Flora Proverbio: por qué la sexualidad femenina después de los 50 desafía viejos prejuicios

En su libro ‘Triángulos plateados’ la autora impulsa a repensar la autonomía y el bienestar emocional en la segunda mitad de la vida

Guardar
“A los cincuenta, muchas mujeres
“A los cincuenta, muchas mujeres se permiten explorar sin culpa ni etiquetas”, sostiene la autora.

Flora Proverbio, autora de Triángulos plateados, es una de las voces más influyentes en el debate sobre el deseo en la madurez femenina y la sexualidad después de los 50. Consultora en Economía de la Longevidad y directora de los programas ejecutivos de Age Management, Silver Experience y Silver Economy en la Universidad del Cema, Proverbio combina su experiencia profesional con una militancia activa contra el edadismo y a favor de una longevidad positiva.

Su trabajo, que abarca desde la consultoría empresarial hasta la comunicación en redes sociales, se orienta a desafiar los estereotipos sobre el envejecimiento y a promover entornos inclusivos para todas las generaciones. En diálogo con Infobae, la autora profundizó sobre los tabúes, desafíos y oportunidades que atraviesan las mujeres mayores de 50 años en relación con el deseo y el placer.

—En Triángulos plateados proponés una idea poderosa: que el deseo no se apaga con los años, sino que cambia de forma. ¿Cómo llegaste a esa convicción y de qué manera se traduce en la vida cotidiana?

—Cuando me acercaba a la menopausia, mi ginecóloga, con ánimos de prepararme para la próxima etapa, me vaticinó una lista de problemas: sequedad vaginal, relaciones dolorosas, baja en la libido. De alguna manera, con la llegada de la menopausia, mi deseo y mi sexualidad parecían destinados a volverse menos interesantes o menos protagónicos. Esa idea me angustió muchísimo. Por otro lado, yo tenía la suerte de haber trabajado mucho tiempo con gerontólogos y geriatras que siempre hablaban de ser seres sexuales hasta el último suspiro.

La falta de educación sexual
La falta de educación sexual dejó a muchas mujeres sin lenguaje para hablar del deseo; hoy lo están recuperando.

Pero me faltaban imágenes, escenas, detalles de cómo esa sexualidad se ejerce en la madurez y en la vejez. En los medios, los cuerpos que aparecen en escenas sexuales nunca muestran el paso del tiempo: no hay caderas rotas, incontinencia, arrugas o celulitis. Entonces, quería ver cómo sería mi sexualidad a medida que avanzara en años, no solo en la menopausia, sino en toda la segunda mitad de la vida. Y aprendí que, como el cuerpo cambia, la vida cambia y el deseo cambia. Cambia, como todo lo que cambia en nuestra vida.

—El título del libro tiene algo poético y simbólico. ¿Por qué Triángulos plateados? ¿Qué representa esa imagen en el universo del deseo femenino?

—El título se refiere, ni más ni menos, a los vellos púbicos poblados de canas. Me gustaba la idea de que sonara poético, pero también provocador. Si el cuerpo y la sexualidad de las mujeres mayores no interesan, pensar en los genitales de una mujer vieja incomoda muchísimo. Y siempre me gustó provocar un poco. El libro es un compendio de preguntas que abren ideas. En la tapa, los vellos púbicos grises están hechos de pequeños signos de interrogación, porque creo que las preguntas abren mucho más que las respuestas. No intento dar la posta a nadie: después de casi tres años de investigación, surgen muchas preguntas sobre el deseo para que cada una pueda darle play al propio.

—Decís que históricamente el deseo de las mujeres maduras fue negado o silenciado. ¿Qué mecanismos sociales o culturales contribuyeron a ese silencio? ¿Y cuáles están empezando a quebrarse?

—Está instalada la idea de que, con la edad en la segunda mitad de la vida, la sexualidad se vuelve menos importante o menos ejercible, como si los cuerpos viejos tuvieran menos capacidad de sentir o de excitarse. Pero históricamente el deseo masculino se asoció al placer, mientras que el deseo femenino estuvo enmarcado en la maternidad. La idea de que con la menopausia la sexualidad pierde relevancia se sostiene en esa raíz: que la sexualidad femenina sirve para la reproducción. El cuerpo cambia después de los cincuenta, sí, como cambia toda la vida. Llegar a la excitación depende de muchas respuestas fisiológicas, por eso es importante entender cómo cambia nuestro cuerpo para gestionar esos cambios, si ejercer la sexualidad es importante para nosotros. Porque tampoco es un mandato: puede no serlo, y está bien también.

—En el libro entrevistaste a mujeres y encuestaste a muchas más. ¿Qué te sorprendió o conmovió en esos relatos sobre la sexualidad después de los 50?

—Entrevisté a más de setenta mujeres en toda la región, además de muchos expertos, e hice una encuesta en mi comunidad de Instagram. No salí con preguntas concretas: quería que apareciera lo inesperado. Si hubiera ido con un cuestionario rígido, nunca habría encontrado aquello que no sabía que sabía. Los relatos los organicé luego en diez ejes temáticos: cómo la curiosidad es motor del deseo y el aburrimiento lo mata; cómo procesar y poner en palabras la violencia que muchas mujeres vivimos; cómo duelar el deseo, porque en la segunda mitad de la vida vamos perdiendo vínculos, roles. También, cómo el erotismo no caduca y exige nuevas formas de ejercicio, porque un cuerpo viejo no es igual a uno joven. Y el peso del relato de la belleza sobre la sexualidad.

La generación de mujeres que
La generación de mujeres que llegó a los cincuenta con la decisión de vivir el deseo sin pedir permiso.

Es muy difícil ejercer nuestra sexualidad con placer y seguridad cuando todo el sistema nos está diciendo que cuando nuestros cuerpos como mujeres muestran signos de envejecimiento, causamos asco y deberíamos sentir vergüenza por eso en lo que nos convertimos.

—Sostenés que el cuerpo cambia, pero el deseo y el erotismo no tienen que desaparecer. ¿Qué tipo de cambios físicos y emocionales requieren una nueva forma de entender el erotismo?

—El erotismo no caduca. Es la capacidad de sentir un impulso sexual o una fantasía. El órgano sexual más importante es el cerebro: puede fantasear toda la vida. La piel puede sentir toda la vida. El clítoris puede provocar orgasmos toda la vida. Los años nos traen experiencia: sé lo que me gusta y puedo capitalizarlo. Pero también traen desgastes musculares, menos lubricación o movilidad. Por eso hablo de inteligencia sexual para vivir el deseo en la madurez: incorporar los cambios del cuerpo y del entorno, y capitalizar la experiencia para seguir disfrutando. A medida que avanzamos, la sexualidad se vuelve menos genital y performática, pero no por eso menos disfrutable.

—En tus charlas y en la comunidad Plateadas insistís en “darle play a lo que nos enciende”. ¿Qué significa eso en la práctica?

—Tiene que ver con conectar con nuestra energía sexual y vital, con predisponernos al deseo, decidir hacerlo y buscar los estímulos que nos encienden. Por eso uno de los capítulos se llama Pienso, luego sexo. Decidir en frío que queremos calentarnos es una buena idea. Si yo decido que quiero disfrutar, voy a proponerme estímulos, erotizarme, generarme pensamientos que me pongan en ese mood. Depende de mí estar emocionalmente disponible para erotizarme. Es una invitación, sobre todo para mujeres maduras y viejas que fueron educadas a esperar que el otro supiera hacer, a apropiarse de su deseo: “Vos tenés la llave para darle play al motor. El motor lo encendés vos, no te lo encienden de afuera”.

—En tus investigaciones aparece un tema delicado: la soledad en la madurez. ¿Qué vínculos encontrás entre la soledad, el deseo y la salud emocional?

—La soledad en la segunda mitad de la vida es uno de los grandes temas. Cuando dejamos de trabajar perdemos vínculos cotidianos, aunque no sean profundos. Y la sociedad también nos va haciendo a un lado. No somos bienvenidos en un bar, no somos bienvenidos en una clase de teatro, no somos bienvenidos en un bar swinger, no somos bienvenidos en tantos, tantos, tantos lugares. El mundo social se achica y eso impacta en la sexualidad: cada vez es más difícil encontrar con quién darte un revolcón. Además, las mujeres vivimos más que los hombres, y la belleza hegemónica deja afuera a los cuerpos envejecidos. Pero el erotismo no depende solo de un otro: también puede ejercerse a solas.

Entre separaciones, nuevas búsquedas y
Entre separaciones, nuevas búsquedas y redefiniciones, muchas mujeres se permiten preguntarse qué quieren —y qué ya no.

Tal vez esa pulsión sexual se metaboliza o se simboliza en otras cosas... Ir a bailar tango y apretarte a uno. Una señora me contó que se excitaba en los masajes del kinesiólogo; otra, escribiendo novelas eróticas. El deseo toma muchas formas, y a medida que crecemos nos alejamos de la genitalidad, pero no del erotismo.

—En tus entrevistas surge que muchas mujeres descubren o redefinen su orientación sexual después de los 50. ¿Por qué creés que esa etapa abre espacio a la exploración y a la libertad?

—Encontré que, por un lado, muchas mujeres que habían sido lesbianas toda la vida, ante los cambios de época de la última década, se sintieron validadas para vivir su sexualidad con más libertad. Hechos sociales como el matrimonio igualitario habilitaron otras formas de vivir y expresar el deseo. Y pasa algo interesante: esas mujeres que quizás habían tenido una vida de pareja con otra mujer no siempre fueron vistas por la sociedad. La típica tía que vivía con una amiga y nadie se daba cuenta de que eran pareja. Por otro lado, la madurez también se vuelve un momento para probar cosas que antes no estaban en el menú de opciones. Cuando definiste quién eras a los veinte, muchas posibilidades ni siquiera existían. Entonces, a los cincuenta y pico, después de una separación o de un cambio vital, aparece una etapa de experimentación. Entre esas experiencias, muchas mujeres prueban tener relaciones con otras mujeres. No necesariamente siguen siendo lesbianas después, pero hay algo de esa exploración, de esa revancha vital, que se repite.

“Darle voz al deseo también
“Darle voz al deseo también es un modo de darle play a la vida”, dice Proverbio. (Foto de Eve Grynberg)

También hay una dinámica de mercado que influye: muchos hombres buscan mujeres más jóvenes, hay menos disponibilidad de varones y, como suele decir Maitena, “la vida es corta, hágase torta”. Esa actitud la encontré en muchas mujeres y también la veo en amigas.

— La extensión de la vida habilita la reinvención.

— Y sí, esta etapa abre espacio a la exploración y a la libertad. Tiene que ver con saber aprovechar la madurez y con cómo se extendió la vida. Conectar con lo que te enciende —darle play a lo que te enciende— implica volver a mirarte y preguntarte: “¿Qué quiero ahora?”. Aplica para la sexualidad y para la vida. Después de años de cuidar a otros, criar a otros, hacer por otros, llega el momento de pensar: “¿Qué quiero para mí? ¿Qué quiero dejar de hacer?” Muchas mujeres descubren que ya no quieren sostener prácticas o vínculos que no las representan. Las mujeres de nuestra generación fuimos educadas para gestionar embarazos y enfermedades, pero nunca se nos habló del deseo. Las más grandes ni siquiera tuvieron educación sexual. Entonces, poder decir “yo quiero esto” o “yo deseo esto” es un acto de libertad. Esa jerarquización del propio deseo aplica a la vida tanto como a la sexualidad.

— ¿Qué es la longevidad positiva?

— Tiene que ver con pensar toda la vida como un trayecto y diseñar qué tipo de vejez queremos tener. No pensarla como una etapa gris en la que esperamos la muerte. El deseo y el placer forman parte de eso. Las mujeres fuimos educadas para ser objeto de deseo, y la vejez nos devuelve una oportunidad: dejar de ser objeto para ser sujeto de deseo.

En la madurez, el deseo
En la madurez, el deseo se vuelve una forma de autoconocimiento más que de conquista.

Como dice Mercedes Jones, que escribió el prólogo del libro, se trata de poder llegar vivos a la muerte. Pensarnos como seres dignos, deseantes y con poder de decisión toda la vida. Eso se construye desde jóvenes.

—Hablás mucho de “desaprender” lo aprendido sobre el deseo. ¿Qué creencias habría que revisar para vivir una sexualidad más libre después de los 50?

— Las mujeres de mi generación tuvimos educación sexual centrada en evitar embarazos y enfermedades, pero las mayores no tuvieron ninguna. En ningún caso se habló del placer, el deseo, los tiempos, el consenso o el cuidado emocional. Por eso hay que desaprender lo aprendido e incorporar las variables placer y cuidado en la idea de sexualidad femenina.

—Como sobreviviente de violencia sexual, tu relación con el deseo tiene una profundidad especial. ¿De qué modo esa experiencia marcó tu mirada sobre el placer y la autonomía corporal?

—Cuando tenía veinte años fui violada por siete hombres. Dentro de lo terrible, tuve algunas suertes: estoy viva, no fue nadie cercano y yo ya sabía que me gustaba el sexo. Existe un relato que dice que una persona víctima de violencia sexual queda rota, sin deseo. El proceso fue largo, pero aprendí que no es un problema individual, sino social. Cuando uno puede nombrar lo que pasó, puede sanar. Hoy siento que lo que me pasó no es una herida que duele, sino una cicatriz que no duele. Mi disfrute sexual está ahí porque trabajé para que siga estando. Busqué informarme, hablar, hacer terapia, tener experiencias, porque no quería perder ese aspecto de mi vida. Y cuando me dijeron que con la menopausia mi sexualidad se apagaría, sentí: “No, a mí no me van a volver a sacar esto”.

—Si pudieras resumir el mensaje central de Triángulos plateados en una frase dirigida a las mujeres que temen haber perdido su deseo, ¿cuál sería?

—Si temen haber perdido el deseo, es porque el tema es importante para ellas. Si no lo fuera, no lo temerían. Y eso ya es un punto de partida. Siempre hay una forma de buscarle la vuelta, de trabajar el deseo, de volver a encenderlo. Triángulos plateados no es un libro sobre menopausia: mezcla relatos eróticos, divulgación científica y ejercicios. La protagonista es cada lectora. Es un libro lleno de preguntas para que cada una pueda darle play a lo que la enciende.