En 1923, cuando se añadió plomo a la gasolina para mejorar el rendimiento de los motores, pocos imaginaron que esta decisión tendría consecuencias devastadoras en la salud mental de generaciones enteras. Décadas después, un estudio conjunto entre la Universidad de Duke y la Universidad Estatal de Florida revela el alcance de este daño: se estima que 151 millones de casos de trastornos psiquiátricos en Estados Unidos, a lo largo de 75 años, están relacionados con la exposición infantil a gases provenientes de combustibles con plomo. Este legado, que afecta particularmente a quienes crecieron antes de 1996, representa un punto de inflexión en cómo entendemos la relación entre contaminación y salud mental.
El plomo, reconocido por sus propiedades neurotóxicas, tiene un impacto particularmente grave en el cerebro en desarrollo. Según el investigador Aaron Reuben, de la Universidad de Duke, “los humanos no están adaptados para manejar niveles de plomo 1.000 a 10.000 veces superiores a los naturales, como ocurrió durante el siglo XX”. Este metal puede erosionar células cerebrales y alterar funciones fundamentales del sistema nervioso. Lo más preocupante es que no existe un nivel seguro de exposición: cualquier cantidad puede ser dañina, especialmente durante la infancia, cuando el cerebro está en formación.
A pesar de su prohibición en 1996, el daño ya estaba hecho. Los niños expuestos al plomo en las décadas de 1960 y 1970, durante el pico de su uso, sufrieron alteraciones que, según el estudio, los volvieron más propensos a la depresión, ansiedad y trastornos de atención. Estas consecuencias no solo impactaron a nivel individual, sino que dejaron una huella en la personalidad colectiva de generaciones enteras, aumentando la incidencia de rasgos como la neuroticismo y disminuyendo la conciencia.
El plomo también se asocia a deficiencia de coeficiente intelectual
El estudio, publicado en el Journal of Child Psychology and Psychiatry, revela que más de 170 millones de estadounidenses nacidos antes de 1996 tuvieron niveles de plomo en la sangre considerados “clínicamente preocupantes”. Este nivel de exposición no solo afectó la salud mental de quienes lo vivieron directamente, sino que también podría haber condicionado su calidad de vida y éxito personal. Los investigadores destacan que el impacto del plomo es comparable a “una fiebre de bajo grado”: no siempre lo suficientemente grave como para buscar atención médica, pero capaz de afectar el bienestar general y la resiliencia.
Además, el plomo ha robado a la población estadounidense un total estimado de 824 millones de puntos de coeficiente intelectual (CI) a lo largo del siglo XX, según investigaciones previas del mismo equipo. Estas pérdidas cognitivas y emocionales, acumuladas durante décadas, representan un costo incalculable para la sociedad.
Las autoridades buscan disminuir el plomo en la vida de los estadounidenses
Aunque el plomo fue eliminado de la gasolina hace casi tres décadas, sus efectos siguen siendo visibles. Por ello, las autoridades han intensificado los esfuerzos para mitigar los riesgos actuales. La Agencia de Protección Ambiental (EPA) anunció recientemente regulaciones que exigen reemplazar todas las tuberías de plomo en las ciudades estadounidenses en un plazo de 10 años, con una inversión inicial de 2.600 millones de dólares. Asimismo, se ha reducido el nivel de plomo permitido en el suelo residencial, medida que podría beneficiar a uno de cada cuatro hogares.
Según los investigadores, comprender plenamente el impacto del plomo en la salud mental colectiva requerirá más estudios. Aunque este análisis se centró principalmente en la exposición proveniente de gasolina, fuentes adicionales como tuberías y pintura aún representan una amenaza. La psicóloga infantil Michele Borba señala que, aunque hoy en día se atribuye gran parte de la crisis de salud mental juvenil a las redes sociales, pero este estudio abre nuevas preguntas sobre cómo factores históricos y ambientales han moldeado nuestra sociedad.
“Exposiciones al plomo de décadas pasadas siguen influyendo en nuestra salud actual”, concluye Reuben. Proteger a las generaciones futuras requiere no solo eliminar las fuentes restantes de plomo, sino también tomar en cuenta este legado al tratar los problemas de salud mental actuales.