El gran incendio forestal de sexta generación que a principios de esta semana ha calcinado al menos 5.300 hectáreas en la comarca de la Segarra, en Lleida, y que ha provocado la muerte de dos personas se encuentra controlado desde este miércoles por la noche. El fuego se propagó con una gran velocidad, hasta 28 kilómetros por hora, debido principalmente a dos motivos, según ha explicado el Cos de Bombers de la Generalitat de Catalunya: el estado del combustible, que era muy seco, con abundancia de campos de cereal, y especialmente por la formación de un pirocúmulo de 14 kilómetros de altura.
La zona afectada, que recoge un perímetro de 6.500 hectáreas, se encuentra en Torrefeta i Florejacs, Vilanova de l’Aguda, Cabanabona, Oliola, Agramunt, la Noguera y el Urgell.
La situación en estos momentos es estable, pero aún se mantiene la alerta sobre la zona para evitar que se produzcan nuevos rebrotes del fuego. Según las primeras hipótesis, las llamas podrían haberse originado por una chispa que hubiese saltado de una cosechadora.

El pirocúmulo, una masiva nube de humo clave en el incendio de Segarra
Los incendios de sexta generación como el producido en Lleida son aquellos extremadamente destructivos, impredecibles y difíciles de controlar. La gran cantidad de combustible disponible en la zona genera que el fuego llegue a tal intensidad que se modifican las condiciones meteorológicas, pudiendo generar los pirocúmulos.
La magnitud de este fenómeno, que alcanzó los 14 kilómetros de altura, ha sido descrito por fuentes de los Bombers como “nunca antes visto” en Cataluña. Los pirocúmulos resultan muy peligrosos porque aceleran la propagación de las llamas; además, existe una gran incertidumbre con respecto a la predicción del comportamiento del incendio, lo que dificulta en gran medida las labores de extinción. Esto se debe a que pueden conllevar precipitaciones y fuertes rachas de viento, según explicó a EFE Marcelino Núñez, el delegado en Extremadura de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET).
Estos pirocúmulos se originan cuando, debido al incendio, comienza a formarse una gran columna de humo, aire caliente, evaporación de agua y gases de la pirólisis (proceso químico por el que el material orgánico se descompone por la acción del fuego y se liberan gases inflamables, como el metano o el monóxido de carbono, por la poca presencia o ausencia de oxígeno).

Cuando esta columna asciende, el humo se enfría y el vapor de agua se condensa, por lo que se forma una nube que conocemos como el pirocúmulo. Esta va creciendo hasta que revienta o se desplomar (fenómeno conocido como “reventón”): en este momento, se generan vientos erráticos en distintas direcciones y con velocidades que pueden alcanzar incluso los 240 kilómetros por hora. Así, se facilita la propagación del fuego, que fue exactamente lo que ocurrió en el incendio de Segarra.
Debido a que el pirocúmulo puede alcanzar grandes temperaturas, superiores a 10 kilómetros (por ejemplo, en Lleida llegó a los 14), se acumula la carga eléctrica. De esta manera, se pueden generar rayos que, en algunas ocasiones, provocan nuevos focos.
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