¿Hay diferencias entre el cerebro de un hombre y una mujer? ¿Ellos son de números y ellas más empáticas? Una psicóloga responde

Raquel Mascaraque, divulgadora de neurociencia y psicología emocional, explica: “Muchas diferencias que parecen ‘biológicas’ podrían ser, en realidad, efectos del entorno”

Guardar
El video de la divulgadora
El video de la divulgadora de neurociencia Raquel Mascaraque (@raquelmascaraque)

“¿Realmente hay diferencias entre el cerebro de un hombre y el de una mujer?“, plantea Raquel Mascaraque, divulgadora de neurociencia y psicología emocional, en un video publicado en su perfil de TikTok, @raquelmascaraque, en el que cuenta con más de 600 mil seguidores. ”¿La mujer es más empática pero al hombre se le dan mejor los números? Hoy vamos a hablar de los mitos más extendidos acerca del género en el cerebro. Y es que, como sociedad, necesitamos pensar que sí, que hay diferencias. Si somos diferentes por fuera, nuestros cerebros también lo tienen que ser, ¿no? Pues a modo de spoiler te diré que no“.

”Importante", matiza en la descripción, “hablamos de género y de la construcción de la identidad a nivel neuro anatómico, no de aspectos hormonales. Este estudio analiza cómo el cerebro, en lugar de estar ‘preprogramado’ según el sexo, cambia constantemente en respuesta a experiencias, educación, cultura y expectativas sociales. Esto significa que muchas diferencias que parecen ‘biológicas’ podrían ser, en realidad, efectos del entorno”.

Tu cerebro no muestra tu género”, explica, “sino la experiencia que has vivido. Es lo que revela en su investigación la neurocientífica Gina Rippon en El género y nuestros cerebros. Analiza todas estas cuestiones y revela cómo tenemos un cerebro flexible. Y en base al mundo en el que vivimos, nuestro cerebro se adaptará de una manera u otra. ¿Pero cómo comenzaron todas estas creencias?“.

La inteligencia humana depende de
La inteligencia humana depende de las conexiones cerebrales (Imagen Ilustrativa Infobae)

El intelecto se medía con comida de pájaros

Según Raquel, ”en el siglo XVIII, cuando no se podía analizar un cerebro en vivo y en movimiento, lo que se hacía era utilizar dos factores: su tamaño y su peso. Para ver su peso, lo que hacían era coger el cráneo de personas que habían fallecido y metían semillas de comida para pájaro. Pues en los cerebros que hicieron esto, en su mayoría, en la de los hombres cabían 140 gramos más de comida para pájaros", explica, añadiendo, sarcásticamente, “¡pues ya está! La naturaleza les había dado 140 gramos más de materia gris por algo. Estaba claro que el cerebro de la mujer era inferior. Pero, por si fuese poco, decidieron medir. A veces lo que hacían era medir directamente la cabeza, no solamente era el cerebro, sino la cabeza en general. Y, en general - también - el cerebro de los hombres era más grande que el cerebro de las mujeres. Pues listo. Es que en este plan no hay ninguna fisura, porque todo el mundo sabe aquí que cuanto más grande, mejor. Los hombres son más inteligentes y punto, ¿no?“.

Raquel cuenta que, aunque este método “científico” no convencía a todo el mundo, era irrefutable. O lo fue hasta que le midieron la cabeza a William Turner, uno de los anatomistas más eminentes del momento: su cabeza era de las más pequeñas que se habían medido hasta el momento. “Fue entonces cuando, mágicamente, se dejó de tener como referencia el tamaño para medir el intelecto. Así que gracias, William, por tener una cabeza pequeña”.

Aristóteles tenía razón: la identidad se hace, no se nace (con ella)

“Ahora que sí se puede analizar un cerebro en vivo y en movimiento, y que la importancia está en las conexiones que haya y no si una estructura es más o menos grande, la neurocientífica Gina Rippon analizó el cerebro de bebés que no estaban socialmente y culturalmente sesgados y ‘chorprecha’: lo que tenían entre las piernas no se veía reflejado en sus cerebros”.

De acuerdo con lo que explica Raquel, esto llevó a Rippon a deducir que, si las diferencias no estaban dentro, quizá estaban fuera: debía analizar el contexto social. “Los juguetes tienen un factor fundamental, porque no sé por qué se nos antoja ponerle género a los juguetes: a los niños se les suele dar juegos de construcción de Lego y a las niñas cocina y princesa”. De acuerdo con la psicóloga, “la construcción, por ejemplo, fomenta, hace que se entrene el cerebro para fomentar la visión espacial. Esto no implica que los hombres en general tengan mejor visión espacial, sino que las personas que hayan hecho juegos de construcción de pequeñas pueden tener mejor visión espacial”.

Tiene sentido, en realidad, y corrobora la idea de que el género es poco más que un constructo social: no existe una identidad inherentemente “femenina” o “masculina” desde el nacimiento, sino que son las experiencias las que dirigen esa creación identitaria. Ya lo escribió Aristóteles hace más de dos mil años con su teoría de la tabula rasa, que sostiene que el ser humano nace con la mente “vacía”, es decir, sin cualidades innatas, de modo que todos los conocimientos y habilidades de cada ser humano provienen solo del aprendizaje, a través de sus experiencias y sus percepciones sensoriales. Otra cosa es el sexo, como matiza Raquel en la descripción de su vídeo: aunque sí que existen diferencias hormonales y anatómicas, lo que acaba siendo el “yo” no se ve influido por esto. “Así que, por favor”, concluye, “aboguemos por un mundo libre de género y libre de prejuicios, porque si no, nuestro cerebro sufre las consecuencias".