Cuando uno camina por el área de los campos de concentración de Auschwitz, en la entrada del museo puede encontrarse con un árbol que no es de allí. Se trata de un joven roble que aún sigue creciendo, y cuyo predecesor puede encontrarse en la plaza de un pueblo español: Guernica. No es el único, hay también otro proveniente del campo de concentración de Dachau, otro de Hiroshima y un cuarto de Kiev.
Enrique de Villamor, presidente del Instituto Nacional Auschwitz Birkenau en España (INABE), ha estado presente en varios de esos actos. Describe esa zona como un “parque de reconciliación de las naciones”, un “parque de la paz”, donde se han plantado árboles de otros lugares que guardan, como Auschwitz, una historia sobre la que reflexionar.
Porque, para el también fundador y presidente de la Asociación Pro Tradición y Cultura Europea (APTCE), la historia no parece algo que se deba saber, o mejor dicho creer. Durante décadas, ha estado realizando con la asociación diferentes actividades con alumnos de secundaria, bachillerato y universidades: más de 7.500 jóvenes en España le han escuchado contar esa historia de la que deben desconfiar. La historia de un lugar en Polonia en el que, cada día, 15.000 personas eran asesinadas por el mero hecho de pertenecer a una raza, a una ideología o a una religión.
En ese programa educativo, trabajado también desde el Instituto Auschwitz y una cátedra de Derechos Humanos y Cultura Democrática del Instituto en la Universidad de Burgos (a la que se añade otra de Derechos Humanos y Cultura Democrática), acostumbra a usar siempre una fórmula para mostrarles la importancia tanto de reflexionar como de tener pensamiento crítico: “No creáis una sola palabra de lo que he dicho, pero quedaros con que aquello que os he dicho os ha podido provocar la necesidad de contrastarlo”.
El fin del terror
Reflexionar, investigar, analizar, concluir y al mismo tiempo criticar. Han pasado 80 años desde que el Ejército Rojo de la Unión Soviética liberó a los 7.600 prisioneros que quedaban en Auschwitz, un complejo de casi dos kilómetros cuadrados en el que había diferentes campos de concentración -hasta 48, contando los satélites-. Por ese lugar, construido menos de cinco años antes, habían pasado 1,3 millones de personas deportadas. Más de un millón no volvieron a salir.
“Empieza como campo de concentración para presos políticos polacos”, explica Enrique de Villamor. “Luego se va ampliando la población presa”. Llegaron los soviéticos y también los judíos, que comenzarían a ser exterminados desde que a finales de febrero de 1942, el Tercer Reich decidiera implementar la llamada Solución Final: el genocidio de la población judía, puesto en práctica por primera vez en Auschwitz. “La muerte en formato industrial”, resume.
Cada día, miles de personas eran introducidas en cámaras de gas y más adelante incineradas. “Estamos hablando de que la capacidad a la que pudo llegar Auschwitz tuvo picos de hasta 90.000 personas”, explica el cónsul. “Tenía una capacidad de hasta 220.000 personas, pero 90.000 desaparecían en una semana”.
La voz de una superviviente
En el octagésimo aniversario de la liberación del campo, se ha publicado por primera vez en España el testimonio de una de las supervivientes del campo que más hizo para que se conociera lo que allí se hizo. Simone Veil, quien más adelante sería ministra de Sanidad de Francia -bajo su mandato se despenalizó el aborto en ese país-, y primera presidenta del Parlamento Europeo.
En 2006, Veil explicaría frente a una cámara toda su historia, ahora escrita en Solo la esperanza calma el dolor (Lumen). Cómo, con 16 años, fue llevada a Auschwitz con su madre y su hermana, donde estaría nueve meses. “La verdadera cuestión es la dignidad”, reflexiona cuando recuerda cómo fue vivir allí. “Porque en el campo reinaba esa voluntad de humillación. Es la sensación que tuvimos todos, creo. Teníamos hambre, teníamos sed, teníamos frío, un frío horrible, teníamos sueño”.
Los recuerdos de Veil plantean, 80 años después, una cuestión inevitable. Dentro de poco tiempo, ningún preso podrá compartir su experiencia ni recordar al mundo lo que ocurrió. “Los supervivientes han tenido un papel importantísimo en lo que significa Auschwitz como tal”, incide Enrique de Villamor, que a continuación señala cómo la mayoría de los campos de concentración que hubo en la Segunda Guerra Mundial han desaparecido. “Fueron los primeros guías, lanzaron un grito de conciencia, de decir ‘esto no se puede olvidar, esto hay que conservarlo’. “Esa necesidad, ese grito de ayuda, de querer conservar too aquello para la memoria, porque había que explicar lo que había ocurrido allí”.
Veil habla frente a la cámara y cuenta las detenciones en la ciudad en la que creció, su traslado, la vida en el campo, su salida, cómo perdió a su madre en el campo, cómo no supo que su hermano y su padre habían sido asesinados. Hablan, también, los hijos de Veil cuando su madre ya ha fallecido, y dejan una reflexión sobre qué ocurre cuando ya no queda nadie que haya vivido uno de los acontecimientos más traumáticos de la historia de Europa: “Ahora los últimos testigos desaparecen, y la Shoah (término hebreo que se utiliza para referirse al Holocausto y que significa catástrofe) se convierte en un tema de historia más que de memoria”.
“No es lo mismo lo que puede contar una persona que ha oído algo, por muy especialista del tema que sea, que algo que ha vivido una persona”, reconoce Enrique. Por su trabajo, no obstante, ha tenido la oportunidad de conocer en las últimas décadas a varios supervivientes y comprobar el poder de sus palabras. “El poder escuchar a esas personas, sentir esas palabras, se siente realmente con una profundidad que transforma”. La fuerza de sus recuerdos ha erigido varias instituciones, como el Instituto Auschwitz Birkenau, que velarán para que, pese al paso del tiempo, Europa recuerde qué ocurrió: “Estaremos repitiendo todo aquello que absorbimos, que hemos vivido como testigos directos de esas voces vivas”.
Banalizar el pasado
Cuando ya no quedan testigos directos, cuando ya no hay nadie que haya vivido unos hechos, la Historia se convierte en algo que hay que preservar. Pero en ese acto de conservar lo que ocurrió, su importancia puede quedar relegada a los folletos de museo, los flashes de las cámaras y las explicaciones de los guías turísticos. “Son lugares importantes en los que hay mensajes con una profundidad enorme y que son fundamentales para saber y poder construir desde el presente hacia el futuro”, reflexiona el presidente del INABE. “No se puede tratar de agencias y touroperadores que organizan viajes, incluyendo un paquete como si fuese eso una especie de oferta o recurso adicional complementario. Me parece una aberración”.
Este tema lo aborda una película que se encuentra actualmente en cines en España. A Real Pain, dirigida y coprotagonizada por Jesse Eisenberg. Él y Kieran Culkin encarnan a dos primos que visitan Polonia para hacer una serie de visitas por una ciudad de Polonia en la que su abuela, judía, se crio. Visitan monumentos, visitan campos de concentración, visitan cementerios, pero en todo momento se plantea hasta qué punto esa clase de actividades pueden crear una conexión real con los hechos: si hay o no un aprendizaje verdadero.
Con todo, Enrique de Villamor se siente seguro frente a ese reto. “Tanto desde el museo como desde cantidad de organizaciones e instituciones educativas se trabaja mucho”, afirma. “Hay muchos lugares de memoria con los que trabajamos con ese respeto”. Por ello, insiste en la idea de que, antes de visitar Auschwitz o cualquier espacio similar, hay que prepararse bien e informarse previamente. “Hay que saber, cuando se llega allí, a dónde se llega, para poder aprovecharlo todo, todo lo que te ofrece ese lugar de memoria”.
El peligro de las ideas
Para acercar ese lugar de memoria, el INABE ha trasladado hasta España la exposición Campo de la Muerte Nazi Alemán KL Auschwitz, que se inaugurará este lunes en el Centro Cultural San Clemente de la ciudad de Toledo. Es un paso más en la larga trayectoria de una institución que, durante décadas, ha buscado dar a conocer en toda Europa esa parte de la historia. El Instituto lanzó en 2018 la Red de la Diplomacia de la Memoria, de la que Enrique de Villamor fue nombrado Cónsul del Lugar de la memoria de Auschwitzh Birkenau para España para poder abrir una sede en España.
Desde la primera vez que pisó el campo, ha ido ya más de cien veces. Cada vez que se encuentra allí, asegura que estar en Auschwitz tiene el poder de que empiece “a aflorar todo aquello que normalmente no pensamos, todas esas reflexiones importantes”. Unas reflexiones que luego trata de transmitir a los jóvenes.”Ya no solo les relatas una narrativa de datos históricos, al final a lo que vamos a allí es a hablar de valores, a hablarles de la importancia de la reflexión y del pensamiento crítico”. Es, tal y como el dice, “el valor del templo”.
Una de las actividades que realiza Enrique, gracias a APTCE, es un itinerario a través de varios países europeos con los estudiantes. Ese valor del templo se manifestó en una de esas experiencias: un viaje de 3.000 kilómetros a través de Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Alemania, hasta el lago Wann. Campos de concentración, de trabajos forzado, de encarcelamiento y de exterminio que, sin embargo, concluyen en una villa junto a la orilla de un precioso lago al suroeste de Berlín.
Allí, catorce altos funcionarios gubernamentales de Alemania y líderes de la SS decidieron llevar a cabo la Solución Final. “¿Cómo es posible que un puñado de personas se reuniesen en este lugar que ofrece semejante belleza y pusiesen encima de la mesa esa idea?”, se pregunta. “Es ahí cuando aparece la importancia de las ideas, la potencialidad de las ideas, el peligro de las ideas. Debemos formarnos en pensamiento crítico. Acostumbrarnos a practicar la reflexión constante para que nos salga de mantera natural, porque nos rodean miles y miles de peligros”.