La masacre de Casas Viejas: los 26 asesinatos que cambiaron la historia de España en un pueblo que ya ha dejado atrás el “estigma”

La violenta represión de la revuelta ocurrida en 1933 fue utilizada como un símbolo contra la Segunda República y se convirtió en una ‘mancha’ para un pueblo cuyos ciudadanos reviven los hechos como parte de su identidad

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Forenses y periodistas en Casas
Forenses y periodistas en Casas Viejas, en 1933.

“Al olor de maderas quemadas sucedió el de la carne”. Con estas palabras describía el periodista y escritor Ramón J. Sender lo que se encontró nada más llegar a Casas Viejas, el pueblo gaditano en el que 26 personas acababan de ser asesinadas. Este suceso se convirtió rápidamente en un escándalo político que desestabilizaría seriamente al primer Gobierno de la Segunda República, y que constituiría también parte de esa “leyenda negra” republicana.

El 10 de enero de 1933, un grupo de campesinos afiliados al sindicato anarquista CNT iniciaron una revuelta en el pueblo. Se trataba de una acción coordinada por el sindicato, puesta en marcha en Barcelona y extendida a diferentes zonas de España. “En Jerez, centro del sindicalismo campesino, se decidió que la noche del martes 10 los pueblos vecinos, entre los que se encontraba Casas Viejas, declarasen la huelga general revolucionaria”, explican desde el Espacio Conmemorativo Casas Viejas.

La precariedad de los ciudadanos de este pueblo no era poca: “Era una aldea aislada, levantada en forma de chozas, en la que el hambre y la miseria afectaban a buena parte de la población”. Por la mañana, varios hombres salieron con armas de fuego y rodearon el cuartel de la Guardia Civil, lugar en el que se encontraban tres agentes y un sargento, para comenzar un tiroteo en el que dos miembros de la benemérita resultaron heridos.

Esta trifulca resultó en que las autoridades de la región enviaran a más agentes, al mismo tiempo que el Gobierno mandaba a la Guardia de Asalto —la policía republicana— con más de 100 hombres capitaneados por Manuel Rojas Feigenspán. Todos ellos, tras matar a tiros a un vecino del pueblo, acabaron abriendo fuego con rifles y ametralladoras contra la choza de Seisdedos, un carbonero y cenetista de 72 años que se había refugiado en su casa junto a su familia y otros hombres armados que procuraban ayudarles.

Choza de un campesino de
Choza de un campesino de Casas Viejas.

Rojas ordenó, también, que prendieran fuego a la choza y que abrieran fuego a todo aquel que saliera de la casa, lo que resultó en la muerte de ocho personas: el propio Seisdedos, sus dos hijos, su nuera y su yerno, además de otras dos que habían intentado escapar del fuego y habían sido disparadas. Solo sobrevivió la nieta de la familia: María Silva Cruz, conocida como La Libertaria, si bien sería ejecutada por militares del bando nacional en 1936 durante la Guerra Civil.

Volviendo a Casas Viejas, una vez sofocado el incendio, Rojas ordenó buscar a los principales militantes del pueblo. Si no los encontraban, cogían a sus familiares y hacían exactamente lo mismo: enseñarles no solo la choza quemada, sino también el cadáver de un guardia que había fallecido. Acto seguido, los fusilaron a todos.

El “estigma” que ya ha dejado de serlo

“Casas Viejas tuvo una repercusión para el pueblo”, señala a su vez José Luis Gutiérrez Molina, historiador y miembro del grupo de investigación de Historia Actual de la Universidad de Cádiz. Más allá de las 26 personas asesinadas, destaca cómo el acontecimiento “supuso un golpe para la comunidad de Casas Viejas y se convirtió en una rémora, como si fuera un estigma”, un mal —el anarquismo— que había triunfado en su pueblo como síntoma de una República de comunistas, tal y como se difundiría ya durante la dictadura.

Así, durante los años posteriores, estos hechos se vivieron con vergüenza, hasta el punto de que el pueblo cambió de nombre y pasó a denominarse Benalup de Sidonia, en referencia a una torre que atestiguaba el paso de los árabes por la zona, cercana al actual casco urbano del pueblo. No fue hasta finales del siglo XX cuando esto cambió. “Los profesores del instituto del pueblo —Salustiano Gutiérrez, José Benítez, Pepe Capita y otros— hicieron una tarea didáctica y explicativa con sus alumnos de lo que significó Casas Viejas, tanto históricamente como para el propio pueblo”.

Recreación de los Sucesos de
Recreación de los Sucesos de Casas Viejas realizadas por los vecinos del pueblo. (Ayuntamiento de Benalup-Casas Viejas)

Fue gracias a este trabajo de recuperación que la percepción cambió. Casas Viejas dejó de verse como un motín ocurrido en un “pueblo primitivo” que había que reprimir, y pasó a considerarse como la “expresión de un pueblo cuyos ciudadanos tenían una idea de una sociedad diferente”. La insurrección que allí tuvo lugar buscaba la proclamación del “comunismo libertario”, es decir, una vida en comunidad mucho más solidaria que la miserable vida a la que se veían sometidos los campesinos en Andalucía. “No eran los malos de la película”.

Desde entonces, el pueblo realiza de vez en cuando diferentes charlas y actividades. La más representativa de esta ‘liberación’ es la recreación de los hechos llevada a cabo por los propios vecinos. “Una recreación que está hecha para ellos, que no tiene un sentido turístico, ni quiere atraer visitantes ni cobrar dinero”.

Prueba de ello es que no se realiza periódicamente, sino solo “cuando a los vecinos de Casas Viejas les apetece”. Este 2025 sí que se pudo presenciar, tal y como se anunció por parte de un Ayuntamiento que también es responsable del Espacio Conmemorativo Casas Viejas, un edificio que, según indican en su página web, “quiere ser un recuerdo permanente, un lugar de encuentro con un trozo de nuestra historia, y un homenaje que contribuya a restituir la Dignidad y la Justicia histórica de las personas masacradas y de sus familias”.

Recreación de los Sucesos de
Recreación de los Sucesos de Casas Viejas realizadas por los vecinos del pueblo. (Ayuntamiento de Benalup-Casas Viejas)

Convertido en propaganda política

Hubo más matanzas aparte de Casas Viejas. En 1932, 11 personas fueron asesinadas a tiros por la Guardia Civil en Arnedo, un pueblo de La Rioja; en Yeste, en 1936, morían otras 17 por la actuación de este mismo cuerpo. “Sin embargo”, reflexiona José Luis, “no han pasado ni siquiera a la historia o al recuerdo de la construcción de la historia social española”.

Los sucesos de Casas Viejas, en cambio, “fueron utilizados durante el franquismo a escala nacional para la propia propaganda franquista de desprestigio de la Segunda República”, señala José Luis. Al mismo tiempo, también eran empleados por los exiliados, ya fueran socialistas, anarquistas, comunistas o simplemente republicanos. “Casas Viejas era un hecho bastante incómodo para todo el mundo y todo lo que ocurrió entre el 33 hasta las elecciones en las que la derecha llega al poder en noviembre”. En esas elecciones, el rumbo de lo que debía ser la Segunda República cambió por completo.

Y es que, en cuanto se conoció lo que había ocurrido en ese pueblo de Cádiz, los hechos no tardaron en ser utilizados como arma arrojadiza por parte de aquellos contrarios a la República y al gobierno de Manuel Azaña, sobre todo con el testimonio del propio Rojas que, en contra de lo que la comisión investigadora había concluido, aseguró que había sido el propio Gobierno de Azaña el que había ordenado la dura represión con aquella famosa frase: “Ni heridos ni prisioneros. Los tiros, a la barriga”.

El principio del fin

A tal punto llegó la indignación por la llamada masacre de Casas Viejas, que un mes después, un 24 de febrero de 1933, el Gobierno republicano de Manuel Azaña se sometería a una moción de confianza tras las fuertes críticas recibidas por la dura represión de la revuelta. Una comisión investigadora elaboró un informe en el que aclaraba que el Ejecutivo no había tenido ninguna responsabilidad. A pesar de eso, para muchos expertos, Casas Viejas se convirtió en el principio del fin de la Segunda República.

Agentes de la Guardia Civil
Agentes de la Guardia Civil en una choza de Casas Viejas.

Sin embargo, la insurrección en ese pueblo de Cádiz no había sido un hecho aislado, sino que se había dado en más puntos del territorio nacional como una acción conjunta organizada por la CNT. Solo allí tuvo lugar, en cambio, una represión de estas características, a pesar de que otro militar, Bartolomé Barba Hernández —quien ya conspiraba como uno de los fundadores de la Unión Militar Española para tumbar la Segunda República—, corroborara esta afirmación.

La localidad de Belchite refleja el sufrimiento y la supervivencia de la Guerra Civil

Rojas fue condenado a 21 años de cárcel tras ser culpado de 14 homicidios. Sin embargo, apenas pasaría solo dos, puesto que tras el golpe de Estado del 36 sería liberado y se uniría al bando nacional en Granada. Una vez allí, participaría en la represión contra la ciudad, y protagonizó algunos episodios como un asalto a la casa de verano de la familia de Federico García Lorca, quien moriría poco más de una semana después.

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