
Fue el 8 de octubre de 2011 cuando José Bretón llamó al 112 alertando de que había perdido a sus hijos en Córdoba, en entorno al llamado Parque Cruz Conde de la ciudad. Aquel día, la Policía dio por desaparecidos a los hermanos Ruth y José Bretón, que para entonces tenían seis y dos años, respectivamente. Sin embargo, ambos fueron asesinados por su padre y posteriormente calcinados en una hoguera en la finca familiar, conocida como la Finca de Las Quemadillas. El caso terminó dos años después, en julio de 2013, cuando la Audiencia Provincial de Córdoba dictó 40 años de cárcel por dos delitos de asesinato con los agravantes de parentesco, premeditación y crueldad. Fue uno de los casos de violencia vicaria más conocidos en la historia reciente de España. Semanas previas al asesinato, Ruth Ortiz, le comunicó a Bretón su intención de divorciarse con él.
Sin embargo, no ha sido hasta pasados casi 14 años cuando Bretón ha confesado el crimen, sus motivos y cómo lo llevó a cabo. El escritor Luisgé Martín publicará su versión de los hechos en El odio (Anagrama, 2025), en un libro que verá la luz el próximo 26 de marzo. El autor ha ofrecido un adelanto al diario El Confidencial, donde relata cómo se inició el contacto entre el escritor y el asesino en 2021, primero a través de cartas y después con Martín visitando la cárcel de Herrera de la Mancha, en Ciudad Real, donde estaba recluido desde 2016. En el extracto que comparte el autor explica que el motivo por el que Bretón contactó con el escritor para hacer el libro fue para expresar su arrepentimiento ante el asesinato de sus hijos. “Necesitaba decir que me arrepiento, que el hombre que mató a Ruth y José quiere pedir perdón por el daño que hizo”, afirmó ante Martín.
La entrevista, que cierra un extenso intercambio de sesenta cartas entre el autor y Bretón desde julio de 2021, se produjo después de que el escritor viajara desde California a España para visitarle en la cárcel. En el encuentro, el condenado detalló los momentos previos y posteriores al asesinato, cometido en la finca de Las Quemadillas, en Córdoba. “Acababas de separarte de Ruth, podía ocurrir cualquier cosa: que volvierais a estar juntos, que te dieran la custodia (....) ¿Por qué matarlos tan solo tres semanas después?”, le preguntó el escritor. “Los maté por impaciencia. Necesitaba que esa situación se acabara, que desaparecieran las dudas y la incertidumbre. Es como si se me hubiera metido un monstruo dentro de la cabeza que no me dejara dormir ni pensar en otra cosa. No podía encontrar soluciones. Y cada día era peor que el anterior”, relató.

“Creía que estaba protegiendo a mis hijos”
En el texto, Martín explica que semanas antes de terminar con la vida de sus hijos, separarse de la que para el momento era su mujer, le generaba “angustia”. “Una separación siempre tiene consecuencias con los hijos. Incluso si todo va bien, dejas de verlos mucho tiempo. Y yo no quería dejar de ver a mis hijos. La distancia es el olvido”, relató. Según su versión, uno de estos detonantes fue descubrir que Ruth se entristeció al saber que su antiguo novio, Alfonso, se había casado.
Tras la separación, intentó convencer a Ruth de seguir viviendo juntos aunque cada uno hiciera su vida, pero ella se negó. En esos días, consultó con un sacerdote y con familiares en busca de apoyo, pero no consiguió mejorar la situación. “Yo no tenía el sentimiento de venganza, creía que estaba protegiendo a mis hijos de un futuro terrible”, añadió, y expresó que le “obsesionaba la idea de que se educaran al lado de la familia de mi mujer, que a mí me parecía una familia tóxica”. “Me deprimía la idea de que mi hija Ruth y mi hijo José crecieran entre ellos sin estar yo delante. Ahí fue cuando empecé a volverme loco”. “Me ponía enfermo. No podía aceptarlo, pensaba que iba a salir todo mal”, le contó.
Según su relato, en algún momento de la última semana antes del crimen, la imagen de sus hijos muertos comenzó a aparecer en su mente como una solución. “Cuando Ruth me abandonó entré en cólera. Al principio no tuve pensamientos extraños, pero después se fue abriendo paso la idea del asesinato”, añadió.
Para llevar a cabo el crimen, disolvió pastillas de Orfidal (tranquilizante-ansiolítico) machacadas en agua con azúcar para que se las bebieran. “Antes de poner los cuerpos en el fuego comprobé que no respiraban, estaban ya muertos. No se enteraron de lo que iba a pasar. Confiaron en mí. No hubo miedo ni dolor ni ningún tipo de sufrimiento”, dijo.