
Paul McCartney tuvo tres matrimonios. El más duradero y el de la historia más conocida es el que contrajo con Linda Eastman, su compañero durante tres décadas. Pero luego de enviudar se casó otras dos veces. Hubo escándalos, juicios millonarios y al final la redención y una historia de amor pacífica.
Su primera relación seria y estable fue con Dot (Dorothy) Rhone. Una chica de Liverpool que alguna vez se quejó de la tendencia de Paul a controlarla y a decidir sobre su aspecto, vestimenta y conductas. Dot era amiga de Cynthia Lennon, la que se convirtió en la primera esposa de John. Juntas viajaron a Hamburgo a ver a sus novios. Dot quedó embarazada y la pareja anunció su compromiso. Apenas empezaba la década del sesenta y a los Beatles le faltaban unos años para explotar. Pero la joven tuvo un aborto espontáneo y Paul decidió terminar con el noviazgo.
Un tiempo después ya en lo más intenso de la Beatlemanía al bajista se le conoció su segunda relación seria. Jane Asher era una hermosa actriz británica. Se conocieron en un recital de la banda y a los seis meses ya vivían juntos. Jane fue la destinataria de varias de las más hermosas canciones de amor compuestas por Paul (y por ende de las más hermosas del Siglo XX): And I Love Her, I’m Looking Through You, You Won´t See Me. Fueron novios durante casi cinco años. Y, una vez más, Paul se comprometió. Pero unos meses después se rumoreó que McCartney mantenía un amorío la modelo Maggie McGivern. Asher sospechaba de las actitudes de su novio. Pero a esa altura todo había perdido escala. Hacía varios años que ser un Beatle era algo inmanejable. Jane Asher abandonó a Paul cuando lo encontró (dicen que en la cama) con Francie Schwartz, una joven guionista norteamericana que merodeaba a la banda para venderles un guión. Jane soportó el asedio de la prensa y el dolor, y nunca cedió a la tentación de vender su historia ni de dejar filtrar rumores para dañar a su ex novio. Schwartz usufructuó todo lo que pudo su romance fugaz y logró vender secretos e intimidades a los escandalosos tabloides británicos, ávidos por replicar cualquier escándalo que involucrara a un Beatle.

Luego fue el tiempo del gran amor de su vida, de Linda Eastman. En ese momento los otros tres compañeros de banda se habían casado prematuramente. Eran súper estrellas, codiciados por las mujeres, sin horarios rígidos, con las tentaciones al alcance de la mano. Sin embargo, la alienación era tan grande, la presión tan inmanejable, la fama inusitada ponía todo fuera de escala humana (John Lennon tenía razón cuando afirmó que eran más famosos que Jesucristo), que los Beatles se refugiaron en sus esposas, en intentaron mantener una vida familiar para volver a tomar contacto con la realidad.
Descartados los demás, Paul era el soltero más codiciado. El Beatle de las canciones románticas, el que en esos últimos tiempos parecía estar a cargo, era el candidato soñado para cada chica del mundo.
En ese momento apareció Linda Eastman, una joven aficionada a la fotografía que trabajaba como recepcionista en la revista Town and Country. Después de mucho insistir consiguió que sus jefes la enviaran a cubrir una fiesta que los Rolling Stones daban en un yate.
Linda con su juventud, belleza y simpatía consiguió ser la única fotógrafa a bordo. Al resto se le negó la posibilidad y vieron desde el muelle como zarpaba la embarcación. Aprovechó su oportunidad. Tenía talento. Sus fotos de los Rolling Stones llegaron a todas las revistas. Desde ese momento se convirtió en una de las fotógrafas favoritas del rock.
Obtuvo imágenes de Jimmy Hendrix, Simon and Garfunkel, Bob Dylan, Eric Clapton (su retrato del guitarrista fue tapa de uno de los primeros números de la Rolling Stone: Linda es la única persona en la historia de la revista en ser tapa como fotógrafa y como fotografiada; estuvo en la portada junto a Paul en 1974), Aretha Franklin y Neil Young.

Su habilidad para la fotografía y su apellido provocaron un largo malentendido. Linda no era descendiente de Eastman Kodak. Su padre, Leopold Val Epstein, cambió su nombre al de Lee Eastman y se transformó en un abogado especializado en el mundo del espectáculo; representó a grandes artistas a lo largo de los años.
Primero se cruzaron en un recital de Georgie Fame; luego en la presentación de Sargent Pepper: ese día ella deslizó un papel con su número de teléfono en el bolsillo de Paul. El, al día siguiente, la llamó. A partir del tercer encuentro el romance se consolidó.
No importó la fama y las múltiples ocupaciones de Paul, ni que ella tuviera una hija de un matrimonio anterior ni que viviera en Estados Unidos. A los pocos meses ya estaban juntos y no se separarían por las siguientes tres décadas.
Linda era divertida, inteligente y emprendedora. Tenía una belleza serena, fluida, sin subrayados.
Al poco tiempo, el 12 de marzo de 1969, se casaron en Londres. Pretendieron pasar desapercibidos. Sólo un trámite. Pero nada era sencillo para un Beatle en esos tiempos. Cuando llegaron al registro civil una multitud de fotógrafos, periodistas y fans los esperaba.

Algunas de las seguidoras de Paul no podían contener su frustración. Se les esfumaba su última esperanza. Paul vistió un traje negro, formal y discreto, y una corbata clara y brillosa. La falta de hábito hizo que el cuello de la camisa se escapara por sobre la solapa del saco. Linda combinó su vestuario con el de su hija Heather de seis años. Las dos usaron un tapado corto de cuatro botones ceñido al cuerpo por un ancho cinturón. El pelo corrido hacia los costados y casi sin maquillaje. Una hermosa y original novia que escapaba al lujo y a la ostentación esperable. Luego del trámite, hubo una pequeña bendición religiosa.
Eran pocos los que apostaban a que la pareja perdurara. Había sido todo demasiado rápido. Y la estabilidad amorosa no es una de las características del mundo del rock. Pero ellos fueron la excepción. Pasaron a ser conocidos como Los McCartneys.
En alguna ocasión Paul recordó que en esos 29 años sólo diez noches habían dormido separados: las diez noches que él estuvo detenido en Tokio por posesión de marihuana.
Paul parecía tener todo. Juventud, fama, prestigio, dinero, una hermosa familia, una actividad que lo gratificaba y lo realizaba. Sin embargo, luego de la separación de los Beatles entró un profundo estado depresivo. Linda, con dos hijas (ya había nacido Mary), a menos de un año de haberse casado, lo sostuvo y le dio el impulso para salir adelante.
Le mostró que había vida más allá de los Beatles. En esos doce meses pasó de casarse con un joven en la cima del mundo a convivir con un hombre emocionalmente roto y perdido. Ella pudo lidiar con la situación. Paul se lo reconoció públicamente: “Linda me rescató y me salvó”.

La primera medida que tomaron para alejarse de los ecos de las ondas expansivas de ser un Beatle (ninguno de los cuatro dejará de serlo nunca: esa condición, una condición excepcional, los acompañará eternamente) fue irse a vivir lejos de la ciudad, lejos de las groupies, los pedidos de autógrafos, la histeria.
Un tiempo antes, Paul había comprado una propiedad en la campiña escocesa. Una extensa tierra para trabajar con algunos animales y una casa de tres ambientes, frugal y poco sofisticada. Los cuatro (luego llegarían los otros dos hijos: la hoy prestigiosa y excepcional diseñadora Stella McCartney y James, el único varón) hacían una reposada vida de campo.
Existen algunas fotos muy hermosas obtenidas por Linda en esos años. Una de ellas: Paul hace equilibrio sobre una valla de troncos con una gran sonrisa, Heather salta sobre unos fardos de heno, Mary busca algo en el pasto, el campo, el cielo abierto y la construcción nada ostentosa.
Después compartieron la aventura de Wings. El lugar de Linda en el grupo provocó pocas polémicas. Casi se alcanzó unanimidad al respecto. Todos los medios se mofaron de su papel. Les parecía incomprensible la elección de Paul. Decían que su habilidad con los teclados era nula y que desafinaba en cada intervención vocal. Era cierto.
Sin embargo los músicos de Wings, con el paso del tiempo, reconocieron el papel de Linda en el grupo. Ella era la que los unía, la que aportaba la armonía de trabajo, la que hacía posible la convivencia. Lo que siempre fue cuestionable en ella fueron los estrambóticos peinados de los setenta: unas crestas trabajadas e inexplicables.

Con el tiempo su aporte musical se fue profesionalizando y su labor fue siendo cada vez más digna. En 1986, los Smiths la invitaron a tocar los teclados en Frankly, Mr. Shankly de su casi perfecto álbum The queen is dead. Pero Linda declinó la oferta.
En 1995 a Linda le detectaron cáncer de mama. Tres años después como consecuencia de una metástasis en el hígado murió a los 56 años.
Sus últimos días los pasó rodeada por su esposo y sus hijos, andando a caballo, en medio del campo. En su funeral los tres Beatles que sobrevivían se juntaron a tocar en vivo por primera vez desde el Concierto de la Terraza.
Paul, George y Ringo, en honor a Linda, ejecutaron una estremecedora versión de Let it Be.
Hace poco, Paul declaró que luego de tomar unos potentes alucinógenos vio a su fallecida esposa encarnada en una ardilla.
Su historia de amor fue un oasis en los fastos del estrellato. Criaron cuatro hijos mientras cincelaban tontas canciones de amor y otras maravillas.

La muerte de Linda desmoronó a Paul. Durante un año lloró cada vez que alguien pronunciaba el nombre de Linda. Pero luego, en un evento benéfico, conoció a Heather Mills, una hermosa modelo, 26 años más joven que él. Heather, siete años antes, había perdido una pierna tras ser arrollada por una moto. El músico vivió fascinado esta nueva historia de amor. Se sintió rejuvenecer, hacía décadas que no disfrutaba de esas sensaciones. Se casaron en 2002 y al año siguiente tuvieron una hija, Beatrice Milly. Al poco tiempo se separaron. La presencia de él sin compañía en varias apariciones públicas alertó a la prensa. Lograron mantener el secreto durante unos meses hasta que estalló el escándalo. Hubo versiones cruzadas y acusaciones a través de terceras personas. Heather se mostró irascible y su imagen pública se deterioró. Los medios la acusaban de ambiciosa y, sin conocer detalles, la responsabilizaban por el final del amor. La demanda de divorcio fue impactante. Ella exigió 250 millones de dólares. El arreglo final estuvo lejos de esa cifra pero la dejó más que conforme. Casi 50 millones de dólares y una alta cuota mensual para la manutención de su hija.

Pero Paul superó, una vez más, el mal trago. Otra vez se puso de pie. Su siguiente relación conocida y estable también terminó en boda, la tercera y por el momento la última. El 9 de octubre de 2011, hace ya más de una década, se casó con Nancy Shevell, una empresaria proveniente de Nueva York, 17 años más joven que él. El noviazgo había empezado cuatro años antes. La relación, al contrario de la que mantuvo con Heather, contó con el apoyo y el beneplácito de los hijos de ambos. Ese fue un comienzo más que auspicioso.

Se casaron en el mismo lugar en el que Paul había contraído enlace con Linda y luego se trasladaron a una sinagoga para presencias una celebración en homenaje a la religión judía de la familia de Nancy. Un año después en Kisses on The Bottom, Paul le dedicó la que tal vez sea su última gran canción de amor, My Valentine. En estas horas McCartney festejará sus ochenta años junto a ella y sus hijos.
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