
La triste y trágica vida de la cocinera Mary Mallon es uno de los casos más singulares de la historia de la medicina. Una historia que, de diferentes maneras, escribió con su propio cuerpo. Su apellido está casi olvidado, porque terminó aplastado por el peso cruel de los apodos que le propinaron. La llamaron “Mary Tifoidea” o, aún peor, “Mary la Tifosa”, un verdadero peligro para la sociedad. Porque Mary, sin saberlo, era letal. Las personas que vivían en las casas donde trabajaba – hogares de la alta sociedad neoyorquina – enfermaban e incluso morían como moscas contagiadas por el bacilo de la fiebre tifoidea que portaba en sus entrañas y que a ella, como si quisiera conservarla sana para utilizarla como arma de destrucción, no le hacía nada. Porque Mary Mallon nunca se enfermó.
Cuando descubrieron que Mary era capaz de enfermar y matar si saberlo – aunque por algunas de sus conductas se puede pensar que quizás lo intuyera – la medicina y los medios de la época la demonizaron y la convirtieron en victimaria, casi una criminal, lo que le valió que la confinaran y la trataran como paria. Corrían los primeros años del siglo XX y había muchas cosas que la medicina todavía uno había descubierto, como por ejemplo que hay personas que son portadoras asintomáticas de algunas enfermedades infecciosas. Es decir, que las transmiten sin padecerlas.
Hoy a Mary Mallon habría que agradecerle que su cuerpo sirviera para hacer ese descubrimiento, el de la existencia de portadores asintomáticos, una categoría que se ha hecho familiar para todo el mundo con las dos últimas pandemias, la de la infección por VIH – causante del Sida – y la más cercana de Covid-19.
En el caso de Mary se trataba de la fiebre tifoidea. Los estudios sobre las epidemias de esa patología habían comenzado a finales del siglo XIX. En 1879, el patólogo Karl Joseph Eberth descubrió el bacilo Salmonella typhi, que infecta los intestinos y la sangre, provocaba la enfermedad. Pronto se descubrió que la fiebre tifoidea podía propagarse a través de agua contaminada o fuentes de alimentos, es decir, por vía digestiva. Como la Salmonella typhi se elimina a través de las heces, una persona infectada también puede transmitir la enfermedad si, por ejemplo, prepara comida con las manos sin lavar. Por eso se tomaban extremadas medidas de higiene para preservar a los que estaban en contacto con quien presentara síntomas de la enfermedad.

Lo que no se sabía – ni de la fiebre tifoidea ni de otras enfermedades infectocontagiosas – era que existían personas que se infectaban y, sin enfermarse, podían contagiar. Y descubrirlo, con Mary como caso índice o caso primario, exigió una verdadera investigación detectivesca. Fue un gran descubrimiento científico, pero a ella le valió pasar la mayor parte de su vida en una cruel cuarentena.
La cocinera letal
Mary Mallon nació en Cookstown, condado de Tyrone, en 1869, pero dejó Irlanda cuando era adolescente para buscar una nueva vida en Nueva York, donde vivían sus tíos. Era una chica con cierto grado de educación – sabía leer y escribir, lo que no era poco para la época – y de “buena presencia”, una condición que solía requerirse para integrar la servidumbre de las familias adineradas de la época. Además, era muy buena cocinera, un oficio que empezó a desempeñar con éxito a fines de 1895.
Cuenta la historia que su mejor plato era un postre, el helado de durazno. Todos hablaban maravillas de la “señorita Mallon”, que no solo cocinaba, sino que mandaba con acierto a los otros empleados de la cocina y se ocupaba de comprar los suministros para ofrecer siempre una mesa con platos exquisitos.
Sus problemas empezaron en 1900, cuando trabajaba en una casa en Mamaroneck, Nueva York. A fines de ese año y en menos de quince días, todos los miembros de la familia se enfermaron de fiebre tifoidea, pero Mary no. La cuestión es que la cocinera dejó el empleo, una actitud que nadie le podía reprochar porque así se preservaba de contagiarse.

Al año siguiente se mudó a Manhattan, a trabajar en otra casa, y los miembros de la familia que la contrató también se enfermaron. Mary volvió a irse para trabajar con un abogado – de quien pronto se convirtió también en amante – que terminó contagiado igual que siete de los ocho integrantes de su familia.
En 1906, se afincó en Oyster Bay, Long Island. En dos semanas, seis de los once miembros de la familia para la que trabajaba fueron hospitalizados con fiebre tifoidea. Cambió sucesivamente de empleo, contagiando a los habitantes de otras tres casas. Luego se determinaría que entre 1900 y 1907 trabajó en siete casas y que en todas ellas hubo casos de la enfermedad, algunos fatales.
Semejante proliferación de casos en casas de familias de la “buena sociedad” neoyorquina y sus alrededores se convirtió en noticia, porque enfermarse de fiebre tifoidea también implicaba un estigma. Era una enfermedad que pertenecía a otro mundo, que proliferaba en las condiciones de hacinamiento e insalubridad de los barrios bajos de Nueva York, como Five Points, Prospect Hill y Hell’s Kitchen, pero que rara vez llegaba a los barrios ricos, de “gente limpia”.
Un detective sanitario
Quizás para evitar el estigma de mugriento, uno de los dueños de las casas donde había trabajado Mary, contrató al ingeniero sanitario George Soper, especializado en brotes de fiebre tifoidea, para que descubriera cómo tan terrible enfermedad había entrado por la sacrosanta puerta de su hogar. Soper revisó todas las instalaciones sanitarias sin descubrir ningún indicio, pero no se desanimó y ensayó otra estrategia: investigar en todas las casas de barrios adinerados donde se habían producido casos de tifoidea en los últimos años. Eran 22, algunos de ellos letales.

Buscaba un factor común y lo encontró. En todas esas casas había trabajado, más o menos cuando sus habitantes se enfermaron, una misma cocinera: una irlandesa llamada Mary Mallon.
A Soper, sin embargo, no le alcanzaba con sospechar de Mary para acusarla: debía demostrar científicamente que era la culpable de la epidemia. La localizó trabajando en otra casa y, después de explicarle lo que buscaba, le pidió que le diera muestras de sangre y de materia fecal para poder analizarlas. La respuesta de la cocinera fue contundente: empuñó un cuchillo y sacó carpiendo a ese atrevido que la señalaba como portadora de una enfermedad que se asociaba con la mugre. No le sirvió de nada, porque Soper se puso en contacto con el Departamento de Salud de la Ciudad de Nueva York para que obligara a Mallon a entregar sus heces y su sangre. El análisis de las muestras confirmó la presencia del bacilo Salmonella typhi en el cuerpo de la cocinera, aunque nunca había mostrado ningún síntoma.
Con ese resultado, la trataron como a una criminal. Fue arrestada y confinada en la isla de North Brother, frente a la costa del Bronx, en nombre de la seguridad pública. Cuando la noticia llegó a los diarios, los titulares la bautizaron como “Mary Tifoidea” y “Mary la Tifosa”.
Mary se defiende
Desde esa cuarentena sin plazo que consideraba un encarcelamiento injusto, Mary Mallon decidió resistir. Contrató a un abogado y encargó nuevos estudios de sangre y heces a un laboratorio privado. Dieron negativo y con esos resultados en la mano, el abogado pidió su libertad.
En el escrito que presentó, Mary decía: “Esta afirmación de que soy una amenaza perpetua en la propagación de gérmenes tifoideos no es cierta… Soy una persona inocente. No he cometido ningún delito y me tratan como una criminal. Es injusto, indignante, incivilizado”.
La Corte Suprema de Nueva York no dio por validos esos resultados, denegó la solicitud de libertad y decidió apoyar la decisión del Departamento de Salud. Su caso fue ampliamente cubierto por el magnate de los periódicos William Randolph Hearst, pero ese apoyo terminó siendo para Mary una espada de doble filo, porque al mismo tiempo que denunciaba la cuarentena de la cocinara como injusta, en todas las crónicas seguía llamando con el nombre que la habían estigmatizado, “Mary Tifoidea”.
Mary estuvo confinada en la isla North Brother durante tres años, hasta que un nuevo inspector de salud le ofreció levantar su confinamiento a cambio de un compromiso: no volver a trabajar como cocinera.
Mary Mallon aceptó, aunque no estaba dispuesta a cumplir esa promesa.

Confinada hasta la muerte
Al salir en libertad, Mary Mallon no volvió a ofrecer sus servicios como cocinera. No solo por la prohibición que pesaba sobre ella, sino porque nadie en su sano juicio contratarÍa a la letal “Mary Tifoidea”. Quien sí comenzó a presentarse en las casas donde se solicitaba una cocinera fue Mary Brown, una irlandesa que hacía, entre otros platos, un exquisito postre de helado de durazno.
En los años siguientes utilizó diferentes nombres y trabajó en varias casas de familia, hasta que finalmente consiguió empleo como jefa de cocina en la Maternidad Sloane de Manhattan. Poco después se desató una epidemia de tifoidea en el hospital, que afectó a entre 25 y 30 personas y causó dos muertes. Los inspectores del Departamento de Salud no demoraron en encontrar a la causante de la cadena de contagios y descubrir que era la mismísima “Mary Tifoidea” utilizando un nombre falso.
Mary Mallon fue confinada nuevamente en la isla de North Brother, de la que ya no volvería a salir a pesar de haber presentado varios amparos ante la Justicia. Estaba allí en 1932, cuando sufrió un infarto cerebral que le dejó la mitad del cuerpo paralizado, y del que no se recuperó. Murió de neumonía el 11 de noviembre 1938, cuando llevaba 23 años de interminable cuarentena.
Su muerte la volvió a convertir en noticia. “Mary Mallon, la primera portadora asintomática de bacilos de fiebre tifoidea identificada en Estados Unidos y, por lo tanto, conocida como Mary Tifoidea, murió ayer en el Hospital Riverside en North Brother Island”, se podía leer en las primeras líneas de la crónica publicada por The New York Times.
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