Israel Keyes fue uno de los asesinos seriales más infames de los años recientes; al día de hoy, muchas de sus víctimas no han logrado ser identificadas, ni siquiera a través de su espeluznante nota de suicidio que incluía el dibujo de 11 cráneos pintados con su propia sangre, un pentagrama y un poema de cuatro páginas. “Wild Crime: Eleven Skulls”, el nuevo documental de ABC News que se estrenó este 5 de diciembre, pretende iluminar los oscuros rincones de una de las mentes criminales más enigmáticas y aterradoras de la historia reciente. A través de imágenes inéditas y testimonios escalofriantes, la serie aborda el legado de un asesino en serie que planeó cada detalle de sus crímenes con precisión militar y cuyo verdadero alcance sigue siendo un rompecabezas.
Israel Keyes redefinió el perfil del asesino serial tradicional. No buscaba reconocimiento ni seguía patrones evidentes en sus crímenes. En su lugar, adoptó una estrategia meticulosa para evitar ser rastreado. Enterraba “kits de asesinato”, que incluían armas, municiones, silenciadores y químicos para deshacerse de cuerpos, en lugares estratégicos de varios estados años antes de utilizarlos. Entre los sitios identificados están Vermont, Nueva York y Alaska. De esta manera, evitó dejar rastros y complicó el trabajo de los investigadores que más tarde intentaron conectar sus crímenes.
Como la gran mayoría de los “serial killers”, Keyes no levantaba sospechas sobre su comportamiento homicida y era descrito como un hombre tranquilo y disciplinado, abocado al cuidado de su familia: su esposa y su hija, con quienes vivía en Neah Bay, Washington, tras obtener su baja honoraria del ejército en el año 2001. Su paso por la milicia se consideró una de las grandes ventajas de Israel para asesinar sin ser descubierto durante tantos años.
¿Quién era Israel Keyes?
Nacido el 7 de enero de 1978 en Cove, Utah, Israel Keyes fue el segundo de diez hijos de una pareja que rechazaba la intervención gubernamental, la medicina moderna y las escuelas públicas. Su familia se trasladó a los bosques de Washington, donde vivían sin electricidad ni calefacción, y se alejaron aún más de la sociedad al unirse a una secta cristiana supremacista blanca llamada “The Ark”. En este entorno aislado, Keyes desarrolló conductas inquietantes: entraba en casas ajenas para robar armas y torturaba animales, una señal temprana de psicopatía. Años más tarde, confesaría: “Sabía desde los 14 años que las cosas que yo pensaba normales no lo eran para nadie más”.
Cuando desafió las creencias religiosas de su familia, fue expulsado de casa y sus hermanos menores recibieron instrucciones de no hablar con él. En 1998, se unió al Ejército de los Estados Unidos, donde fue descrito como un soldado competente y disciplinado, aunque propenso a beber en exceso. Durante su tiempo en servicio, Keyes expresó por primera vez su inclinación homicida cuando le dijo a un compañero que le gustaría matarlo. Sin embargo, nunca cometió crímenes mientras estaba desplegado.
Tras su baja honorable en 2001, Keyes se instaló en la reserva Makah de Neah Bay, Washington, donde trabajó como carpintero y comenzó a formar una familia. En apariencia, su vida era la de un hombre común: vivía con su pareja y cuidaba de su hija, un papel que describió como su intento de protegerla de sus propios actos. Sin embargo, ya había comenzado a planificar su trayectoria como asesino serial.
¿Quiénes fueron las víctimas de Israel Keyes?
De acuerdo con sus propias declaraciones, Keyes comenzó a realizar delitos graves entre 1997 y 1998, cuando secuestró a una joven a la que violó. Si bien dejó escapar a la chica, Keyes afirmó que considera este caso el comienzo de su trayectoria homicida. No obstante, de acuerdo con el propio criminal, sus primeras cuatro víctimas mortales fueron asesinadas entre 2001 y 2006, aunque sus cuerpos nunca se encontraron y no hay pistas sobre sus identidades.
Debra Feldman
El FBI considera que Keyes es el principal sospechoso en la desaparición de Debra Feldman, quien fue vista por última vez en abril de 2009 en Nueva Jersey. Según Keyes, mató a una mujer en la costa este y dejó su cuerpo en el estado de Nueva York. Aunque Keyes no mencionó su nombre, las autoridades creen que Feldman encaja con las descripciones dadas durante sus interrogatorios.
Bill y Lorraine Currier
En junio de 2011, Keyes asesinó a esta pareja de Vermont. Viajó desde Alaska hasta Essex, Vermont, desenterró uno de sus “kits de asesinato” y seleccionó su casa porque cumplía con criterios específicos: no tenían hijos ni perros, y su casa tenía un garaje adjunto. Keyes irrumpió en la casa de los Currier, los ató y los llevó a una casa abandonada cercana. Allí disparó a Bill y, tras violar a Lorraine, también la mató. Aunque sus cuerpos nunca fueron recuperados, Keyes dio detalles precisos sobre los asesinatos durante sus confesiones.
Samantha Koenig
La última víctima conocida de Keyes fue Samantha Koenig, una joven barista de Anchorage, Alaska. El 1 de febrero de 2012, Keyes irrumpió en el café donde trabajaba, la secuestró y la mantuvo cautiva en un cobertizo junto a su casa. Después de obtener su tarjeta de débito y su PIN, la asesinó y dejó su cuerpo en el cobertizo mientras viajaba con su familia en un crucero por el Golfo de México. Al regresar, Keyes manipuló el cadáver de Samantha, aplicándole maquillaje y cosiendo sus ojos con hilo de pescar para simular una “prueba de vida”; luego de ello, desmembró el cadáver de la víctima. Keyes tomó una foto con un periódico reciente y la usó para exigir un rescate de 30 mil dólares a su familia. Sin embargo, un error al utilizar la tarjeta de débito de Samantha permitió a las autoridades rastrearlo y detenerlo en Texas.
Víctimas potenciales
La investigación ha relacionado a Keyes con otros casos no resueltos, aunque él negó su participación en algunos. Entre ellos:
- Julie Harris (1996): Una joven amputada que desapareció en Colville, Washington. Sus restos fueron hallados un año después. Aunque Keyes vivía en la zona, negó cualquier conexión con el caso.
- Mary Cooper y Susanna Stodden (2006): Una madre y su hija asesinadas mientras caminaban en un parque en Washington. Keyes pudo haber estado en el área, pero no hay pruebas definitivas que lo vinculen.
Además de sus actividades en Estados Unidos, Keyes viajó frecuentemente al extranjero, visitando países como México, Canadá y Belice. Las autoridades creen que pudo haber cometido crímenes durante estos viajes. Para dificultar su rastreo, pagaba en efectivo y retiraba la batería de su teléfono móvil.
La macabra pintura que Israel Keyes dejó como nota suicida
Mientras algunos lo veían como un padre y empresario ejemplar, las grabaciones de sus confesiones muestran a un hombre que disfrutaba del control y el sufrimiento ajeno. “Era la cacería lo que me motivaba”, declaró en una ocasión. Su habilidad para ocultar sus crímenes y su conocimiento del comportamiento humano –estudiaba perfiles criminales y se inspiraba en asesinos como Ted Bundy– lo convirtieron en un enigma para las autoridades.
Cuando los agentes del FBI ingresaron a la celda de Israel Keyes tras su suicidio el 2 de diciembre de 2012, descubrieron un testimonio escalofriante de su mente perturbada. Bajo su cama había una serie de dibujos hechos con su propia sangre: 11 cráneos cuidadosamente trazados, acompañados por la frase “We are one” (“Somos uno”). Según los investigadores, estos dibujos representaban el número total de sus víctimas, un mensaje final que parecía confirmar las confesiones parciales que Keyes había dado antes de quitarse la vida.
El uso de su propia sangre como medio para plasmar estas imágenes refleja el carácter ritualista y simbólico de su psicología. Durante las entrevistas con el FBI, Keyes ofreció detalles sobre algunos de sus crímenes, pero retuvo información crucial, como los nombres o ubicaciones de sus víctimas restantes. Los cráneos se convirtieron en un mensaje enigmático, dejando abiertas preguntas que hasta hoy permanecen sin respuesta.
El hallazgo también incluyó una nota de suicidio de cuatro páginas. Aunque el texto era poético y criticaba aspectos de la sociedad estadounidense, no proporcionó ninguna pista sobre otras posibles víctimas o los motivos detrás de sus asesinatos. Los agentes analizaron estos materiales en el laboratorio del FBI, pero concluyeron que no ofrecían evidencias adicionales para avanzar en los casos abiertos.
La investigación continúa, con la esperanza de identificar a las personas representadas en los 11 cráneos dibujados con sangre. Las familias de los desaparecidos aún esperan respuestas, pero la sombra de Israel Keyes, un asesino que hizo de la planificación meticulosa su arma más letal, sigue acechando en el mundo de los crímenes sin resolver.