El 12 de febrero de 1935, el USS Macon, un dirigible de 238 metros de largo, se precipitó al océano frente a la costa de Point Sur, California, tras enfrentarse a una tormenta que perforó su estructura y provocó una fuga de helio. Este accidente no solo puso fin a la vida operativa de uno de los dirigibles más avanzados de su tiempo, sino que también marcó el declive definitivo de los programas de dirigibles rígidos de la Marina de los Estados Unidos. Según informó el medio especializado Smithsonian, la ubicación exacta de los restos del naufragio permaneció desconocida durante más de 50 años, hasta que en 1990 se localizaron los primeros vestigios en el fondo del océano.
El USS Macon, que había sido diseñado como un “portaaviones volador”, representaba una visión futurista de la aviación militar en la década de 1930. Sin embargo, su trágico final, junto con otros accidentes de gran repercusión, como el del Hindenburg en 1937, selló el destino de los dirigibles como una tecnología que nunca alcanzó su prometido potencial. Tal como publicó el medio, el accidente del Macon dejó en evidencia las limitaciones de estos gigantes del aire, tanto en términos de seguridad como de funcionalidad.
Un coloso de los cielos: características y misión del USS Macon
El USS Macon era una de las aeronaves más impresionantes de su tiempo. Con una longitud de 238 metros, triplicaba el tamaño de un Boeing 747 y podía albergar a una tripulación de 83 personas. Su diseño utilizaba helio, un gas más seguro que el hidrógeno empleado en otros dirigibles como el Hindenburg, y contaba con ocho plantas de energía que le permitían maniobrar en todas las direcciones. Según consignó el medio, el dirigible podía permanecer en el aire durante tres días consecutivos, lo que lo convertía en una herramienta ideal para misiones de reconocimiento y vigilancia.
La Marina de los Estados Unidos había concebido al USS Macon como parte de un ambicioso programa para utilizar dirigibles como plataformas aéreas de portaaviones. Equipado con barras trapezoidales bajo su estructura, el dirigible podía transportar hasta cinco aviones, entre ellos los biplanos Curtiss F9C-2 Sparrowhawk y los N2Y-1, diseñados específicamente para entrenar a los pilotos en operaciones con dirigibles rígidos. Según detalló el medio, los Sparrowhawk, conocidos como “cazas parásitos”, podían ser desplegados desde el aire para realizar misiones de combate o reconocimiento.
El accidente que marcó el fin de una era
El 12 de febrero de 1935, el USS Macon se encontraba sobrevolando la costa de California cuando una tormenta dañó su estructura, provocando una fuga de helio que lo hizo descender rápidamente en la bahía de Monterey. En apenas 20 minutos, el dirigible se hundió en el océano. A pesar de la magnitud del accidente, 81 de los 83 tripulantes lograron sobrevivir, gracias a las favorables temperaturas del agua y a las rápidas operaciones de rescate. Según reportó el medio, este desenlace contrastó con otras tragedias aéreas de la época, como la del Hindenburg, que dejó 35 víctimas fatales.
El naufragio no solo significó la pérdida de una de las aeronaves más avanzadas de su tiempo, sino que también marcó el fin del programa de dirigibles rígidos de la Marina de los Estados Unidos. Según publicó el medio, las críticas hacia el tamaño y la vulnerabilidad de los dirigibles ya habían generado dudas sobre su viabilidad como herramientas militares, y el accidente terminó por confirmar estas preocupaciones.
Un hallazgo histórico en las profundidades del océano
Durante décadas, la ubicación exacta de los restos del USS Macon permaneció en el misterio. Según informó el medio, la nave se encontraba a una profundidad de 450 metros bajo el agua, lo que dificultó su localización. Además, la Marina de los Estados Unidos intentó disuadir a los cazadores de tesoros de buscar el lugar del naufragio, lo que contribuyó a mantener el sitio en el anonimato.
No fue hasta 1990, 55 años más tarde, que los científicos lograron identificar los primeros restos del dirigible en el fondo del océano. Según detalló el medio, el lugar del naufragio se ha convertido en una especie de “cápsula del tiempo”, que conserva elementos como cuatro de los aviones Sparrowhawk que transportaba el dirigible. En años recientes, exploradores oceánicos han realizado inmersiones en el sitio para documentar y estudiar los restos, arrojando nueva luz sobre esta fascinante pieza de la historia de la aviación.
El ocaso de los dirigibles: de la promesa al olvido
El accidente del USS Macon fue un golpe devastador para la industria de los dirigibles, que ya enfrentaba serios desafíos en la década de 1930. Según consignó la revista Smithsonian, el espectacular accidente del Hindenburg en 1937, que dejó 35 muertos, terminó por sellar el destino de los dirigibles como medio de transporte. A esto se sumó el rápido avance de la tecnología de los aviones comerciales, que ofrecían mayor velocidad, capacidad y seguridad.
Aunque los dirigibles gigantes alguna vez prometieron revolucionar la aviación, su historia quedó relegada a un capítulo breve pero fascinante de la ingeniería aeronáutica. El USS Macon, con su ambiciosa misión como “portaaviones volador”, representa tanto el apogeo como el ocaso de esta tecnología, cuyo legado persiste en los restos sumergidos en las profundidades de la bahía de Monterey.