La entrañable amistad entre San Martín y Belgrano: elogios y temores de dos hombres que se admiraban

Hace 211 años que San Martín reemplazaba a Belgrano en la jefatura del Ejército del Norte. Ambos habían aprendido a respetarse y a valorarse sin verse personalmente. Se conocieron en el norte y a pesar que sostenían el mismo deseo independentista, sus vidas no volverían a cruzarse

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 Manuel Belgrano era el
Manuel Belgrano era el jefe del Ejército del Norte. Luego de lograr dos importantes victorias en Tucumán y Salta, las derrotas en Vilcapugio y Ayohuma determinaron su separación de la jefatura

Acompañado de unos quinientos hombres que le cuidaban la espalda, Manuel Belgrano, derrotado en Ayohuma el 14 de noviembre de 1813, había llegado a Potosí y luego siguió hacia el sur, alejándose de la persecución enemiga. En esa planicie donde se había batido con los españoles y en la que descontaba una victoria, el mundo se le había venido abajo: 300 muertos, 200 heridos, los realistas habían tomado 600 prisioneros y en el campo quedó la artillería y el parque. Todo parecía perdido de lo que quedaba del Ejército del Norte que comandaba.

Sería relevado por alguien a quien admiraba, respetaba y a quien aún no conocía personalmente pero que le pedía consejos sobre cómo hacer la guerra. Era ocho años menor pero venía con el prestigio cosechado en los campos de batalla peleando contra el ejército napoleónico y hacía meses que en San Lorenzo había dado una muestra exprés de lo que él pretendía para un ejército profesional.

José de San Martín, 34 años, cuando pisó el muelle de Buenos Aires el 9 de marzo de 1812 era un perfecto desconocido para la elite local, a quien le llamaba la atención su fuerte acento español y hasta su sable corvo, comprado de segunda mano en Londres, que colgaba de su cintura.

El prestigio de José de
El prestigio de José de San Martín venía en alza: había organizado un cuerpo de caballería y había cosechado un triunfo en su bautismo de fuego

Organizó el Regimiento de Granaderos a Caballo, y respetando los planes acordados en el seno de la Logia Lautaro, el 8 de octubre de 1812 participó del movimiento que determinó el fin del Primer Triunvirato y su reemplazo por el Segundo, afín a las ideas de la independencia, y luego vendría el bautismo de fuego.

En el interín, Belgrano había tenido resonantes triunfos en Tucumán el 24 de septiembre de ese año y en Salta el 20 de febrero de 1813. Sin embargo, las derrotas que sufrió en Vilcapugio y Ayohuma decidieron al gobierno y a la Logia Lautaro que el Ejército del Norte debía cambiar de timón.

Belgrano comenzó a escribirle a San Martín el 27 de septiembre de 1813 y seguiría haciéndolo hasta el mismo mes pero de 1817. A través del papel aprendieron a conocerse y a respetarse mutuamente.

El 25 de septiembre de 1813, desde Lagunillas, Alto Perú, Belgrano se sinceró: “¡Ay! Amigo mío. ¿Y qué concepto se ha formado usted de mí? Por casualidad, o mejor diré porque Dios ha querido, me hallo de general sin saber en qué esfera estoy. No ha sido ésta mi carrera y ahora tengo que estudiar para medio desempeñarme y cada día veo más y más las dificultades de cumplir con esta terrible obligación”. Mas adelante agregaba: “crea que jamás me quitará el tiempo y que me complaceré con su correspondencia, si gusta honrarme con ella y darme algunos de sus conocimientos para que pueda ser útil a la patria”.

Si bien Belgrano estaba confiado
Si bien Belgrano estaba confiado en la victoria, fue derrotado en la pampa de Ayohuma luego de un combate de siete horas

El 8 de diciembre le escribió a San Martín que “he sido completamente batido en las pampas de Ayohuma cuando más creía conseguir la victoria. Pero tengo constancia y fortaleza para sobrellevar los contratiempos y nada me intimidará para seguir sirviendo, aunque sea como soldado raso, por la libertad e independencia de la patria”.

Remarcó que, “si fuéramos razonables, usted debió haber estado conmigo antes de la batalla de Salta (…) Yo pedí que usted viniera desde Tucumán pero no quisieron enviármelo. Algún día lamentarán esa negativa. En ciertas situaciones el miedo solo sirve para perderlo todo”.

Cuando el gobierno le insistió en que se hiciese cargo del Ejército del Norte, San Martín expuso sus reparos. Belgrano era una figura de prestigio, a quien tenía en alta consideración. Pero las presiones, especialmente desde la Logia Lautaro, pudieron más. Le adelantaron que le serían reconocidos al creador de la bandera sus servicios pero que ahora era su turno de asumir la jefatura de un ejército golpeado y desmoralizado.

“Yo me hallo con una porción de gente nueva a quien se está instruyendo lo mejor posible; pero todos cual Adán. Deseo mucho hablar con usted de silla a silla para que tomemos las medidas más acertadas y formando nuestros planes los sigamos, sean cuales fueren los obstáculos que se nos presenten, pues sin tratar con usted a nada me decido”, le confesó Belgrano desde Jujuy el 2 de enero de 1814.

El encuentro

El 12 de enero San Martín estaba en Tucumán y, a pesar de sus problemas de salud que sufrió durante la travesía, no se quedó a descansar y, como le había indicado Belgrano, continuó hacia Cobo junto a sus granaderos a fin de proteger su retirada, ya que el enemigo le pisaba los talones desde comienzos de enero.

Por años se tuvo como
Por años se tuvo como seguro que el encuentro entre los dos militares fue en la Posta de Yatasto, aunque investigaciones posteriores aseguran San Martín y Belgrano se vieron en la Posta de Algarrobos

“Mi corazón toma un nuevo aliento cada instante que pienso que usted se me acerca, porque estoy firmemente persuadido de que con usted se salvará la patria y podrá el ejército tomar un diferente aspecto. Soy solo, esto es hablar con claridad y confianza. No tengo, ni he tenido, quien me ayude, y he andado los países en que he hecho la guerra como un descubridor, pero no con hombre que tengan iguales sentimiento a los míos, de sacrificarse antes que sucumbir a la tiranía”. En esa carta que le escribió Belgrano desde Jujuy el 25 de diciembre de 1813, le confesó que “entré a esta empresa con los ojos cerrados y pereceré en ella antes que volver la espalda. En fin, mi amigo, espero de usted un compañero que me ilustre, que me ayude y quien conozca en mí la sencillez de mi trato y la pureza de mis intenciones, que Dios sabe no se dirigen ni se han dirigido más que al bien general de la patria y a sacar a nuestros paisanos de la esclavitud en que vivían”.

Belgrano tampoco estaba bien. Sufría de paludismo que lo tenía a maltraer desde hacía tiempo, pero la fiebre y los dolores no lo retrasaron. El 17 cruzó el río Juramento, ayudado por Manuel Dorrego quien organizó una maniobra de distracción del enemigo, y ese mismo día, en la Posta de Algarrobos se abrazó por primera vez a San Martín.

Por años se sostuvo que el famoso encuentro había sido en la Posta de Yatasto, aunque investigaciones de historiadores lo han puesto en duda. La Posta de Algarrobos estaba ubicada a unos setenta kilómetros al norte de Yatasto.

Carta de San Martín al
Carta de San Martín al gobierno pidiendo que Belgrano permaneciese en el Ejército (Archivo General de la Nación)

Ambos se alojaron en la Estancia de las Juntas, de Manuel José Torrens, un catalán que había adherido a la Revolución de Mayo. Casado con Isabel Gorriti, entre 1812 y 1814 se había dedicado a pasarle información a Belgrano y a asistirlo en cuestión de caballadas y provisiones. El casco se levantaba cerca de la unión de los ríos Metán y Yatasto.

Belgrano desconocía la orden del Segundo Triunvirato que designaba a San Martín como jefe del Ejército Auxiliar del Perú. Por eso, el 21 lo designó su segundo jefe y le encomendó que fuera a Tucumán -ya que Salta y Jujuy ofrecían garantías de seguridad por la proximidad de los españoles- a hacerse cargo de la instrucción de la tropa.

El 29 de enero San Martín asumió la jefatura del ejército y en San Miguel de Tucumán, en lo que entonces eran los arrabales, armó La Ciudadela, donde estableció el cuartel. Era una fortaleza con forma de estrella de cinco puntas que ocupaba cuatro manzanas y que estaba rodeada de un foso de dos metros de profundidad.

Más adelante Belgrano le pediría quedarse con él, “aunque sea de soldado, me alegraría, pues deseo batirme con esa indecente canalla que sólo por castigo del cielo pudo arrollarnos”.

Polémicas aparte, en la posta
Polémicas aparte, en la posta histórica de Yatasto, donde se alojaron varias personalidades de nuestra historia, está recreado el encuentro entre San Martín y Belgrano

San Martín no podía creer con lo que se había encontrado. Describió a las fuerzas que debía mandar como “tristes fragmentos de un ejército derrotado”. Soldados harapientos que, al decir del flamante jefe, no podían salir del cuartel porque no contaban con ropa que los cubriese. Por eso pidió uniformes y, desobedeciendo una disposición del gobierno, con los caudales apropiados en Potosí le pagó a la tropa sueldos adeudados.

Mal armados, pertenecían a regimientos de los que solo habían quedado fragmentos. San Martín disolvió el Regimiento 6, con muchas bajas y con casi ningún oficial e integró a esos hombres al Regimiento 1 y puso al mando a Belgrano; también hizo lo propio con el Regimiento 8, el Batallón de Cazadores, y el 2 también fue reemplazado. Sobrevivió como caballería los Dragones del Perú. Nombró al tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid como su ayudante de campo.

Según San Martín, la oficialidad con la que se encontró, “además de ignorante y presuntuosa, se niega a todo lo que es aprender, y es necesario estar constantemente sobre ellos para que se instruyan, al menos de algo que es absolutamente indispensable que sepan”.

San Martín debió desplazar al valiente Manuel Dorrego cuando, en la tarea de uniformar las voces de mando, el coronel se rió abiertamente de la voz aflautada de Belgrano. Al día siguiente, Dorrego era informado que debía dejar el ejército y dirigirse a Santiago del Estero a esperar órdenes.

Contó con la ayuda de Belgrano, quien lo ilustró acerca de la forma de ser y de pensar de los soldados y del comportamiento de los oficiales; además le describió la particular geografía en la que se encontraban y la idiosincrasia del norteño. Asistía a las clases de San Martín que daba a los oficiales sobre el arte de la guerra.

Adiós a Belgrano

El 12 de febrero por la noche, San Martín recibió la orden del gobierno de que Belgrano dejase el ejército y se pusiese en camino a Córdoba. Como planeaba mantenerlo cerca suyo, esgrimió excusas, como la enfermedad que padecía, que era inadecuado que emprendiese el viaje en época de lluvias y de intenso calor y que aún no se había hecho la entrega formal del archivo de la secretaría.

Es que San Martín no quería desprenderse de Belgrano: éste era querido por los lugareños, conocía las costumbres y lo consideraba de utilidad en la instrucción de los oficiales. Pero no hubo caso: el director supremo Gervasio Posadas, quien había asumido el 22, le insistió en que la orden fuera cumplida. El 18 de marzo Belgrano partió hacia Santiago del Estero y allí estuvo hasta fines de mayo, cuando recibió la orden de ir a Buenos Aires.

Sería sometido a un consejo de guerra por sus derrotas en Vilcapugio y Ayohuma. Cuando llegó a Luján fue arrestado y por su delicado estado de salud, le permitieron permanecer en San Isidro, donde escribió su autobiografía. Sin embargo, el gobierno evaluó que tendría un impacto negativo juzgar a un oficial, terminó sobreseído y en septiembre recibió un encargo de una misión diplomática junto a su amigo de la infancia, Bernardino Rivadavia, a quien había desobedecido de bajar a Córdoba y quedarse a dar batalla en Tucumán.

Tiempo después, el jefe de Granaderos diría sobre Belgrano que “es el más metódico de los que conozco en nuestra América, lleno de integridad y talento natural; no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en cuanto a milicia, pero créame usted que es lo mejor que tenemos en América”.

San Martín permaneció cuatro meses al frente del Ejército del Norte. La geografía le hizo tomar conciencia que sería imposible liberar América a través del Altiplano y planeó una alternativa superadora. Renunció a la jefatura y se dirigió a Córdoba, soportando los dolores de su úlcera estomacal. Se haría nombrar gobernador de Cuyo. Lo que sigue es historia conocida, aunque siempre resulta fascinante contarla.

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