
Hace siete años, un supuesto programa de voluntariado promovido por la página ‘Yes We Help’ prometía a los jóvenes una “experiencia única para ayudar a los más necesitados” de países como Sri Lanka, Ghana o Tailandia.
Nada más lejos de la realidad, pues cuando los voluntarios llegaban a destino, los cientos de jóvenes y adolescentes españoles en Ghana y Sri Lanka que creían que iban a pasar el verano de su vida realizando un voluntariado se encontraron en unas desastrosas —y hasta peligrosas— colonias en un país exótico.
Una de las afectadas fue Sara, que viajó en 2018 a Sri Lanka, cuando era mayor de edad por los pelos. Los pocos recuerdos que guarda de ese viaje son escasos porque para ella fue una mala experiencia. Ahora es educadora social, y cuando echa la mirada atrás hacia ese verano, se escandaliza sólo de pensar en el “poco respeto” con el que los voluntarios como ella ingresaban a las comunidades. “Yo tenía muchas ganas de hacer un voluntariado y en ese momento no tenía mucha conciencia sobre el complejo del ‘salvador blanco’ que tenemos en occidente ni de toda la mística que hay detrás de los voluntariados a nivel empresarial”, explica a Infobae España en una llamada telefónica.
Sara afirma que “eso no era una ONG”: le pidieron unos 600 euros que cubrían sólo el alojamiento y las comidas, y tanto los vuelos como los transportes y las vacunas tenían que salir de su bolsillo. ”Tenías que ver el alojamiento... Estábamos 40 personas, repartidos en una casa. ¡Teníamos dos baños para todos!“, exclama.
Como recogió ElDiario.es en 2018, lo que en realidad realizaban los jóvenes de ‘Yes We Help’ no era un voluntariado, sino turismo solidario, una práctica que, apuntaban desde la Coordinadora de ONG para el Desarrollo, lejos de ayudar a las comunidades de los países en los que se lleva a cabo, se sirve de la buena voluntad de las personas para realizar un turismo que “instrumentaliza, cosifica y perjudica a la población local”.
El turismo solidario o “volunturismo”, como también se denomina, va asociado a la palabra ‘vacaciones’. La gente busca una experiencia solidaria, un tipo diferente de vacaciones. “Se hace pensando en cómo se contará al resto de personas, para enseñar lo buenos que somos y el bien que estamos haciendo (supuestamente) a las vidas de estos niños negros”, defendía en 2018 Youssef M. Ouled, activista de SOS Racismo Madrid, al medio español.
Voluntarios menores de edad y monitores que no llegaban a los 30
La ahora educadora social no da crédito al pensar que muchos de los voluntarios eran menores de edad y “no tenían conciencia de lo que estaban haciendo”. Incluso los monitores eran muy jóvenes, “yo creo que no llegaban ni a los 30″ años, dice.
“No teníamos nada de información. Yo llegué a Sri Lanka después de una escala de 10 horas en Dubái, nadie me recibió en el aeropuerto y tuve que pagarme yo el taxi de cuatro horas hasta el pueblo” donde pasaría los próximos 28 días.

A ella la asignaron como profesora de un colegio, y cuenta que cuando le tocaba dar clase, junto con otras voluntarias, “echaban (los monitores de ‘Yes We Help’) a las locales de la clase para que nos encargásemos nosotras de todo”.
‘Postureo’ e <i>influencers</i>
Mientras busca por su correo personal los mails en los que le confirmaron el viaje y los visados que tuvo que sacar, admite que en ese momento “estaba muy ilusionada”, y narra cómo fue para ella la actitud de ciertos voluntarios que “no mostraron ningún respeto” ante las comunidades locales.
“¿Tú piensas la locura que es meterte en un colegio con niños que nunca han visto una persona blanca? Había chicas españolas que iban con faldas o shorts y poniendo música en altavoces”, añade Sara, que recuerda que durante todo el viaje estaban siendo más intrusivos que colaboradores.
De hecho, todo el revuelo de la denuncia a la empresa nació de un grupo de influencers que tuvieron que volver a España antes de tiempo y escoltados por la policía de Ghana. Y es que, un día, tres hombres armados irrumpieron en la residencia y amenazaron a los jóvenes.
La embajada española en Ghana intervino y junto a la policía del país montó un operativo para escoltar desde la residencia en Winneba hasta el aeropuerto a los jóvenes que querían marcharse.
Una de las razones por las que Sara no mantiene un buen recuerdo de su viaje a Sri Lanka es porque muchas de las españolas, la mayoría madrileñas y catalanas, eran creadoras de contenido: “Iban más a sacarse fotos que a ayudar”.
Incluso recuerda que, muchas veces, cuando tenían que quedarse para preparar las clases de los niños para el día siguiente, se quedaba sola porque las demás chicas se iban a la playa “a tomar el sol y hacer fotos”.
El CEO, al banquillo
Por todo ello, el entonces jefe y fundador de la empresa, Yago Zarroca, se enfrenta a una condena de dos años de cárcel y a una multa de 2.700 euros. Está acusado de timar y desatender a los adolescentes que viajaban a estos países. Además, en concepto de responsabilidad civil, tendrá que indemnizar a cada uno de los 99 afectados con la cantidad defraudada. Importes que, en cada uno de los casos, oscilan entre los 400 y los 3.000 euros, ascendiendo a un total de 164.000 euros, que es lo que reclaman entre el conjunto de víctimas.

Según ha indicado el Ministerio público, Zarroca y otros dos integrantes de ‘Yes We Help’ publicaban a través de Instagram que durante el verano del año anterior a los hechos denunciados (2017) ya habían organizado proyectos de voluntariado, y que habían tenido supuestos “buenos resultados”. Incluso, sostiene la acusación, personas contratadas por ellos se ponían en contacto, vía telefónica, con las futuras víctimas, haciéndoles creer que habían participado en dichos proyectos, “a fin de convencerles y darles tranquilidad”.
Pero no había ni monitores, ni organizadores con experiencia, ni proyectos de ayuda humanitaria. Todo era una estafa dirigida a robarles el dinero a jóvenes, o más bien, a sus padres, que buscaban un cambio de aires para ayudar a dar clase a niños pobres o a construir escuelas.
En general, los embaucados eran jóvenes de buenas familias. De hecho, el caso alcanzó un alboroto mediático insólito porque entre ellos se encontraba Tana Rivera, nieta de la duquesa de Alba e hija de Eugenia Martínez de Irujo y Francisco Rivera Ordóñez.
Ninguno de ellos realizó voluntariado real, ya que no existían acuerdos con entidades o asociaciones locales, ni los jóvenes habían obtenido el certificado de antecedentes penales requerido para trabajar con menores, como sucedía en el proyecto destinado a ayudar en orfanatos.
Con el dinero recaudado de la estafa, Zarroca no sólo se ha pagado viajes y toda clase de lujos, sino a los propios abogados para defenderse inicialmente en el caso. El empresario contrató en 2018 a uno de los mejores despachos de Barcelona: el de Pau Molins, a quien supuestamente también acabó debiendo dinero. El juicio ha empezado este martes y se espera que dure hasta mediados de marzo.
“Tú no puedes mandar a menores de 18 años a un proyecto de semejantes dimensiones a otro lugar del mundo, no puedes”, concluye Sara, apenada porque “pudo haber sido una experiencia increíble”, pero no lo fue por razones que se escaparon de su control.