Carmen Riu, la primera paralímpica española que ahora con 73 años recuerda sus inicios: “Apagaban las luces de la piscina para que nadie nos viera”

La nadadora española habla con ‘Infobae España’ de su carrera deportiva y de todas las acciones que vinieron después con el fin de conseguir mayor inclusión para las personas con discapacidad

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La deportista española Carmen Riu
La deportista española Carmen Riu

Libre”. Así es como se siente Carmen Riu en el agua, nadando, tanto ahora, a sus 73 años, como cuando era una niña de ocho años y no la dejaban estar en la misma piscina que el resto de niños. Libre, como cuando ganó su primera medalla olímpica en Israel, que inicialmente guardó en el bolsillo por vergüenza a que la vieran con ella puesta. Como cuando tiró la presea en la cita paralímpica de Alemania a modo de “reivindicación” de las personas con discapacidad. Carmen llegó al mundo del deporte a una edad temprana y tras una efímera y laureada carrera deportiva, decidió dejarlo para reivindicar y luchar por los derechos y la inclusión de las personas con discapacidad.

Cuando Carmen tenía tan solo siete años, le diagnosticaron polio, una enfermedad que se nutre de la médula espinal y que le provocó una parálisis en las dos piernas. Su vida dio entonces un giro de 180 grados. “Me expulsaron del colegio por ser discapacitada y tampoco quisieron aceptarme en ningún otro”, recuerda. Se trataba de una acción muy extendida entonces, lo que le obligó a estudiar en casa, mientras llevaba a cabo la rehabilitación que el médico le recomendó para su enfermedad: “Iba a un centro de la Cruz Roja por las mañanas, pero luego les recomendaron a mis padres que nadara y, sobre todo, que nadara en el mar”.

En Castelldefels, un pueblo cercano a Barcelona con playa, estuvieron Carmen y su familia durante tres meses. Fue allí donde aprendió a nadar. Cuando terminó el verano, se apuntó en el Club de Natación Cataluña. “Ahí no me dejaron que nadara con otros niños. Entonces les obligaron a pagar un monitor especial para mí durante el tiempo que estuve ahí, que fue de los 8 hasta los 14 años”, relata. Una situación que limitó a Carmen en su sociabilidad y su interacción. “Estuve muy sola. Estaba familia, mi hermano pequeño y mi prima, pero no tenía contacto con ningún niño”.

Riu siguió nadando junto a ese entrenador personal hasta que, cuando ella tenía 16, el club decidió fundar la Asociación Nacional de Inválidos Civiles (ANIC). Los sábados por la tarde acudían a la piscina (donde había muchas escaleras, y las sigue habiendo) para nadar en la piscina pequeña, que era la única que les cedían. “Nos dejaban la piscina pequeña de niños, pero apagaban las luces para que nadie nos viera”, recuerda Carmen.

Los Juegos Paralímpicos de Israel en 1968

Al poco tiempo de empezar a nadar con esa asociación, vieron a Carmen nadar y le preguntaron si quería ir a los Juegos Paralímpicos de Israel. “Mis padres no se lo creían, bueno, yo tampoco mucho”, asegura. Fue entonces cuando les explicaron la situación. Era año olímpico (1968) y México era el país que iba a organizar el evento deportivo, sin embargo, no quiso llevar a cabo los Juegos Paralímpicos. Fue entonces cuando Israel se ofreció a celebrarlo. El equipo español de entonces estaba formado por tan solo 11 atletas que viajaron a Tel Aviv. Entre ellos, tan solo dos eran mujeres: Carmen y Rita.

“Los jefes de expedición nos dejaron solas, porque ellos acompañaron a los chicos que iban en el equipo”, relata. “Yo no sabía ni la marca que hacía, ni la marca que hacían los demás con los que competía. Yo solo le decía a Rita que mirara a ver en qué posición quedaba, porque me daba vergüenza quedar última”, afirma. Carmen y Rita, solas, se situaron cerca de donde iba a disputarse la competición, tan solo querían escuchar si decían su nombre para saber cuándo nadaban. “Escuché que decían mis apellidos y por signos me dijeron el estilo que tenía que nadar”.

Carmen se lanzó a la piscina y se puso a nadar como mejor sabía, al terminar estaba segura de que no había sido la última porque vio a otros deportistas llegar. Lo que no se imaginaba era posición en la que había quedado. Algo de lo que le informó Rita y, posteriormente, y para tener la confirmación oficial, la organización. Carmen había sido segunda en la semifinal. En la final, repitió la misma posición. Ese mismo día compitió en otros estilos y consiguió una segunda medalla de plata.

“Las guardé en un bolsillo porque me daba vergüenza que me vieran con ellas colgadas y cuando volvía al pabellón Rita dijo que había ganado dos medallas y el jefe de expedición no se lo creyó. En cuanto las saqué me dijo: ‘póntelas que vamos a hacer fotos’”, explica. A partir de ese momento, la competición cambió para Carmen. Ahora ya sabía las marcas y sus competidores también. Eso no impidió que empezara a ganar por toda España, pero también a nivel internacional en Inglaterra, Francia... Y entonces llegaron los siguientes Juegos Paralímpicos, los de Alemania.

“Yo estaba en contra de que los deportistas de élite usaran unas instalaciones y nosotros no pudiéramos usar las mismas. Y, por otra parte, que no se hicieran al mismo tiempo y que aún hoy sigue siendo así. Es ridículo. Si hay categorías de hombre y mujer, también podría haber de discapacitados y se podrían hacer al mismo tiempo”, considera Carmen. “Tampoco quería que hicieran propaganda conmigo y no con el resto de deportistas”. Unos hechos que le llevaron a tirar las medallas al suelo de Alemania para “reivindicar” todo aquello que no le parecía justo. Tras ello se retiró, porque la situación le parecía “ridícula”.

Su carrera como maestra y su lucha por la inclusión

Carmen no se veía solo como una nadadora para toda la vida. “Si he de ser competente, quería que fuera por otras cosas como hablar y enseñar”. La medallista paralímpica hizo dos licenciaturas: Psicología y Pedagogía. En ese momento, cuando todavía era estudiante, creó una escuela de integración social. “Era muy reivindicativo para la época franquista, y muy perseguido”, asegura. Tras ello, creó la coordinadora de grupos de personas con discapacidad en Cataluña, que se coordinaba con Madrid y Andalucía, con un objetivo: conseguir trabajo. “En ese momento, en el DNI ponía la profesión y a nosotros nos ponía profesión: inválida. Estaba claro que no íbamos a poder entrar en el mercado laboral”.

Tiempo después entró a trabajar en una escuela como interina, lo que le llevó a estudiar las oposiciones para sacar una plaza fija. “En aquel momento era muy difícil, no porque sean más difíciles que ahora, sino porque había un artículo que impedía que las personas con discapacidad ejerciéramos la función docente”, explica. Ante esta situación y tras haber conseguido la plaza, Carmen decidió ir a juicio. “Costó mucho, pero al final aceptaron que me quedara, pero solo porque había sido interina y no me podían echar”. Eso fue en el año 77, tiempo después fue cuando pusieron la reserva de plazas para personas con discapacidad en las oposiciones, que todavía se mantiene.

José Luis García, "Jota", triatleta paralímpico.

Ahora también es presidenta de la Asociació dones no standards, donde realizan un servicio de atención a las mujeres con discapacidad que sufren violencia. En cuanto a la inclusión, considera que se ha avanzado y mucho, pero todavía quedan muchas cosas por hacer y mejorar. Mientras tanto, ella continúa nadando porque le gusta y porque en su día a día tiene muchas dificultades para moverse, pero cuando está dentro del agua se “libera”.

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