“Quiero desconectar el placer del sexo de la vergüenza”, dijo en una entrevista con The Hollywood Reporter, Michelle Williams, la protagonista de Dying for Sex, la nueva y provocadora serie de FX. Se puede percibir como su voz aún se encuentra marcada por la intensidad de haber dado vida a Molly Kochan, una mujer con diagnóstico de cáncer en etapa 4 que decide explorar su vida sexual.

“Eso es exactamente lo que me propuse hacer. Y también lo que ella se propuso hacer. Experimentar el placer sin sentir culpa o vergüenza, sin esperar que algo malo le pasara por disfrutar”, dijo.
En esta historia basada en hechos reales, Williams interpreta a esta mujer que, tras abandonar a su esposo, decide explorar sin límites su sexualidad, durmiendo con decenas de hombres y enfrentando su pasado con una crudeza y franqueza poco comunes.

“Yo nunca había tenido un orgasmo con otra persona, y ahora me voy a morir”, exclamó Molly en el primer episodio, con lágrimas en los ojos. Es el punto de partida de una serie que, aunque cargada de humor y escenas sexuales explícitas, se adentra profundamente en los traumas que impiden vivir el placer en libertad.
Para Williams, el desafío fue emocional, físico y espiritual. “Al principio me daba pudor. Pensé: esto va a ser una vergüenza, o tal vez alguien se enoje conmigo, o qué van a pensar de mí… y luego pensé: fantástico. Esto es exactamente el salto que quiero dar´”, dijo.
Con guion de Elizabeth Meriwether y basada en el testimonio real de Molly (contado originalmente en un podcast creado por su mejor amiga, Nikki Boyer), Dying for Sex es mucho más que una serie sobre sexo. Es un viaje hacia la autoaceptación, el perdón y la dignidad frente a la muerte.

“Cuando te llevan en silla de ruedas al set, te engaña el cerebro”, explicó Williams. “Duele. Duele despedirse de estos personajes, de los actores, y de ti misma, porque sabes que estás diciendo adiós a algo muy profundo”.
Desde el primer contacto con el guion, supo que no sería un papel más. La historia de Molly Kochan, una mujer que decide explorar su sexualidad sin filtros tras recibir un diagnóstico terminal, le hablaba de una manera íntima y visceral.
Para Williams, el personaje de Molly es alguien que intenta reparar una herida profunda, liberarse de las cadenas de una educación sexual marcada por el silencio, el trauma y la culpa.
“Lo que uno aprende de niña o adolescente, todo eso que te dijeron que no se podía o no se debía… cuesta mucho quitarlo del cuerpo y del alma”, explicó. “Este papel fue una manera de romper con esa tradición, para que yo pueda dejarle algo distinto a mi hija”.

Para una actriz acostumbrada a roles intensos y profundamente humanos, Dying for Sex representó un tipo distinto de intensidad, una que involucra cuerpo, alma y convicciones. “Es el tipo de experiencia que te transforma. No solo como artista, sino como mujer”.
Prepararse para morir
Interpretar a una mujer que se sabe condenada desde el primer episodio no fue una tarea fácil. Para Williams, uno de los mayores desafíos fue habitar un cuerpo que transita la enfermedad, pero también el deseo, el humor y la resistencia emocional.
La clave, según ella, estuvo en el material real, la voz auténtica de Molly, que sigue presente en el podcast original y en el libro que escribió antes de morir.

“Ella y Nikki nos dejaron el mapa trazado”, explicó en la entrevista. “Cuando me uní al proyecto, solo había un guion escrito. Sabía cómo terminaba todo, pero no conocía el recorrido. Y sin embargo, confiaba en Liz Meriwether y su capacidad gigantesca para combinar drama y comedia”.
Mientras los episodios se iban escribiendo durante la filmación, Williams empezó a empaparse del universo íntimo de Molly a través del podcast y, sobre todo, del libro que escribió poco antes de fallecer.
“Uno de sus objetivos era terminar ese libro antes de morir, y lo logró. Allí cuenta en detalle cosas que no están en la serie, como su infancia, su relación con su familia, lo que cargaba desde niña. Fue un material invaluable”.

La actriz no solo estudió el texto. También se dedicó a procesarlo emocionalmente, a dejar que el relato de Molly se filtrara lentamente en su interpretación.
La confianza en el equipo también fue esencial. Williams se refirió a sus compañeros de elenco y a las creadoras del show como una “tribu”.
“Este era el tipo de proyecto en el que quería estar. Con Jenny (Slate), con Jay Duplass, con Rob Delaney… me sentía parte de un grupo que quería contar esta historia con todo el corazón”.
Escenas subidas de tono, sin pedir permiso
En la serie, la exploración sexual no es un accesorio narrativo: es el núcleo emocional de la historia. A lo largo de los episodios, Molly, vive todo tipo de experiencias sexuales, desde encuentros casuales con desconocidos hasta exploraciones, mientras busca algo que nunca conoció, un orgasmo con otra persona.

Lejos de esquivar el desafío, Williams decidió lanzarse sin restricciones. “Me lancé con todo el corazón, ya fuera en las escenas de masturbación o en las que está acompañada por estos hombres que conoce en apps”, contó.
La incomodidad, si existía, se transformó en un motor para encarnar la valentía de su personaje. El recorrido de Molly es crudo, divertido y a veces surrealista. Y Williams no buscó suavizarlo. Al contrario, entendió que el cuerpo debía hablar tanto como el texto.

“Y aunque el guion llegaba en partes, íbamos filmando y recibiendo los siguientes capítulos mientras tanto”, recordó. “Cada vez que leía un nuevo episodio me sentía más viva, más emocionada. No sentí miedo, sentí entusiasmo por hacer algo radicalmente honesto”.
Uno de los momentos más desgarradores de Dying for Sex ocurre cuando Molly, ya en etapa terminal, se encuentra con a su madre, Gail (interpretada por Sissy Spacek), en una habitación de hospital. Durante toda la serie, el conflicto entre ambas fue una sombra persistente.
La raíz del trauma sexual de Molly remonta a su infancia, cuando el entonces novio de Gail abusó de ella mientras su madre estaba inconsciente. Es un dolor que nunca se abordó directamente, pero que lo impregna todo.

En esa escena final, Molly está a punto de decir algo importante, pero su madre la interrumpe antes: “Ya lo sé. Lo que sea que ibas a decirme, ya lo sé”.
Para Michelle Williams, la fuerza de esa secuencia reside en todo lo que no se dice, en el vacío cargado de emociones. “Probablemente iba a decirle ‘te perdono’, o quizás ‘te amo’”, reflexionó. “No estoy completamente segura, porque no he vuelto a ver la escena. Pero eso es lo primero que me viene a la mente”.
La ambigüedad de ese momento fue deliberada, y Williams cree que allí reside parte de su poder emocional. No fue fácil rodar esa escena. Más allá del contenido emocional, la presencia de Sissy Spacek, una leyenda del cine, le agregó una dimensión extra al trabajo actoral.

“Trabajar con Sissy fue un privilegio. Ella tiene esa calma que te obliga a estar completamente presente. En esa escena, todo era verdad. Todo era real. Estábamos ahí como madre e hija, no como actrices”, afirmó.
La relación entre Molly y Gail no se resuelve por completo. No hay un cierre tradicional. Pero sí hay una forma de redención silenciosa, que Williams defendió desde la sutileza. “Hay algo profundamente humano en no decir todo. En que el perdón no venga envuelto en un gran discurso, sino en la aceptación de que, al final, ya no queda tiempo para más palabras”, concluyó.
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