
En plena ola de calor que ha batido récords en gran parte de España, el aire acondicionado se ha convertido en algo más que una comodidad. Las temperaturas, que superan los 40 °C en muchas regiones, han obligado a hogares, oficinas, tiendas y transportes públicos a considerar este aparato como una necesidad urgente.
En muchos espacios, el mando del aire acondicionado es prácticamente un objeto decorativo. Se enciende al empezar el día, y no se apaga hasta la noche. Con la sensación térmica por las nubes, nadie discute esa brisa artificial que permite seguir trabajando, durmiendo o simplemente sobreviviendo.
Pero este “salvavidas” contra el calor extremo puede estar jugando una mala pasada a nuestra salud. Especialmente cuando están en marcha todo el día. El tan ansiado frescor puede dar paso al llamado “síndrome del edificio enfermo”.
¿Qué es el síndrome del edificio enfermo?
Se trata de un conjunto de síntomas que aparecen por pasar demasiado tiempo en interiores mal ventilados o con aire contaminado. El síndrome del edificio enfermo se manifiesta con dolores de cabeza, mareos, congestión nasal, tos persistente, irritación ocular o de la piel, fatiga y dificultad para concentrarse.
Lo más característico es que estos malestares tienden a desaparecer o mejorar significativamente al salir del edificio afectado. Aunque el aire acondicionado no es el único responsable, su uso prolongado puede ser un factor determinante, especialmente cuando los equipos no están en buen estado. Los sistemas defectuosos o sucios pueden acumular polvo, bacterias, hongos e incluso virus, que luego se distribuyen por el aire.
El peligro invisible del frescor constante
Uno de los mayores problemas del aire acondicionado es que reduce la humedad del aire, lo que reseca las mucosas nasales y la garganta. Esto debilita nuestras defensas naturales frente a bacterias, hongos y virus. Según un estudio realizado en India a 400 personas, quienes trabajan en oficinas con aire acondicionado reportan más síntomas del síndrome del edificio enfermo, peores niveles de función pulmonar y mayor absentismo laboral.
Además, si los filtros no se cambian o el sistema no se limpia con frecuencia, pueden proliferar microorganismos peligrosos como:
- Legionella pneumophila, responsable de la enfermedad del legionario, una infección pulmonar grave.
- Hongos como Aspergillus o Cladosporium, que afectan especialmente a personas inmunodeprimidas.
- Virus como el norovirus, que puede circular en el aire recirculado.
¿Cómo prevenir estos riesgos?
No se trata de apagar el aire acondicionado, sino de usarlo bien y con responsabilidad. Las autoridades sanitarias y los expertos recomiendan:
- Cambiar los filtros regularmente.
- Limpiar y desinfectar las unidades según las indicaciones del fabricante.
- Garantizar una ventilación adecuada, abriendo ventanas cuando sea posible o usando sistemas mixtos.
- Mantener una humedad relativa entre el 40 % y 60 % para proteger las mucosas.
En un verano en el que el aire acondicionado es casi la única barrera entre nosotros y un golpe de calor, es fácil olvidar que ese mismo aire puede enfermarnos si no se cuida bien. La clave está en el equilibrio. Ni vivir asados, ni respirar aire artificial. Y quizás, solo quizás, volver a mirar ese mando del aire de vez en cuando.
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