Kiko Amat (Sant Boi de Llobregat, 1971) siempre ha tenido querencia por los antihéroes. También por la cultura ‘underground’, por la música, los cómics y por la reivindicación de la periferia y las clases populares en sus novelas. Después de su debut literario en 2003 con El día que me vaya no se lo diré a nadie, a la que seguiría Cosas que hacen BUM y Rompepistas, se consolidó como uno de los máximos exponentes de lo que se llamó la Generación Pop, aunque el escritor siempre se haya sentido más cerca de referentes anglófilos como Irvine Welsh, el autor de Trainspotting.
Ahora regresa a la actualidad literaria con Dick o la tristeza del sexo (Anagrama) que, como él mismo ha explicado, surgió a rebufo de su anterior trabajo, Revancha, y que en principio iba a titularse Semen (una novela). En ella nos adentramos en los años ochenta, en el Baix Llobregat, a través de la mirada de un adolescente, Franki, que se encuentra en pleno estallido hormonal, razón por la que su mente calenturienta inventará un personaje, Dick Loveman experto en cuestiones sexuales.
“Muchas veces una novela se convierte en el germen de otra y, después de terminar Revancha, quería seguir explorando la criminalidad en el extrarradio barcelonés. Empezaron a surgir personajes, un hombre alopécico y lacrimoso, una madre impropia y algún conato de bestialismo. Me di cuenta de que me estaba separando de mi idea inicial y estaba dando forma a otra nueva que me parecía que tenía mucho potencial, hablar de la iniciación sexual desde un punto de vista diferente”, cuenta Kiko Amat a Infobae España.
La imaginación adolescente produce monstruos
En efecto, todo podría parecer bastante “diferente” en Dick o la tristeza del sexo si no fuera porque lo único que hace el autor es provocar a través del lenguaje y del aparato formal que compone, que no deja de tener una estirpe de lo más realista en la que se mezcla la ironía con lo sórdido, los paisajes inventados surgidos de la imaginación excitada y febril del protagonista con su tormentosa cotidianidad que, en el fondo, se encuentra marcada por la falta de referentes.

En la novela encontramos diferentes capas. Por una parte, las desventuras de Franki, tanto en el presente como en un pasado cercano marcado por la presencia latente de un posible abuso sexual dentro de su familia. Por otra, sus fugas fabuladoras repletas de aventuras eróticas (que no dejan de ser de lo más paródicas), así como fragmentos de un tratado de psicopatía sexual inventada al que el protagonista recurre para explicar sus supuestas desviaciones. Porque, como sabemos, la identidad sexual siempre parece estar relacionada con el concepto del pecado y la culpa religiosa.
“La culpa es un factor fundamental en Dick o la tristeza del sexo. El protagonista es un adolescente educado en el pasado, traumatizado por el catolicismo, por esa noción de condena eterna que tiene que ver con la castración del deseo. En ese sentido, este es un libro 100% ‘antimacho’, porque se habla de una masculinidad completamente dañada, vulnerable”.
Una obra radical repleta de inventiva incómoda
Es difícil definir como se merece esta obra radicalmente original y repleta de inventiva incómoda. Ni siquiera su propio autor es capaz de hacerlo. “Soy un lector obsesivo desde hace muchísimos años y no he querido que esta obra tuviera referentes, sino que fuera como una isla sin equivalente, que fuera la primera de algo que probablemente nazca y muera con ella. No es un libro decimonónico, tampoco me interesaba que fuera un ejercicio de estilo, que es algo que me repugna y que no tiene nada que ver conmigo. Para mí escribir es una experiencia lúdica y por eso me gusta jugar con el lenguaje, en este caso, a través de su uso anacrónico, ojo, que no arcaico, porque no quería imitar las formas del Siglo de Oro. Quería hacer un libro moderno, incluso futuro, una especie de artefacto ‘steampunk’, que no perteneciera ni al presente ni al pasado”, continúa el autor.
Así, encontramos citas de San Agustín junto a vídeos pornográficos de Traci Lords y entre ambas esferas gira precisamente el universo de una novela en las que el sexo es explicito y gráfico, ‘hardcore’, pero que, en palabras del autor, no se trata de una novela erótica, sino antierótica. “Es hipersexual, pero antisexual. Y es que cuando el libro se acerca al erotismo, a lo venéreo, lo hace con una mirada que nos desvela lo ridículo y lo patético que es”.

¿Se planteaba el autor romper algún tipo de tabú con esta novela? “Yo la concebí para que fuera divertida y por esa razón se desactiva cualquier intención moralizante. Por supuesto, al lector le puede repugnar no lo que está leyendo, se puede sentir escandalizado, pero el estilo está desprovisto de cualquier tipo de solemnidad, porque mi intención era claramente gozosa y lúdica. Es como lo que ocurre en las ‘stand-ups’, donde se pueden decir las cosas más aberrantes a través de gags y te mueres de risa. Eso se consigue a través de la parodia, la ironía y la distancia que adoptas. A ver, yo no soy un escritor para todo el mundo, no soy ‘mainstream’, la forma en la que escribo tiene mucho que ver con la cultura obrera de la que vengo y de esa forma de abordar los traumas y convertirlos en anécdotas”, continúa Amat. “En mi barrio la gente hablaba de cosas espeluznantes sin darles transcendencia porque estaban acostumbrados a tomarse la vida sin el peso de la gravedad”.
Reconoce que era importante ambientar la novela en los años ochenta porque en la actualidad no hubiera tenido sentido. “Ahora el acceso a la pornografía está a un clic, así que la historia perdería su gracia. Pero hay muchas cosas que continúan estando vigentes. En el caso de los varones, piensa que la transformación de niño a adulto es muy abrupta: “un día estaba jugando con Madelmans y al día siguiente, masturbándome”.
Kiko Amat no cree que Dick o la tristeza del sexo sea un libro solo enfocado al género masculino. “Ser blando o punki no es una cuestión de género, de ser mujeres u hombres, no tiene nada que ver con ser tío o tía. En este caso, tienes que tener una predisposición al humor sombrío, a saber reírte de cosas guarras y poéticas al mismo tiempo”.