
Cuando uno piensa en Egipto, con toda probabilidad lo primero que se viene a la mente son las pirámides de Giza. El río Nilo, Cleopatra, los ladrones de tumbas y las maldiciones que se llevaban consigo, el desierto, el Éxodo, y los faraones. Pero es mucho más: la civilización del antiguo Egipto fue increíblemente duradera.
Las pirámides, una muestra absoluta de poder y abundancia, de conocimiento y de potencial humano, fueron construidas entre el 2.700 a.e.c. y el 1.500 a.e.c., o lo que es lo mismo, hará unos 4.700 años. Pero las evidencias más antiguas de civilización en la región - de acuerdo con National Geographic - datan de hace mucho más, unos 6.000 años atrás: 1.300 años de historia entre los primeros “egipcios” y las pirámides, más o menos el mismo tiempo que ha tenido que pasar desde la invasión Omeya de la península ibérica hasta el primer implante de una interfaz cerebro-ordenador. Por poner en perspectiva.
La herencia pre-faraónica del Egipto dinástico
La primera dinastía faraónica de Egipto aparece allá por el 3050 a.e.c., aunque antes de esto ya existía una organización estatal similar a la del Egipto dinástico. Llegó de la mano del rey Narmer, quien, aunque su identidad sigue siendo objeto de debate, es considerado por egiptólogos como el posible sucesor de Horus Escorpión II, a quien se atribuye la unificación - o el comienzo de la misma - de Egipto. Y el que un rey predinástico, anterior a cualquier faraón, llevase el nombre de un dios primario del panteón egipcio - ese de la cabeza de halcón, hijo de Isis y de Osiris - solo puede significar que esas historias de deidades no solo existían ya entonces, sino que estaban significativamente arraigadas.
Más o menos es esta la conclusión a la que ha llegado un grupo de investigadores internacionales liderados por Ameline Alcouffe, de la Universidad de Toulouse: mucho antes del surgimiento de los faraones, las comunidades de Egipto ya practicaban rituales funerarios complejos y entierros asociados a la astronomía. Esto significa que las bases culturales que más tarde influirían en la creación de creencias y de la cosmovisión característica del antiguo Egipto vienen de antes: los pueblos pre-faraónicos ya contaban con una sofisticada “red espiritual” que se manifestaba través de sus ritos funerarios.
El estudio, publicado en la revista especializada Journal of Archeological Method and Theory, se centró en el cementerio de Adaïma, un yacimiento utilizado entre los años 3300 y 2700 a.e.c, mucho antes - casi 1.000 años - del comienzo de la construcción de las pirámides. Entre el 1990 y el 2005, un equipo arqueológico excavó 504 tumbas en este enclave, y los trabajos revelaron que numerosos elementos de la religión oficial y extendida por el antiguo Egipto tienen su origen en prácticas funerarias de los estratos populares del periodo predinástico.

Los resultados sugieren, además, que el orden sagrado egipcio no fue impuesto por reyes y sacerdotes - como se asume tradicionalmente - sino que varios aspectos fundamentales de la religión habrían nacido a partir de rituales y creencias existentes entre los habitantes rurales. Alcoffe y su equipo explican que, según sus hallazgos, estos pueblos rurales fueron los responsables de construir una cosmovisión que incluía ciclos agrícolas, la observación del movimiento de la cúpula celeste, y la simbología asociada a la muerte y la fecundidad; elementos que, con el tiempo, fueron incorporados a la ideología centralizada de los faraones.

A pesar de que las tumbas más antiguas del cementerio de Adaïma destacan por su sencillez y una ausencia generalizada de elementos rituales complejos, destacan algunas excepciones significativas: en la tumba S166, por ejemplo, se halló el cuerpo de una adolescente con el brazo izquierdo amputado ceremonialmente y apoyado sobre su pecho. Además, el cuerpo estaba orientado hacia la puesta de sol del solsticio de invierno, mientras que el sarcófago se alineaba con el orto helíaco (la primera aparición de una estrella por el horizonte Este después de su período de invisibilidad) de Sirius, la estrella más brillante del cielo, que marcaba la crecida anual del Nilo. Como curiosidad, ya que también es representativo de la influencia que la cultura egipcia predinástica puede haber tenido en otras civilizaciones posteriores, esa estrella es también la que algunos astrónomos identifican como la de Belén, aquella a la que habrían seguido los tres megos de oriente y a la que siguen las tres estrellas del cinturón de Orión Aniltak, Anilam, and Mintaka, también conocidas como los tres reyes magos.
Según los autores del estudio, este enterramiento ritual representa una fusión temprana entre los calendarios agrícolas, la observación astronómica y las creencias mortuorias: “El estado emergente integró los ciclos agrícolas y los símbolos funerarios locales en una cosmología religiosa”, explican los investigadores. Esta línea argumental queda reforzada por otros hallazgos realizados en el enclave: en la tumba S837 se encontraba el esqueleto de una mujer adornada con joyas junto a una vasija cerámica, motivos y elementos que reaparecen en los Textos de las Pirámides (un repertorio de conjuros, encantamientos y súplicas, grabados en los pasajes, antecámaras y cámaras sepulcrales en las pirámides del Imperio Antiguo de Egipto con el propósito de ayudar al faraón en la Duat - el inframundo - y asegurar su resurrección y la vida eterna). En la tumba S874, otra mujer fue sepultada con un bastón y una peluca de fibras vegetales, y su enterramiento se posicionó en alineación con el solsticio de verano, lo que corrobora el interés - si bien posiblemente aún en auge - de la comunidad por los fenómenos celestiales.

El estudio expone, de este modo, que la asimilación de símbolos y prácticas de origen popular por parte del Estado tuvo un papel importante en la legitimación del poder faraónico. Tiene sentido, en realidad, porque asumir el poder llevando la contraria a los “súbditos” debe ser una tarea infinitamente más complicada de lo que sería si se les da la razón. Elementos como la estrella Sirius - asociada a la fertilidad y venerada por los campesinos - se incorporaron a la mitología sagrada egipcia. Otras prácticas - como el desmembramiento simbólico de la adolescente de la tumba S166 - se transformaron en presagios divinos vinculados a la regeneración y la fertilidad, reflejados también en el mito de Isis y Osiris (Isis - deidad de la magia, la maternidad y la resurrección - reconstruye el cuerpo de Osiris - dios los muertos y del inframundo - mito que sigue una estructura relacionada con ritos anteriores vinculados a la tierra y los ciclos agrícolas).
Estos resultados permiten comprender y “reconstruir” el proceso de absorción y resignificación de creencias populares pre-faraónicas por el naciente estado centralizado y dinástico egipcio, y pone de relieve como aquellas prácticas funerarias de los pueblos originales de la región se convirtieron en la base sobre la cual, siglos después, se construirían los grandes relatos fundacionales y el poder simbólico de los faraones.
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