
Lo bueno del oro es que, pase lo que pase, siempre habrá la misma cantidad. Como es un material de existencias limitadas, su valor no puede verse influenciado por todo eso de la inflación y demás abstracciones y principios en los que se basa la economía mundial. Es por esto que, durante mucho tiempo, fue utilizado a modo de “respaldo” por muchos países, que empleaban su oro acumulado como una especie de puntaje de crédito, en tanto que hacía las veces de garantía para sus relaciones comerciales: si todo lo demás fallaba, siempre quedaría el oro.
A día de hoy, aunque ya no se utiliza como referencia de cambio, sigue teniendo valor. De hecho, este jueves 20 de febrero alcanzó su máximo histórico, de 2.971,74 dólares por onza (91 euros el gramo, aproximadamente). Aunque lo del patrón oro (basar el valor de las divisas en el oro) dejó de tener vigencia en el año 1971 (cuando el entonces presidente de los Estados Unidos Richard Nixon puso fin a la convertibilidad de los dólares estadounidenses en oro), el material sigue siendo un metal precioso con una gran variedad de usos. Desde lo más —aparentemente— inútil como cubrir una hamburguesa de dorado hasta la electrónica, ya que, por su conductividad excepcional, se utiliza muy frecuentemente en los contactos y conectores de los circuitos eléctricos.
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Encuentran 200.000 euros en oro
Recientemente —el 18 de febrero— tres empleados de una empresa de demolición (Enzo Thomasseau, Bertrand Glamer y Alexandre Beaussier) se encontraban limpiando el segundo sótano de una antigua sucursal del banco Caisse d’Épargne situada en Angers (Maine-et-Loire, Francia) cuando, en el interior de un armario, descubrieron dos lingotes de oro de 995 gramos cada uno.
“He demolido tantos cofres que ya ni miro lo que hay dentro”, ha asegurado Bertrand Glameau, uno de los trabajadores, a los medios franceses. Aunque lleva 30 años en el negocio, nunca se había encontrado un tesoro así: “Lo hemos buscado en internet”, informó al medio francés Ouest France: “En total siguen valiendo 200.000 euros”.
Seguramente en ese momento empezarían a sopesar sus posibilidades a toda velocidad, considerando, en términos generales, si quedárselos y hacer como si nada —nadie los había echado en falta, al final— o si devolverlos, por evitarse problemas.
Realmente, entre encontrar oro y venderlo, lo difícil es que alguien lo compre. Sobre todo si, como es el caso, se trata de lingotes serializados, y teniendo en cuenta que, en puntos de venta legítimos, como mínimo pedirán el DNI. Quedaría constancia, entonces, tanto de que el lingote no es propiedad de uno como de quién ha venido a venderlo, lo que puede acarrear una serie de problemas a posteriori. Otra cosa es que se conozca a alguien que lo compre sin hacer preguntas para fundirlo o pasarle una lima —recogiendo todo el polvillo que desprenda, idealmente, aunque sea por echárselo a un tomahawk—, pero lo dicho: lo más difícil siempre será venderlo.
Los trabajadores llegarían a esta misma conclusión, muy a su pesar, y es que uno de ellos decidió traérselos a casa, dejándolos “en la cocina por la noche. No quería dejarlos en el camión. Nos hicimos fotos con los colegas y se las mostré a mi esposa”. Pero a la mañana siguiente los llevó a comisaría para devolverlos. Allí, los agentes le explicaron que los dos lingotes debían haber sido olvidados cuando la sucursal bancaria se trasladó, y que ahora tendrán que ser devueltos a sus propietarios. Y, además, tampoco recibirán ninguna compensación económica. Con lo fácil que habría sido limarlos.