La realidad de servir en las casas de los millonarios: “Los ricos están por encima del Derecho y de las normas”

‘Infobae España’ entrevista a la socióloga Alizée Delpierre, que acaba de publicar un libro sobre las relaciones que se establecen entre los más adinerados y quienes les sirven

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Una asistenta corre las cortinas
Una asistenta corre las cortinas de la casa en la que trabaja. (Canva)

En una de las conversaciones que la socióloga Alizée Delpierre mantuvo con Soraya, una mujer que había trabajado como mayordoma para varias familias de multimillonarios en Mónaco, decidieron elaborar una lista de “los deseos más descabellados” que había conocido en casa de sus patrones: dormirse todas las noches viendo fuegos artificiales, agradecerle a la patrona “el honor” de dirigirles la palabra, despertar a la familia con una nana cantada a canon por dos sirvientas, colocar los cubiertos utilizando reglas, secar las manos y la boca con servilletas pasadas por lejía para bebés...

Excentricidades que, al fin y al cabo, hacían reír a Soraya, pero que son solo la parte más caricaturesca de una realidad que, para otros sirvientes a los que esta socióloga francesa entrevistó, fue mucho más dura. La patrona de Florent, por ejemplo, lo obligaba a travestirse y llevar ropa de mujer mientras trabajaba de jardinero. En el caso de María-Celesta, su entrega en el trabajo -y la escasa atención recibida por sus empleadores- provocaron que los médicos tuvieran que amputarle una pierna. “Ni siquiera se habían fijado en que llevaba varios meses con la pierna paralizada”.

“La lista es larga”, concluye la socióloga, que ahora presenta en España Servir a los ricos (Península), un ensayo en el que recoge, precisamente, el resultado de cientos de entrevistas que ha realizado tanto a las sirvientas de las casas más adineradas como a aquellos ricos y “ultrarricos” que las contrataron. Entre sus páginas, se recogen los testimonios de empleados con larguísimas jornadas -hay incluso algunos que conviven con sus empleadores-, con salarios que, pese a ser más altos, “no atenúan en absoluto la violencia”. Así, Alizée Delpierre muestra cómo, a cambio de (mucho) dinero, las grandes fortunas pueden seguir conservando su estatus... incluso en la intimidad de su propia casa.

'Servir a los ricos', de
'Servir a los ricos', de Alizée Delpierre. (Península/Grupo Planeta)

Los ricos reproducen lo que ocurre en toda la sociedad

-Pregunta: El libro empieza con una vivencia que tuvo usted misma cuando comenzó a trabajar en casa de una familia de multimillonarios. ¿Qué fue lo que más le impactó de aquella experiencia?

-Respuesta: Cuando empecé a trabajar como canguro para esa familia, yo me esperaba una entrevista de trabajo con la persona que me iba a contratar. En cambio, es una criada la que me me abre y atiende. Era la primera vez que veía a alguien que trabajaba a tiempo completo para una familia como empleada del hogar. Me llamó mucho la atención también porque yo había leído bastante sobre el trabajo doméstico, pero en otros contextos diferentes de Francia. Para mí, la figura del trabajo a tiempo completo era algo obsoleto, algo que que ni los muy ricos tendrían. A raíz de esta experiencia personal, leí y leí trabajos de historiadores para intentar entender también qué continuidad había entre el trabajo doméstico de antes y el de ahora, especialmente entre la aristocracia, porque en este caso era una familia de aristócratas. En sociología intentamos ser reflexivos, es decir, aclarar al lector desde dónde hablamos. No es por hablar de uno mismo, que no tiene ningún interés, sino que permite ser más honestos con nuestra nuestro proceso científico y desconstruir también los prejuicios que podamos tener como personas.

-P: ¿Usted tenía prejuicios?

-R: Los tenía. Todos los trabajos de literatura sociológica sobre la historia del trabajo doméstico describen condiciones de trabajo especialmente deterioradas. La Organización Internacional de Trabajo (OIT) hizo una investigación y demostró que los sectores del trabajo doméstico están entre los más precarios. Al conocer esos datos, pensé: ‘Bueno, pues en el caso de los ultrarricos será lo mismo, ¿no?’. Pero me equivoqué. Uno de los resultados más impactantes fueron precisamente estos salarios tan altos que cobraban los criados en familias de ultrarricos. ¿Por qué? ¿Cómo se explica, cuando sabemos que ahora hay mucha gente dispuesta a trabajar por poco dinero? Otra idea que yo tenía sobre los ultrarricos era que intentan aislarse y distanciarse del resto de clases sociales: viven en determinados barrios, van de vacaciones a lugares poco accesibles, ponen a sus hijos en colegios privados. Fue sorprendente ver cómo lo hacen para vivir en su casa con personas de las que intentan distanciarse en el resto de ámbitos, entender la ambivalencia de las relaciones, los matices y la complejidad de las relaciones sociales. Al final, ese es el objetivo de la sociología, especialmente ahora que estamos escuchando muchos discursos muy radicales y que no son tan reales.

-P: Al acompañar a esas familias, ¿tuvo la sensación de que esas relaciones imitaban las dinámicas que se dan en la sociedad?

-R: Lo que vemos en las casas de los ultrarricos es un reflejo aumentado de lo que puede pasar en otros ámbitos sociales. Las relaciones de poder, jerarquización entre trabajadores domésticos según el cargo y según sus características -sexo, raza, nacionalidad- y todo eso va a tener efectos en el salario que se les paga y en las actitudes que tienen los patrones con ellos. Ahora mismo, los puestos de trabajo menos valorados y menos pagados los ocupan mayoritariamente personas procedentes de la emigración, así que los ultrarricos no hacen más que reproducirlo y legitimarlo con el discurso y con salarios muy altos. Y ahí está la diferencia, porque a diferencia de los sectores de la limpieza o de la construcción, que son sectores laborales en los que se paga poco a la gente, los ultrarricos pagan muy bien a los trabajadores domésticos. De alguna forma, eso contribuye a legitimar un trabajo que al final es ilimitado. Si los criados ganaran todos 4.000 euros al mes y trabajaran 35 horas a la semana y tuvieran días de vacaciones, pues no habría hecho empírico para decir que es una forma de explotación. Sin embargo, he constatado y observado que estos salarios altos compran el trabajo de estos empleados -que muchas veces duermen en la misma casa- para hacerlos trabajar de día y de noche. Si dividimos ese salario de 4.000 euros al mes por el número de horas realmente realizadas, vemos que es un salario en realidad bastante bajo.

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-P: En el libro, menciona al final el tema del servicio doméstico externalizado con las empresas de reparto a domicilio. Me preguntaba si, al usar ese tipo de aplicaciones, buscamos sentirnos un poco más ricos de lo que somos.

-R: En las sociedades occidentales, el servicio doméstico es un tema que plantea problemas porque no se considera un trabajo productivo, sino que sirve para reproducirse a uno mismo como humano y como clase social: comer, cuidar de los hijos, limpiar. Es mejor escribir muchos artículos como periodista que dedicar tiempo a hacerse la comida para comer, desayunar y cenar. Podemos decir que hay cierta utopía y cierta fantasía en torno al hecho de poder delegar todo lo que nos molesta y lo que nos permitiría ahorrar tiempo, porque al final se trata de eso, de ganar tiempo. Podemos ver una continuidad entre hacer que te traigan una comida a domicilio y tener un mayordomo: remite a cierta cuestión más filosófica del valor que damos a este trabajo de reproducción y qué tiempo estamos dispuestos a dedicarle. Ahí comienzan las desigualdades económicas, porque encargar una cena puede ser asequible para gente que no tiene mucho dinero, porque al final no sale mucho más caro que ir al cine, por ejemplo, pero en cambio tener una asistenta varias horas a la semana o tener un mayordomo sí. Al final de la cadena de delegación del trabajo doméstico, necesariamente tenemos a gente que no puede delegar tareas. Tengo una compañera que ha trabajado mucho sobre las niñas procedentes de África Occidental que van a Francia para trabajar para familiares indirectos que les prometen que van a estudiar y al final las cogen como sirvientas. Tienen entre 9 y 13 años y son criadas en familias de clases populares o de clases medias. Al final de la cadena, tenemos a estas niñas que no tienen criadas y que se dedican a hacer todas las tareas domésticas.

-P: ¿Sería mejor que cada uno hiciera lo suyo?

-R: Para mí el problema no está en responder a eso. Hay personas que afortunadamente tienen servicio doméstico, como las personas mayores, que no pueden hacer este tipo de tareas por sí mismos. Y de hecho, también ha sido una liberación para muchas mujeres el recurrir al servicio doméstico para poder trabajar en una época en la que los hombres, como lo demuestran las estadísticas, no asumen todas las tareas domésticas. Son más importantes las condiciones en las que se hace y a quién pones a trabajar para hacerlo en tu lugar, pues en todo el mundo son las mismas personas las que hacen este trabajo doméstico: en un 85% son mujeres procedentes de la emigración y de clases populares.

“Incluso en los mundos de mucho dinero no hay igualdad de género en la carga doméstica”

-P: Otro elemento que llama la atención es que, aunque paguen mucho a sus sirvientes, los ricos casi siempre buscan la trampa fiscal para ahorrarse un poco de dinero. ¿Por qué las personas más ricas del mundo querrían escatimar en gastos?

-R: Es una pregunta interesante que yo me hice sobre el terreno. Los ricos quieren seguir siendo súper ricos y por tanto tienen que ahorrar, ahorrar en casi todo. Son personas que se rodean de consejeros fiscales, asesores fiscales, gestores de fortuna que optimizan el tema de los impuestos. Y puede parecer paradójico, pero es así como consiguen tener tanto dinero. Lo interesante es que en esta evitación fiscal no hay únicamente motivos económicos. Estas personas están por encima del Derecho y de las normas. No siempre están de acuerdo con lo que dice el Derecho laboral, con lo que dicen los convenios colectivos, y quieren poder hacer lo que quieran con su dinero por encima de las leyes, como pagar lo que quieran a sus criados y evitar, por ejemplo, firmar un contrato. Hay muy pocos contratos escritos en el trabajo doméstico. Son contratos verbales, aunque son pocos los que trabajan en negro. Trabajan en gris, como lo llamo yo. Parte de su salario está declarado, pero hay otra parte que se da en un sobre. Conozco, por ejemplo, a directivos de empresa que declaraban a sus trabajadores domésticos como si fueran trabajadores de su empresa. Hay muchos ajustes así para optimizar a nivel fiscal, pero también para demostrar que también dominan las reglas del Derecho y que saben evitar el Derecho.

Mansión de lujo. (Imagen Ilustrativa
Mansión de lujo. (Imagen Ilustrativa Infobae)

-P: ¿Y los trabajadores lo aceptan?

-R: Muchas veces son los propios trabajadores domésticos los que quieren trabajar en negro o en gris. Eso se ha visto en muchas investigaciones sobre las clases populares, porque a veces pueden cobrar ayudas sociales que dejarían de cobrar si declararan sus ingresos. Son cálculos a corto plazo que son propios de las clases populares: en su cálculo de supervivencia diaria, les parece más rentable tener dinero en efectivo y no declarar este dinero. Eso cuestiona todo un sistema administrativo y fiscal de ayudas sociales que también habría que cuestionar, porque es lo que hace que haya personas que se metan en situaciones en las que están muy poco protegidas. La culpa la tienen las políticas públicas, que a veces tienen efectos perversos.

-P: ¿Los sirvientes de los ultrarricos tienen conciencia de clase?

-R: Los trabajadores domésticos no tienen una conciencia de clase en sí y para sí, es decir, no se van a unir como la clase proletaria para levantarse en contra de las clases dominantes, armando sindicatos y huelgas. Por lo menos, los sirvientes a los que observé no estaban sindicados, sino que negociaban de forma muy interindividual. Piensan que sindicarse no sirve para nada y tienen miedo a que sus jefes los critiquen. Y no se equivocan, porque los patrones que conocí son bastante hostiles a los sindicatos. Sindicarse sería como romper con ese contrato moral de lealtad y de entrega a sus jefes. Así que no tenemos lucha de clases como tal. Además, los trabajadores domésticos que trabajan en una misma casa también tienen cargos diferentes y características sociales muy diferentes... Quizás haya varias clases entre los trabajadores domésticos, y eso es algo que habría que seguir estudiando.

-P: ¿Y entre los patrones, hay diferencias?

-R: Bueno, la explotación no es individual, sino que es colectiva, ni siquiera a nivel de la pareja, sino a nivel de una clase social o incluso de un Estado que lo permite. Lo que sí podemos decir es que hay una división del trabajo por géneros dentro de las parejas muy ricas. Las patronas son las que llevan la carga doméstica, es decir, sin llevar la carga física, sí que se encargan del trato con los empleados, la selección, los despidos, las negociaciones de las condiciones de trabajo, las entrevistas de trabajo, las pruebas que les hacen, los conflictos que pueda haber entre trabajadores. Es interesante porque vemos que incluso en los mundos de mucho dinero no hay igualdad de géneros en la carga doméstica. Al final los que se libran de estos temas son los hombres. Por otro lado, el tipo de opresión que realizan las mujeres se dirige muchas veces a controlar el cuerpo de las criadas: les van a decir cómo vestirse, prohibir llevar joyas, maquillarse, porque les da miedo que la criada seduzca a su marido. Puede haber celos con ciertas criadas demasiado guapas o demasiado atractivas.

-P: Ese tema de que la sirvienta pueda provocar al patrón... Parece que los ricos y los sirvientes tienen miedo de los clichés, pero al mismo tiempo los asimilan y ejecutan.

-R: Ese temor tiene que ver con representaciones que podemos tener por ficciones cinematográficas o literarias, pero también a una realidad histórica. En Europa, en su día, las criadas también hacían un servicio sexual a los patrones y a veces a sus hijos, que se iniciaban de ese modo en la sexualidad. A día de hoy, las trabajadoras domésticas se consideran todavía en muchas clases sociales y en muchos países como personas que también pueden utilizarse como prostitutas y facilitar servicios sexuales. A mí me han contado criadas que han sufrido acoso sexual o incluso violaciones por parte de sus patrones, hijos de sus patrones, o también otros criados hombres. Pero esto no es propio del trabajo doméstico, es propio de las relaciones entre hombres y mujeres. También tiene que ver con los prejuicios raciales y de clase. Las patronas tienen un discurso que es explícitamente racista hacia algunas sirvientas que definen como mujeres que, por naturaleza, seducen a los hombres, especialmente las criadas de origen asiático. Tiene que ver con el cliché de la prostituta asiática, que es un cliché que comparten algunas patronas, y con el miedo que pueden tener algunas mujeres a las relaciones extramaritales que puedan tener sus maridos.