
Kayla comenzó a consumir fentanilo cuando tenía 18 años en Carolina del Norte, Estados Unidos. Su vida, marcada por un entorno difícil y episodios de desesperación, cambió para siempre desde el primer contacto con la droga.
“Sentí que las voces en mi cabeza se silenciaron por completo. Me volví adicta en el acto”, recordó a BBC. La joven no sabía qué contenía cada pastilla azul que llegaba a sus manos, ni si alguna podría causar su muerte. Como millones de personas atrapados en la epidemia de opioides, Kayla vivió cada día bajo la amenaza real de una sobredosis fatal.
El fentanilo —un opioide sintético hasta 50 veces más potente que la heroína— transformó el panorama del consumo de drogas en Estados Unidos desde la década pasada. Gran parte del fentanilo ilícito se fabrica en el extranjero y se introduce de contrabando en Estados Unidos a través de México, según la Administración para el Control de Drogas. De acuerdo con las investigaciones de la agencia de seguridad estadounidense, los cárteles mexicanos cuentan con socios en China que les proporcionan precursores químicos para la producción de fentanilo.
Entre 2023 y 2025, el país registró cifras alarmantes que superaron las 110.000 muertes anuales por sobredosis en su peor momento.

Durante años, Kayla recurrió a la prostitución y a pequeños delitos para poder comprar más pastillas. Según precisó a BBC, su entorno familiar no encontraba respuestas e imaginaron un destino inevitable: “Mis padres pensaron que iba a morir”.
Como reflejo de miles de jóvenes, la suya fue una batalla solitaria en la que la incertidumbre sobre la dosis y la pureza de las drogas se sumaba al miedo cotidiano.
De acuerdo a la Coalición para la Reducción de Daños de Carolina del Norte, el enfoque tradicional de castigo y encierro evidenció grandes limitaciones frente a la magnitud del problema. La respuesta, desde 2024, comenzó a basarse en políticas de reducción de daños, priorizando la salud y el acompañamiento de los usuarios frente a la criminalización exclusiva.

En Fayetteville, la ciudad donde vive Kayla, la policía local y organizaciones comunitarias pusieron en marcha el programa LEAD (Desviación Asistida por la Justicia). Esta iniciativa, según explicó el teniente Jamaal Littlejohn, permite que consumidores como Kayla reciban terapia, apoyo habitacional y la posibilidad de reconstruir sus antecedentes penales.
“Si una persona roba en una tienda y vemos que se trata de un delito motivado por la adicción, intentamos derivarla para que reciba ayuda real”, señaló Littlejohn. Los participantes de LEAD pueden acceder a vivienda y oportunidades de formación laboral. Gracias a este apoyo, Kayla logró limpiar su historial delictivo y recibirse como asistente de enfermería certificada. “Es lo mejor que me pasó. Nunca estuve tanto tiempo limpia”, aseguró.

El tratamiento médico fue clave en ese proceso. Según reportó BBC, Kayla lleva casi un año bajo un programa de metadona, un medicamento que reduce el deseo compulsivo de opioides y evita los síntomas de abstinencia. Esta estrategia se amplió en Carolina del Norte, donde más de 30.000 personas reciben asistencia con fármacos como metadona o buprenorfina, en clínicas especializadas como las que dirige el doctor Eric Morse en Raleigh.
De acuerdo con el Dr. Morse, la recuperación es un camino con recaídas, pero el enfoque ya no supone excluir al paciente ante el menor error. “Quizá alguien que antes consumía tres veces al día, ahora solo lo hace una vez por semana. Cada pequeño avance representa una oportunidad más para salvar vidas”, explicó el médico.
La combinación de medicamentos, controles aleatorios y asesoramiento permitió que entre el 80% y el 90% de los pacientes dejaran finalmente las drogas de la calle.

No todos coinciden con este modelo. Mark Pless, legislador republicano y exparamédico, expresó su rechazo a los tratamientos que reemplazan una droga por otra. En cambio, defiende los programas de abstinencia, aunque datos recientes ponen en duda su mayor eficacia.
Según una investigación realizada en la Universidad de Yale, las probabilidades de morir por sobredosis no disminuyen entre quienes siguen únicamente la vía de abstinencia frente a quienes continúan recibiendo tratamiento médico.
Otra herramienta importante fue el aumento de la disponibilidad de naloxona, una medicación capaz de revertir las sobredosis. Solo en Carolina del Norte, en 2024, se administró más de 16.000 veces, según el especialista Nabarun Dasgupta, de la Universidad de Carolina del Norte.
Además, los usuarios pueden acceder a tiras de prueba para detectar fentanilo en otras sustancias, aunque los expertos advierten que no identifican todos los riesgos potenciales.

El impacto de la epidemia de opioides sigue muy presente en 2025. El estado recibe financiación de un gran acuerdo legal nacional —unos USD 1.500 millones— destinado a prevención, tratamiento y recuperación, aunque la continuidad de estos recursos está en juego por posibles recortes en el sistema público de salud.
“Miles todavía pierden la vida cada año, y ciertos grupos, como las comunidades indígenas y afroamericanas, experimentan menos mejoras”, señala la BBC.
Kayla fue testigo de varias sobredosis y asistió a amigos en situaciones límite. Hoy aspira a dejar por completo la medicación y a trabajar en un hospital.
“Me siento más viva que nunca”, resumió, consciente de que su recuperación es una excepción aún poco frecuente en medio de una ola de adicciones que sigue cobrando víctimas cada día en Estados Unidos.
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