Personas trans o cuando el rechazo viene del entorno más cercano: “Aún no me atrevo a contarlo en el trabajo por miedo a ser discriminado”

Aún son muchos los obstáculos a los que se enfrentan las personas trans en su día a día, tanto en el ámbito familiar y laboral como en el sanitario, tal y como evidencia un reciente estudio del Instituto de Salud Carlos III

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Diego es un chico trans
Diego es un chico trans de 21 años. (Cedida a Infobae)

Diego tiene una cicatriz en el brazo que llama la atención y, cuando alguien le pregunta cómo se la hizo, prefiere mentir: “Me quemé”, responde con frecuencia. Detrás de esa marca, sin embargo, esconde la historia de su vida. Del brazo le tomaron una gran cantidad de piel para realizarle una reconstrucción genital por medio de una faloplastia, un procedimiento quirúrgico al que quiso someterse para que su cuerpo concordara con su identidad de género, si bien anteriormente también se había realizado una mastectomía. Diego, un chico trans de 21 años, tuvo claro desde su adolescencia que algo no encajaba, que su identidad de género no coincidía con el sexo asignado al nacer, y fue a los 18 años cuando comenzó su tratamiento hormonal. Desde entonces, las barreras a las que se ha enfrentado en diferentes ámbitos, al igual que la mayoría de las personas trans, no han sido pocas.

Las personas trans afrontan, especialmente, numerosos obstáculos a la hora de ir al médico, tanto al ser llamados en la consulta por su nombre anterior o sentirse cuestionados, como por la falta de formación de los sanitarios que entorpece su atención. Así lo ha sentido también Diego. “Después de hacerme la mastectomía, me salió un bulto en el pecho y la médica me dijo que no sabía dónde mandarme porque no sabía cómo identificarme. Hay falta de información entre el propio personal sanitario, no saben cómo tratarte ni adónde derivarte”, cuenta a Infobae España, si bien este joven también se ha topado con otras situaciones desagradables, como ser tratado en femenino en las consultas de ginecología antes de operarse. “Te hace sentir muy mal, como desamparado”, asegura.

Diego, de hecho, también trabaja en el ámbito sanitario. Es auxiliar de Enfermería y admite que en su entorno laboral aún no ha dicho abiertamente que es un hombre trans “por miedo”, porque siempre escucha “ciertos comentarios discriminatorios y no quiere sentirse agredido también en el trabajo”, si bien algunos de sus compañeros más cercanos sí lo saben. Y es que según una investigación realizada de la Federación Estatal LGTBI+, 7 de cada 10 personas LGTBI+ no se han visibilizado con nadie en su trabajo y solo un 10% del colectivo ha salido del armario con sus superiores, un 26% lo ha hecho con sus compañeros y un 8% con clientela o empresas proveedoras.

Respecto a la sanidad, Diego también lamenta que, a pesar de haberse sometido a una operación tan compleja como la faloplastia -la creación quirúrgica de un pene-, una intervención que duró 17 horas durante dos días consecutivos y en la que sufrió complicaciones importantes, el seguimiento posterior “no ha sido adecuado”. “La persona que me operó se desentendió totalmente, tienes que buscarte la vida”, asegura.

Sin embargo, en el ámbito familiar, siempre ha contado con el apoyo de su madre y su hermana, con quienes vive actualmente, mientras que sus abuelos, si bien no forman parte de su círculo cercano, “comparten que sea feliz”. Por parte de su padre no ha recibido ese apoyo.

Estudio ‘Transaludes’

La discriminación en los servicios sanitarios que ha sufrido Diego afecta al 80% de las personas trans, al igual que han experimentado algún tipo de violencia, según el estudio Transaludes que recientemente ha elaborado el Ministerio de Sanidad y el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) sobre el estado de la salud de las personas trans y no binarias en España. Estas agresiones, indica la investigación liderada por María José Belza, se traducen en un peor estado de salud dentro de este grupo de población.

Fotografía de archivo de una
Fotografía de archivo de una bandera LGTBI. (EFE/EPA/BIANCA DE MARCHI AUSTRALIA AND NEW ZEALAND OUT)

El estudio, en el que han participado 1.823 personas trans y no binarias residentes en las 17 comunidades autónomas españolas y las dos ciudades autónomas, muestra que el 35% de los encuestados son hombres trans, el 23% mujeres trans, y el 42% personas no binarias, con una edad media de alrededor de 26 años. Los resultados evidencian también que un 54% de las personas trans valoran su estado de salud como bueno o muy bueno, frente al 85% de la población general, además de que un 20% de las personas no binarias consideran que su salud es mala o muy mala.

En cuanto a la salud mental, la población transgénero en España presenta elevados niveles de depresión y ansiedad. Así, un 47% de las personas encuestadas han sido diagnosticadas en el último año con un trastorno de ansiedad, mientras que el 39,6% sufre depresión. Las cifras son mucho más altas que en la población general, donde un 4,5% sufre ansiedad y un 3,1% padece depresión, según el estudio.

Padres conservadores

En el caso de Arin, una joven trans de 25 años, la exclusión empezó en su propia casa. Fue a los 18 años cuando sintió que su identidad de género difería del sexo asignado al nacer, pero en aquella época, recuerda, “no pudo hacer nada al respecto”. Vivía con sus padres, a los que describe como “muy conservadores” y ejercieron sobre ella un “maltrato psicológico”, sin darle la oportunidad de expresar cómo se sentía realmente. “Pasé años dentro del armario y, cuando salí, al principio solo lo hice con ciertos grupos reducidos de amigos”, cuenta a este periódico.

Como era muy joven y no disponía de recursos económicos para independizarse, decidió que seguiría viviendo en casa de sus padres para terminar sus estudios de Física “y luego ya poder transicionar” cuando lograra un empleo y pudiera compartir piso con otras personas. Fue en diciembre de 2022, al poco de empezar a trabajar, cuando dejó finalmente la casa de sus padres.

En el ámbito sanitario, la información errónea que le proporcionaron a Arin sobre el tratamiento hormonal y las listas de espera fueron algunos de los problemas con los que tuvo que lidiar desde el inicio. Pero el peor, recuerda, fue que el hospital al que acudió en Madrid para su primera cita de endocrinología reveló esa información a su madre, al aparecer su contacto en la Seguridad Social, pese a que en esos momentos ella ya era mayor de edad y no está permitido por la protección de datos. A partir de ese momento, sus padres, extrañados, no dejaron de hacerle preguntas y pedirle explicaciones y, a día de hoy, mantiene con ellos una relación distante. Su madre sabe que es una chica trans, “aunque sigue confiando en que se le irá pasando con el tiempo”, mientras que a su padre nunca se lo ha dicho porque es consciente de que no le va a brindar ningún apoyo. Cuando come con ambos mantiene incluso “una presentación masculina”, explica.

De hecho, aunque Arin considera que a pesar de todos los problemas mantiene una buena salud mental, lo que le sigue produciendo ansiedad es precisamente “el tema de su familia”, porque en todo este tiempo no ha visto ningún cambio de actitud por su parte. Por eso cree que “no hay que esperar que las familias entiendan”, sino que debería haber “más medidas para proteger a los menores y jóvenes LGTBI cuando en su casa no les apoyan”.

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En su trabajo, sin embargo, la situación es muy diferente. Con los compañeros del grupo de investigación en el que trabaja “nunca ha tenido ningún problema y está muy contenta”, aunque Arin admite que ha sufrido discriminación por parte de algunos profesores. “Me he sentido, sobre todo, invisibilizada”.

Pese a la transfobia y discriminación en diferentes ámbitos, tanto Arin como Diego también destacan los avances logrados en materia de igualdad en este últimos años, como es la ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, que se aprobó en febrero de 2023 en las Cortes después de dos años de turbulenta tramitación. Un texto legal que reconoce la libre determinación del género, es decir, que una persona pueda cambiar su sexo en el Registro Civil sin testigos ni informes médicos, y que deja de considerar enfermas a las personas trans.

Según los datos que ofreció el pasado mes de septiembre la ministra de Igualdad, Ana Redondo, un total de 5.900 personas han solicitado el cambio de sexo desde la entrada en vigor de la ley, de las cuales el Registro Civil ha denegado 85 solicitudes (1,44% del total) y se han producido 8 desistimientos y 5 expedientes han caducado sin culminarse la modificación registral.

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