viajamos a Uruguay con la cédula de identidad y gracias a un compañero de trabajo uruguayo al que le habían matado a toda la familia y entonces ayudaba a quien tenía que escapar cambiando el nombre en las listas que se le daba al Ejército en Aeroparque —dice Nora Fratini.
—Lo primero que me dice es: “Señora, la van a expulsar”. Entonces yo le dije: “De ninguna manera”. Porque la expulsión en aquella época era no volver nunca más a la Argentina. Calamai no lo podía entender. Era un joven muy apuesto, muy simpático, pero estaba muy preocupado por la situación. Lo que yo siento es que si no hubiese sido por Calamai a nosotros no nos sacaban de la Escuela de la Armada. Y después, mientras él estuvo en la Argentina, me venía a ver a la cárcel y siempre me preguntaba: “¿Qué quiere que le traiga?”. Y yo le decía: “Tráigame un huevo frito”. Se reía, Calamai —recuerda Wanda Fragale.
—Aparte era joven. Tenía 30 años cuando hizo todo esto y arriesgó su carrera diplomática, arriesgó su físico, porque llevaba escondida a la gente; protegía en el mismo consulado a quien no tenía dónde ir a dormir. Cuando llegué a Italia con el pasaje y el pasaporte que me dio Calamai, él me dijo: “Basta que los documentos partan desde Uruguay para Italia, yo les doy pasaporte y pasaje, porque no se puede esperar ocho meses, un año, hasta obtener la ciudadanía, acá se trata de casos de urgencia”. Él me dio pasaporte y pasaje, yo llego a Italia salvada por Calamai —dice Blanca Clemente.
Entre testimonio y testimonio la cámara muestra a Calamai —pelo y barba cana, saco y camisa, mirada luminosa, sonrisa honesta— acomodándose en el sillón, colocándose el micrófono, arreglándose la ropa, riendo.
El Schindler de Buenos Aires
Muchos de los argentinos que luego conformaron una comunidad estrecha en el exilio romano pudieron salir del país gracias a la ayuda de Enrico Calamai, quien en esos días del comienzo de la dictadura militar ejercía su cargo de vicecónsul y luego cónsul italiano en Argentina.
—Yo llegué a Buenos Aires en octubre del 72 —cuenta a cámara—, cuando todavía estaba Lanuse y ya se hablaba de elecciones. Mi cargo en el Consulado General de Italia en Buenos Aires era de vicecónsul. Y, al irse el cónsul, al ser trasladado, yo me volví automáticamente cónsul. Llegué a los 30 años convencido de que la ética era no robar, no matar, pero no conocía la ética política. Pensaba que el gobierno italiano era democrático, que respetaba los principios fundamentales de la democracia, los derechos humanos… Lo que me sorprendió y me dolió mucho fue la actitud de mi gobierno, la complicidad con las autoridades argentinas.
Conocido también como “el Schindler argentino”, en alusión al empresario alemán Oskar Schindler que, con el argumento de que necesitaba mano de obra en sus fábricas de utensilios de cocina y munición ubicadas en las actuales Polonia y República Checa salvó la vida a más de un millar de judíos durante el Holocausto, Calamai tramitó pasaportes, otorgó pasajes y documentos, alojó perseguidos en el mismo consulado en el que trabajaba y acompañó, él mismo, a otros hasta las fronteras para ponerlos a salvo. Se estima que, con su ayuda, entre 300 y 400 argentinos escaparon de los centros clandestinos de detención, la desaparición, la tortura y la muerte.
Por todo lo que hizo con quienes estaban en peligro, el 10 de diciembre de 2004, hace exactamente 20 años, en el Día de los Derechos Humanos, fue condecorado con la Orden del Libertador General San Martín en la embajada argentina de Roma.
Entre el 72 y el 76 Calamai había sido enviado a Chile, desde donde logró trasladar a Italia a más de 400 perseguidos que se habían refugiado en la embajada luego del golpe de Pinochet. Para cuando la junta militar irrumpió en la democracia argentina ya estaba en servicio de regreso en Buenos Aires.
En la capital porteña formó una suerte de red de rescate con un periodista —“Giangiacomo Foá, que era el corresponsal del Corriere della Sera. Él inmediatamente me dijo que la realidad tranquila, relajada, que uno veía por las calles del centro, donde parecía que no ocurría nada, no era la realidad de lo que estaba ocurriendo”— y con el representante del Partido Comunista en Argentina —“Filippo Di Benedetto, que era una persona extraordinaria que durante su juventud en Italia había sido detenido y torturado por los fascistas y comprendimos los dos que podíamos fiarnos el uno del otro”—, ambos italianos.
—Habíamos descubierto una manera para salir del país. Sabíamos que lo fundamental para los argentinos y para los italianos era evitar el escándalo. (...) Había controles muy fuertes en Ezeiza pero no en Aeroparque. (...) Los que tenían nuestro pasaporte subían al avión con el carnet de identidad y bajaban a Montevideo con el pasaporte. Y si les preguntaban: “Pero cómo es eso, un chico joven con un pasaporte de la semana pasada, en Buenos Aires”, decían: “No es que éramos turistas pero me han robado la cartera y en el consulado nos han dado un pasaporte nuevo”. Y nunca tuvimos problemas. Iban a la embajada [en Uruguay], en la embajada ya sabían que tenían que darles el billete de avión, lo tenían preparado, y se iban —cuenta Calamai en el film.
En 1977, cuando el Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia descubrió lo que su representante estaba haciendo —y luego de haber despertado suspicacias con su mismo accionar en Chile— lo sacaron de Argentina.
—Llegó el momento en el que comprendí no solo que estaba completamente aislado sino que quien venía a mí podía correr peligro. Fue el momento en el comprendí que estaba quemado. Y fue durísimo porque por un lado me hubiera gustado quedarme pero me di cuenta de que no tenía sentido. Qué iba a hacer yo.
Una historia de resistenza
La idea de este documental aparece a partir del encuentro de Mascaró Cine —un grupo de cine independiente argentino formado por periodistas de investigación que decidieron dedicarse a las producciones audiovisuales para intervenir en los debates sobre el tipo de sociedad que desean— en el que participan Omar Neri y Mónica Simoncini, con Progetto Sur — “una asociación de italo-argentinos con sede en Roma que desde 2003 apoya iniciativas de movimientos de derechos humanos, sociales, ambientales y también indígenas”.
En 2015 la agrupación italiana le contó a los cineastas que estaban en contacto con la comunidad de argentinos que se exiliaron y resistieron en Italia durante la última dictadura militar. Les hablaron de sus acciones y de cómo se habían constituido en una red de apoyo para ayudar a los nuevos exiliados que llegaban escapando, la mayoría de las veces sin dinero ni lugar para vivir —muchos de ellos, la primera generación de refugiados, al llegar, habían dormido en plazas, limpiado casas, cuidado chicos o se habían puesto a hacer artesanías para subsistir, sin importar cuán profesionales eran o qué tan formados estaban.
Allí también se encontraron con la actriz y autora Adriana Bernardoti, que se había exiliado en Italia algunos años más tarde —cerca de los 90— y había hecho la primera investigación. “A partir de eso empezamos a pensar que ahí había una película, que esas historias de resistencia colectiva, muy poco conocidas, podían convertirse en un relato audiovisual. Tuvimos en cuenta que sobre el exilio se había hablado mucho de México, España, Francia, pero casi nada se sabía sobre lo que sucedió en Italia. Y que, además, incluía la ayuda brindada por el cónsul italiano en Argentina, Enrico Calamai. Esta fue también una de las motivaciones”, dicen Neri y Simoncini.
Para realizar el documental los directores viajaron dos veces a Roma, hicieron 40 entrevistas —allí y en Buenos Aires— a quienes se refugiaron en la capital italiana y a personas que los acogieron y les dieron ayuda. “Eso fue superinteresante porque es otra mirada del exilio, la de los italianos que los recibieron: gente sensible que se dio cuenta de cómo era la situación y que les dio la casa, los ayudó a conseguir trabajo. Es otra mirada que buscábamos”. “Nos interesaba especialmente indagar en la cuestión de la organización colectiva, cómo frente al poder que ejercía la dictadura y la adversidad de un país que no los reconocía como refugiados políticos, lograron llevar a cabo acciones muy audaces y con muy pocos recursos”, cuentan.
Con el país con el que muchos de los exiliados tenía lazos estrechos por ser descendientes de inmigrantes que, quizás, décadas atrás habían llegado a estas pampas para curar el hambre, para buscar futuro, tuvieron encuentros ambivalentes. Los ciudadanos los abrazaron pero el Gobierno, entonces encabezado por Giulio Andreotti, no quiso otorgarles el estatus de refugiados políticos.
“Entonces, en este marco, lo primero que hacen es organizarse como Comitato Antifascista contro la Repressione in Argentina (Comité Antifascista contra la Represión en Argentina: CAFRA) para buscar la solidaridad de algunos políticos y tratar de publicar información en los medios italianos sobre lo que sucedía en Argentina. Realizaron muchas acciones, como el escrache a Videla, una campaña durante el Mundial 78 y la huelga de hambre, que dieron sus resultados. Quizás la que más repercusión tuvo, porque golpeó de alguna manera a la junta militar que tuvo que salir a dar respuesta, fue la mención que hizo el papa, Juan Pablo II, en el Ángelus de octubre de 1979 sobre los scomparsi (desaparecidos) de Argentina”, dicen.
Otra cuestión en la que los directores del documental hacen zoom es en la forma en la que los exiliados se organizaron para ayudar a quienes llegaron después “armando redes laborales y de ayuda psicológica a quien la necesitara”. “Todo esto se daba sin perder la alegría ni la esperanza, construyendo memoria y tejiendo lazos con las nuevas generaciones, que es lo que hacen hasta el día de hoy”.
Seis de los testimonios de la película pertenecen a personas salvadas por Calamai. Del excónsul y su historia Neri y Simoncini destacan “su firmeza, sensibilidad y humildad”. Y lo impactante de que un funcionario público, dentro de una maquinaria burocrática, tuviera “la lucidez de entender lo que estaba pasando para actuar en consecuencia, salteando incluso lo que para algunos sería ‘la legalidad’”.
Los directores cuentan que la historia de Calamai se conoció en Italia recién en el año 2000, cuando se presentó a declarar en el proceso contra los militares argentinos en ese país. “Hasta ese momento era sólo un nombre susurrado en el mundo del exilio, como confiesa Juan Miglioli, uno de los tantos que le deben la vida: ‘Por muchos años, hasta el 2000 o el 1999, creo que ninguno de los que salvó Calamai hablábamos de Calamai. Decíamos que había un cónsul que nos había dado una mano. En privado y en voz baja. Porque posiblemente lo tratábamos de cubrir, porque un sentimiento hacia él había. (...) Calamai se destapó, sacó la cara, cuando alguno lo repescó para hacer de testimonio en el proceso (...) como persona informada de los hechos y él se presenta. (...) Yo no había entendido la dimensión de Calamai’”.
Entre los entrevistados aparece también el testimonio de León Gieco quien, guitarra en mano, cuenta su historia de exilio y regaló su música a la película.
“Artesanos, obreros, intelectuales, psicoanalistas, músicos, poetas, fueron protagonistas de acciones heróicas, hechas con escasos recursos, pero que de a poco lograron el objetivo de visibilizar la tragedia que estaba ocurriendo en Argentina. En la actualidad, un grupo de jóvenes argentinos e italianos se organizan en Roma y retoman las banderas de la resistencia activa”, escriben Neri y Simoncini en la presentación del documental.
Resistenza, que se estrenó en Roma a fines de noviembre después de haberse presentado en el Festival de Derechos Humanos de Nápoles y llegará a la Argentina en 2025, habla de situaciones límite. Habla de supervivencia. Habla de solidaridad. Habla de resiliencia. Habla de derechos humanos. Habla de comunidad.