Cuando uno transita por la Autovía 2 en dirección a Mar del Plata y cruza el río Salado, muy cerca se levanta la estancia “La Postrera”, llamada así porque estaba en las postrimerías de la frontera con el indígena. Está cerca de “La Raquel”, ese castillo que se luce en medio de espléndidos jardines y que maravilla al automovilista que viaja hacia Mar del Plata.
Todos esos campos, antes de que fueran propiedad de Felicitas Guerrero, una joven viuda que a punto de casarse fue asesinada por un pretendiente, por 1822 habían pertenecido a un francés que había peleado con Napoleón y que encontró la muerte en noviembre de 1839, en la llamada Revolución de los Libres del Sur. Se llamaba Ambrosio Cramer.
Nacido en París el 7 de febrero de 1790 en el seno de una familia de alcurnia, a los 18 años era subteniente del Regimiento de Infantería Ligera y en 1813 fue capitán de Voltígeros, una unidad de infantería ligera, experimentados en el manejo de la bayoneta en la lucha cuerpo a cuerpo.
Integró el ejército francés en la invasión a España, fue herido en Pamplona y recibió en enero de 1814 la medalla de la Legión de Honor por su valor en combate.
Después de la caída de Napoleón Bonaparte en Waterloo en 1815, Cramer no tenía futuro en Europa y vino a América junto a otros connacionales como Federico de Brandsen, Jorge Enrique Vidt, Benjamín Viel y Jorge Beauchef, entre tantos otros franceses que probaron fortuna en estas tierras.
Lo primero que hizo fue castellanizar su nombre: de Ambroise Jérome pasó a ser Ambrosio. Cuando se presentó ante el gobierno, el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón le reconoció su grado militar. El 30 de julio de 1816 lo ascendió a sargento mayor y le dio un destino: debía ponerse a órdenes del general José de San Martín, enfrascado en su monumental proyecto del cruce de los Andes.
Organizó y fue el jefe del Batallón de Infantería N° 8, formado sobre la base del 2° Batallón de Cazadores, formado por treinta oficiales y 883 soldados, la mayoría esclavos negros.
En 1817 participó con el grado de teniente coronel en la expedición libertadora a Chile y el avance a bayoneta calada de la unidad que comandaba, más la del coronel Pedro Conde, fue vital en la victoria en la batalla de Chacabuco, lo que le valió recibir la Legión del Mérito de Chile.
Cuando la campaña continuó, San Martín le ordenó permanecer con la guarnición militar en Santiago de Chile. No se supo a ciencia cierta el porqué de la decisión del jefe de desprenderse de tan valeroso y experimentado oficial. Se especuló que el francés, soberbio y altanero, habría cuestionado algunas de las órdenes de San Martín y éste no habría estado de acuerdo con las sanciones disciplinarias que imponía a sus hombres.
Lo cierto es que Cramer solicitó la baja y ese mismo año estaba nuevamente en Buenos Aires, donde rápidamente encontró trabajo: fue nombrado edecán del general Manuel Belgrano, que estaba destinado en Tucumán.
Cuando el creador de la bandera fue relevado, hizo un viaje a su país y a su regreso, se incorporó al ejército de Buenos Aires, interviniendo en las batallas de Cepeda y Cañada de la Cruz y, al año siguiente, peleó contra el líder entrerriano Francisco Ramírez.
En 1821 el gobernador Martín Rodríguez lo envió a la zona de Carmen de Patagones. Naufragio mediante, en el que estuvo a punto de morir, se encontró con un precario poblado habitado por unos 400 habitantes, modestos ranchos de adobe y un puerto al que puso en condiciones, y cuyas modificaciones fueron valiosas cuando la guerra contra el Brasil llegó a esas costas.
Además, este francés realizó un valioso relevamiento de esas costas patagónicas y elaboró una serie de cartas geográficas.
En 1823, gracias a sus estudios de ingeniería militar que había hecho en su país, delineó el Fuerte Independencia, que daría origen al pueblo de Tandil. Cramer dibujó los planos del fuerte -que se levantaba donde ahora está la parroquia del Santísimo Sacramento, frente a la plaza principal- y trazó el ejido urbano.
Luego de acompañar al gobernador Rodríguez a una campaña a Bahía Blanca, decidió en 1826 dejar el ejército, reservándose el derecho del uso del uniforme, y rindió los exámenes ante la Comisión Topográfica encabezada por Felipe Senillosa: se transformó en agrimensor.
Se dedicó a recorrer el interior bonaerense, donde se abocó a la mensura de las tierras en las zonas de la frontera, con el peligro latente del malón, que estaba a la vuelta de la esquina.
En 1822 se casó con Francisca Josefa Joaquina Estanislada Capdevila y se dedicó a administrar los campos de La Postrera, tierras que adquirió por el sistema de enfiteusis -un arrendamiento con un canon accesible con la condición de trabajarlas- dedicándose a la cría de ovejas merino, una raza que prácticamente era una novedad en el Río de la Plata. Además, cerca del Salado levantó la pulpería “Paso de la Postrera”, parada casi obligada para los que se aventuraban a adentrarse en tierra dominada por el indígena, a los que había combatido junto al sanguinario coronel Federico Rauch.
El fin
Desde 1838 la Confederación sufría por el bloqueo francés al Río de la Plata y a Cramer como tantos otros estancieros y productores les resultaba imposible comerciar, al cortarse las exportaciones de ganado, fuente de ingreso clave en la provincia de Buenos Aires. Al mismo tiempo, Juan Manuel de Rosas había cambiado drásticamente las condiciones para los enfiteutas, imponiéndoles la compra de las tierras o su devolución al Estado, cuyas arcas estaban por demás alicaídas a causa del bloqueo.
Rosas se mantuvo especialmente inflexible con aquellos a quienes tenía catalogados como opositores, a quienes exigió sumas exorbitantes para la adquisición de las tierras.
En el interior bonaerense fue generándose un clima de descontento y oposición, que rápidamente encontraron eco en los unitarios emigrados y en el general Juan Lavalle, quien planeaba una misión libertadora con un modesto ejército para terminar con el gobierno.
Paralelamente en la ciudad de Buenos Aires se conspiraba. Se eligió para liderar el movimiento a Ramón Maza, hijo del presidente de la Sala de Representantes Ramón Vicente Maza, amigo personal de Rosas.
Todo debía coordinarse: la invasión de Lavalle, el golpe en la ciudad y el levantamiento en el interior bonaerense, que se centraba en las ciudades de Chascomús, Dolores y Tandil.
Rosas se enteró de los planes y dejó hacer para medir el verdadero alcance de la conspiración. Cuando supo que el estallido del movimiento era inminente, hizo arrestar a Ramón Maza, a quien mandaría fusilar, mientras que su padre fue apuñalado por la Mazorca -una organización parapolicial al servicio de Rosas- en su despacho de la legislatura.
Lavalle, a quien los hacendados pedían que desembarcase al sur de la provincia de Buenos Aires, cambió de plan. Cedió al pedido de sus amigos uruguayos y usó sus tropas para enfrentar al gobernador entrerriano Pascual Echague, quien había invadido el Uruguay.
Los estancieros bonaerenses, que aún desconocían estos hechos, habían quedado solos. Las presiones de Rosas sobre el juez de paz de Dolores para que apresase a los cabecillas aceleró el estallido del movimiento, que pasó a la historia como “Revolución de los Libres del Sur” o “Grito de Dolores”. Los jefes militares eran Cramer, Pedro Castelli -el hijo del vocal de la Primera Junta- y Manuel Rico.
Se armó una suerte de cuartel general en el viejo cementerio de Dolores. Cramer, al ver que contaban con paisanos mal armados y peor disciplinados, hizo lo que pudo para organizarlos.
Hubo un solo encuentro. Fue el 7 de noviembre de 1839 a orillas de la laguna de Chascomús. En un primer momento, los revolucionarios hicieron retroceder a las tropas comandadas por Prudencio Rosas, pero el coronel Nicolás Granada volcó la suerte de las armas a favor del gobierno.
Muchos intentaron salvar sus vidas arrojándose a las aguas de la laguna, pero fueron rematados. Cramer murió a lanzazos.
Se dice que su cuerpo compartió el mismo destino que el del infortunado Castelli, quien había logrado huir pero fue finalmente apresado. Con sus cabezas cortadas, exhibidas en una pica como escarmiento. Los restos habrían sido enterrados por sus hombres. La mayoría de los que participación en el levantamiento terminaron siendo perdonados por el gobierno.
De esta forma, este francés arrogante y altanero encontró la muerte, muy lejos de los campos de batalla de las guerras napoleónicas, donde se había lucido con sus temerarios avances a bayoneta calada, desafiando al enemigo a pecho descubierto.