Se cumplen 44 años del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Una sublevación militar que puso en riesgo la consolidación de la democracia en España, apenas unos años después de la muerte de Franco, y cuyo fracaso reforzó la voluntad de los españoles de dejar atrás el autoritarismo del Régimen.
El 23-F se ha erigido, desde entonces, como un símbolo de la llamada Transición. Sobre ese día se han escrito reportajes, realizado investigaciones e incluso emitido falsos documentales, como Operación Palace del Salvados de Jordi Évole. También se han escrito novelas, en los que esa tarde del lunes sería el escenario de todo tipo de historias... hasta de romances como el que acontece en Los besos en el pan, de Almudena Grandes:
El 23 de febrero de 1981, ella tiene veinte años y no ha acabado la carrera. Roberto ya ha empezado a trabajar en un periódico, pero está haciendo el doctorado y sigue siendo el responsable de su partido en la facultad... En aquella época se llevan tan mal como pueden llevarse dos izquierdistas españoles que militan en sectores opuestos del mismo partido, o sea, peor imposible. Eso es precisamente lo que les acaba uniendo aquella tarde
Quienes no se agacharon en aquel “instante” inolvidable
Sin embargo, lo más recordado del 23-F son las imágenes de un Congreso de los Diputados lleno de guardias civiles liderados por el teniente coronel Antonio Tejero. “¡Quieto todo el mundo!”, gritaba, y al son de los disparos todos se agachaban al suelo. Todos excepto tres personas: el por aquel entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez; el líder del partido comunista, Santiago Carrillo; y el vicepresidente del Gobierno para Asuntos de la Defensa, el general Manuel Gútierrez Mellado.
El teniente coronel (Tejero) no ha conseguido tirar al suelo al general Gutiérrez Mellado, que se ha mantenido en pie agarrándose con todas sus fuerzas al apoyabrazos de su escaño. Ahora lo rodean el teniente coronel y tres guardias civiles, apuntándolo con sus armas, y el presidente Suárez, a apenas un metro del general, se incorpora en su escaño y se acerca a él
Este último es un personaje especialmente llamativo, y quizá menos recordado que los otros dos políticos que tampoco se quedaron agachados en el Congreso aquella tarde. Sin embargo, tal y como escribe el novelista Javier Cercas en Anatomía de un instante, se trataba de un hombre que “cuarenta y cinco años atrás había sido un oficial rebelde que había apoyado un golpe militar contra un sistema político fundamentalmente idéntico al que él representaba ahora en el gobierno”.
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En efecto, Gutiérrez Mellado, quien ya en 1935 se había afiliado a la Falange Española, participó activamente en el golpe de Estado de 1936, cuyo fracaso propició la Guerra Civil y el posterior régimen franquista. Por su rebelión en Campamento, uno de los barrios del distrito de La Latina en Madrid, fue finalmente encarcelado, si bien fue absuelto después de que dos testigos aseguraran que él no había participado en el golpe al encontrarse enfermo.
Tal y como informa la Real Academia de Historia (RAH), se incorporó al “Servicio de Información y Policía Militar (SIMP) del bando nacional, en calidad de agente clandestino”. Como espía, evacuó a un centenar de oficiales y aportó documentos “de extraordinaria importancia” sobre “el despliegue, capacidad combativa, armamento y logística del Ejército Popular de la República”. No abandonó Madrid hasta el 8 de octubre de 1938, y en diciembre fue ascendido a capitán.
Militar y político, en la dictadura y en la democracia
A partir de la victoria del bando franquista, Gutiérrez Mellado continuó con una destacada carrera al servicio del Régimen. No tardó mucho en ascender a comandante, y durante la Segunda Guerra Mundial era uno de los responsables de decidir si los extranjeros que huían a España a través de los Pirineos podían entrar o no en el país. Trabajó, más adelante, como gerente para varias empresas, así como de profesor de otros oficiales y suboficiales.
Para cuando Franco falleció, ya ostentaba el cargo de comandante general y ejercía como delegado del Gobierno en Ceuta, y su nombre fue de dominio público en 1976 cuando, en un discurso de toma de posesión como capitán general, fue uno de los principales militares en comprometerse con la idea de un Estado democrático y de derecho. “No olvidemos nunca que el Ejército, por muy sagradas que sean sus misiones, está no para mandar, sino para servir”, pronunció entonces. A raíz de estas y otras declaraciones, tal y como recuerda Cercas, en septiembre de 1976 “el general Gutiérrez Mellado era uno de los militares más respetados por sus compañeros de armas; solo unos meses más tarde era el más odiado”.
Durante los próximos años, también recibiría muchas críticas como político, especialmente por ser responsabilizado de los numerosos atentados contra militares propiciados por el terrorismo, principalmente de ETA. El coronel e historiador Fernando Puell de la Villa lo explica en el libro que publicó 25 años después de la muerte del general, Gutiérrez Mellado y su tiempo. En esta obra, destaca su papel en la instauración de la democracia “impidiendo que sectores militares la cortocircuitaran, interfiriendo en la misma con su decimonónica tradición de tutelar la sociedad, y emprendiendo una modernización sin igual del Ejército haciéndolo homologable al de cualquier país europeo”.
Gutiérrez Mellado fue, durante los últimos años del Régimen, una de las pocas voces que había abogado a favor de una profunda reforma de las estructuras militares. Fue, ya en la Transición, el responsable de la creación del Ministerio de Defensa y de la reforma de los Consejos Superiores de los Ejércitos, además de tocar otros pilares como la financiación o la creación de una Junta de Jefes de Estado Mayor (JUJEM).
A pesar de estos méritos, las fuertes críticas que recibía desde los sectores más reaccionarios habían ido minando su reputación. Su cese, para 1980, era un rumor bastante comentado, especialmente tras el nombramiento del civil Agustín Rodríguez Sahagún como ministro de Defensa en 1979. “Afortunadamente”, indicen desde la RAH, “el presidente le mantuvo en su puesto en las crisis de mayo y septiembre de 1980, haciendo caso omiso a cuantos insistían sobre la improcedencia de mantener una vicepresidencia militar”.
Una figura que no dejó de ser controvertida hasta su muerte
Gutiérrez Mellado seguía siendo una de las principales figuras políticas para 1981, y se convirtió en una de las más recordadas de aquel 23-F. Fue, de hecho, su último servicio ‘oficial’ para la democracia, pues al día siguiente comunicó al presidente Calvo Sotelo su decisión de abandonar la política, que no se cumplió del todo debido a su posterior nombramiento, ya con Felipe González en el Gobierno, como consejero permanente del Consejo de Estado. Por otra parte, en 1986 también fundaría la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, actualmente conocida como la Fundación FAD Juventud.
No estaba preparado para la política; aunque la reforma militar que impulsó desde el gobierno supuso la modernización de un ejército envejecido, menesteroso, arcaico, sobredimensionado y poco operativo, la reforma política, la intransigencia de sus compañeros y sus propios errores acabaron ocultándola
Gutiérrez Mellado fue, hasta el momento de su muerte, una figura muy discutida al mismo tiempo que aplaudida. El consenso sobre su enorme contribución a la democracia se alcanzó, como es habitual para este tipo de figuras, en el momento de su fallecimiento, cuando ya quedó en la memoria de los españoles como un militar “al servicio de la paz”. Sin embargo, tal agradecimiento no enterró nunca el hecho de que participara en el golpe de 1936, del que, como afirma Cercas en su libro, “jamás se arrepintió en público”. “Jamás hubiese admitido que el régimen político contra el que se insubordinó en su juventud era fundamentalmente idéntico al que había contribuido a crear en su vejez y ahora representaba”.