Pedro Alonso alcanzó la fama internacional gracias a La casa de papel. El fenómeno que aquello supuso repercutió inevitablemente en la vida de todos los intérpretes participantes, para bien y para mal: una mayor visibilidad y también más presión mediática sobre sus personas.
Además, en 2023, Alonso estrenó un ‘spin-off’ basado exclusivamente en torno a su personaje en la serie, Berlín, que de nuevo se situó como una de las ficciones más vistas de Netflix.
Un viaje de descubrimiento personal
Sin embargo, el actor atravesó un proceso íntimo de ‘redescubrimiento’ espiritual durante estos últimos años y, el resultado de esa búsqueda, se ha materializado en un documental que ahora se estrena en la plataforma detrás de sus principales éxitos.
Se llama En la nave del encanto y en él acompañaremos a Pedro Alonso en un viaje por algunas culturas ancestrales de Latinoamérica que utilizan diferentes sustancias y técnicas para alcanzar un mayor conocimiento y una comunión con uno mismo y con el entorno natural que les rodea.
Dice el actor, que ahora también dirige (junto a Enrique Baró) que todo comenzó durante la época de la pandemia. “Al principio todo parecía un ataque de histeria, pero las cosas empezaron a ponerse serias y, de alguna forma se encargó de ponernos enfrente un espejo para mirarnos de verdad. Para mí fue un punto de inflexión, estaba claro que no estábamos haciendo las cosas bien, que nada estaba fluyendo de forma saludable y creo que, en parte, todo eso que ocurrió se ha olvidado demasiado rápido”, cuenta Pedro Alonso a Infobae España.
Él siempre había escrito, sobre todo diarios de sus viajes desde los últimos once años y textos de no ficción sobre su búsqueda personal y se encontró con un fragmento de su experiencia con el peyote en San Luis Potosí, en México. Pensó, ¿por qué no hacer un documental? Y sentí una especie de necesidad de hablar de algo que, hasta ese momento, había permanecido en la esfera de lo íntimo”.
Los prejuicios en torno a las drogas medicinales
Reconoce que sabía que iban a existir prejuicios al respecto, hablar de drogas, de rituales ‘chamánicos’ que parecen tabúes para la sociedad occidental. “Tuve que trabajarme toda una batería de miedos neuróticos, porque hubo muchas personas que me dijeron que ni se me ocurriera hacerlo, y mucho menos producirlo, pero al mismo tiempo me lancé aunque, eso sí, con todo el respeto del mundo, porque creo que precisamente el miedo está asociado a la dictadura del pensamiento único”.
Dice precisamente eso porque sabe que, en la ficciones, todo se respeta mientras no se sobrepasen los límites de la convención. “Y este era un proyecto que claramente ponía en cuestión los límites de la convención y lo que se supone conveniente. La historia nos ha demostrado que cuando uno se sale de la norma, la gente se puede reír, enfadar o cuestiónar, porque te consideran un peligro público, es algo que ha ocurrido desde los pensadores griegos, algo que le ha ocurrido incluso a Sócrates y Platón”. Sin embargo, Pedro Alonso venció esos miedos y desafió todos esos prejuicios para intentar entablar una conversación a través de esta película documental.
En En la nave del encanto, Pedro Alonso, junto con algunos amigos y compañeros de ruta (al fin y al cabo, nos encontramos ante una road-movie) nos sumergirá en un viaje por diferentes lugares donde se practican rituales y ceremonias de ‘sanación’ a través de sustancias, como el mencionado peyote o la ‘ayahuasca’, en un trayecto en el que se combina investigación e introspección poética.
Una sociedad cada vez más medicada y anestesiada
¿Qué era lo que le interesaba a la hora de adentrarse en este mundo?
“Ahora mismo, hay muchas universidades occidentales donde se están haciendo estudios sobre los principios activos de las medicinas. Ya pasó el tiempo en el que Nixon decía que todas las drogas eran el demonio y a su alrededor se generó casi una película de terror. No se puede meter en el mismo saco todas las drogas, porque estamos hablando de búsquedas en contextos rituales que han acompañado al hombre desde la noche de los tiempos. La represión sistemática lo que ha generado ha sido violencia y destrucción. Y, aunque en Europa pueda parecer más exótico, está produciéndose una reapertura a este tipo de terapias que buscan conectarse con la herida desde una perspectiva más holística. Creo que la conversación está cambiando de tono y yo quería contribuir a eso”.
¿Quería reflexionar también en torno a las medicinas y las drogas?
“La configuración del mundo occidental está coja, la gente no descansa, muchas personas sienten que nos les da ni el cuerpo ni la cabeza para más y tapan esas heridas con medicación que, ademas, requiere más medicación para tapar efectos secundarios, por lo que se convierte en un bucle. Ahora incluso se medica a los niños de cuatro años por trastornos de déficit de atención. Matizo: La medicina occidental también es mágica, consigue cosas extraordinarias, no queremos con esto blanquear al buen salvaje. No consiste en irse a la selva, pero sí hablar de otro tipo de vías para curar algunas carencias. A mí me han hecho bien estos cuidados, siguiendo siempre todas las medidas de seguridad, porque es un mundo que está todavía en los márgenes, y por eso es terreno abonado para la mala praxis. Se trataría de ‘reconectar’ con lo que somos de una manera más integral”.
¿Cree que en la pandemia se pusieron de manifiesto muchas enfermedades mentales?
Creo que es una conversación que está ahí y que es necesario tener porque estamos en una rueda muy autodestructiva dentro del sistema, como si estuviéramos presos dentro de él. Y todo eso está generando un delirio absoluto. Y nos hace falta pensar más en nosotros mismos, y no hace falta que sea comiendo hongos, cada uno tiene que buscar aquello que ayude”.
El actor reconoce que atravesó por una depresión cuando tenía más de 30 años y en ese momento, no tenía herramientas para saber lo que le pasaba. “No sabía lo que tenía, no tenía vocabulario para expresarlo ni marco de referencia. Así que pensé que era una fracasado y me daba caña a mí mismo. Superar eso implica asumir que toda la idea de perfección que nos han inculcado es una canallada espiritual. Tenemos que ser máquinas de oropel y desmontar eso supone ser valientes y establecer otro tipo de diálogo: hay que dudar, hay que buscar”.