
Tras casi cuatro meses de resistencia, los algo más de 6.000 hombres leales a Carlos V (Carlos I de España) decidieron poner fin a su atrincheramiento detrás de los muros de Pavía, ciudad italiana próxima a Milán que 30.000 soldados franceses, liderados por el mismísimo rey Francisco I, mantenían sitiada desde el otoño. Las fuerzas del emperador, al mando de Antonio de Leiva, se habían visto reforzadas por la llegada de más hombres provenientes de distintos puntos del Imperio del monarca español y estaban dispuestas a propinar a los galos una de sus mayores derrotas militares. Era el 24 de febrero de 1525, día en que el rey de Francia se convirtió en prisionero de España.
Tras ser destruida la caballería gala, la más temida de la época, por el ataque combinado de los jinetes hispano-imperiales y los decisivos arcabuceros españoles, a Francisco I no le quedó más remedio que emprender la retirada. Sin embargo, cuando el monarca huía a lomos de su caballo y sin la compañía de su guardia, fue alcanzado por tres hombres de armas del ejército de Carlos V: el vasco Juan de Urbieta, el granadino Diego de Ávila y el ferrolano Alonso Pita da Veiga.
“Lo rodean, le matan al caballo, lo derriban a tierra y lo toman prisionero”, detalla a Infobae España el capitán de corbeta Joaquín Pita da Veiga, antepasado de uno de los captores del rey francés. “...Y estando el Rey en tierra caydo so el caballo le alçamos la vista y él dixo que era el Rey, que no le matásemos...”, relató Pita da Veiga en su crónica sobre lo sucedido en la batalla. “Por lo visto llegan muchos soldados con ánimo de matarlo, pero ellos le protegen”, afirma su descendiente.
“Ellos sabían que el rey estaba en el bando enemigo, mandando las fuerzas francesas, por lo que era una presa que todos codiciaban”, explica, cinco siglos después, el comandante Pita da Veiga. De acuerdo a lo que relató su ancestro en su propia crónica, él pudo dar caza a Francisco I tras obtener la información sobre su paradero de un noble francés, quien se la proporcionó a cambio de que le perdonase la vida. “El rey iba vestido con todos sus emblemas: la salamandra, las flores de lis... sería fácilmente identificable”, sostiene el Pita da Veiga de nuestro tiempo.
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Un escudo de armas como legado
El gallego, de acuerdo a su propio relato, cogió a Francisco I de la manopla izquierda de su arnés y tomó una banda de brocado, que su majestad traía sobre las armas, con cuatro cruces de tela de plata y un crucifijo de la Veracruz. Cuatro años después de la hazaña, todos esos elementos quedarían reflejados en el escudo de armas otorgado a él y sus descendientes por el propio Carlos V. “Se ha ido heredando generación tras generación y nos ha permitido conservar la memoria de nuestro antepasado”, destaca Pita da Veiga del otro lado del teléfono, en la víspera de volar a Pavía para participar del homenaje que la ciudad ha preparado en memoria de los héroes de aquella gesta.
“Esta victoria aplastante sobre el que hasta entonces se consideraba el ejército más poderoso fue decisiva para que Carlos V fuera respetado en toda Europa. Además, con el añadido de la gran humillación que fue la captura de su rey”, afirma el comandante. En este sentido, Pita da Veiga señala que el éxito en Pavía supuso el fin de la hegemonía francesa, que a lo largo de los siguientes 100 años “no dejará de perder” ante España. “Desde entonces la familia siempre ha tenido miembros en el Ejército y, desde el siglo XVIII, en la Armada”, se enorgullece el comandante, quien pertenece a la 13º generación de militares españoles que portan su apellido.
Francisco I fue prisionero de Carlos V durante prácticamente un año e incluso llegó a estar retenido en Madrid, primero en la Torre de los Lujanes, que todavía hoy flanquea la plaza de la Villa, y más tarde en el desaparecido alcázar que se erguía donde hoy se halla el Palacio Real. No fue hasta enero de 1526, después de renunciar a sus derechos en el Milanesado, Nápoles, Flandes, Artois y Borgoña, que el monarca fue liberado. El francés no era hombre de palabra y poco tardó en volver a guerrear contra España una vez en libertad. Su espada, sin embargo, permanecería en la capital española hasta 1808, año en el que fue recuperada por el ejército de Napoleón Bonaparte. Pero esa ya es otra historia.