
Mario Vargas Llosa no solo cosechó éxitos literarios a lo largo de su vida, también amorosos. Culto, atractivo y con una gran planta, era imposible no girarse al paso del peruano. Consciente del poder del físico, en los últimos años cultivó especialmente su cuerpo, le encantaba cuidarse y lo hacía en los mejores templos de belleza. Esto es algo que aprendió de su última pareja, Isabel Preysler.
Dicen que los polos opuestos se atraen y, en el caso del peruano y la filipina, no podía ser más real. A primera vista no tenían nada que ver: mientras que ella se había dedicado a ser imagen de marcas y protagonizar portadas en la revistas del papel couché, de la pluma de él salieron algunas de las mejores obras de la literatura. Un talento que le valió el premio Nobel de esta disciplina.

Todo comenzó en 2015, un año clave para ambos. Por un lado, Mario acababa de celebrar sus bodas de oro junto a Patricia Llosa e Isabel seguí llorando la pérdida de su tercer marido, Miguel Boyer, con quien estuvo casada durante más de tres décadas. En ese punto de sus vidas, se reencontraron en un viaje a México y Perú en el que saltaron las chispas. Pero fue seis meses después, en una escapada a Londres patrocinado por Porcelanosa, cuando todo comenzó entre ellos.
Al principio mantuvieron una relación muy discreta, por un lado, porque Isabel acababa de enviudar y, por otro, porque Mario seguía casado con la madre de sus hijos. Pero finalmente todo saltó por los aires con una portada de ¡Hola! en la que aparecían cogidos del brazo y, tal fue la evidencia que, poco después el escritor rompió su relación y se mudó a la mansión de Isabel situada en Puerta de Hierro, Villa meona, donde dio la bienvenida a un nuevo estilo de vida.

Lejos de esconderse, socialité y Nobel se convirtieron en la pareja de moda y no había sarao en el que no estuvieran presentes: cenas en embajadas, fiestas de Porcelanosa, corridas de toros, tardes en la ópera... Aunque estaba fuera de su entorno, a Mario se le veía muy feliz al lado de Isabel, tanto que muy pronto pasó a ser un miembro más de la familia, con los que siempre tuvo mucha sintonía. Y tan bien parecía irles, que siempre que aparecían juntos sonaba la pregunta sobre su boda. Un enlace que, sin embargo, nunca llegó a producirse.
Tampoco llegó a ser su futuro en común. Tras casi 8 años de convivencia, a finales de 2022, se confirmó su ruptura, que fue de los más sonada. Nunca se han conocido los motivos reales de esta separación, pero se dijo que él había vivido “a cuerpo de rey” en la casa de Isabel, y que finalmente pudo más el hecho de que eran de dos mundos “incompatibles”. También se habló de los celos del escritor. Lo que sí se aseguró es que, tras su separación, nunca más volvieron a hablarse.

Poco después de romper, Mario concedió una entrevista a El País en la que contó que su relación con Preysler “había sido magnífica, pero no literaria. No se puede convertir en una novela”. También recordó que ambos eran de mundos opuestos: “Muy separados. Pero bueno, la experiencia se vivió y ya está. Vuelvo a estar en mi casa, rodeado de mis libros”, dijo.

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Los tres hijos de Mario Vargas Llosa, Morgana, Álvaro y Gonzalo, celebraron su ruptura y es que el peruano regresó al seno familiar, como si tan solo se hubiera descarriado. Si bien nunca se llegó a confirmar que hubiera retomado su historia de amor con Patricia Llosa, se compartieron muchas fotografías familiares en las que Mario siempre parecía muy feliz.
Una carta a la ‘reina de corazones’
Poco después de conocerse que estaban juntos, Isabel Preysler recibió una carta de Patricia Llosa en la que le advertía que su marido la trataría como a otras mujeres, pues lo “ha hecho veinte o treinta veces a lo largo del matrimonio”. También le advertía de que no sería algo duradero, pues Mario siempre terminaba volviendo con ella.

Lo más sorprendente es que le pedía un favor: “poder reunirse con su familia en Nueva York para celebrar el 50º aniversario de casados que tenía organizado desde hacía mucho tiempo”, pues ella quería seguir manteniendo la imagen de unidad familiar de puertas para afuera.