“Los músicos tienen hasta tres veces mayor riesgo de sufrir depresión”: un neuropsiquiatra explica cómo nuestro cerebro puede verse afectado por la música

En una entrevista con ‘Infobae España’ en la que analiza los beneficios y potencialidades de escuchar y tocar instrumentos, el doctor Juan Manuel Orjuela-Rozas llama la atención sobre sus riesgos para los que se dedican a ello

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Fotografía del neuropsiquiatra Juan Manuel
Fotografía del neuropsiquiatra Juan Manuel Orjuela-Rojas. (NUS Agency)

Aunque parezca una paradoja, la música suena de muchas formas distintas en nuestro cerebro. Una vez entra en nuestro interior, ya sea a través del oído o de la vibración sentida en otras partes del cuerpo (no hace mucho, Coldplay incluía un espacio en sus conciertos para personas sordas con un equipo que aumentaba esa sensación para que pudieran seguir el ritmo de las canciones), viaja por el tallo cerebral y llega a la corteza, donde se encuentra la corteza auditiva primaria.

Desde ahí, la música se esparce por diferentes zonas. La música suena como un ritmo y como unas armonías en las dorsales, pero al mismo tiempo, suena como una serie de emociones en la zona ventral o inferior del cerebro. La música libera dopamina, enciende el análisis de los tonos (qué es agudo y qué grave) y, al mismo tiempo, incita al movimiento. Por si fuera poco, la música suena a memoria: a todos esos recuerdos que nos acompañan y que, de vez en cuando, se despiertan cuando escuchamos una determinada canción.

“Básicamente, la música recluta la mayoría de redes neuronales”, concluye el doctor Juan Manuel Orjuela-Rojas, neuropsiquiatra y profesor del Máster en Neuromúsica de NUS Agency. Este científico de origen colombiano lleva años investigado la relación entre la música y el cerebro a través de distintas vías, ya sea a través de fenómenos como las llamadas alucinaciones musicales, entre ellas, las sinestesias, los sueños (Paul McCartney soñó con la melodía de Yesterday y a la mañana siguiente la escribió) o trastornos que impiden escuchar armonías y melodías como el resto de las personas, conocidos como amusias.

Paul McCartney toca Yesterday en una presentación en vivo de Los Beatles

Algo con lo que nacemos o con lo que nos quedamos

“Los trastornos musicales pueden ser congénitos o adquiridos”, explica el experto respecto a esto último. “Del 1 al 3% de la población nace con una incapacidad para percibir tonos o ritmos. A veces tu cerebro se adapta a vivir con esa condición, pero es gente que no disfruta la música o que, si la disfruta, no puede bailar bien o no puede seguir un ritmo”. Juan Manuel explica, de hecho, que existen trastornos en los que hacen que la música se escuche “rara”: “Hay gente que pone música y dice que le suena como si estuviera en una lata”.

Los trastornos musicales también pueden ser consecuencia directa de accidentes cerebrovasculares, traumas encefálicos o tumores que, de la noche a la mañana, pueden cambiar drásticamente nuestra forma de relacionarnos con la música. “Tuve un músico con una lesión cerebral que después de eso no podía seguir tocando”, narra el experto para evidenciar hasta que punto las amusias pueden generar “un alto nivel de sufrimiento o depresión en las personas”.

Niño aprendiendo a tocar la
Niño aprendiendo a tocar la guitarra. (Imagen Ilustrativa Infobae)

Los beneficios médicos de la música

El potencial de la música en nuestro cerebro se utiliza también con fines terapéuticos, una corriente que se encuentra cada vez más extendida. “Hoy en día hay muchos protocolos para hacer musicoterapia en diferentes condiciones”, explica el doctor. “Por ejemplo, en enfermedades neurodegenerativas como la enfermedad de Alzheimer o la de Parkinson”. La música tiene, para estos y otros pacientes, varias ventajas. En primer lugar, puede ser un importante aliado para calmar la ansiedad. Además, en algunos casos puede ayudar a reforzar cuestiones como el movimiento.

Él mismo ha utilizado la música con varios de sus pacientes, como en personas con trastornos de ansiedad o niños que tienen algún trastorno del espectro autista (TEA). “La música genera un mecanismo o una estrategia de comunicación diferente a lo verbal”, aclara. Las personas con TEA suelen ser “más musicales que verbales”, por lo que el médico utiliza diferentes instrumentos que tiene en su consultorio para abrirles nuevas posibilidades de expresión.

Juan Manuel explica cómo la música puede tener efectos también para los más pequeños. El neuropsiquiatra pone de ejemplo cómo la ciencia ha demostrado que la música también puede ayudar a las futuras madres a tener un embarazo “mejor llevado a término”, ya que ayuda a su relajación. “Por otro lado, también en los niños pequeños, si son estimulados para que desarrollen habilidades musicales, se ha visto que desarrollan un mejor lenguaje, una mejor capacidad atencional y mayores habilidades motoras finas”. Escuchar y, sobre todo, hacer música, puede hacer que nuestros hijos potencien sus habilidades cognitivas y mejoren algunas de sus capacidades.

Bebé escuchando música. (Imagen Ilustrativa
Bebé escuchando música. (Imagen Ilustrativa Infobae)

Desmontando un mito

Eso sí, lo que este experto no tarda en desmentir es el llamado “efecto Mozart”, es decir, esa creencia de que escuchar la música de Mozart puede ayudar a que los bebés sean más inteligentes. Este fenómeno, popularizado por el otorrinolaringólogo Alfred A. Tomatis, fue más adelante reforzado con un análisis realizado por una psicóloga de la Universidad de California.

“Puso a un grupo de estudiantes universitarios a hacer unas pruebas y a unos les puso música clásica de Mozart y a otros no, y esos estudiantes universitarios (los primeros) tuvieron un mejor desempeño en las pruebas, que eran espaciales”, explica Juan Manuel. Esos resultaros acabaron distorsionándose y transformándose en la idea de que escuchar Mozart nos hacía más inteligentes. Una idea falsa, más allá de que la música del compositor clásico, por un corto espacio de tiempo, haga que aumente nuestra concentración, tal y como se matizó tiempo después en posteriores investigaciones científicas.

¿La música nos hace enfermar?

“Uno siempre habla de los beneficios de la música”, señala el neuropsiquiatra cuando se va acercando el final de la entrevista. “Que la música potencia el rendimiento cognitivo, que te relaja, que te mejora todo... pero la paradoja es que, si tú eres músico, ¿por qué te enfermas más de tu salud mental?“. Y es que, tal y como él explica, la gente que se dedica profesionalmente a la música ”tiene hasta tres veces mayor riesgo de tener depresión". Las razones que conducen a este fenómeno pueden ser varias. Juan Manuel divide los casos en dos categorías: los músicos rockstar y los músicos académicos que tocan esos instrumentos que se ven en las orquestas sinfónicas.

Un largo y emotivo aplauso
Un largo y emotivo aplauso coronó anoche el estreno del poema sinfónico "Malvinas", del compositor argentino Pedro Chemes, por la Orquesta Sinfónica y el Coro Nacional de Música Argentina, bajo dirección de Federico Sardella, que se desarrolló en el Centro Cultural Kirchner. Foto: Gentileza Federico Kaplun

En el primer caso, señala cómo muchas de esas estrellas del rock suelen vincularse al consumo de sustancias psicoactivas. Por otra parte, “las giras empeoran el sueño y muchos de ellos consumen hipnóticos o benzodiazepinas”. Por otro lado, la inestabilidad que puede haber en relaciones de pareja o en el ámbito financiero, también abundante (“no todas las rockstars son el cantante de Coldplay”, recuerda) puede aumentar los niveles de estrés. “Todo eso lleva a ciertos niveles de carencia que, juntándose con que a veces no tienen los mejores hábitos, los puede llevar a un mayor riesgo de depresión”.

Para los músicos académicos, el tema tiene más que ver con la obsesión que tienen por tocar a la perfección su instrumento. “Son muy autopunitivos, muy rígidos, muy inflexibles”, enumera Juan Manuel, que cita la película Whiplash como el ejemplo perfecto de lo que puede llegar a ocurrir. “El exceso de autoexigencia hace que sufran mucho y que tengan poca tolerancia a la frustración, son más neuróticos y tienen más trastornos de ansiedad”.

Una parte innata alimentada por la cultura

La pregunta que queda, entonces, es si la música es aquello que acaba provocando esos trastornos o si, al contrario, es simplemente un espacio en el que las personas con esa personalidad más obsesiva y autoexigente encuentran la forma de expresarse y subsistir. “Yo creo que es de ambas partes”, reflexiona el neuropsiquiatra. “Una persona que quiere ser músico de entrada ya tiene una estructura de personalidad, pero puede tener también una crianza como Mozart, que a los tres o cuatro años ya tocaba piano porque el papá lo sentaba todos los días quería que fuera compositor”.

En ese componente adquirido, tiene mucho que ver la formación que se da en lugares estandarizados como los conservatorios, donde existe una cultura de la autoexigencia por sistema. “Tener un título de músico implica muchas horas al día de perfeccionismo”, sentencia el doctor, que por todo ello considera que debería reconsiderarse esa cultura del excesivo perfeccionismo, así como aumentarse la concienciación sobre estos riesgos para que las personas que se dedican profesionalmente a la música sepan la importancia de cuidar sus hábitos y, si es necesario, hacer psicoterapia.

AUSTRIA - JANUARY 01:
AUSTRIA - JANUARY 01: Wolfgang Amadeus Mozart, Austrian composer. Woodcuts according to a painting. Printed by A. Hoelzer, Berlin. Publishing House: Moeser & Scherl, Berlin. Around 1785. (Photo by Imagno/Getty Images) [Wolfgang Amadeus Mozart, oesterreichischer Komponist. Hauskonzert bei Wolfgang Amadeus und Constanze Mozart in Wien. Holzschnitt nach einem Gemaelde. Druck von A. Hoelzer in Berlin. Verlag von Moeser & Scherl in Berlin. Um 1785.]

La creatividad, un factor a tener en cuenta

“El problema es que mucha gente no consulta sino cuando ya la depresión está en un estadio severo”, lamenta Juan el Manuel, “sería bueno cierto grado de conciencia para que se consultara a tiempo”. Una recomendación que expande, también, a todas aquellas personas que se dedican a oficios creativos, los cuales han sido vinculados muchas veces con diferentes trastornos.

“Hay familias donde las personas son muy creativas donde hay más casos de esquizofrenia”, destaca el neuropsiquiatra en relación con un estudio reciente. “El caso típico es el de Einstein, un creativo científico con un hijo que tenía esquizofrenia”, algo que también le ocurría a otros genios como John Nash o, en el territorio del arte, los escritores James Joyce y Zelda Fitzgerald.

Fotografía del doctor Juan Manuel
Fotografía del doctor Juan Manuel Orjuela-Rojas.

Otro ejemplo más de hasta qué punto la creatividad puede considerarse como un factor que aumente la exposición a posibles problemas de salud mental es lo que se conoce como “melancolía creativa”, cuyo caso paradigmático, para el experto, son novelistas como Dostoyevski o el maestro del terror, Edgar Allan Poe. “Son personas muy depresivas que, en esos momentos especialmente depresivos, son muy creativos”.

La música, de nuevo, se vincula a este lado creativo a través de figuras como Syd Barrett (uno de los fundadores de Pink Floyd) o el recién fallecido Brian Wilson, padre de los Beach Boys, que a lo largo de su vida tuvieron que lidiar también con enfermedades mentales. Grandes genios cuyo cerebro sería imposible de entender sin el papel que la música jugó en su interior.

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