En el corazón de Manhattan, donde el espacio es un lujo y cada metro cuadrado se exprime al máximo, Soo Jae Lee y Jeffrey Castro comenzaron a coquetear con la idea de vivir en una casa diminuta. En su estudio de apenas 37 metros cuadrados, habían optimizado cada rincón: incluso habían construido una cama king-size en un altillo para ganar una pequeña sala de estar debajo.
“El estudio en el que vivíamos nos hizo sentir que podíamos adaptarnos a un espacio aún más pequeño”, comentó Castro en una entrevista con Business Insider. Esta sensación de que tenían demasiadas cosas y podían vivir con menos los llevó a explorar la posibilidad de reducir aún más su estilo de vida.
Lo que comenzó como una fascinación con videos en YouTube sobre casas diminutas terminó convirtiéndose en una realidad cuando, en 2019, decidieron mudarse a la costa oeste de los Estados Unidos.
De Nueva York a una granja en Portland
La transición no fue inmediata. Primero alquilaron un departamento en el distrito Alberta Arts de Portland, Oregón. Mientras Castro trabajaba en una empresa de medios en línea, Soo Jae dejó su carrera en la moda para dedicarse a la creación de arte y manualidades bajo la marca “SooJ and Jef”.
Con el tiempo, decidieron diseñar su propia casa diminuta, pero la pandemia de 2020 truncó sus planes: los cierres y restricciones hicieron imposible la construcción. En lugar de esperar, optaron por comprar una casa prefabricada por 60.000 dólares en Facebook Marketplace, un modelo que incluso había aparecido en el programa Tiny House Big Living.
La instalaron en un terreno alquilado en Sauvie Island, una zona de 24.000 acres rodeada por el río Columbia, famosa por su santuario de vida silvestre. La renta mensual era de 675 dólares e incluía servicios básicos. El lugar era un pequeño ecosistema de casas diminutas: compartían el terreno con otras cuatro viviendas y una granja que producía hierbas medicinales y albergaba animales de granja.
Naturaleza extrema: lo hermoso y lo desafiante
Desde el principio, la vida en la casa diminuta fue un reto. “Nos lanzamos de cabeza sin entender completamente lo que significaba ‘vivir diminuto’”, reconoció Castro en su entrevista con Infobae.
La pareja hizo algunas modificaciones para mejorar la funcionalidad de la casa: fijaron la cama en un altillo, instalaron un sistema de ducha de bajo consumo y actualizaron el inodoro de compostaje. “Estas mejoras nos costaron entre 1.000 y 2.000 dólares”, detalló Castro.
A cambio del alquiler, debían colaborar con el mantenimiento de la granja. No tenían experiencia agrícola, por lo que sus tareas se limitaron a compostaje, riego y cuidado de codornices. También aportaron con lo que sabían hacer mejor: pintura, fotografía y producción de videos para la granja.
Pero lo que más los marcó fue la convivencia con la naturaleza. “Cada noche, nos deleitábamos con los atardeceres más espectaculares”, recordó Castro en Business Insider. Sin embargo, vivir tan cerca de un ecosistema salvaje también tuvo su lado difícil.
“La isla no tenía internet por cable, así que dependíamos de una conexión celular que era poco fiable”, explicó Castro en Infobae. Además, las tormentas y los incendios forestales de 2020 los dejaron sin electricidad durante días. En 2021, Portland vivió una ola de calor extremo que elevó las temperaturas a 48°C (119°F). “No teníamos aire acondicionado ni hielo, así que pasamos días sofocándonos dentro de la casa diminuta”, relató.
Además, su fuente de agua potable dependía de una tubería externa ubicada en la propiedad principal de la granja. “A pesar de usar mangueras térmicas, las tuberías se congelaban en invierno y pasábamos días sin agua”, agregó Castro en Infobae.
Otra dificultad fueron los cortes de luz, especialmente durante la temporada de incendios, cuando las autoridades apagaban el suministro eléctrico por seguridad ante los fuertes vientos. “Era frustrante depender de velas y linternas por días enteros”, contó Castro.
El fin de una etapa
Con el tiempo, la casa diminuta comenzó a sentirse menos como una aventura y más como una carga. El espacio, ya de por sí reducido, se llenó de materiales de arte y productos que vendían en mercados locales, convirtiendo su hogar en un pequeño taller de fabricación. La inestabilidad financiera también pesó: Castro había perdido su empleo con la llegada de la pandemia y dependieron de la venta de artesanías para subsistir.
Después de dos años, en 2022, decidieron vender la casa rodante y mudarse a un departamento en Portland. “El último tramo fue particularmente desafiante, ya que nuestro contrato de alquiler estaba por terminar y no encontrábamos un nuevo lugar donde estacionar la casa mientras organizábamos la mudanza”, explicó Castro en Infobae.
Aun así, no lo hicieron con arrepentimiento, sino con la satisfacción de haber explorado un estilo de vida fuera de lo convencional. “Verdadera libertad es poder experimentar y empujar tus propios límites”, expresó Castro.
Hoy, con el futuro aún por decidir, la pareja contempla nuevas mudanzas: un posible regreso a Nueva York o incluso una aventura internacional en Corea del Sur. “Estamos en proceso de obtener visas, así que tendremos que esperar a ver cómo se desarrolla todo”, contó Castro a Infobae.
De una cosa están seguros: su tiempo en la casa diminuta les enseñó el verdadero significado de la adaptación. “Estamos agradecidos por la experiencia y no desalentamos a nadie que quiera intentarlo”, concluyó Castro en Infobae.