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José Manuel Estrada, fue un
José Manuel Estrada, fue un ferviente católico, docente entusiasta de una sólida formación intelectual

Era delgado, de mediana estatura, se destacaba por su frente espaciosa, su abundante cabello negro y por esos bigotes largos, cuyas puntas amagaban tapar parte de sus mejillas. De vestir sencillo, sin prestar demasiada atención a la moda, a José Manuel Estrada se lo distinguía por su andar cansino, como si estuviera agobiado.

Había nacido el 13 de julio de 1842 en el seno de una distinguida familia local, al punto que su mamá Rosario era nieta del virrey Santiago de Liniers. Huérfano a temprana edad, junto a sus ocho hermanos quedó al cuidado de su abuela. Tuvo una educación primaria en su casa, impartida por el maestro Manuel Pinto, y los contenidos de la escuela secundaria se los impartió Fray Buenaventura Hidalgo, del convento de San Francisco.

Demostró, siendo muy joven, que era un muchacho realmente inteligente, ya que a los 16 años se destacaba como historiador, orador y hasta maestro, y ganó su primer premio de un concurso de historia organizado por el Liceo Literario, con un trabajo sobre el descubrimiento de América.

Estrada fue el primer presidente
Estrada fue el primer presidente argentino de derecho constitucional y rector del Colegio Nacional de Buenos Aires (Wikipedia)

Fundó y escribió en pequeñas publicaciones, como la Guirnalda Literaria, Las Novedades y La Paz, y era colaborador en La Religión y El Correo del Domingo.

A los 21 años, ya era un pensador respetado en el círculo intelectual porteño, y ya había editado El Génesis de nuestra Raza, en respuesta a Gustavo Minelli, un profesor de historia universal. Allí Estrada fundamentaba que la raza era una sola, y en El cristianismo y la democracia, refutaba el libro América en peligro, escrito por Francisco Bilbao, que adjudicaba a la iglesia el origen de los males que sufría el continente americano.

También escribió Los Comuneros del Paraguay y la obra Efecto sociales y religiosos de la armonía, en el que abogaba por la unión del país, partido entonces entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires.

Sarmiento lo apreciaba, valoraba sus
Sarmiento lo apreciaba, valoraba sus textos y le tenía profundo cariño ya que había sido uno de los mejores amigos de su hijo Dominguito

Con la firma convicción de que democracia y cristianismo eran compatibles, en 1861 creó la Sociedad San Francisco Javier, destinada a nuclear a obreros y artesanos. Sostenía que el mensaje del Evangelio iba de la mano de la idea de libertad del individuo, y que esa libertad sería plena cuando la persona fuese instruida y así contar con las herramientas para lograr un lugar en la sociedad y su bienestar.

A partir de 1865 comenzó a brindar conferencias públicas sobre historia en el Colegio Modelo de Catedral al Norte, sobre la calle Reconquista. Con su voz gruesa, profunda pero no monótona, en la que marcaba las “erres”, dictó 30 exposiciones, repartidas en dos semanales, organizadas en horario nocturno. Serían la génesis del libro Lecciones sobre la historia de la República Argentina, donde incluyó 21 de las 30, que abarcaba el período de la conquista al gobierno de Juan Manuel de Rosas. Sobre este gobernante, escribió La política liberal durante el gobierno de Rosas, a quien criticó con dureza, contraponiéndolo con los valores que sostuvieron los hombres de la Generación del 37.

El controvertido artículo octavo de
El controvertido artículo octavo de la ley 1420 que establecía que la educación religiosa en las escuelas sería opcional

Tenía 22 años cuando fundó el Círculo Literario, y la temática la centró, a instancias de Bartolomé Mitre, en el estudio de la historia.

El 14 de marzo de 1868 se casó con Elena Estévez, de 20 años, y tuvieron cinco hijos. Vivían en una casa quinta de Suipacha y Juncal, cuyos terrenos llegaban al río. En 1868 Sarmiento, como presidente, lo designó secretario del ministro de relaciones exteriores Mariano Varela. El sanjuanino lo apreciaba en serio: no solo valoraba sus cualidades intelectuales, sino que además Estrada era íntimo amigo de su hijo Dominguito, y en cierta medida lo hacía acordar de él, muerto en la batalla de Curupaytí. También es cierto que se enfrentarían duramente años más tarde cuando se discutiese la ley 1420.

Fue convencional constituyente en 1871 en la reforma constitucional en la provincia de Buenos Aires, donde hizo una fuerte defensa de la educación religiosa en las escuelas.

En 1876, sin contar con educación universitaria, fue nombrado profesor titular de Derecho Constitucional en la Universidad de Buenos Aires, y se transformó en uno de los precursores de esta materia en el país. Del programa que elaboró saldría el libro Curso de Derecho Constitucional, porque como no había manuales sobre la materia, se ocupó de la redacción de los materiales, y en parte se nutrió de trabajos que fundamentaban la carta magna norteamericana. Así escribió, por ejemplo, Sufragio y Representación de las minorías.

Sus clases siempre estaban colmadas, y a veces una nube de alumnos caminaban con él hacia su casa, haciéndole preguntas y deleitándose con las respuestas. Fue además decano de la Facultad de Filosofía y Letras, dictó Instrucción Cívica en el Colegio Nacional de Buenos Aires y como jefe del Departamento de Escuelas Normales de la provincia de Buenos Aires, se ocupó de una concienzuda elección de los maestros, del estado de los establecimientos y de su higiene.

El presidenbte Julio A. Roca
El presidenbte Julio A. Roca lo dejaría cesante de sus cargos de rector del Nacional de Buenos Aires y de su cátedra de Derecho Constitucional

Entre 1873 y 1876 fue diputado provincial y su labor se centró en la legislación de temas de educación y de organización escolar. Era difícil polemizar con él, porque Estrada no se empecinaba en sus ideas, y se defendía con sólidos argumentos. Indalecio Gómez diría de él que “no es el talento de Estrada, al menos el de sus libros y discursos, lo admirable es su carácter público, firme: es su virtud”.

En 1873 fundó El Argentino, donde apoyaba la candidatura presidencial de Manuel Quintana y desempolvó La Revista Argentina –que había creado en 1868 y que sobrevivió hasta 1871- hasta que en 1882, en pleno debate por la ley 1420, sacó el diario La Unión.

Ya era un abanderado del pensamiento católico, que cerró filas junto a colegas de la talla de Emilio Lamarca, Tristán Achával Rodríguez, Pedro Goyena y Miguel Navarro Viola, entre otros. “Somos republicanos y amamos la libertad porque somos cristianos y amamos la dignidad del hombre”, señalaba.

Sostenía que en la escuela la educación debía ser católica, rechazaba el laicismo que iba de la mano del liberalismo, y tuvo un papel relevante en la discusión de la 1420, enfrentándose a espadas de la talla de Sarmiento y Alem. Criticaba duramente a la clase gobernante, haciéndola responsable de que “el país se hunde en la decadencia y el oprobio”. Motorizó un petitorio, donde miles de católicos dejaron estampadas sus firmas, pero de nada sirvió. El país iba para otro lado.

Obviamente, el debate sobrepasó el ámbito parlamentario, y era eje de discusión en distintos ámbitos, especialmente en el diario La Unión, quien tildaba de “herejes” a los que promovían la ley. Los liberales llamaban a los católicos “sacristanes”, mientras que éstos le decían “masones”.

La discusión en el parlamento insumió todo el mes de julio de 1883, al mes siguiente pasó al senado y el proyecto, con sus modificaciones, se aprobó en junio de 1884.

Esa militancia –fundó la Asociación Católica que trastocaría en partido político- más su oposición a la ley de educación que separaba a la iglesia del Estado, le costó el inmenso dolor de ser cesanteado de su cargo de profesor universitario, medida dispuesta por el presidente Roca y por su ministro de Instrucción Pública Eduardo Wilde. Es que en el pasado, durante el gobierno de Avellaneda, había rechazado un cargo de ministro, y prefirió continuar dedicándose a la docencia. Sí había aceptado, en julio de 1876 ser rector del Nacional de Buenos Aires, donde renovó los contenidos sobre historia y mejoró la situación salarial de los docentes. Estuvo hasta 1883 cuando también fue apartado.

Cuando perdió los cargos, hubo una manifestación de sus alumnos de derecho, que fueron hasta su domicilio. “Ha sido para mi la enseñanza un altísimo ministerio social, a cuyo desempeño he sacrificado el brillo de la vida y las solicitudes de la política; el tiempo, el reposo, la salud, y en momentos amargos, mi paz y la alegría de mi familia. El sacrificio es fortificante porque engendra la austeridad y habitúa a la pobreza. Es decir, que hace invencible a los hombres”.

La noche del 13 de abril de 1890, de vuelta en su casa luego del participar del acto de creación de la Unión Cívica de la Juventud, donde denunció “el salteamiento financiero que nos arruina”, se descompuso, estaba mal del corazón. Los médicos le recomendaron climas más benignos. Luego de pasar una temporada en las termas de Rosario de la Frontera, en Salta, se radicó en Asunción, luego de rechazar ser ministro en el gabinete de Luis Sáenz Peña, con quien mantenía una buena relación.

Lo sorprendió la muerte la tarde del 17 de septiembre de 1894 cuando, como funcionario diplomático, negociaba un acuerdo de amistad, comercio y navegación con Paraguay.

El de mirada melancólica, Estrada
El de mirada melancólica, Estrada estaba enfermo del corazón. Murió a los 52 años

Salvo por la diferencia de edad, Sarmiento le llevaba 31 años, ambos fueron autodidactas; los dos, cuando tuvieron problemas de salud, visitaron las termas salteñas de Rosario de la Frontera; ambos, optaron por vivir en Asunción, recomendado por sus médicos. Y los dos morirían en esa ciudad.

El día del fallecimiento del ex presidente se recuerda al maestro, y en el día en que falleció Estrada, se homenajea a ese profesor enamorado de la docencia y venerado por sus alumnos.

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