Cómo afecta el frío a los neumáticos del coche: acelera su desgaste y limita su adherencia en carretera

Los neumáticos son el punto de contacto de nuestro coche con la carretera. Sobre ellos recae la responsabilidad de soportar el peso del vehículo, transmitir la tracción, la fuerza del frenado o la dirección, además de absorber los impactos del camino. Por eso, es importante vigilar de forma constante su estado, algo que varía constantemente, no solo por su uso, sino también por las condiciones climatológicas.

Al igual que el calor puede llegar afectar a los neumáticos, el frío puede llegar perjudicar a una conducción normal. Por tanto, estar atentos en invierno cuando llaman a la puerta las bajas temperaturas puede prevenir múltiples accidentes.

Las ruedas del coche están hechas de caucho, un material muy sensible a las temperaturas extremas. El caucho es un tipo de látex (plástico) que a temperaturas inferiores a 10 °C pierde elasticidad, lo que reduce su flexibilidad, limitando su amortiguación y menguando su capacidad de adherencia. Las condiciones de lluvia y nieve generalmente llevan a una pérdida de presión: por cada cinco grados de reducción se pierde 0,07 bares.

Un mantenimiento correcto de los neumáticos es de gran importancia para una conducción segura. Comprobar la presión de los neumáticos permitirá una mayor estabilidad en las curvas o una menor distancia de frenado. Y cobra más importancia si nos referimos a la sujeción del caucho a la carretera.

Además, la presión del inflado también influye directamente en el consumo. Si la presión es más baja de lo que establece la etiqueta del coche, las ruedas ofrecerán más residencia a la rozadura del aire, lo que provocará un mayor gasto de gasolina, en torno al 10%, incrementando las emisiones de dióxido de carbono de forma proporcional.

Afortunadamente, existen una serie de recomendaciones para asegurar un buen mantenimiento y que el frío no afecte considerablemente a los neumáticos.

En primer lugar, se debe hacer un balance de los daños, es decir, antes de lanzarse a la carretera, conviene echar un vistazo al estado de las ruedas y verificar que no están bajas, así como que no se visualicen bultos o grietas, que pueden provocar un reventón en mitad de la conducción.

Posteriormente, al comprobar los neumáticos, se puede revisar que las válvulas están perfectamente, ya que son los principales responsables de mantener el aire en el interior, y los tapones, que protegen a estas del polvo y suciedad, alargando la vida del neumático.

En este sentido, también es recomendable repasar la presión, que no esté ni por encima ni por debajo de los bares recomendados para el vehículo. De todos modos, en invierno es aconsejable que esté un poco más alta, debido a que las bajas temperaturas hacen que se deshinchen con mayor facilidad.

Por otro lado, la profundidad del dibujo no es solo un mero detalle de las gomas, sino que son especialmente importantes para disminuir la distancia de frenado y la capacidad de drenar el agua cuando el asfalto está mojado. Según la ley, la banda de los neumáticos debe ser de 1,6 milímetros, sin embargo, en invierno, puede llegar hasta los tres.

Por último, el equilibrio y la alineación de las ruedas es de suma importancia, ya que un mal equilibrado puede dañar la suspensión del vehículo y una mala alineación hará que el agarre no sea el adecuado.