‘Expediente Warren: El último rito’: una despedida tan emotiva como agridulce para una de las grandes sagas del terror moderno

La ya icónica pareja de demonólogos interpretada por Vera Farmiga y Patrick Wilson dice adiós a una franquicia con muestras de cansancio y falta de ideas

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Tráiler de 'Expediente Warren: El último rito

Tras un prólogo intenso en el que se sientan las bases de lo que será el resto de la película, Expediente Warren: El último rito comienza con una escena muy particular. En una sala en total oscuridad, el matrimonio formado por Lorraine (Vera Farmiga) y Ed (Patrick Wilson) expone algunos de sus casos a través de un proyector, con una actitud algo cansada y de poca convicción hasta el punto de que, cuando el proyector se atasca, Ed se da por vencido y decide encender la luz. Para sorpresa de todos, lo que había en la sala no eran espíritus o algún demonio vengativo, sino cuatro alumnos sin apenas interés, y que rematan la fallida clase con un chascarrillo: “¿Sois como los Cazafantasmas? ¿A vosotros también os moquean?”

Esa escena, que es probablemente uno de los pocos alivios cómicos que se permite una película por lo demás seria, sobria y de lo más intensa, es el perfecto ejemplo del punto en el que se encuentra la saga de The Conjuring y cómo encaja esta última entrega, al menos en lo que respecta a la pareja de demonólogos. Más de 12 años después de aquella refrescante y aterradora Expediente Warren y después de nueve películas —monjas, lloronas y muñecas diabólicas incluidas—, la saga sigue contando con los mismos protagonistas e ingredientes que la primera, pero todo se ha vuelto demasiado formulario, tedioso y predecible. Como los Warren en aquella universidad ochentera, esta saga está fuera de tiempo, y con esta entrega se ha agotado a sí misma y con ella a buena parte de los mismos espectadores que encandiló hace no tanto.

Expediente Warren: El último rito da un salto en el tiempo a 1986, unos años después de la última entrega hasta la fecha, Obligado por el demonio, y presenta a unos Ed y Lorraine más preocupados por la salud y la familia que por los nuevos casos que ocurren ahí fuera. Todo ello cristaliza en su hija Judy (Mia Tomlinson), personaje que había estado de fondo hasta Annabelle vuelve a casa y que aquí se erige como personaje imprescindible para entender el giro de la película hacia un drama familiar por encima del terror: lo importante no son los demonios que se han encontrado por el camino, sino el amor y la conexión que han hecho a los Warren poder enfrentarse a todo ello.

Imagen de 'Expediente Warren: El
Imagen de 'Expediente Warren: El último rito'

Presa de su propia fama y legado

Como es habitual en la saga, la película parte de un caso real al que se enfrentaron los demonólogos reales. En esta ocasión, el de la familia Smurl en Pennsylvania, en una casa en la que alegaban sufrir sucesos paranormales, como movimientos de muebles, roturas en los cristales de los espejos, malos olores e incluso violaciones de varios miembros de la familia. La película desdibuja en gran medida el caso y lo sitúa en su punto culminante, cuando los Warren llegan allí a regañadientes, pues su edad y condición —recordemos que Ed terminaba la última entrega muy débil del corazón y a un infarto de irse al otro barrio— les han hecho apartarse del mundo paranormal hasta que su hija comienza a seguir sus pasos.

La delicada situación de Ed, el miedo de Lorraine o las visiones de Judy son por así decirlo las únicas variaciones que hace Expediente Warren: El último rito con respecto a las anteriores entregas, exhibiendo el mismo tipo de secuencias en cuanto a forma, con sus ya clásicos jumpscares y su juego de espejos y sombras. Michael Chaves, director de las últimas dos entregas desde que se encargase de La llorona, se dedica aquí a seguir el libreto pautado sin grandes aspavientos, como reforzando esa idea de que los Warren saben más por viejos que por demonólogos, y que llegados a este punto los fans tampoco quieren ver algo nuevo, sino lo mismo de siempre.

Más allá del extenso metraje —se trata de la entrega más larga desde El caso Enfield—, lo cierto es que el principal problema de la película es su falta de ritmo y su dependencia del último acto para generar algo de miedo o siquiera inquietud en el espectador. Es una fantástica propuesta de drama familiar y un emotivo último testamento de la familia Warren, pero la película no sabe o no quiere exprimir al máximo el potencial de sus demonios, quizá por agotamiento de la fórmula o de sus propios personajes, dado que estos Warren ya no están para muchos sustos.

Imagen de 'Expediente Warren: El
Imagen de 'Expediente Warren: El último rito'

Larga vida a Ed y Lorraine

Lo cual nos devuelve a la escena mencionada al principio y nos plantea una gran pregunta que bien pudieron hacerse Michael Chaves, los guionistas o el mismísimo James Wan, productor ejecutivo de la saga y padre de la misma: ¿Realmente había otro camino que no fuese este? La película podía haber virado, como se intuía en su metáfora de Los Cazafantasmas, hacia algo más desenfadado y cercano al terror autoconsciente y mordaz que triunfa estos días con Weapons, Los pecadores o La sustancia, o bien podría haber optado por elevarlo todo al cuadrado con unas apariciones espeluznantes y unos Warren más al límite que nunca.

Pero no hace ninguna de las dos cosas, más allá de algún chascarrillo puntual a costa del novio de Judy o de la aterradora pero aislada escena que esta vive probándose su vestido de novia. Son destellos de otras películas que podían haber sido y nunca fueron, porque El último rito era demasiado presa de su legado como para quizá ponerse a inventar la rueda de nuevo. Mientras Wan ha intentado probar cosas distintas con Maligno y el cine de terror vira su mirada hacia otros horizontes, este es el último testamento de un cine que llegó y triunfó hace más de una década, pero que parece haber dado ya sus mejores momentos. Está por ver si la saga continúa de alguna otra forma o a través de los ya existentes —La monja, Annabelle—, pero el camino de los Warren acaba aquí, de una forma tan emotiva y tierna como ciertamente agridulce, y quizá inmerecida para una de las sagas que ha hecho grande el terror moderno.