El día que Mariano Grondona elogió la rebelión de los viejos

Era el año 1994, y los jubilados protestaban todos los miércoles frente al Congreso por sus magras pensiones. El abogado y periodista destacó: “Están golpeando las puertas de la vida”

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Extracto de la editorial de Mariano Grondona en su programa "Hora Clave", noviembre de 1994

Como era habitual en él, Mariano Grondona enmarcó su comentario en referencias históricas y etimológicas: “La vejez hoy ha sufrido un cambio muy profundo en nuestra cultura. Antes los senex [N de la R: “anciano sabio”] -senado viene de senex- eran los ancianos, llenos de sabiduría, rodeados por el afecto y la actitud de aprendizaje de los jóvenes. El anciano presidía la comunidad. De alguna manera el afecto y la admiración de los jóvenes compensaban los síntomas de decrepitud de la vejez”.

Grondona, que por años condujo en televisión el programa de alto rating Hora Clave, apuntaba así a un tema central: la importancia que tiene para los ancianos el sentirse considerados -escuchados, respetados-.

Mariano Grondona
Mariano Grondona

“Esto ha cambiado -decía-, porque la velocidad del cambio es tan grande que la experiencia sirve de poco. Lo que se ha vivido en los años 30, 40, a los jóvenes no les sirve de mucho. Entonces aparece esta actitud de dejar a los viejos de lado. Estamos proscribiendo a los viejos, excluyéndolos, y lo que yo veo todos los miércoles, esto que hacen los jubilados, creo que es más profundo aun que el reclamo justo por el ingreso que no tienen, es demostrar que están vivos, los jubilados existen, los viejos estamos acá, hasta se portan mal, para que los tengamos en cuenta, están golpeando las puertas de la vida y diciéndonos ‘no nos fuimos, todavía no nos den por idos, no nos descarten’”.

Eran los tiempos en los que una mujer llamada Norma Pla se había convertido en referente de la protesta de los jubilados, inaugurando la costumbre de reunirse todos los miércoles frente al Congreso. Reclamaban un ingreso de 450 $ en los tiempos de la convertibilidad. Ella cobraba 150 y el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, declaró que necesitaba 10.000 por mes para vivir.

Norma Pla, agitando la gorra
Norma Pla, agitando la gorra de un policía

Norma Pla quedaría en el recuerdo, entre otras cosas, porque cuando logró que Cavallo la recibiera, lo hizo llorar pidiéndole que pensara en sus propios padres jubilados...

El “se portan mal” al que aludía Grondona era que alguna vez las vallas de contención cedían ante el enojo de los jubilados que varias veces fueron reprimidos por la policía.

La situación no ha variado mucho desde la perspectiva de los ingresos de la llamada clase pasiva, que precisamente por serlo tiene pocos resortes para hacerse oír.

Nada ha cambiado mucho e incluso sobre ellos recayó buena parte del “esfuerzo” por reducir el déficit al comienzo de la actual gestión.

Pero algo tal vez sí haya cambiado y seguirá cambiando en los tiempos por venir. Y es el creciente peso de esa franja etaria en nuestra sociedad y en el mundo. Porque la vejez cada vez se extiende más y en mejores condiciones y las personas en torno a los 60 y más permanecen activas -tanto por necesidad como por voluntad y vocación- y ganan en influencia.

Su experiencia sí es útil a los jóvenes aunque algunos no lo crean así. La capacidad para aprovecharla y para la cooperación intergeneracional habla de la salud e integración de una sociedad y de la idea de trascendencia de sus integrantes.

En aquellas marchas de los años 90, el reclamo por la mejora de los haberes jubilatorios era en realidad, como señaló Grondona en esa oportunidad, el recurso para afirmar que ellos, con prescindencia de su edad, querían seguir siendo protagonistas de la vida y del acontencer político del país: “Los viejos estamos acá, no nos fuimos, todavía no nos den por idos, no nos descarten”.

“¡Cuántas veces se descarta a los abuelos con actitudes de abandono que son una verdadera eutanasia encubierta!“, diría el papa Francisco en septiembre de 2014.

En el reclamo de los viejos que destacaba Grondona también había una idea trascendente de la vida porque, aun conscientes de que no podrían alcanzar sus objetivos en el período de vida que les quedaba por delante, instituían las bases para que las futuras generaciones pudiesen ser beneficiarios de la lucha por ellos emprendida.

De hecho, Norma Pla murió poco después, en 1996, de cáncer. Tenía 62 años.

A pesar de su edad, aquellos activistas eran los más jóvenes porque todo lo hacían pensando en el futuro, mientras hoy vemos en la conducta de dirigentes que aunque sean cronológicamente jóvenes ya son viejos porque no tienen esperanza. Y sólo es viejo aquel que renuncia a la esperanza.

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