Foto de archivo de Francisco Etxeberria. (UPV/EHU)
El nombre de José Bretón ha vuelto a mencionarse 14 años después de que su figura resonara por primera vez en los telediarios y las noticias de España. Este padre dijo haber perdido a comienzos de octubre de 2011 a sus dos hijos, Ruth y José, de seis y dos años, respectivamente, en un parque de Córdoba. En realidad, ambos fueron asesinados por su progenitor y posteriormente calcinados en una hoguera en la finca familiar, conocida como la Finca de Las Quemadillas. El caso terminó dos años después, en julio de 2013, cuando la Audiencia Provincial de Córdoba dictó 40 años de cárcel por dos delitos de asesinato con los agravantes de parentesco, premeditación y crueldad.
Sin embargo, pese a la condena, el autor de crimen no había confirmado los hechos de manera que la sociedad española tuviera constancia de ello. Este próximo 26 de marzo saldrá a la venta la confesión de Bretón, a la que el escritor Luisgé Martín da forma en El odio (Anagrama, 2025), donde se relata por qué asesinó a sus hijos y cómo lo llevó a cabo. Sin embargo, más allá del nombre del parricida, hay otro que merece mayor reconocimiento: Francisco ‘Paco’ Etxeberria. Su labor fue clave para esclarecer lo ocurrido y desmentir una versión oficial que, de haberse mantenido, habría impedido conocer la verdad.
Las pesquisas llevaron a los investigadores hasta la finca familiar de los Bretón en Las Quemadillas, en la periferia de Córdoba. En aquel terreno se hallaron restos óseos calcinados en una hoguera, que levantaron las primeras sospechas. Sin embargo, Bretón aseguró que había quemado ropa, objetos y documentos desechados tras la reciente separación con Ruth Ortiz, la madre de los niños. Días antes también compró gasóleo. El 10 de octubre, dos días después de la desapareción de los niños, tras inspeccionar los huesos en la hoguera, la policía especializada en antropología forense Josefina Lamas concluyó que los restos era de animales y no de humanos.
Un mes más tarde, el 11 de noviembre, la forense emitió un primer informe policial en el que aseguraba que “en esa hoguera no se ha producido la incineración de ningún cuerpo o resto humano”. La experta que los restos encontrados en la finca de la familia Bretón eran “todos de naturaleza animal” y pertenecían a “roedores, pequeños carnívoros, pequeños herbívoros y omnívoros”.
Sin embargo, tuvieron que pasar más de 10 meses hasta que se esclareció que, efectivamente, los restos hallados no eran de ningún tipo de animal, sino de Ruth y José. La madre de los niños, Ruth Ortiz, pidió al forense Francisco Etxeberria —subdirector del Instituto Vasco de Criminología— que analizara los restos de la hoguera. “Sin ningún género de duda, los huesos son humanos”, dijo Etxeberria. Para reforzar sus hallazgos, el Gobierno encargó un segundo —ya tercer—estudio a José María Bermúdez de Castro, codirector de las excavaciones de Atapuerca. Sus conclusiones confirmaron lo que Etxeberria ya había señalado: los huesos pertenecían a los hijos de José Bretón, quienes habían sido incinerados en la hoguera de la finca. Con esta nueva prueba, se desmontó la defensa del padre y se sentaron las bases para su condena de prisión en 2013.
Finca de "Las Quemadillas", donde presuntamente fueron quemados los cuerpos de Ruth y José. EFEEsto cambió el rumbo de la investigación. Hasta ese momento estaba acusado de dos delitos de detención ilegal y desde el 21 de octubre de 2011, permaneció en prisión por orden judicial. Finalmente, en verano de 2013 fue condenado a 40 años de cárcel por dos delitos de asesinato.
En el libro, El Odio, Bretón explicó al autor que los mató “por impaciencia”. “Una separación siempre tiene consecuencias con los hijos. Incluso si todo va bien, dejas de verlos mucho tiempo. Y yo no quería dejar de ver a mis hijos. La distancia es el olvido”, relató. “Me deprimía la idea de que mi hija Ruth y mi hijo José crecieran entre ellos sin estar yo delante. Ahí fue cuando empecé a volverme loco”, añadió. Para llevar a cabo el crimen, disolvió pastillas de Orfidal (tranquilizante-ansiolítico) machacadas en agua con azúcar para que se las bebieran. “Antes de poner los cuerpos en el fuego comprobé que no respiraban, estaban ya muertos. No se enteraron de lo que iba a pasar. Confiaron en mí. No hubo miedo ni dolor ni ningún tipo de sufrimiento”, dijo.