Abandonado en un enorme trastero de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz, España) entre cuadros y antigüedades, y casi escondido detrás de unas puertas, esperaba un antiquísimo escritorio-buró de madera, en estado decadente, desde quién sabe cuándo, anteriormente propiedad de una vecina muy mayor de Cádiz.
Tuvo la suerte de cruzarse con Luis Hurtado, un fotógrafo documentalista sevillano, de Marchena. Según contó a Infobae España, aunque había sido convocado por unos amigos, anticuarios, para que aportase su opinión sobre unos cuadros que se encontraban en el trastero, se encontraba en el proceso de buscar, para su uso personal, un buró-escritorio. Cuenta que habría visto ya “centenares”, sin que ninguno le llegase a convencer. Sin embargo, al ver este, contra todo pronóstico, “detrás de unas puertas” al fondo de la nave, a pesar de que lo vio “en muy mal estado”, asegura que “fue un flechazo y me lo compré”.
Lo que no sabía en ese momento es que el buró-escritorio revelaría ser más de lo que aparentaba. Durante el proceso de restauración, se encontraron varias pistas que podrían indicar que perteneció, hace ya 250 años, a un importante marino español del siglo XVIII curtido en viajes surcando el Atlántico: Antonio Agustín de Idiáquez y Borja.
A la busca del dueño
Este marinero, Antonio Agustín de Idiáquez y Borja, nació en Ávila a lo largo del mes de abril del año 1701, y lo hizo en una cuna privilegiada. Su padre, don Francisco de Idiáquez y Borja Aragón, era IV duque de Ciudad Real, Grande de España, IV conde de Aramayona, III Marqués de San Damián y VIII Príncipe de Esquilache, aunque ninguno de estos títulos fue heredado por Agustín. A la temprana edad de 16 años, en 1717, se convirtió en parte de la primera promoción de la Real Compañía de Guardiamarinas del Departamento de Cádiz, con quienes embarcaría, por primera vez, bajo el mandato de don Carlos Grillo, teniente general de la Real Armada.
Así, Agustín comenzó a curtirse en el mundo militar, participando en el socorro a la ciudad de Ceuta, que llevaba resistiendo un asedio desde el año 1696. El ataque se produjo en noviembre de 1720, cuando el joven marino tenía apenas 19 años. A continuación, y hasta los 30 años, fue enviado a los mares que bañan el continente americano, concretamente en las costas de Chile y Perú, donde realizó numerosas travesías en las que tuvo que enfrentarse a piratas y contrabandistas.
En 1931, tras su regreso a Cádiz, fue asignado a uno de los navíos comandados por don Francisco Cornejo, también teniente general de la Real Armada, y participó, junto a otros 26 mil hombres, en la toma de Orán (Algeria), lo que demostró su valor a sus oficiales y le ganó ascenso. Durante los años siguientes, ejerció de correo (casi) secreto, transportando documentos confidenciales donde fuera necesario, y aunque libró numerosos combates, siempre salió victorioso, protegiendo exitosamente los documentos que se le encomendaba entregar.
Tras un periodo destinado en el Arsenal de Ferrol, fue enviado en dos campañas consecutivas (1762 y 1763) como Comandante de la escuadra de Cartagena, la primera para deshacerse de los piratas del mar Mediterráneo y la segunda para entregar una serie de pliegos (documentos en los que se establecen condiciones) a las regencias de Argel y el Tánger. En esta última, sin embargo, al no recibir la contestación esperada a los documentos, el entonces Comandante decidió resolverlo de forma bélica, lo que logró exitosamente. Un año después, se le retiró el cargo de Comandante en Cartagena y se le ordenó asumir el mismo, pero en la famosa Flota de Indias -o Flota del Tesoro-, cargo que ostentó hasta su muerte en Cádiz, el 27 de diciembre de 1778, según Todoavante, un medio digital especializado en la historia naval de España.
La restauración fue revelando pistas sobre sus orígenes
Nadie sabe cómo acabaría su escritorio en ese trastero gaditano, ni por qué se dejó de usar, ni cómo es posible que quedasen pruebas como las que se encontraron en su interior, teniendo en cuenta que han pasado ya 245 años desde la muerte del marino.
Sin embargo, así fue: una vez empezó el proceso de restauración, tras desmontarlo para tratar por separado sus partes, se empezaron a encontrar distintos elementos que levantaron las sospechas de que, quizás, no se trataba de un simple escritorio. Una vez se separó la parte superior de la inferior, apareció “una pequeña lámina de latón, enroscada como si la hubiesen quitado”, aunque quedaba aún la marca de donde habría estado, atornillada al propio escritorio.
Además, también encontraron una serie de cajones ocultos “para guardar documentos” - lo cual tiene sentido, teniendo en cuenta que la labor del marino fue la de entrega de documentos confidenciales durante un largo periodo de su carrera militar - en el interior del escritorio, en los cuales había varios trozos de “un sello de lacre y un pequeño trozo de papel donde también aparece una rúbrica”.
Fue esto lo que impulsó definitivamente a Luis a investigar sobre el origen del escritorio. Cuando logró enderezar la placa de latón y pudo leer la inscripción que figuraba en su superficie, supo quién podría haber sido su dueño original: el nombre de A. Idiáquez y Borja, un importante marino español del siglo XVIII, figuraba grabado ornamentalmente, acompañado también de pequeños escudos heráldicos con leones rampantes en bajorrelieve en ambos extremos de la placa.
También el trozo de papel supuso una pista para determinar el origen del mueble, corroborando el grabado de la placa, ya que, en él, se leía algo así como “aquez y Borj”; mientras que, al unir los pedacitos del sello de lacre, estos revelaron algo similar: “A Idiaqu”, se podía apreciar en ellos.
El escritorio, ya completamente restaurado, está manufacturado en madera de caoba cubana, y sobre su superficie, una vez aplicado el decapante (para eliminar el barniz viejo y deteriorado), apareció también un grabado en relieve del escudo de Carlos III y IV.
El buró-escritorio
Así, tras las investigaciones realizadas por Luis Hurtado y los responsables de la restauración, se pudo deducir que el mueble podría haber pertenecido al marinno Agustín Antonio de Idiáquez y Borja. También lo corrobora, por situarlo en el mismo marco temporal, una inscripción a lápiz, si bien bastante borrosa, sobre la cara interna inferior del tablero del escritorio, que indica el año “1719”. Del mismo modo, en la parte posterior de algunos cajones del escritorio figuran también las letras “J.L.D”, escritas a lápiz y con caligrafía muy cuidada,
Una posible prueba de las travesías en que este mueble habría acompañado al marino son unas marcas en las patas del escritorio, que podrían ser el resultado de haber estado acoplado durante un largo tiempo a las paredes del navío mediante unas abrazaderas.
Aunque Luis es consciente de que, de haber pertenecido a quien todo parece indicar que hizo, se trataría de toda una reliquia, también opina que las instituciones no “están muy por la labor de recuperar piezas de este tipo”. Debido a esto, añade que no tiene “intención ninguna de que salga de mis manos, ni interés tampoco, claro, pero también comprendo que es una pena que una joya de este tipo, una reliquia de este tipo, bueno, no se dé a conocer”.
“Tampoco fue muy cara”, añade, porque quien se lo vendió sabía que hacía falta restaurarlo, pero no le “salía a cuenta”. Lo que no sabía ninguno, en ese momento, es la peculiar historia de este mueble, que debido al paso del tiempo había perdido toda indicación de haber pertenecido a quien lo hizo.
Luis está “enamorado” de su buró, y normal, porque lo había estado buscando y se lo acabó encontrando por casualidad, abandonado y descuidado. Sin saber lo que realmente era, dedicó sus recursos y su tiempo a darle toda la atención que le hacía falta (que no era poca). Y solo entonces, habiéndolo devuelto a su esplendor, el buró le dejó ver lo que realmente era: el escritorio en que Agustín de Idiáquez y Borja, Teniente General y Gentilhombre de la cámara del rey Fernando VII, caballero de la Orden de Alcántara y de la Orden de Carlos III, habría pasado tantas horas, mecido por las olas del Atlántico, surcándolo entre continentes durante los 61 años de su servicio.