
Gloria Martínez, de 17 años, vivía con sus padres en el barrio alicantino de Florida de Portazgo. Tenía una gran carrera académica por delante, pero a los 14 años empezó a sufrir insomnio, lo que le causó estrés y anorexia.
Esto la llevó a acudir a la psiquiatra María Victoria Soler, que al cabo de dos años le dio el alta, pero la mantuvo tomando fármacos para poder dormir. Sin embargo, no fueron suficientes, y siguió sufriendo insomnio, por lo que su doctora le ofreció ir a terapias grupales, a lo que la joven se negó.
La Clínica Torres de San Luis
Su única opción entonces era ingresar en una clínica y le recomendaron la Clínica Torres de San Luis, privada y que había sido creada hace muy poco tiempo. Una de las propietarias era la propia doctora Soler. Para terminar de convencer a sus padres, les ofreció una rebaja y acabaron aceptando.
Ingresó el 29 de octubre de 1992. Era una de las pocas pacientes en la clínica. Los padres la dejaron tranquila, pero, según el testimonio de las enfermeras, cuando se fueron “comenzó a delirar” y tuvieron que inyectarle medicación, “que no hizo efecto”. Es importante destacar que la madre quiso acompañarla esa primera noche, pero no la dejaron.

Según el relato de las trabajadoras, le tuvieron que suministrar una dosis más elevada y aumentarle la medicación. Esa misma tarde la joven escribió en un papel: “Me da miedo pensar que me muero y la única luz esté cerca de mí”.
La dosis no funcionó y tuvo que ser atada de pies y manos a la cama del centro, además de recibir una gran dosis de sedantes. Supuestamente, Gloria pidió que la desataran para ir al baño y, en un momento que la perdieron de vista, aprovechó para saltar por la ventana.
Descalza y sin gafas
Era solo un primer piso y salió descalza, saltó la valla de dos metros que rodeaba la clínica. En ese momento, la joven iba bajo los efectos de los narcóticos y no conocía el lugar. A todo esto se añade que tenía una graduación de ocho dioptrías y no llevaba sus gafas puestas.
Esta versión, que hoy puede parecer inverosímil, se aceptó como versión oficial del caso por los investigadores. Se barajaron otras hipótesis: un rapto, que nunca hubiera llegado a la clínica en un primer momento o que hubiera muerto por exceso de medicación. Pero todas fueron descartadas. El lugar fue barrido entero, y no se encontró ninguna pista.
Pistas confusas
En 1994, cuando el centro estaba ya cerrado, se descubrió por fin una primera pista, que solo consiguió crear más incógnitas. En la fosa séptica se encontró una bolsa con ropa interior y un cinturón de Gloria, pero no se pudo llegar a probar que hubiera muerto en la clínica.
También aparecieron varios supuestos testigos, pero tampoco llevaron a nada. Un trabajador de una gasolinera de Altea afirmó haber visto a una chica con las características de Gloria llamando por teléfono. Otra mujer declaró haberla visto salir del domicilio de la enfermera que la atendió, pero las pesquisas de la Guardia Civil concluyeron que también era una falsa alarma, por las incongruencias del testimonio.
Indemnización de 104.000 euros
En el ámbito judicial, el caso quedó cerrado en el año 2000. Sin embargo, gracias al Proyecto Fénix, la base de datos de ADN de los desaparecidos, si en algún momento apareciese un resto susceptible de pertenecer a Gloria, se podría cotejar.
Lo que sí se consiguió, en 2008, es que los propietarios de la clínica fueran condenados por la Audiencia Provincial de Alicante a pagar 104.000 euros, aunque previamente habían sido condenados a pagar 60.000 euros. La nueva cantidad se justificó en que no había cadáver y la joven no había sido declarada muerta, pero la Sala consideró que el daño provocado a las familias era superior incluso al cometido si ella hubiese muerto.