¿Qué ocurre cuando un hijo, un hermano, un amigo, un compañero de trabajo se suicida? ¿Qué pasa con los que se quedan? Y sobre todo, ¿qué se hace con el dolor, la vergüenza, la rabia y la pena? La ciencia y la psicología han estudiado en profundidad las fases del duelo, los distintos estadios que atravesamos tras una muerte. Sin embargo, si esta pérdida se produce después de que una persona se haya quitado la vida, el número de investigaciones al respecto se reduce exponencialmente. El suicidio es un tabú y las palabras que callamos como sociedad lo inundan todo, hasta la academia.
El equipo de investigación SuBPPoRT (Suicide, Bereavement, Personality and Psychopathology Research Team) de la Universidad de Valencia (UV) está tratando de investigar el suicidio y luchar contra la espiral de silencio. Al grupo se incorporó Ana Moreno Martínez, psicóloga general sanitaria y miembro de Papageno, una asociación formada por Profesionales de Prevención y Postvención de la Conducta Suicida, que ha liderado un estudio sobre los grandes silenciados: los que se quedan, los llamados supervivientes, aquellos que han perdido a un ser querido de esta forma.
En 2023, último año con datos, 4.116 personas se quitaron la vida en España. Las cifras no han dejado de crecer desde que hay registros, aunque en este último año haya habido un descenso por primera vez. De hecho, salvo este en este último periodo, el suicidio ha sido el motivo principal de muerte no natural —es decir, no relacionado con una enfermedad— desde hace más de una década. En 2022, la cifra multiplicaba por 2,3 las muertes por accidentes de tráfico y por 14 los homicidios.
Los datos permiten ver el impacto que no solo alcanza a las personas que se quitan la vida. También lo hace, y de forma asoladora, a su círculo cercano. Aunque de eso no hay cifras. “Hay estudios que estiman que la ola expansiva de cada persona que muere por suicidio afecta a 135 personas, de las cuales, 25 quedan profundamente impactadas y consternadas”, explica Moreno, con el objetivo de que como sociedad observemos la magnitud el problema. “Los supervivientes existen, la historia de dolor de cada una de esas personas es importante”, recuerda.
El estudio que ha realizado la experta junto con el equipo de investigación de la Universidad de Valencia, y que se basa en las respuestas de 250 personas que han perdido a un ser querido por esta causa, muestra que estos síntomas, que se asocian a la depresión, suelen disminuir con el transcurso de los años. Pero Moreno subraya que “cada duelo es único, porque cada persona es única y, por eso, es importante no comparar el duelo propio con el de otros”. En este sentido, un factor crucial y que también explora el estudio es la relación de parentesco. “Las personas que acusan un duelo más complicado y mayores niveles de depresión son quienes han perdido a un hijo o hija”, expone Moreno.
Un duelo marcado por el estigma y la culpa
La psicóloga explica que hay manifestaciones comunes en el duelo por cualquier causa de muerte, como la soledad, la ira o la confusión, pero cuando ha sido autoinfligida, el dolor puede adoptar otras formas. Hay estudios que muestran que en estos casos también puede padecer vergüenza, estigma y culpa. ”Se quedan preguntándose internamente si podrían haber actuado de una manera diferente para evitar la muerte de su ser querido, es el famoso ‘y si yo hubiera hecho esto, y si yo hubiera dicho esto otro…' Otras veces hay necesidad de ocultar la causa de la muerte. Y todo esto afecta a la capacidad del doliente para adaptarse de manera efectiva a la pérdida”, explica Moreno. Por todo ello, recuerda que es aconsejable tratar los duelos por suicidio como potenciales duelos de riesgo, en los que se presentan complicaciones.
Los grupos de ayuda mutua
Aquellas personas que estén atravesando esta pérdida pueden acudir a los Grupos de Ayuda Mutua (GAM) que ofrecen las asociaciones sin ánimo de lucro y que suplen las carencias del sistema público. “Son particularmente útiles, es donde pueden expresar sus vivencias sin miedo al ‘qué dirán’, al juicio y, por el contrario, reciben solidaridad y empatía, comprensión. Se genera sentimiento de pertenencia, al sentirse aceptados, desestigmatizados y valorados, también se sienten menos vulnerables”, cuenta Moreno.
“Es la atención que se está ofreciendo ahora mismo en España. Actualmente, la necesidad de apoyo de colectivo la están cubriendo estas asociaciones”, señala la psicóloga, que añade que esa es la radiografía del trato que reciben los supervivientes, ya que muchas personas no pueden acceder a la terapia privada. ”Hay que recordar que la salud mental también es salud”, apostilla la psicóloga, que insiste en la necesidad de que se lleven a cabo iniciativas nacionales coordinadas para asegurar la atención de la población superviviente.
La noticia de un suicidio es sobrecogedora. No hay principio ni fin. Hay información que parece irreal, incluso, imposible. Es difícil de afrontar y de atravesar. Por eso, es importante fomentar esas redes de apoyo formal, aquellas relacionadas con profesionales o los GAM, pero también la conexión con otras personas para tratar de mitigar el dolor emocional asociado al duelo. Y
hay que mirar la otra cara de la moneda del apoyo: ¿Cómo nos podemos ayudar? “En estos casos, los allegados lo mejor que podemos hacer es preguntar ‘¿cómo te sientes?’ Y no me refiero a un ‘cómo estás’ convencional… Si la persona tiene ganas de hablar de su tristeza o dolor emocional, mostraremos actitud de escucha sin querer dar soluciones ni resolver nada”, dice la experta, que recuerda que algo muy propio en nuestra cultura es tratar de dar consejos. A veces, solo hay que callar, escuchar y permanecer cerca, con una mano tendida.