
Más allá de las rutas habituales y los destinos clásicos, a lo largo y ancho del planeta se pueden encontrar paisajes que sobrecogen por su rareza, su majestuosidad o su belleza casi irreal. Son escenarios donde la naturaleza —y en ocasiones también la mano del ser humano— ha esculpido formas extraordinarias: montañas multicolores, desiertos que parecen mares de fuego, glaciares que brillan como cristales o templos tallados en roca viva.
Estos lugares, algunos de difícil acceso, son destinos únicos que atraen a infinidad de viajeros, sobre todo durante la primavera, cuando las temperaturas suaves y los paisajes característicos de esta estación permiten disfrutar de imágenes de postal. En este sentido, desde Civitatis, se ha elaborado una selección de los paisajes más impresionantes del mundo que son perfectos para visitar durante estos meses.
Rocas suspendidas en el aire

En el corazón de la provincia china de Hunan, el Parque Forestal Nacional de Zhangjiajie se extiende sobre más de 96 kilómetros cuadrados de bosques, acantilados y picos de arenisca que parecen desafiar la gravedad. Estas formaciones verticales, esculpidas por la erosión durante millones de años, inspiraron los paisajes flotantes de la película Avatar, lo que ha reforzado su fama internacional.
Además de sus torres rocosas, el parque alberga la impresionante Cueva de Tianmen, también llamada la “Puerta del Cielo”, un arco natural de más de 100 metros de altura que atraviesa una montaña. Para llegar hasta ella, se puede tomar uno de los teleféricos más largos del mundo, que asciende durante 30 minutos ofreciendo panorámicas inigualables de un paisaje que parece ajeno a la Tierra.
Petra y el Valle de la Luna
La combinación de la arqueología monumental y el desierto rojo crea en Jordania una postal única. Petra, conocida como “la ciudad perdida”, fue la capital del antiguo Reino Nabateo y está tallada directamente en la roca rosada de las montañas. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, sus fachadas, tumbas y templos se revelan tras caminar por el estrecho desfiladero del Siq, en un entorno que parece detenido en el tiempo.
A escasa distancia se encuentra Wadi Rum, una vasta extensión desértica también conocida como el Valle de la Luna. Sus formaciones de piedra arenisca han sido moldeadas por el viento y el tiempo, y han servido de escenario para películas como The Martian o Lawrence de Arabia. Dormir bajo las estrellas en un campamento beduino completa la sensación de estar en otro planeta.
Cenotes que conectan con el pasado

Los cenotes de la península de Yucatán no solo son espejos de agua escondidos en la selva, sino también huellas geológicas del impacto del meteorito que extinguió a los dinosaurios hace 66 millones de años. En el entorno del Pueblo Mágico de Valladolid, en México, se pueden visitar algunos de los más conocidos, como Suytun, con su plataforma circular que parece flotar sobre el agua, Nool Ha, inmerso en un entorno selvático, y Chukum, que se extiende bajo una cúpula rocosa iluminada por haces de luz natural.
Estas cavernas inundadas han sido veneradas por la cultura maya como portales al inframundo, y hoy son espacios que permiten bucear, nadar o simplemente contemplar estalactitas, raíces colgantes y aguas que van del turquesa al azul oscuro, en un silencio que parece suspendido en el tiempo.
Cuevas azules como el hielo interestelar
Al sur de Islandia, el glaciar Vatnajökull —el más extenso de Europa— esconde en su interior un sistema de cuevas de hielo que se forman de manera natural durante el invierno. Estas cavernas, como la de Breiðamerkurjökull, son accesibles mediante excursiones guiadas que permiten adentrarse en túneles transparentes y brillantes, donde el color azul se intensifica debido a la compresión del hielo y la ausencia de burbujas de aire.
El efecto visual es tan irreal que muchos visitantes lo comparan con estar dentro de una nave espacial. Las formas irregulares, las bóvedas pulidas y los juegos de luz crean un espectáculo efímero, pues estas cuevas cambian y desaparecen con el paso de las estaciones.
Volcanes activos y tubos de lava

En Sicilia, el Monte Etna se eleva como uno de los grandes símbolos de la fuerza terrestre. Con más de 3.300 metros de altura, es el volcán más alto y activo de Europa. Caminar por sus cráteres, como los Silvestri —formados tras una erupción en 1892—, es hacerlo sobre un terreno que cambia constantemente. Las laderas, cubiertas de ceniza y roca volcánica, contrastan con el cielo y recuerdan un paisaje lunar.
Otra experiencia posible es internarse en sus tubos de lava: pasadizos subterráneos formados por antiguas coladas que se enfriaron en la superficie mientras la lava seguía fluyendo por dentro. Son espacios oscuros, de ecos profundos, que revelan cómo se mueve el magma bajo nuestros pies.
El corazón de Yellowstone
Fundado en 1872, el Parque Nacional de Yellowstone, en Estados Unidos, es el parque más antiguo del mundo. Su singularidad radica en su actividad geotérmica, visible en géiseres como el Old Faithful, que lanza chorros de agua hirviendo con precisión casi relojera, o en fuentes termales multicolores como la Grand Prismatic Spring, cuya paleta de tonos parece pintada con pigmentos alienígenas.
Además de estos fenómenos, Yellowstone alberga cañones, cascadas, valles boscosos y una fauna que incluye bisontes, lobos y osos. Es un entorno que conjuga lo salvaje con lo fantástico, donde cada paso puede revelar una escena digna de otra dimensión.
Mensajes desde el aire

Las Líneas de Nazca, en el sur de Perú, solo pueden comprenderse desde el cielo. Estas figuras gigantes, trazadas sobre el desierto hace más de 1.500 años por la cultura nazca, representan animales, plantas y formas geométricas. Su escala es tal que un vuelo en avioneta de unos 40 minutos permite apreciar más de una decena de ellas, como el colibrí, el mono, el cóndor o la araña.
El origen y propósito de estas figuras sigue siendo un misterio. Algunas teorías apuntan a fines astronómicos o rituales religiosos, mientras otras han alimentado hipótesis más especulativas. Lo cierto es que verlas desde el aire produce una sensación de extrañamiento difícil de explicar.
Capadocia, entre la lava y el cielo
En el centro de Turquía, la región de Capadocia ofrece un paisaje moldeado por la lava de antiguos volcanes y la erosión del viento. Las llamadas “chimeneas de hadas”, estructuras cónicas de roca blanda, se agrupan en valles como los del Amor, de las Palomas o de los Monjes de Pasaba. Entre ellas, se esconden iglesias excavadas en la piedra y viviendas trogloditas conectadas por túneles subterráneos.
La forma más icónica de explorar la zona es desde el aire, en un globo aerostático al amanecer. Al elevarse, el viajero contempla cómo el paisaje se tiñe de tonos rosados y dorados, ofreciendo una vista que, sin ser extraterrestre, podría pasar por ello.