Hambre, mentiras y silencios: la historia de la familia de un colaborador del golpe de Estado de 1936 que prefirió olvidar su pasado

El historiador Gutmaro Gómez Bravo publica ‘Los descendientes’, el libro que recoge la trayectoria de toda su familia con una visión académica que permite entrar en la vida de los españoles de a pie en el siglo XX

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La fotografía de la portada
La fotografía de la portada de 'Los descendientes'.

“Un día, tú ya libre / de la mentira de ellos / Me buscarás. Entonces / ¿qué ha de decir un muerto?”. La cita es de Un español habla de su tierra de Luis Cernuda, uno de los autores españoles obligados a vivir en el exilio. Con estos versos arranca Los descencientes (Crítica, 2025), la obra del historiador Gutmaro Gómez Bravo, que recoge lo que por desconocimiento callan los vivos, pero que, a través de su huella en la historia, dicen los muertos.

Gómez, catedrático de Historia Contemporánea y director del Grupo de Investigación de la Guerra Civil y el Franquismo (GIGEFRA), decidió estudiar la historia de su familia para conocer su pasado, emborronado por el paso del tiempo y por los recuerdos que se transmiten de padres a hijos siempre de una forma amable y alejada, a veces, de la realidad. Así que, cuando su madre cayó víctima del paso de los años y presa del deterioro cognitivo, que a la vez la protege de la verdad, comenzó a investigar. El historiador iba a narrar su vida, la de una de tantas mujeres que crecieron bajo la dictadura franquista, pero por el camino se topó con la historia de su abuelo materno, que colaboró con el bando franquista durante los primeros meses de la contienda. Ahí estaba la verdad oculta.

En su libro —académico, pero de lectura asequible para cualquier público, un ejercicio que han empezado a realizar muchos historiadores para hacer más accesible la Historia— narra la vida de sus abuelos, que sobrevivieron a la Guerra Civil, y de sus padres, que crecieron bajo el régimen franquista que les educó y moldeó.

El recuerdo del hambre y el recato

Si algo marcó a los niños que, como los padres de Gómez, se criaron en la guerra y los años posteriores, fue el hambre. Esa sensación de vacío no se escapa del libro, que acerca a sus lectores a la parte más humana de la historia. “Mi madre lo oculta, pero mi padre tenía necesidad de contarlo, pero muy al final de su vida. Cuando creyó que está preparado para entenderlo, lo empezó a contar sin ningún tipo de rubor ni problema”, explica el historiador en conversación con Infobae España.

El historiador Gutmaro Gómez Bravo.
El historiador Gutmaro Gómez Bravo. (Cedida)

“Sus primeros recuerdos eran los animales que se les morían porque no tenían para darles de comer”, detalla. Por eso, ahora, en las aulas de la universidad donde da clase, pide a los alumnos que hagan ese mismo trabajo, el de preguntar a sus abuelos por su niñez. Esas historias también conducen a los estómagos huecos. Durante años, el hambre igualó a los españoles —no a todos— aunque sea doloroso recordarlo. El silencio es más cómodo. Pero este es solo uno de los rincones de la cotidianidad que rescata, ya que el relato oral de los españoles de a pie se queda fuera de los libros de texto. Ahí es donde reside el valor del libro para el historiador.

A través de la relación epistolar que mantuvieron sus padres antes de casarse, también aterriza conceptos a los que la academia se refiere de forma despersonalizada. “Hablaban con las fórmulas respetuosas con las que habían crecido y no llegaban ni a los 20 años”, explica, porque las cartas de la pareja están atravesadas por el recato y el nacionalcatolicismo que lo impregnaba todo:

Querida Gloria

Me pongo a escribirte como de costumbre todos los domingos y, como todos, la primera operación es lavarme mi mudita y la segunda ir a misa como de costumbre a rezar, como siempre, a ver si podemos soportar esta vida que llevamos, me parece que nos lo merecemos que nos unamos y disfrutemos de nuestro cariño.

Así escribía el padre del historiador a su entonces prometida. Lo hacía desde Alemania, a donde había llegado, como miles de españoles, para ‘hacer dinero’. Su objetivo era mandar divisas suficientes como para casarse e independizarse en la España de los años 60. El país ya había abandonado el modelo basado en la autarquía y se empezaba a abrir al exterior, pero la economía no terminaba de despegar. Sus padres, dice Gómez, recuerdan aquella época como la más feliz de su vida, aquella en la que Gloria, que también se mudó, gozó de una libertad a la que las españolas no tenían acceso.

Aparcamientos, pisos y una herencia millonaria: el incalculable patrimonio de la familia Franco.

La sombra alargada del pasado oculto

Con la publicación, Gómez ha levantado ampollas familiares. El descubrimiento de una nueva versión del papel de su abuelo materno durante la Guerra Civil ha hecho temblar los cimientos de la familia. De hecho, según cuenta, hay primos y tíos que no quieren aceptar la realidad contrastada con cientos de páginas de archivo histórico que ha consultado.

El abuelo del historiador, Gundemaro Gómez, había sido miembro de la Policía de Jerez de la Frontera, con un pasado político vinculado al Partido Republicano Español y presidente de la Unión Agraria que presionaba al último Gobierno de la República antes de la guerra. Sin embargo, fue acusado de “izquierdista” por pertenecer a uno de los partidos del Frente Popular y porque sus hermanos fueron tachados de “maestros rojos”. Una parte de la familia aseguraba que, en realidad, era por no haber querido encubrir a un miembro de la aristocracia jerezana que quería culpar de un accidente de tráfico que había cometido un chófer. Era la versión que contaba la madre del historiador. Pero uno de los sobrinos de Gundemaro sostenía otra: había “paseado” esposada a una mujer, también de la aristocracia, por las calles de la ciudad. Ni lo uno ni lo otro era cierto.

La razón detrás de que estamparan su nombre en la “Relación de individuos de la Causa General contra el Glorioso Movimiento Nacional” estaba en la tierra. Las disputas de la propiedad que levantaron falsas acusaciones en todos los puntos de España eran la razón detrás de su destierro a Ciudad Real y su sumisión a una pobreza y una modestia a la que no habían estado acostumbrados. Pero esa no es la parte de la historia que podía herir al historiador, a su madre y a toda la familia, porque ya tenían un relato. Aun así, había un vacío.

La realidad que descubrió y que su abuelo había ocultado se sitúa poco antes del golpe de Estado que dio pie a la Guerra Civil. Gundemaro había colaborado con los golpistas en Jerez durante los seis primeros meses del conflicto. De hecho, fue el teniente general Gonzalo Queipo de Llano el que le dio el cargo de jefe de Investigación y Vigilancia en Cádiz antes de la caída en desgracia de la familia. “Tardé en asumirlo y tardé en escribirlo de nuevo —hizo una segunda versión del libro tras recibir los documentos que contenían esta información— porque tuve que cambiar mi propia versión del relato. Su posición era la de verdugo, cuando nosotros teníamos la convicción de que era una víctima”, cuenta. Se alegra de que su madre ya no pueda saberlo, porque “habría roto todos sus esquemas”, en los que él era un padre que no se posicionó por ningún bando.