
La música clásica evoca armonía y paz. Pero, muchas veces, detrás de cada nota se esconde una historia de decepción e ira. La Sinfonía n.º 3 de Beethoven es una de esas canciónes que aguarda una enorme desilución. Sus partituras debían ser dedicadas a Napoleón Bonaparte. Incluso, llevaría su nombre. Sin embargo, hoy solo queda un papel rasgado, eco tangible de la ruptura entre dos figuras fundamentales de la historia europea.
Este cambio no solo alteró el curso de la música clásica, sino que reflejó la transformación de los ideales revolucionarios en ambiciones imperiales, personificadas en el ascenso y coronación de Napoleón.
Originalmente concebida en el verano de 1804 y presentada por primera vez ante un público absorto en 1805, la Sinfonía n.º 3, reconocida como “Eroica”, constituyó una fractura con las formas tradicionales del siglo XVIII.
El investigador Jan Swafford resaltó que Ludwig van Beethoven se inspiró en quien consideraba el exportador más destacado de “libertad, igualdad y fraternidad”; de hecho, el manuscrito inicial llevaba el título “Bonaparte”. En ese momento, Napoleón era visto como el héroe revolucionario que desafiaba al antiguo orden y al ejército austríaco.

Durante la época, la situación tanto para Francia como para Europa cambiaba de forma rápida. El derrumbe de la monarquía y la violencia desatada por la Revolución Francesa, junto con los enfrentamientos militares, habían dejado un vacío de poder que Napoleón no tardó en ocupar.
Según detalló National Geographic, primero ascendió a general a los 26 años. Después, logró un éxito rotundo contra Austria, especialmente en la batalla de Lodi con apenas 27 años. Luego de regresar victorioso a Francia, Bonaparte fue nombrado primer cónsul, lo que le otorgaba un liderazgo absoluto.
Mientras las campañas napoleónicas avanzaban hacia Viena, Beethoven, con 31 años, lidiaba con los primeros síntomas de sordera. Al mismo tiempo, enfrentaba una crisis personal y profesional.
En 1802, según describió la BBC, el compositor se refugió en la localidad de Heiligenstadt para atender sus dolencias y otorgar un respiro a su oído. Durante ese retiro, escribió el Testamento de Heiligenstadt, en el que expresó su desesperación y reconoció su destino de dolor e incomunicación, pero también su determinación de seguir creando por el arte y el deber a su talento.
El regreso a Viena, tras aceptar la gravedad de su sordera, marcó el inicio de la etapa más fructífera de Beethoven. En ese contexto de transformación, tanto a nivel continental como personal, el compositor se sumó a la corriente de admiración por Napoleón. La obra que lo consolidaría como un innovador, la “Eroica", emergió influida por los ideales y el carisma del general francés.

A partir de 1804, la situación política en Francia dio un giro definitivo cuando Napoleón consolidó sus planes para autoproclamarse emperador. Según declaró el historiador Andrew Roberts a la BBC, ese cambio de estatus y poder absoluto supuso para Beethoven una traición a los principios revolucionarios que admiraba.
La noticia del autoproclamado emperador irritó profundamente al compositor. Su amigo Ferdinand Ries relató que Beethoven rompió el manuscrito en el que figuraba el nombre de Napoleón y exclamó con decepción que “ahora no es más que un hombre común… Se convertirá en un tirano”.
Esta reacción de Beethoven tuvo consecuencias irreversibles. El nuevo título de la sinfonía, “Eroica”, desplazó así la dedicatoria explícita a Napoleón y la reemplazó por “A la memoria de un gran hombre”, una referencia intencionadamente ambigua. El manuscrito tachado, actualmente conservado en la biblioteca Gesellschaft der Musikfreunde de Viena, evidencia el momento de ruptura y el desencanto del compositor.

La desilución del músico operó sobre la base de idearios personales y una visión rigurosa de la libertad. El musicólogo Robin Wallace explicó al medio británico que Beethoven —quien provenía de entornos humildes y tuvo un padre alcohólico— se sintió identificado con la imagen del “héroe hecho a sí mismo”, y vio en Napoleón la encarnación de ese ideal hasta el momento de su coronación imperial.
Las consecuencias de este desencuentro no se limitaron al ámbito personal o artístico. Napoleón, al asumir la corona en diciembre de 1804, se colocó a sí mismo como heredero de los antiguos monarcas y, al mismo tiempo, como antagonista de las visiones liberales. Aunque su reinado incluyó medidas progresistas y reformistas (abolición de la censura, terminación de la esclavitud en las colonias, apertura de los guetos para los judíos), también instauró un régimen autoritario que equiparaba toda oposición a una traición patriótica.

Por su parte, Beethoven debutó la “Eroica” en privado durante ese mismo diciembre y dejó una huella profunda en la música occidental. Según recordó el príncipe Lobkowitz, la interpretación de la sinfonía fue descrita como un acto capaz de “sacudir los cielos y la tierra”.
En palabras del biógrafo Jan Swafford, la relación simbólica entre el emperador y el compositor persiste en la estructura misma de la obra, que a pesar de perder la dedicatoria formal a Napoleón, conserva su impronta en los famosos acordes iniciales. Así, la transformación del fervor revolucionario en desencanto imperial, y los sufrimientos personales de Beethoven, convergieron en una sinfonía que revolucionó la historia de la música.

Las huellas físicas del nombre de Bonaparte, arrancado de la partitura, y el paso de la obra de un homenaje a un héroe vivo a la memoria de un “gran hombre”, son testimonio erudito y emocional del desencuentro entre dos gigantes. La contradicción se mantendrá viva mientras se escuchen los poderosos compases de la “Eroica”. Así se deja constancia del delicado equilibrio entre genio, poder y libertad en la historia europea de inicios del siglo XIX.
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