Cuando el vuelo 5342 de American Airlines se preparaba para aterrizar en el Aeropuerto Nacional Ronald Reagan, nadie en la cabina sospechaba el desastre inminente. A las 8:47 p.m. del miércoles, un helicóptero Black Hawk del Ejército de EE. UU. colisionó con la aeronave comercial sobre el río Potomac, desatando un infierno de fuego y escombros. Ninguno de los 67 pasajeros y tripulantes sobrevivió.
Este ha sido el peor desastre aéreo en territorio estadounidense en 23 años, dejando una estela de dolor y pérdidas irreparables. Cada una de las víctimas era una historia, una vida con sueños truncados, un futuro arrebatado en un instante fatídico.
Luciano Aparicio y su hijo, un adiós inesperado
Luciano Aparicio supo abrirse camino entre números y balances hasta convertirse en un nombre reconocido en el mundo de la energía. Nacido en Buenos Aires y egresado de la Universidad de Buenos Aires, su talento y disciplina lo llevaron a escalar posiciones hasta convertirse en vicepresidente de una multinacional del sector, con base en Washington, D.C. Desde allí, dirigía proyectos de energía renovable y almacenamiento de baterías en California, apostando a un futuro más sustentable. Pero su éxito profesional no le bastaba: su mayor anhelo era asegurarle un porvenir a su hijo Franco, el niño de 13 años que lo acompañaba en aquel fatídico vuelo.
Franco había nacido en Chile, donde Aparicio vivió antes de trasladarse a Estados Unidos por trabajo. Era su orgullo, su compañero de vida, su motor. Padre dedicado, tramitaba su nacionalidad argentina, soñando con que el niño creciera con las raíces de su propia historia. Pero el destino truncó sus planes en el cielo de Washington. Una colisión, un instante de horror, un silencio ensordecedor. La vida de padre e hijo se apagó de golpe, dejando un vacío imposible de llenar. Luciano Aparicio deja un legado de esfuerzo, visión y amor inquebrantable. Franco deja una infancia interrumpida demasiado pronto.
Un piloto con una boda en el horizonte
Sam Lilley, primer oficial del vuelo, tenía 28 años y planeaba casarse en otoño. “Mi hijo amaba volar, era su sueño desde niño”, recordó su padre, Timothy Lilley, ex piloto militar. “Ahora mi hijo está muerto y mi corazón está roto”.
A su lado estaba el capitán Jonathan Campos, piloto de la aerolínea desde 2022. “Era una persona extraordinaria, amaba volar y amaba a su familia”, contó su primo, Edward Campos.
El carisma de un auxiliar de vuelo inolvidable
Ian Epstein, de 53 años, era un hombre que iluminaba cualquier habitación. “Amaba viajar, conocer personas, hacer amigos en cada vuelo”, dijo su hermana, Robbie Bloom. Deja atrás a 3 hijos, y una legión de amigos que lo recuerdan como un “huracán de energía vibrante”.
Una joven consultora con un espíritu generoso
Asra Hussain Raza, de 26 años, hija de inmigrantes indios, viajaba a Wichita por trabajo. “Siempre estaba pendiente de los demás”, dijo su suegro, Dr. Hashim Raza. Se había casado recientemente con su amor de la universidad y tenía toda una vida por delante.
Un viaje anual entre amigos que terminó en tragedia
Un grupo de amigos regresaba de su tradicional viaje de caza. Michael “Mikey” Stovall y Jesse Pitcher viajaban juntos. “Mikey veía lo bueno en todos”, dijo su madre. Pitcher, casado hace un año, construía su hogar con esperanza.
Tres brillantes abogadas con un futuro prometedor
Kiah Duggins, abogada de derechos civiles egresada de Harvard, se preparaba para dar clases en Howard University. Sarah Lee Best y Elizabeth Anne Keys, talentosas asociadas de un despacho de Washington, también estaban a bordo. Keys celebraba su cumpleaños 33 el día del accidente. “Eran mujeres brillantes y valientes”, dijeron sus compañeros.
Una comunidad de patinaje sumida en el luto
El patinaje artístico estadounidense sufrió una pérdida irremediable. Entre las víctimas estaban los entrenadores y excampeones mundiales Evgenia Shishkova y Vadim Naumov. “Es un golpe devastador”, dijo la leyenda del patinaje, Nancy Kerrigan.
Junto a ellos, las promesas juveniles Jinna Han y Spencer Lane, quienes viajaban con sus madres, también perdieron la vida. “Mi esposa y mi hijo eran mi mundo”, dijo un devastado Douglas Lane.
El dolor de las familias y la búsqueda de respuestas
El hallazgo de las cajas negras podría esclarecer los momentos finales del vuelo. El secretario de Defensa, Pete Hegseth, confirmó que el Black Hawk estaba en una misión de entrenamiento nocturno. “Aún no sabemos quién piloteaba al momento del choque”, señaló.
La tragedia desató una ola de declaraciones políticas. El presidente Donald Trump culpó a las políticas de diversidad en la FAA, lo que fue rechazado por el exsecretario de Transporte, Pete Buttigieg. “Es un momento para el respeto, no para la politiquería”, replicó.
Un luto que trasciende las fronteras
Las banderas en Washington ondean a media asta. Cada nombre en la lista de víctimas representa un mundo de sueños y esperanzas que se extinguieron en el aire aquella noche. Un padre sin su hijo, una novia sin su futuro esposo, un deporte sin sus estrellas, una ciudad sin sus líderes.
El río Potomac sigue albergando restos del desastre, pero el verdadero naufragio es el del corazón de quienes perdieron a sus seres queridos. La tragedia no solo se mide en cuerpos recuperados, sino en abrazos que nunca volverán a darse y en promesas que quedaron suspendidas en el tiempo.
El destino les arrebató el futuro en un instante. Sus nombres quedarán grabados en la memoria de quienes los amaron.