Madrid está lleno de lugares con encanto. Más allá de sus puntos más conocidos como son el Museo del Prado, el Parque del Retiro o la Puerta del Sol, la capital esconde infinidad de secretos que demuestran la gran importancia histórica y patrimonial que alberga. Pero esto va mucho más allá, pues en sus alrededores, la capital está repleta de pequeños pueblos que esconde verdaderas joyas arquitectónicas. Estas se han convertido en un gran atractivo para los amantes de la historia, pues muchas de ellas albergan un gran patrimonio.
En este sentido, en Pelayos de la Presa, al suroeste de la Comunidad de Madrid, se alza uno de los monumentos más especiales de la Comunidad de Madrid. Estamos hablando del monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias, el cual se erige como un testimonio vivo de la historia religiosa y arquitectónica de la región. Además, fundado hace cientos de años, es considerado el monasterio más antiguo de Madrid.
Una historia milenaria
El Monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias cuenta con una historia que se remonta a la época visigoda. Según la tradición, el noble Teodomiro, bajo el reinado del rey Witiza (702-710), abandonó su vida cortesana para retirarse al valle del Alberche y adoptar una vida eremítica junto a otros nobles. Este primer núcleo de eremitas dio lugar a una comunidad benedictina compuesta por doce eremitorios bajo la dirección de un abad. En 1150, durante el reinado de Alfonso VII, el monasterio adquirió una nueva dimensión.
El monarca otorgó un privilegio real para formalizar su fundación, consolidando los eremitorios dispersos en una única comunidad, la de Santa Cruz, sometida a la regla benedictina y dirigida por el abad Guillermo. Posteriormente, en 1177, Alfonso VIII incorporó el monasterio a la Orden del Císter, marcando un cambio significativo en su historia y siendo el único en la región. Este periodo bajo la disciplina cisterciense perduró hasta la desamortización de Mendizábal en 1835, cuando los monjes fueron desalojados y sus propiedades confiscadas.
A lo largo de sus siete siglos de actividad, el monasterio experimentó momentos de prosperidad y ruina. En 1485, los Reyes Católicos respaldaron su incorporación a la Observancia de Castilla, lo que le otorgó autonomía y estabilidad económica. Sin embargo, incendios devastadores en 1258 y 1768, así como la venta de señoríos en San Martín (1434) y Pelayos (1552), afectaron gravemente su situación económica. La caída definitiva llegó con la desamortización, que marcó el fin de la vida monástica en Valdeiglesias, dejando el monasterio en manos de la historia y la ruina.
El resurgimiento del monasterio
Tras 138 años de abandono, el monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias inició su recuperación en 1974, cuando el arquitecto Mariano García Benito lo adquirió tras leer un anuncio que ofrecía “ruinas de monasterio”. Con esfuerzo, comenzó la ardua labor de desescombro y catalogación, rescatando lo que quedaba del cenobio entre vegetación y escombros. El primer paso clave fue su declaración como Bien de Interés Cultural en 1983, lo que otorgó protección a este valioso monumento, uno de los tres monasterios más relevantes de la Comunidad de Madrid.
En 2004, García Benito donó el monasterio al Ayuntamiento de Pelayos de la Presa, donde se creó una fundación para su conservación. Gracias a la colaboración entre el Ayuntamiento, la Fundación y la Comunidad de Madrid, se han realizado múltiples intervenciones para consolidar este tesoro histórico, garantizando su preservación para las futuras generaciones.
Un conjunto arquitectónico único
El Monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias destaca por ser un conjunto arquitectónico que refleja más de ocho siglos de historia, con elementos que van desde el románico del siglo XII hasta el barroco del siglo XVIII. Su evolución arquitectónica permite apreciar las transformaciones estilísticas y funcionales que atravesó a lo largo del tiempo, adaptándose a las necesidades monásticas y al contexto histórico. La iglesia monacal es una de las piezas centrales del conjunto. En ella se combinan trazas románicas con elementos góticos, evidenciando el cambio de tendencias artísticas entre los siglos XII y XIII.
Sus muros robustos y austeros, característicos de la arquitectura cisterciense, contrastan con la elegancia de los ventanales góticos, que buscaban inundar el interior de luz natural para crear un espacio propicio para la meditación. El claustro, aunque más tardío, incorpora influencias neoclásicas, con líneas simples y equilibradas que evidencian una transición hacia un estilo más funcional. Este espacio era el corazón de la vida monástica, utilizado para actividades cotidianas y ceremonias religiosas.
Uno de los elementos más singulares del monasterio es su capilla mozárabe, que conserva detalles arquitectónicos de la época prerrománica. Su presencia remite a los orígenes del enclave como lugar de retiro espiritual y a las influencias culturales de los primeros siglos de la Reconquista. También destaca la cilla o almacén monástico, que fue un espacio crucial para el almacenamiento de alimentos y otros bienes. Esta estructura, recientemente restaurada, pone en evidencia el sistema económico autárquico que sostenía a la comunidad religiosa.
Cómo visitarlo: horario y precios
Para visitar el monasterio se debe tener en cuenta su horario, el cual varía en función de la época del año. Así, los meses de marzo, abril, mayo, septiembre, octubre y noviembre, el templo abre sus puertas los sábados de 10:00 h a 15:00 h y de 16:00 a 18:00 h y los domingos de 10:00 h a 14:00 h. Por su parte, los meses de diciembre, enero, febrero, junio, julio y agosto el horario es los sábados y los domingos de 10:00 h a 14:00 h. En cuanto al precio, la tarifa para la visita libre es de 5 €, para la guiada es de 7 € y la teatralizada es de 10 €.
Cómo llegar
Desde Madrid, el viaje es de alrededor de 55 minutos por la carretera M-501. Por su parte, desde Ávila el trayecto tiene una duración estimada de 1 hora por la vía N-403.