Condenados a escribir: la vida entre rejas de los grandes autores de la literatura universal

Daria Galatera relata la experiencia de más de 40 escritores que acabaron en la cárcel

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Imagen de Archivo de un
Imagen de Archivo de un hombre que mira entre rejas en una prisión. (EPA/NIC BOTHMA)

La historia de la literatura, y en general la historia de cualquier tipo de arte, no se entiende sin la historia de la censura. Desde que se inventó la escritura, hace 5.000 años, ha existido el debate de lo que se debía escribir y lo que no. Un debate cuyas normas han ido cambiando con el paso de los siglos, y que nos ha dejado desde bibliotecas incendiadas a libros estrictamente cancelados por la opinión pública.

Otras veces, sin embargo, no han sido los libros quienes han sufrido problemas con las leyes, sino sus propios autores. Es conocido, por ejemplo, que Cervantes comenzó a escribir el Quijote en una prisión de la provincia de Córdoba. Sin embargo, el Príncipe de los Ingenios no fue el único: Marco Polo, Maquiavelo o autores más cercanos a nuestras fechas como Miguel Hernández o incluso Adolf Hitler escribieron sus libros más emblemáticos desde una celda.

‘Condenados a escribir’

Pese a que El Príncipe o Mi lucha, entre muchos otros, son libros que hoy todos conocemos, lo cierto es que se conoce muy poco de cómo es la experiencia de un escritor encerrado en la cárcel. Esta es, precisamente, la pregunta a la que Daria Galateria, profesora de literatura en la Universidad La Sapienza de Roma, trata de responder en Condenados a escribir (Impedimenta).

A través de algunos de los mejores escritores de los últimos tiempos, Galateria recuerda que los motivos por los que uno de ellos puede acabar entre rejas pueden ser muy variados. “Algunos fueron criminales o gente de mala vida, como el asesino en serie Lacenaire; raro era que fueran totalmente inocentes, como fue el caso de Apollinaire, a quien acusaron de haber robado La Gioconda, o el del poeta Dino Campana, arrestado en tres ocasiones durante la Primera Guerra Mundial solo porque tenía cara de alemán”.

Por supuesto, también los hay, y no pocos, que acabaron en la cárcel por los textos que escribieron. Pero, para quienes esperaban que una prisión fuera mordaza suficiente para silenciar a los autores más molestos, Galateria nos recuerda: “La vida entre rejas se parece bastante a la vida frente a un escritorio”. La cárcel no solo ha inspirado algunas de las mejores obras de la literatura universal, sino que incluso ha sido motivo de alivio para varios de sus autores, que encontraron en sus celdas la tranquilidad y soledad necesarias para sacar adelante sus proyectos.

Cubierta de 'Condenados a escribir',
Cubierta de 'Condenados a escribir', de Daria Galateria.

Encierros con cortinas de seda

“Habéis encendido una luz en mi cabeza”, celebraba el marqués de Sade. “Me habéis empujado a crear fantasmas que algún día convertiré en realidad”. Este hombre escribiría, hasta el momento de su muerte, algunas de las obras más célebres de la literatura erótica, conocidas especialmente por su contenido explícito en el que no faltaba la violencia sexual, lo que hizo que su publicación estuviera prohibida durante mucho tiempo.

Sade ponía en práctica muchas de sus fantasías, algo para lo que fue de gran ayuda acabar encerrado en el manicomio-asilo de Charenton, donde Constance Quesmet, actriz con la que mantenía una relación, pasaba por ser una familiar suya con la que residía. Pero incluso ella sentía celos de otras mujeres que también frecuentaban la celda del marqués, cuya familia pagaba a la institución para que lo mantuvieran encerrado.

“Médicos y celadores quedan impresionados por la arrogancia de aquel envejecido aristócrata de cuerpo inmenso y exhausto. Cuando a finales de año Sade muere en su cama de columnas con cortinas de seda a franjas blancas y rojas, su butaca de terciopelo amarillo y las sillas de paja seguían en la estancia junto a la chimenea”, escribe Galateria.

El último encierro de Sade no fue, sin embargo, su única experiencia en un calabozo. El escritor estuvo cerca de tres décadas entre rejas por diferentes razones: desde azotar con un látigo a una mujer hasta acusaciones por envenenamiento y sodomía. Sus experiencias fueron más o menos agradables, pues pasó por diferentes centros que describió como “paraísos terrenales” con “hermosas mujeres”, y también como jaulas en las que servían “comida de pocilga”.

Sobrevivir (y escribir) en las peores condiciones

Por muy mal que lo pasara el marqués, sin embargo, su condición de noble siempre suavizó e incluso endulzó su estancia en las diferentes celdas en las que estuvo. Mucho más difícil lo tuvieron otros, como Jack London, que vivió durante muchos años como un vagabundo y tras ser liberado decidió estudiar 19 horas al día “decidido a cambiar su destino” y no volver a vivir una experiencia similar.

Lo llamativo es que, incluso en las peores condiciones, su vocación literaria acababa por dominarles. Silvio Pellico y Piero Maroncelli, artistas italianos que se conocieron en prisión, se recitaban el uno al otro sus nuevas creaciones, “todo de memoria”, para corregirlas y más adelante poder escribirlas en cuanto lograban acceso a algún cuadernillo de papel.

Paul Verlaine, uno de los poetas más conocidos de la literatura francesa y encerrado por casi asesinar a otro gran escritor (y amante), el joven Arthur Rimbaud, escribía versos con la ayuda de un tintero que escondía en una grieta del suelo. Ahí escribe un poemario “sobre el papel con que envuelve el queso, con una cerilla mojada en café, escribe en tres meses 19 poemas”. Estas y otras composiciones se publicaron durante los dos años que estuvo en la cárcel.

Leían partes de sus libros en el juicio

Condenados a escribir no es, con todo, un libro que solo tenga que ver con las cárceles. El ensayo de Galateria recorre también distintas épocas y geografías, en las que las muchas veces diferente (y por lo tanto, condenable) personalidad de los escritores. La homosexualidad, por ejemplo, era motivo suficiente para que muchos escritores acabaran en la cárcel. Condenas aparte, no obstante, Fue por esta razón, precisamente, por la que se inició el juicio contra el irlandés Oscar Wilde, autor de libros como El retrato de Dorian Gray o El Príncipe Feliz.

Libros de los que, por cierto, el abogado de la acusación extraería párrafos para tratar de demostrar la “perversión” del escritor. Así, frente al tribunal le preguntaban al autor por uno de los personajes de la novela, que afirmaba adorar “apasionadamente a un muchacho” para a continuación cuestionarle por si conocía bien ese sentimiento.

Las respuestas de Wilde, siempre geniales y con tendencia al humor, divertían tanto a los allí presentes que la sala siempre estaba llena de público. A pesar de su ingenio, sin embargo, el escritor no pudo evitar ser encerrado en la cárcel de Reading con dos años de trabajos forzados. “Dos años es la pena máxima, fundamentalmente porque en esa condición no hay quien sobreviva más tiempo: es, a efectos prácticos, una sentencia de muerte”.

A pesar de todo, Wilde logró salir adelante e incluso tuvo tiempo y energías para ayudar a los carceleros en diferentes concursos de relatos. “Uno de ellos ganó un piano de cola”, señala Galateria. En la prisión escribiría De Profundis, una extensa carta en la que cuenta cómo el juicio contra él le transformó por dentro (y que no se publicó hasta cinco años después de su muerte). De esa prisión saldría después para marcharse a París, ciudad en la que moriría tres años en la indigencia por una meningitis. Su última creación fue un poema titulado La balada de la cárcel de Reading.

Oscar Wilde. (Wikipedia/Dominio público/Napoleon Sarony)
Oscar Wilde. (Wikipedia/Dominio público/Napoleon Sarony)

“He aquí mi derecho a escribir”

La experiencia de Wilde es una muestra de cómo la cárcel ha supuesto, a lo largo de la historia, un viaje de ida (y a veces de vuelta) al infierno que, incluso costándoles la salud y la vida a muchos escritores, no impidió que estos siguieran haciendo lo que más amaban. Fiódor Dostoyevski, uno de los escritores rusos más importantes de todos los tiempos, le escribía a su hermano desde la fortaleza de Pedro y Pablo que tenía en mente “tres historias cortas y dos novelas”.

El escritor, encarcelado por supuestamente participar en un complot político, estuvo incluso condenado a muerte y a punto de ser ejecutado. Solo que, segundos antes de ser ejecutado, se le comunica que ha recibido el indulto. “Dostoievski, en el fondo de la fortaleza de Pedro y Pablo, canta hasta desgañitarse, feliz por el perdón. ‘No recuerdo un momento más dichoso’, le dirá un día a su mujer”, cuenta Galateria.

La historia del exilio de este escritor es una de las más sobrecogedoras de Condenados a escribir, una estancia en Siberia —donde se enviaba a los presos— por la que, cuando le preguntaban con qué derecho hablaba en nombre del pueblo ruso, él mostraba “sus pantorrillas aún marcadas por los grilletes de hierro: ‘He aquí mi derecho’”.